Diccionario de psicología, letra S, Seducción (teoría de la)

Seducción (teoría de la)
Alemán: Verführungstheorie.
Francés: Séduction (Théorie de la).
Inglés: Theory of seduction.
 
En la historia del psicoanálisis, la cuestión del abandono por Sigmund Freud, en 1897, de su
teoría de la seducción no cesó de ser objeto de conflictos interpretativos.
La palabra seducción remite en primer lugar a la idea de una escena sexual en la que un sujeto,
generalmente adulto, usa de su poder real o imaginario para abusar de otro sujeto, reducido a
una posición pasiva: en general, un niño o una mujer. Por esencia, la palabra seducción carga
todo el peso de un acto basado en la violencia moral y física que se encuentra en el núcleo de la
relación entre víctima y verdugo, amo y esclavo, dominante y dominado. Entre 1895 y 1897,
Freud partió de esta representación de la coacción al construir su teoría de la seducción, según
la cual la neurosis tendría por origen un abuso sexual real. Esta teoría se basaba a la vez en una
realidad social y en una evidencia clínica. En las familias, a veces incluso en la calle, los niños
solían ser víctimas de violaciones por parte de los adultos. Ahora bien, el recuerdo de esos
traumas era tan penoso que cada uno prefería olvidarlos, no verlos o reprimirlos.
Escuchando a las mujeres histéricas de fines de siglo que le confiaban tales historias, Freud
valoró esos discursos como pruebas, y erigió su primera hipótesis de la represión y la
causalidad sexual de la histeria basándose en la teoría de la seducción. Pensaba que esas
mujeres histéricas padecían trastornos neuróticos porque habían sido realmente seducidas.
Manifestó entonces dudas acerca de los padres en general, de Jacob Freud en particular, y… él
mismo, ¿no había experimentado también deseos culpables respecto de sus propias hijas?
Por su relación con Wilhelm Fliess, partidario de una teoría biológica de la bisexualidad y de una
concepción de la sexualidad basada en la «huella real», Freud renunciaría progresivamente a la teoría de la seducción. En efecto, tropezó con una realidad irreductible: no todos los padres eran violadores, y sin embargo las histéricas no mentían al decirse víctimas de una seducción. Era
forzoso formular una hipótesis que pudiera dar cuenta de esas dos verdades contradictorias.
Freud advirtió dos cosas: las mujeres inventaban, sin mentir ni simular, escenas de seducción
que no se habían producido, o bien, si esas escenas habían tenido lugar, no explicaban la
eclosión de una neurosis.
Para dar coherencia a todo esto, reemplazó la teoría de la seducción por la teoría del fantasma,
que supuso la elaboración de una doctrina de la realidad psíquica basada en el inconsciente.
Todos sus contemporáneos habían pensado en salir de la idea de la causalidad real y pasar a
«otra escena». Pero Freud fue el primero en indicar su localización, al resolver el enigma de las
causas sexuales: eran fantasmáticas, incluso cuando existía un trauma real, puesto que lo real
del fantasma no es de la misma naturaleza que la realidad material. Observemos que en el
momento en que daba este paso Freud estaba liberándose él mismo de la seducción de Fliess,
quien sin embargo nunca había sido un partidario convencido de su teoría de la seducción.
Freud anunció que había renunciado a la teoría de la seducción en una carta a Fliess del 21 de
septiembre de 1897: «Ya no creo en mi neurótica, lo que no podría comprenderse sin una
explicación». Sigue a continuación un prolongado comentario de las dudas, las vacilaciones y las
sospechas que lo habían llevado al camino de la verdad. Freud llega a la conclusión de que corre
el riesgo de defraudar a la humanidad y no convertirse en rico ni célebre, puesto que ha
renunciado a una prueba falsa pero que contentaba a todo el mundo: «Me veo obligado a
mantenerme tranquilo, seguir en la mediocridad, hacer economía, acosado por las
preocupaciones, y entonces recuerdo una de las historias de mi antología: «Rebeca, quítate el
vestido, ya no estás de novia».»
En vista de la importancia capital que tuvo ese abandono en el origen del psicoanálisis, la
cuestión de la teoría de la seducción ha sido objeto de debates y comentarios particularmente
intensos.
Entre los freudianos se han perfilado tres tendencias. La primera, representada por los
ortodoxos, niega la existencia de las seducciones reales, en provecho de una hipervaloración
del fantasma, y por lo tanto conduce a no ocuparse nunca en la cura de los abusos sufridos por
los pacientes, en su infancia o en su vida presente. Observemos que el kleinismo, sin negar la
existencia de seducciones reales, ha llevado muy lejos la prevalencia de la realidad psíquica,
haciendo derivar los traumas de una relación de objeto basada en una seducción imaginaria de
tipo sádico y considerada mucho más violenta que el trauma real: de allí la invención de los
objetos bueno y malo, y después la del concepto de phantasme.
La segunda tendencia es la de los partidarios del biologismo y de las teorías «fliessianas» de la
sexualidad: desde la sexología hasta Alice Miller y la neurobiología, pasando por Wilhelm Reich.
En este caso se niega la existencia del fantasma y se reduce toda forma de neurosis o psicosis
a una causalidad traumática, es decir, a una violación (del pensamiento o del cuerpo) realmente
experimentada en la infancia. Los partidarios de esta posición acusan a los freudianos de mentir
sobre la realidad social, y sobre todo de no tomar en serio las quejas y las confesiones de los
pacientes víctimas de violaciones, golpes, torturas morales y físicas, o abusos diversos. Han
terminado por reemplazar la cura por una tecnología de la confesión, tratando de hacer
«confesar» a los pacientes, mediante la sugestión o bajo hipnosis, tanto los traumas reales como
los malos tratos imaginarios.
La tercera tendencia, la única conforme a la ética y teoría freudianas, pero también a la realidad
social, acepta a la vez la existencia del fantasma y la del trauma. En el plano clínico, y tanto con
los niños como con los adultos, el psicoanalista debe ser capaz de discernir y tomar en cuenta
los dos tipos de realidad, a menudo enredados entre sí. En efecto, es tan grave pasar por alto el
abuso real, como confundir fantasma y realidad. En este sentido, la negación del registro
psíquico es siempre una mutilación tan importante para el sujeto como la negación de un trauma
real.
En la historia del movimiento psicoanalítico, el problema es tanto más complejo cuanto que los
psicoanalistas de la primera generación fueron acusados, en particular en los países puritanos,
de haber abusado ellos mismos de sus pacientes. Esto ocurrió con Ernest Jones en Gran
Bretaña y Canadá. En esos países se suelen considerar abusos de poder tanto las
interpretaciones salvajes como las relaciones sexuales libremente consentidas, cuando uno de
los partenaires ocupa respecto del otro un lugar «dominante» (maestro/alumno, médico/paciente),
o las relaciones transgresivas (incesto).
Desde el punto de vista clínico, fue Sandor Ferenczi quien llevó más lejos la discusión
psicoanalítica sobre el tema, al presentar en el Congreso de la International Psychoanalytical
Association (IPA) de Wiesbaden, en 1932, una intervención que se publicaría con el título de
«Confusión de lenguas entre los adultos y el niño». Allí fustigó la hipocresía de la corporación
analítica y sus actitudes de «neutralidad benévola», demostrando que de tal modo repetía la
hipocresía parental. En consecuencia, lejos de curarse o liberarse, el paciente se encerraba en
la cura.
Sin abolir la dimensión del fantasma, Ferenczi reivindicaba que en el psicoanálisis se tomara en
cuenta la existencia de seducciones reales: «Incluso niños pertenecientes a familias honorables
y de tradición puritana son víctimas de violencias y violaciones, con más frecuencia que la que
uno se atrevería a pensar. Son los propios padres quienes buscan un sustituto a sus
insatisfacciones de manera patológica, o bien personas de confianza, miembros de la familia
(tíos, tías, abuelos), o los preceptores o el personal doméstico, quienes abusan de la ignorancia
o la inocencia de los niños. La objeción de que se trata de fantasmas del niño, de mentiras
histéricas, pierde lamentablemente fuerza cuando son muchos los pacientes que confiesan
haber abusado de niños.»
No se necesitaba tanto para exasperar a la ortodoxia freudiana. Max Eitingon y Abraham Arden
Brill pretendieron impedir que Ferenczi leyera su comunicación en el Congreso, y el propio Freud
trató de disuadirlo de que la publicara. Jones, por su parte, se negó a incluir el texto en el
International Journal of Psycho-Analysis (IJP), temiendo que se renovara el debate en el que él
mismo había estado en juego. De hecho, los cuatro eran tan hostiles a esa renovación de la
teoría de la seducción como a la evolución de Ferenczi en materia de técnica activa. A sus ojos,
la denuncia de la hipocresía psicoanalítica corría el riesgo de perjudicar la «causa».
El asunto de la teoría de la seducción se convirtió en un verdadero escándalo a principios de la
década de 1980, cuando Kurt Eissler y Anna Freud decidieron confiar la publicación integral de
las cartas de Freud a Fliess a un universitario norteamericano debidamente formado en el redil
de la ortodoxia. Nacido en Chicago en 1941, Jeffrey Moussaieff Masson comenzó a leer los
archivos interpretándolos de manera salvaje, con la idea de que ocultaban una verdad, y
finalmente afirmó que Freud había renunciado a la teoría de la seducción por cobardía. No
atreviéndose a revelarle al mundo las atrocidades cometidas por los adultos con los niños, Freud
habría inventado el fantasma para enmascarar una realidad; habría sido sencillamente un
falsario. En 1984 Masson publicó un libro sobre el tema, Lo real escamoteado, que fue uno de
los mayores best-sellers psicoanalíticos norteamericanos de la segunda mitad del siglo.
La obra, que se basaba en la tradición del puritanismo, reforzaba las tesis de la historiografía
revisionista. En efecto, se trataba de demostrar que la mentira freudiana había pervertido a
Norteamérica, al hacerse aliada de un poder fundado en la opresión: la colonización de los niños
por los adultos, el dominio de las mujeres por los hombres, la tiranía del concepto sobre el
impulso vital, etcétera. Víctima de una seducción, Norteamérica debía liberarse del yugo del
psicoanálisis, confesándole al mundo que todo hombre es siempre víctima de un abuso.
A continuación de este episodio, la corriente revisionista norteamericana se entregó al
despedazamiento, no sólo de la doctrina freudiana, acusada de abuso de poder, sino también del
propio Freud, convertido en un sabio diabólico y un demonio sexual, culpable de relaciones
abusivas en su propia familia y sobre su diván.
En el contexto de la década de 1990, el retorno a la teoría de la seducción fue primero una
reacción contra la ortodoxia psicoanalítica, y después el síntoma principal de una forma
norteamericana de antifreudismo en la que se mezclan la victimología, el culto fanático a las
minorías oprimidas y la apología de una técnica de la confesión, considerablemente basada en la
farmacología.