Diccionario de psicología, letra S, Seducción (escena de, teoría de la)

Seducción (escena de, teoría de la)
Al.: Verführung (Verführungsszene, Verführungstheorie).
Fr.: scène de, théorie de la séduction.
Ing.: scene, theory of seduction.
It.: scena di, teoria della seduzione.
Por.: cena de, teoria da sedução.

1. Escena, real o fantasmática, en la cual el sujeto (generalmente un niño) sufre pasivamente,
por parte de otro (casi siempre un adulto), insinuaciones o maniobras sexuales.
2. Teoría elaborada por Freud, entre 1895 y 1897 y abandonada después, que atribuía un papel
determinante, en la etiología de las psiconeurosis, al recuerdo de escenas reales de seducción.
Antes de constituir una teoría, con la que Freud, en la época de fundación del psicoanálisis,
creía poder explicar la represión de la sexualidad, la seducción fue un descubrimiento clínico; los
pacientes, en el curso del tratamiento, recordaban experiencias de seducción sexual: se trataba
de escenas vividas en las que la iniciativa correspondía a otra persona (generalmente un adulto)
y que podían abarcar, desde simples insinuaciones en forma de palabras o gestos, hasta un
atentado sexual más o menos definido, que el sujeto sufrió pasivamente con susto.
Freud empieza a mencionar la seducción a partir de 1893; entre 1895 y 1897 le concedió un
papel importante en la teoría, al mismo tiempo que, desde el punto de vista cronológico, se vio
inducido a hacer retroceder cada vez más lejos en la infancia las escenas de seducción
traumatizantes.
Hablar de teoría de la seducción no es sólo atribuir un papel etiológico importante a las escenas
sexuales en comparación con otros traumas; de hecho, para Freud, esta preponderancia se
convierte en el principio de una tentativa muy elaborada para explicar en su origen el mecanismo
de la represión.
Esquemáticamente, esta teoría supone que el trauma se produce en dos tiempos, separados
entre sí por la pubertad. El primer tiempo, el de la seducción propiamente dicha, Freud lo define
como un acontecimiento sexual «presexual»; el acontecimiento sexual es producido desde el
exterior a un sujeto incapaz todavía de emoción sexual (ausencia de las condiciones somáticas
de la excitación, imposibilidad de integrar la experiencia). La escena, en el momento de
producirse, no es objeto de represión. Sólo en un segundo tiempo, un nuevo acontecimiento, que
no comporta necesariamente una significación sexual en sí mismo, evoca por algunos rasgos
asociativos el recuerdo del primero: «Se nos ofrece aquí -señala Freud- la única posibilidad de
ver cómo un recuerdo produce un efecto mucho mayor que el acontecimiento mismo». El
recuerdo es reprimido en virtud del aflujo de excitación endógena que desencadena.
Decir que la escena de seducción es vivida pasivamente no significa solamente que el sujeto
tiene un comportamiento pasivo durante esta escena, sino también que la sufre sin que
provoque en él una respuesta, sin que despierte representaciones sexuales: el estado de
pasividad es correlativo con una no-preparación; la seducción produce un «susto sexual»
(Sexualschreck).
Freud atribuye tanta importancia a la seducción en la génesis de la represión que intenta
encontrar sistemáticamente escenas de seducción pasiva, tanto en la neurosis obsesiva como
en la histeria, donde primeramente las descubrió. «En todos mis casos de neurosis obsesiva he
encontrado, en una edad muy precoz, años antes de la experiencia de placer, una experiencia
puramente pasiva, lo cual no puede ser debido al simple azar». Aunque Freud diferencia la
neurosis obsesiva de la histeria por el hecho de que la primera se halla determinada por
experiencias sexuales precoces vividas activamente con placer, busca, sin embargo, detrás de
tales experiencias, escenas de seducción pasiva como las que se encuentran en la histeria.
Ya es sabido que Freud se vio inducido a dudar de la veracidad de las escenas de seducción y
a abandonar la teoría correspondiente. En la carta a Fliess el 21-IX-1897 explica los motivos de
este abandono. «Es necesario que te confíe inmediatamente el gran secreto que se me ha
revelado lentamente durante estos últimos meses. Ya no creo más en mi neurótica». Freud
descubre que las escenas de seducción son, en ocasiones, el producto de reconstrucciones
fantasmáticas, descubrimiento que es correlativo con el develamiento progresivo de la
sexualidad infantil.
Clásicamente se considera que el abandono por Freud de la teoría de la seducción (1897)
constituye un paso decisivo en el advenimiento de la teoría psicoanalítica y en la preponderancia
concedida a las nociones de fantasma inconsciente, de realidad psíquica de sexualidad infantil
espontánea, etc. El propio Freud afirmó, en varias ocasiones, la importancia.de este momento en
la historia de su pensamiento: «Si bien es cierto que los histéricos refieren sus síntomas a
traumas ficticios, el hecho nuevo es que fantasmatizan tales escenas; es, pues, necesario tener
en cuenta, junto a la realidad práctica, una realidad psíquica. Pronto se descubrió que estos
fantasmas servían para disimular la actividad autoerótica de los primeros años de la infancia,
para embellecerla y llevarla a un nivel más elevado. Entonces, detrás de estos fantasmas,
apareció en toda su amplitud la vida sexual del niño».
Conviene, sin embargo, dentro de esta visión de conjunto, destacar algunos matices:
1.° Hasta el fin de su vida, Freud no dejó de sostener la existencia, la frecuencia y el valor
patógeno de las escenas de seducción efectivamente vividas por los niños.
En cuanto a la situación cronológica de las escenas de seducción, aportó dos precisiones que
sólo aparentemente son contradictorias:
a) la seducción tiene lugar a menudo en un período relativamente tardío, siendo entonces el
seductor otro niño de la misma edad o algo mayor. A continuación la seducción es referida, por
una fantasía retroactiva, a un período más precoz, y atribuida a un personaje parental;
b) la descripción del lazo preedípico con la madre, especialmente en el caso de la niña, permite
hablar de una verdadera seducción sexual por la madre, en forma de los cuidados corporales
prestados al lactante, seducción real que sería el prototipo de los fantasmas ulteriores: «Aquí el
fantasma tiene su base en la realidad, puesto que es realmente la madre la que necesariamente
ha provocado y quizás incluso despertado, en los órganos genitales, las primeras sensaciones
de placer, al proporcionar al niño sus cuidados corporales».
2.° En el plano teórico, ¿puede decirse que el esquema explicativo de Freud, tal como lo hemos
expuesto más arriba, fue simplemente abandonado por él? Parece que algunos elementos
esenciales de este esquema se vuelven a encontrar transpuestos en las elaboraciones
ulteriores de la teoría psicoanalítica:
a) La idea de que la represión sólo puede comprenderse haciendo intervenir en ella varios
tiempos, de los cuales el tiempo ulterior confiere, con posterioridad, su sentido traumático al
primero. Esta concepción encontrará su pleno desarrollo, por ejemplo, en Historia de una
neurosis infantil (Aus der Geschichte einer infantilen Neurose, 1918).
b) La idea de que, en el segundo tiempo, el yo sufre una agresión, un aflujo de excitación
endógena; en la teoría de la seducción, lo que es traumatizante es el recuerdo y no el
acontecimiento mismo. En este sentido el «recuerdo» adquiere ya en esta teoría el valor de
«realidad psíquica», de «cuerpo extraño», que más tarde se considerará inherente a la fantasía.
c) La idea de que, a la inversa, esta realidad psíquica del recuerdo o del fantasma debe tener su
fundamento último en el «terreno de la realidad». Parece que Freud jamás se decidió a
considerar el fantasma como la simple eflorescencia de la vida sexual espontánea del niño.
Buscará continuamente, detrás de la fantasía, lo que ha podido fundarla en su realidad: indicios
percibidos de la escena originaria (Historia de una neurosis infantil), seducción del lactante por
la madre y, más radicalmente aún, la noción de que las fantasías se basan, en último análisis, en
«fantasías originarias», restos mnémicos transmitidos por herencia de experiencias vividas en la
historia de la especie humana: «[…] todo lo que nos es narrado, actualmente en el análisis, en
forma de fantasía ha sido en otra época, en los tiempos originarios de la familia humana, realidad
[…]». Ahora bien, el primer esquema dado por Freud con su teoría de la seducción constituye, a
nuestro modo de ver, un ejemplo excelente de esta dimensión de su pensamiento: el primer
tiempo, el de la escena de seducción, ha debido forzosamente basarse en algo más real que las
simples imaginaciones del sujeto.
d) Por último, Freud reconoció tardíamente que, con los fantasmas de seducción, había «[…]
encontrado por vez primera el complejo de Edipo […]». En efecto, de la seducción de la niña por
el padre al amor edípico de la niña hacia el padre, no había más que un paso.
Pero todo el problema estriba en saber si se debe considerar el fantasma de seducción como
una simple deformación defensiva y proyectiva del componente positivo del complejo de Edipo, o
si es preciso ver en él la traducción de un dato fundamental: el hecho de que la sexualidad del
niño está totalmente estructurada por algo que le viene como del exterior: la relación entre los
padres, el deseo de los padres, que preexiste al deseo del sujeto y le da una forma. En este
sentido, tanto la seducción realmente vivida como la fantasía (te seducción no serían más que la
actualización del dato mencionado.
En la misma línea de pensamiento, Ferenczi, recogiendo a su vez en 1932 la teoría de la
seducción, describió cómo la sexualidad adulta («el lenguaje de la pasión») hacia efracción
verdaderamente en el mundo infantil («el lenguaje de la ternura»).
El peligro de tal renovación de la teoría de la seducción consistiría en enlazar con el concepto
preanalítico de una inocencia sexual en el niño, que sería pervertida por la sexualidad adulta.
Freud rechaza que pueda hablarse de un mundo infantil dotado de existencia propia antes de
que se produzca esta efracción, o esta perversión. La seducción no sería esencialmente un
hecho real, localizable en la historia del sujeto, sino un dato estructural, cuya transposición
histórica sólo podría realizarse en forma de un mito.