Diccionario de psicología, letra S, Sexuación

Sexuación
 
s. f. (fr. sexuation, ingl. sexuation; al. Geschlechtlichkeit). En la teoría psicoanalítica, manera en
que hombres y mujeres se relacionan con su sexo propio, así como con las cuestiones de la
castración y de la diferencia de los sexos.
El aporte revolucionario del pensamiento freudiano fue situado primero del lado de la sexualidad: reconocimiento de una sexualidad infantil, así como del sentido sexual inconciente de muchos de nuestros actos y representaciones. Se puede agregar a ello una dimensión «perversa», ligada a la vez a la descripción del niño como perverso polimorfo y a la del fantasma inconciente, que tiene frecuentemente una coloración sádica o masoquista, voyeurista o exhibicionista, vecina, en una palabra, a esas puestas en acto que por ejemplo describía un Krafft-Ebing. Sin embargo, es fácil percibir que la importancia dada por S. Freud a la sexualidad va de la mano con una modificación de su definición. Si la sexualidad no se limita a la genitalidad, si, sobre todo, las pulsiones sexuales producen de manera indirecta nuestro amor por la belleza o nuestros principios morales, es necesario ya sea ampliar considerablemente la definición de la sexualidad, ya sea introducir en el lenguaje nuevos términos más adecuados. El término «sexuación», utilizado por Lacan, es de estos últimos. Más allá de la sexualidad biológica, designa el modo en que, en el inconciente, los dos sexos se reconocen y se diferencian.
En Freud, por otra parte, ya se hace sentir la necesidad de forjar categorías nuevas,
especialmente por el hecho de que atribuye un papel central al falo, y para los dos sexos. Si en
la fase fálica, momento determinante para el sujeto, «un solo órgano genital, el órgano masculino,
juega un rol» (La organización genital infantil, 1923), este «órgano» no debe situarse en el nivel
de la realidad anatómica, nivel en el que cada sexo tiene el propio. De entrada, el falo se sitúa
como símbolo.
Es verdad que todo eso introduce al psicoanálisis en una teorización delicada. Por un lado, Freud
se ve llevado a sostener que lo que dice del falo vale para los dos sexos. Pero, al mismo tiempo,
reconoce no poder describirlo de manera satisfactoria más que en lo concerniente a los
hombres. Se trata, por lo tanto, de derecho, de un universal. Pero, de hecho, descriptible para
«no-todos». En el artículo Sobre las teorías sexuales infantiles, 1908, del mismo modo, Freud
presenta las hipótesis hechas por el niño para explicarse los misterios de la sexualidad y del
nacimiento. Pero Freud previene desde el comienzo mismo: «circunstancias externas e internas
desfavorables hacen que las informaciones que voy a exponer recaigan principalmente sobre la
evolución sexual de un solo sexo, a saber, el sexo masculino».
La diferencia de los sexos. Si la dificultad para situar las cosas del lado femenino es presentada
aquí como circunstancial, la historia iba a hacerla aparecer como uno de los problemas
principales del psicoanálisis.
Porque si la sexualidad humana se define como subvertida de entrada por el lenguaje, el término
que designa sus efectos no tendrá en sí mismo un valor masculino o femenino. Estará más bien
constituido por un significante que representa los efectos del significante sobre el sujeto, es
decir, la orientación de un deseo regulado por la inderdicción. Este será el significante fálico, del
que el órgano masculino sólo constituye una representación particular. El símbolo fálico, en una
perspectiva lacaniana, no representa al pene. Es más bien este el que, a causa de sus
propiedades eréctiles y detumescentes, puede representar la manera en que el deseo se ordena
a partir de la castración.
Ahora bien, si el falo como significante simboliza la quita operada sobre todo sujeto por la ley que
nos rige, se hace muy problemático introducir en la especie humana una distinción que separaría
dentro de ella una mitad. Si nos quedamos aquí, nada permite regular, en el inconciente, la
cuestión de la diferencia de los sexos, nada permite captar lo que puede distinguir a un sexo del
otro.
En este punto, la experiencia clínica da un nuevo impulso a estas cuestiones. Es que ella nos
muestra, efectivamente, hasta qué punto la cuestión del sexo insiste en el inconciente: no tanto
la cuestión de la actividad sexual, sino sobre todo la de lo que puede diferenciar a los sexos
desde el momento en que un mismo signifícante los homogeneiza, y con ello, particularmente, la
cuestión de qué es ser una mujer.
Esta pregunta es la que se plantea con fuerza la histérica. Si Dora (Fragmento de análisis de un
caso de histeria, 1905) le da tal importancia a la Sra. K., no es esencialmente porque la desee.
Es por -que puede interrogar en ella el misterio de su propia femineidad. Identificada con el Sr. K.,
Dora puede retomar a través de la Sra. K. la pregunta sobre qué es ser mujer.
Lacan dedicó una gran parte de su trabajo a elaborar estas cuestiones, aunque más no sea
precisando en primer lugar la descripción freudiana: la del varón que debe poder renunciar a ser
el falo materno si quiere poder prevalerse de la insignia de la virilidad, heredada del padre; la de
la niña que debe renunciar a tal herencia, pero por esa razón encuentra un acceso más fácil
para identificarse ella misma con el objeto del deseo. De allí estas síntesis cautivantes: «el
hombre no es sin tenerlo» [no deja de tenerlo, pero a costa de no serlo, es decir, se relaciona
con el tener un semblante de falo: el pene], «la mujer es sin tenerlo» [es semblante de falo, pero
sin tenerlo].
Pero cuando el psicoanalista habla de sexuación, se refiere sobre todo a un estado más
elaborado, más formalizado de la teoría de Lacan, más precisamente, a las «fórmulas de la
sexuación».
Las fórmulas de la sexuación. Las fórmulas de la sexuación suponen al menos como previa una
redefinición del falo, o de la función fálica, y una interrogación acerca de su dimensión de
universal
Si el falo, desde Freud, vale en tanto significante del deseo, también es al mismo tiempo
significante de la castración, en cuanto esta no es más que la ley que rige al deseo humano, que
lo mantiene en sus límites precisos. Lacan puede entonces denominar función fálica a la función
de la castración.
A partir de estas definiciones, la cuestión decisiva va a recaer sobre el punto de lo universal. En
la perspectiva freudiana, el símbolo fálico, alrededor del cual se organiza la sexualidad humana,
vale de derecho para todos. Pero, ¿qué quiere decir precisamente este «todos»? Para
responder a esto, debemos retomar, con Lacan, la cuestión de lo que constituye como tal a un
universal.
¿Bajo qué condición puede plantearse la existencia de un «todos» sometido a la castración
(escrito como «x Fx)? Bajo la condición, aparentemente paradójica, de que haya al menos uno
que no esté sometido a ella ($x             ).
Esto es, en efecto, señala Lacan, lo propio de toda constitución de un universal. Para constituir
una clase, el zoólogo debe determinar la posibilidad de la ausencia del rasgo que la distingue;
desde allí podrá luego plantear una clase en la que este rasgo no puede faltar.
Más allá de esta articulación lógica, ¿a qué corresponden las fórmulas $x             y «x Fx Estas
organizan el modo en que los sujetos varones se relacionan con la castración: planteando la
existencia de un Padre que no estaría sometido a ella (se lo puede ilustrar con el mito del padre
de la horda primitiva); y es así corno establecen el estatuto de los que reivindican a este padre,
aun muerto. En tanto se arrogan la posesión de las insignias del Padre, en tanto aceptan su ley,
estos sujetos pueden agruparse en Iglesias o ejércitos, en sindicatos, en partidos, en grupos de
toda clase. Este es su modo ordinario de hacer universo, de hacer un «todos».
Debemos hacer notar, por otra parte, que para designar la especie humana en su conjunto
(hombres y mujeres), algunos idiomas hablan de «el Hombre». La mujer, dice Lacan, no existe.
Entendamos simplemente con ello que las mujeres no tienen vocación para hacer universo. De
hecho, la clínica muestra que la cuestión de qué es una mujer no se resuelve para cada una de
ellas en una generalización inmediata y debe ser tomada caso por caso.
Estas fórmulas, que, presentadas brevemente, pueden parecer abstractas, operan hoy en todo
un sector de las investigaciones psícoanalíticas. Entre otras cosas, ya han servido para situar la
relación específica del hombre con los objetos parciales separados por la operación de la
castración (objetos a). Véase objeto a. Y para situar, también, la relación de las mujeres con el
punto enigmático que, en el inconciente, designaría un goce Otro que el regulado por la
castración, punto cernible por el lenguaje, aunque el lenguaje no pueda describirlo, punto del que
las novelas de Marguerite Duras, por ejemplo, dan una idea.