Diccionario de psicología, letra S, Significante

Significante
 
«La otra escena» freudiana declina una paradoja: no sólo el signo no ha de leerse en su relación
contextual (valor en Saussure), sino que incluso el significado del significante no es un concepto
delimitable en el interior del campo lingüístico propiamente dicho; es el deseo.
El significante, según Saussure, es la representación psíquica del sonido tal como lo perciben
nuestros sentidos, mientras que el significado es el concepto al cual corresponde. Las
operaciones metafórico-metonímicas que operan en el lenguaje, y el abordaje clínico de las
psicosis, en las que el signo lingüístico está alterado por una «invasión del significante» (Las
psicosis, 1955-1956), llevan a Lacan a invertir el algoritmo saussuriano, para afirmar la
supremacía del significante sobre el significado: el significante consistirá en «la estructura
sincrónica del material del lenguaje», mientras que el significado lo gobierna «históricamente»
(Escritos).
El algoritmo es en sí la notación del proceso del significante. Un ejemplo célebre (Escritos)
subraya la supremacía del significante. Desde las ventanillas del tren que entra en una estación,
dos niños ven las puertas de los baños. «¡Vaya -dice el varón-, estamos en Damas!» «¡Imbécil!
-responde la hermanita-, ¿no ves que estamos en Caballeros?» Lacan observa que los niños no
escogen el significado (la cabina) sino el significante que corresponde al sexo opuesto
(«caballeros» la niña y «damas» el varón); relaciona esta elección con la castración
(presencia/ausencia del pene) y con el agujero del significante, porque precisamente éste es la
marca de la falta en el Otro.
El significante es ante todo significante de la falta en el Otro; el Otro es el garante de la palabra, con la condición de que no se admita que a su vez un Otro del Otro pueda ser lugar de la
verdad; en consecuencia, el Otro inducirá una distancia entre un significante y otro. Será
entonces sólo en otro tiempo que se podrá acceder al significado. Por ello Lacan escribe que «el
efecto del lenguaje es la causa introducida en el sujeto» (Escritos); esta causa recubre la
cuestión de la castración, y su funcionamiento es organizado por el proceso de la metáfora
paterna: un significante S2 representa a un significante SI reprimido, al que S2 sustituye.
Se vuelve a encontrar este encaminamiento en la construcción de la cadena significante, puesto
que, por una parte, el sentido de ésta sólo está buclado retroactivamente (punto de
almohadillado) y, por la otra, el sujeto mismo de la enunciación interviene con respecto a su
división originaria (fading).
En este sentido, el signo «es lo que representa algo para alguien» (L’identification, 1961-1962),
pero el significante no representará el pensamiento del sujeto sino «de una manera alternante»;
de allí la fórmula frecuentemente repetida por Lacan: «el significante representa al sujeto para
otro significante». No se trata de olvidar en este caso que el compromiso en la palabra es un
acto, que éste se basa en un decir y que, desde esta óptica, una operación de sustitución
idéntica se reitera en la cadena significante, puesto que ésta consiste en un despliegue en el
tiempo.
En realidad, la problemática debe tomarse de raíz en el momento del compromiso del sujeto en la
lengua por su acto de enunciación, pues el deseo tal como es desplegado por la articulación
significante se inscribe por la negatividad; esta noción de inscripción es fundamental en el
pensamiento de Lacan. La supremacía lacaniana del significante sobre el significado destaca
dos dimensiones cuya vecindad parece sorprendente: la de la escucha, del oír, y la de la lectura,
que subtiende una idea de inscripción mínima del sujeto en un trazo. Subrayemos lo esencial que
es este concepto de lectura; el sujeto sólo «inventa» el significante a partir de «algo que está ya
allí para ser leído»: la huella (l’Identification). El descubrimiento de una huella en la arena consiste
en una identificación del sujeto con un trazo negativo que hace corte (con el objeto que se
considera que representa) sobre un «fondo de ausencia» (Freud, Psicología de las masas y
análisis del yo), que Freud designa como «identificación «parcial», extremadamente limitada, que
no toma más que un solo trazo». La identificación con ese «trazo unario» trata de colmar el vacío
dejado por la ausencia de un significante original, ausencia que al mismo tiempo plantea la
cuestión del engendramiento del significante y del sujeto.
Esta inscripción mínima se realiza sobre un fondo de negación: son indispensables tres tiempos
para el engendramiento de un significante. El primer tiempo consiste en el descubrimiento de una huella en la arena. ¿Es un signo? ¿Para quién? ¿En relación con qué? De entrada se revela
proveniente del Otro. Pero, para encararla, se necesita un segundo tiempo, el de la vocalización,
y de tal modo esa huella adquiere un estatuto fonético; como sílaba, tendrá que articularse al
menos con otra sílaba para marcar su diferencia; con ello hay creación de sentido por
homofonía; este tiempo es el del equívoco entre el sonido y el sentido. De allí la necesidad de un
tercer tiempo, el de retorno sobre el primero para engendrar al significante: huella de paso en la
cual el significante «paso» [pas] corresponde al concepto «paso». Pero el significante «paso»
transforma al mismo tiempo la huella de paso en letra que tacha y excluye la huella inicial, es
decir que «no hay huella» [pas de trace]: la acogida de la letra se ofrece en la negatividad.
Significante, letra y negación están en consecuencia fundamentalmente en el origen del sujeto, y
abren un camino de sentido que se le escapa. La negatividad pone en primer plano la función de
la letra como trazo que tacha en el momento mismo en el que el sujeto se compromete en el acto
de enunciación. Así, cuando se engendra el significante, la escritura funciona ya como
operación latente en el acto mismo de enunciación del sujeto ante una huella; ese tiempo da lugar
a un cierto cifrado del sujeto, y la separación que instituye para desprender el material
significante (desde el segundo hasta el tercer tiempo) funda a la vez la escritura y el lenguaje, a
partir de los cuales va a estructurarse el sujeto. Así, dirá Lacan, «en el acto de enunciación hay
esa nominación latente que es concebible como siendo el primer núcleo de lo que va después a
organizarse como cadena giratoria… ese corazón hablante que llamamos el inconsciente»
(l’Identification).

s. m. (fr. signfilant; ingl. signffier; al. [der] Signfikant). Elemento del discurso, registrable en los
niveles conciente e inconciente, que representa al sujeto y lo determina.
Después de S. Freud es evidente que el psicoanálisis es una experiencia de palabra, que exige
un reexamen del campo del lenguaje y de sus elementos constitutivos, los significantes.
La cura de las primeras histéricas, conducida por J. Breuer o por S. Freud, ya hace resaltar este
rasgo, sin duda más importante que la «toma de conciencia»: la verbalización. La histérica se
cura por poder decir lo que nunca pudo enunciar. Una histérica, Anna O., fue la que denominó al
tratamiento «talking cure», cura por la palabra. Esto, por otra parte, es esclarecedor para la
etiología misma de la neurosis: lo que es patógeno en la histeria no es el trauma (por ejemplo,
haber visto a un perro tomar agua de un vaso, lo que al parecer suscitó una intensa
repugnancia), sino no haber podido verbalízar esta repugnancia. El síntoma viene en lugar de
esta verbalización y desaparece cuando el sujeto ha podido decir lo que lo afectaba.
La evolución posterior del psicoanálisis ha acentuado todavía más este papel de la palabra y
requiere una atención más precisa al lenguaje.
Desde el momento en que el método psicoanalítico, en efecto, pasa a tomar en cuenta la
actualización de los conflictos latentes más que la rememoración directa de los recuerdos
patógenos, esto lo lleva a interesarse particularmente en las formaciones del inconciente, en las
que estos conflictos se encuentran representados. Y estos están regulados por
encadenamientos rigurosos de lenguaje. Es el caso del lapsus, del olvido y, en general, del acto
fallido, que puede enunciar un deseo de manera alusiva, metafórica o metonímica. Más aún, es el
caso del chiste, que logra hacer oír lo prohibido burlando la censura. Por último, es el caso del
sueño, cuyo relato se lee como un texto complejo, que solicita una atención muy precisa a los
términos mismos que lo componen.
Debía corresponderle a Lacan sistematizar toda esta problemática recentrándola en el concepto
de significante.
El término «significante» está tomado de la lingüística. En Saussure, el signo lingüístico es una
entidad psíquica de dos caras: el significado o concepto, por ejemplo, para la palabra árbol, la
idea de «árbol» (y no el referente, el árbol real); y el significante, también realidad psíquica
puesto que se trata no del sonido material que se produce al pronunciar la palabra árbol, sino de
la imagen acústica de ese sonido, que por ejemplo se puede tener en la cabeza cuando uno
recita una poesía para sí, sin decirla en voz alta.
La autonomía del significante. Lacan retorna, trasformándolo, el concepto saussureano de
significante.
Lo que el psicoanálisis acentúa, en primer lugar, es la autonomía del significante. Al igual que en
la lingüística, el significante, en el sentido psicoanalítico, está separado del referente, pero es
también definible fuera de toda articulación, al menos en un primer momento, con el significado. El
juego con los fonemas, que tiene un valor absolutamente esencial en los niños, muestra la
importancia que tiene el lenguaje para el ser humano más allá de toda intención de significar. La
psicosis, por su lado, da otra ocasión de captar de una manera directa lo que puede ser un
significante sin significación, un significante asemántico. La frase que el psicótico oye en su
alucinación lo mienta, lo concierne, se impone a él. Pero, al no poder ser ligada con otra, no tiene,
de hecho, una verdadera significación.
Sin embargo, más allá de todas estas referencias particulares a la infancia o a la psicosis, la
distinción entre significante y significado debe ser acentuada para todo sujeto.
Lo que el algoritmo lacaniano S (Significante), S (significado)
permite escribir es la existencia de una barra que golpea [en el sentido de impresionar o
impactar] al sujeto humano a causa de la existencia del lenguaje y que hace que, al hablar, no
sepa lo que dice. Así, el Hombre de las Ratas, en Freud, se ve preso bruscamente de la
impulsión de adelgazar. Pero esta impulsión permanece incomprensible hasta tanto no se haya
revelado que en la lengua que habla, el alemán, gordo se dice «dick», y que Dick es también el
nombre de un rival del que quisiera deshacerse. Adelgazar es matar a Dick, el rival. Puede verse
el alcance de este tipo de observación. En el límite, la posibilidad misma del inconciente está
condicionada por el hecho de que un significante puede insistir en el discurso de un sujeto sin
ser asociado por ello a la significación que podría importar para él. «El lenguaje es la condición
del inconciente».
De igual modo, el síntoma, que dice algo de una manera indirecta, inaudible, puede ser
considerado como el significante de un significado inaccesible para el sujeto.
La cadena significante. Si el significante es concebido como autónomo respecto de la
significación, puede tomar entonces otra función que la de significar: la de representar al sujeto
y también determinarlo.
Tomemos un ejemplo simple. Un homosexual confiesa de buen grado su gusto por los jóvenes de
cierto estilo y de cierta edad, aquellos que designa perfectamente para él la expresión «los
soldaditos». El análisis traerá un recuerdo de un entendimiento muy grande con su madre,
recuerdo cristalizado alrededor de la evocación de aquellas tardes de verano en las que, luego
de un largo paseo, ella lo llevaba al café y pedía: «Ah, para él, una sodita [más homofónico en
francés con soldadito]» Tal recuerdo no implica, evidentemente, que, según el psicoanálisis, todo
se aclara en una vida con la evocación de algunas palabras oídas en la infancia. Pero contribuye
a caracterizar la función del significante para el sujeto humano. La manera en que este hombre
nombra al objeto de su deseo, y así determina sus rasgos, lo remite a un significante oído en la
infancia, que insiste tanto más cuanto que no ha sido reconocido como tal. Según la fórmula de
Lacan, «un significante es lo que representa al sujeto para otro significante». Hay que destacar
también aquí que lo que cuenta en «soldado» no es su significación, en relación por ejemplo con
la vida militar, sino su significancia, o sea, lo que es producido directamente por la ¡imagen
acústica de la palabra misma.
Se habrá notado ya, por otra parte, en el ejemplo de Dick, el lugar del juego de palabras en la
función del significante. Este lugar se habilita por el hecho de que no es la palabra lo que
representa, sino precisamente el significante, es decir, una secuencia acústica que puede tomar
sentidos diferentes. La obra de Freud suministra profusamente los ejemplos más diversos en
este sentido. Así sucede con esa histérica tratada en los primeros tiempos del psicoanálisis, que
sufría de un dolor terebrante [taladrante] en la frente, dolor que desapareció el día en que pudo
evocar el recuerdo de su abuela, muy desconfiada, que le dirigía una mirada «penetrante». Las
cosas permanecerían incomprensibles de no mediar la referencia al doble sentido de la palabra
«penetrante»: sentido «literal» y sentido «figurado».
Es fácil concebir, por otra parte, que estos significantes, que se asocian y se repiten fuera de
todo control del yo, que se ordenan en cadenas rigurosamente determinadas, como la gramática
determina el orden de la frase, se muestren a la vez totalmente coercitivos para el sujeto
humano. La cuestión del significante remite aquí a la de la repetición: retorno reglado de
expresiones, de secuencias fonéticas, de simples letras que esconden la vida del sujeto,
pasibles de cambiar de sentido en cada una de sus ocurrencias, insistiendo por lo tanto fuera de
toda significación definida.
Uno de los ejemplos más conocidos sobre este punto sigue siendo todavía el del Hombre de los
Lobos. Freud y luego numerosos analistas que retomaron el relato de su cura han destacado la
insistencia de un mismo símbolo, que representa una letra (V mayúscula) o una cifra (el cinco
romano). Bajo esta última forma, remitía a accesos de depresión o de fiebre que el Hombre de los
Lobos había tenido en su infancia a la quinta hora de la tarde, pero también hora de una escena
primaria (habría visto a sus padres hacer el amor en un momento en que la aguja del reloj
marcaba V). Bajo forma de letra (V o W), volvía regularmente en la inicial de nombres propios de
personajes diversos con los que había estado en conflicto; o, todavía, simbolizaba la castración,
en un sueño en el que eran arrancadas las alas a una avispa (Wespe, pero que él decía
«espe», o incluso S. P., sus iniciales). Bajo la forma gráfica, finalmente, V representa, invertido,
las orejas enhiestas de los lobos que designan por siempre. para la posteridad, a este célebre
paciente de Freud.
Alcance y límites de la referencia lingüística. El término significante resulta así esencial para la
elaboración psicoanalítica. Cabe preguntarse, en consecuencia, qué rasgos conserva de su
origen lingüístico.
Las referencias, explícitas o implícitas, son numerosas en Lacan. Conciernen sobre todo a la
dimensión estructura] del lenguaje, introducida por Saussure, pero van sin duda mucho más allá:
conviene en particular destacar, en una época en que la lingüística pragmática ha ocupado un
lugar no desdeñable entre las ciencias humanas, que la concepción lacaniana del significante
toma en cuenta desde el principio la dimensión de acto que hay en el lenguaje. El significante no
tiene solamente un efecto de sentido. Comanda o pacifica, adormece o despierta.
Más importante quizá que la referencia a la lingüística es la que podemos hacer a la poética.
Como el poeta, el analista está atento a las múltiples connotaciones del significante, que abren la
posibilidad misma de la interpretación.
Pero, al fin de cuentas, ¿es el significante asimilable todavía a la imagen acústica? Esta no es, en
todo caso, su definición en Lacan. Por cierto que, en tanto se lo opone a la significación, el
significante es identificado la mayoría de las veces con una secuencia fonemática. Pero en
ocasiones también puede serlo de una manera totalmente distinta. Lacan hace así aparecer
como significante, en la primera escena de Athalie, «el temor de Dios». Esta expresión no debe
tomarse en el nivel de la significación, al menos de la significación aparente, puesto que «aquello
que se llama el temor de Dios (…) es lo contrario de un temor». Pero, si es tomada ante todo
como significante, es porque, más que otros términos, tiene un efecto sobre la significación y
sobre uno de los personajes de la pieza, Abner, al que dirige y empuja. Este último ejemplo marca
muy bien que es a partir de su efecto de sentido, y sobre todo del papel que juegan en una
economía subjetiva, como los elementos del discurso pueden tener valor de significantes.

Término introducido por Ferdinand de Saussure (1857-1913) en el marco de su teoría estructural
de la lengua, para designar la parte del signo lingüístico que remite a la representación psíquica
del sonido (o imagen acústica), por oposición a la otra parte, o significado, que remite al
concepto.
Retomado por Jacques Lacan como concepto central de su sistema de pensamiento, en
psicoanálisis el significante se convierte en el elemento significativo del discurso (consciente o
inconsciente) que determina los actos, las palabras y el destino de un sujeto sin que él lo sepa, y
a la manera de una nominación simbólica.
En su Cours de linguistique générale, Ferdinand de Saussure divide el signo lingüístico en dos
partes. Llama significante a la imagen acústica (te un concepto, y significado al concepto en sí.
Por ejemplo, la palabra «árboV no remite desde el punto de vista lingüístico al árbol real (el
referente), sino a la idea de árbol (el significado) y a un sonido (el significante) que se pronuncia
con la ayuda de cinco fonemas: árbol. Por lo tanto, el signo lingüístico une un concepto con una
imagen acústica, y no una cosa con un nombre.
Por otro lado, el signo forma parte de un sistema de valores. El valor de un signo se mide por su
relación con todos los otros signos, y resulta negativamente de la presencia simultánea de estos
últimos en la lengua, la cual es concebida como la totalidad sincrónica (es decir, estructural) de
todos los signos que se encuentran en ella. Diferente del valor, la significación se deduce del
vínculo que existe entre un significante y un significado.
Con la intención de dar un fundamento estructural y lenguajero a la concepción freudiana del
inconsciente, Lacan se basa en esta lingüística saussureana para demostrar que la segunda
tópica (yo, superyó, ello) no pertenece al ámbito de la biología ni de la psicología. De modo que el
modelo saussureano de la lengua (o estructuralismo lingüístico) es a Lacan lo que el modelo
darwiniano de la biología (o evolucionismo) había sido a Sigmund Freud.
Con la Ego Psychology, y después la Self Psychology, los herederos de lengua inglesa de Freud
han querido superar o abandonar el modelo biológico del maestro, para volear su segunda tópica
hacia el lado de una psicología, es decir, de una teoría del yo, de la persona o de la
representación fenomenológica de los otros. A patir de 1950, Lacan rechazó esta elaboración,
calificada por él de psicologista, y propuso otra lectura de los textos freudianos, más literal, que
consiste en criticar el «cientificismo» biológico de Freud, en otorgarle primacía al inconsciente por
sobre la conciencia, y en añadir al yo una teoría de la determinación del sujeto por el significante.
La noción lacaniana de sujeto (del deseo) proviene de la filosofía hegeliana, a la que Lacan tuvo
acceso a través de la enseñanza de Alexandre Koj~ve (1902-1968), y de los comentarios de
Alexandre Koyré (1892-1964) sobre el cogito cartesiano.
En cuanto a su teoría del significante, fue elaborada en dos tiempos. Entre 1949 y 1956, se basó
en una lectura de los textos de Saussure dedicados a los signos lingüísticos, y en los de Claude
Lévi-Strauss sobre la función simbólica (lo simbólico), en el contexto de una problemática
heideggeriana de la verdad ontológica. En un segundo momento, entre 1956 y 1961, Lacan partió
de las tesis de Roman Jakobson (1896-1982) sobre los ejes del lenguaje, para dar un estatuto
lógico a la teoría del significante. Abandonó entonces la referencia a la ontología heideggeriana.
Tal es el «estructuralismo» lacaniano, fundado en la idea de que la verdadera libertad humana
deriva de la conciencia que puede tener el sujeto de que no es libre, en virtud de la
determinación inconsciente. A los ojos de Lacan, la forma freudiana de una conciencia de sí
dividida (o clivaje del yo) es más subversiva que la creencia (por ejemplo sartreana) en una
posible filosofía de la libertad.
Sin duda ha sido Michel Foucault (1926-1984) quien mejor resumió lo que fue para la generación
de las décadas de 1950 y 1960 el pasaje de una filosofía de la libertad subjetiva a una
concepción estructura] del sujeto: «La novedad era la siguiente: descubrimos que la filosofía y
las ciencias humanas vivían sobre una concepción muy tradicional del sujeto humano, y que no
bastaba con decir, a veces, con unos, que el sujeto era radicalmente libre, y otras veces, con
los otros, que estaba determinado por las condiciones sociales. Descubrimos que había que
tratar de liberar todo lo que se oculta detrás del empleo aparentemente simple del pronombre
«yo». El sujeto: una cosa compleja, frágil, de la que es difícil hablar y sin la cual no podemos
hablar»
Saussure ubicaba el significado sobre el significante, separándolos por una barra llamada de
significación. Lacan invirtió esta posición, colocando el significado debajo del significante, al
que le atribuía una función primordial. Después, tomando en cuenta la noción de valor, subraya
que toda significación remite a otra significación, de lo cual deduce que el significante está
aislado del significado como una letra, un rasgo o una palabra símbolo desprovista de
significación, pero determinante en tanto función para el discurso o el destino del sujeto. A este
sujeto, que no es asimilable a un yo, Lacan lo llama «sujeto del inconsciente». No es un sujeto
«pleno», está representado por el significante, es decir, por la letra en la que se marca el anclaje
del inconsciente en el lenguaje.
Pero también lo representa una cadena de significantes en la cual el plano del enunciado sólo
corresponde al plano de la enunciación en «puntos de almohadillado». Lacan llama punto de
almohadillado (point de capiton) al momento en el que, en la cadena, un significante se anuda a
un significado para producir una significación. Ésta es la única operación que detiene el
deslizamiento de la significación, haciendo que los dos planos se reúnan puntualmente. De allí la
idea de que la «puntuación» es un modo de intervenir en el desarrollo de una sesión de análisis,
cortándola, interrumpiéndola con una producción significativa: una interpretación verdadera. La
teoría del significante justifica en consecuencia el principio de la sesión de duración variable
(llamada «sesión breve») introducida por Lacan como innovación en la técnica psicoanalítica.
En su seminario del 30 de mayo de 1955, Lacan ilustró esta teoría del significante con el
comentario de un cuento de Edgar Allan Poe (1809-1849), «La carta robada». La historia se
desarrolla en Francia bajo la Restauración. El caballero Auguste Dupin debe resolver un enigma.
Por pedido del prefecto de policía, logra encontrar una carta comprometedora robada a la reina y
ocultada por el ministro. Puesta a la vista sobre la chimenea de su despacho, la carta era de
hecho visible para quien quisiera verla. Pero los policías no la descubrían porque estaban
encerrados en el señuelo de la psicología. En lugar de mirar la evidencia que tenían ante sus
ojos, atribuían intenciones a los ladrones. Dupin, por su parte, prefirió actuar de una manera
totalmente distinta, y con toda urbanidad le solicitó una audiencia al ministro. Mientras éste le
hablaba, observó el lugar con una mirada alerta y oculta detrás de unas gafas opacas que había
tenido el cuidado de calzarse. De inmediato ubicó el objeto, y lo sustrajo sin que el ladrón lo
advirtiera, reemplazándolo por otro idéntico. De modo que el ministro ignoraba que su secreto
había sido descubierto, y siguió creyéndose dueño del juego y de la reina, pues poseer la carta
le daba poder sobre su destinatario. Es decir, no sabía que ya no lo tenía, mientras que la reina sí
sabía que el ministro ya no podría presionarla con la amenaza de denunciarla al rey: el
ascendiente, la influencia, dependía de la posesión y el no empleo de la carta. Para explicarle su
técnica al narrador, Dupin cuenta la anécdota de un muchachito que jugaba al «par o impar». Uno
de los jugadores tiene en la mano cerrada una cierta cantidad de bolitas y le pregunta al otro:
«¿Par o impar?» Si el otro adivina, gana una bolita, y si se equivoca la pierde. Dupin añade: «El
niño del que hablo ganaba todas las bolitas de la escuela. Naturalmente, tenía un modo de
adivinación que consistía en la simple observación aplicada del grado de astucia de sus
adversarios.»
El «Seminario sobre «La carta robada»», que en 1966 aparecerá como apertura en los Escritos,
da testimonio del modo en que Lacan pasó de una teoría de la función simbólica (del
inconsciente) tomada a Lévi-Strauss, a una «lógica» del significante. Según Lacan, una carta
(lettre) llega siempre a destino, porque la letra (lettre), es decir, el significante, tal como está
inscrito en el inconsciente, determina la historia del sujeto, su relación o su no-relación con el
prójimo. Ningún sujeto es el amo de la letra (de su destino) y, si lo cree, corre el riesgo de quedar
prendido al mismo señuelo que los policías o el ministro del cuento.
La obra saussureana no proporciona todas las claves de la lectura lacaniana del inconsciente
freudiano. En 1957, en su conferencia «La instancia de la letra en el inconsciente», Lacan añadió
dos elementos a su teoría: la metáfora y la metonimia. Se los debía a una lectura de
Fundamentals of Language, publicado por Roman Jakobson y Morris Halle en La Haya. Un
artículo contenido en esa compilación, «Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de afasia»,
retomado en 1963 en los Essais de linguistique générale, le permitieron organizar de manera
estructural su hipótesis del inconsciente-lenguaje. Jakobson pone de manifiesto la estructura
bipolar del lenguaje, gracias a la cual el ser hablante efectúa sin saberlo dos tipos de
actividades: una tiene que ver con la semejanza y se refiere a la selección de los paradigmas o
«unidades de lengua»; la otra remite a la contigüidad y concierne a la combinación sintagmática
de esas mismas unidades. En la actividad de selección, se elige o prefiere una palabra a otra:
por ejemplo, se emplea el vocablo «bonete», por oposición a «toca» o «birrete». En la actividad de
combinación, se ponen en relación dos palabras que forman una continuidad: para describir la
vestimenta de una mujer, se asocia por ejemplo el término «falda» con «blusa», etcétera.
A partir de allí, Jakobson demuestra que los trastornos del lenguaje consecutivos a una afasia a
veces privan al individuo de la actividad de selección, y otras veces de la actividad de
combinación. Después convoca a la antigua retórica al servicio de la lingüística, para subrayar
que la actividad selectiva del lenguaje no es más que el ejercicio de una función metafórica, y
que la actividad combinatoria se asemeja al procedimiento de la metonimia. Los trastornos de la
primera impiden que el sujeto recurra a la metáfora y los trastornos de la segunda le vedan toda
actividad metonímica. Jakobson señala que los dos procedimientos se encuentran en el
funcionamiento del sueño descrito por Freud. Ubica el simbolismo en el ámbito de la actividad
metafórica, y la condensación y el desplazamiento en la actividad metonímica.
Retornando esta demostración, Lacan transcribe de otro modo la concepción freudiana del
trabajo del sueño. Si bien éste se caracteriza por una actividad de transposición entre un
contenido latente y un contenido manifiesto (La interpretación de los sueños), esta operación
puede traducirse en términos lingüísticos como el deslizamiento del significado bajo el
significante. Hay entonces dos vertientes de la incidencia del significante sobre el significado:
una es la condensación «o superposición de los significantes» (palabras y personajes
compuestos), mientras que la otra se asemeja a una «transferencia de fondos» de la
significación (la parte por el todo, o contigüidad) y designa un desplazamiento.
De modo que, contrariamente a Jakobson, Lacan asimila la noción freudiana de condensación a
una metáfora, y el desplazamiento a una metonimia. Según él, tres fórmulas describen la
incidencia del significante sobre el significado: 1) la fórmula general describe la función
significante a partir de la barra de resistencia a la significación; 2) la fórmula de la metonimia
traduce la función de conexión de los significantes entre sí, y la elisión del significado remite al
objeto del deseo que falta en la cadena (significante); 3) la fórmula de la metáfora da la clave de
una función de sustitución de un significante por otro, mediante la cual es representado el sujeto.
En 1975, en una conferencia titulada «Le facteur de la vérité», Jacques Derrida comentó esta
teoría del significante, criticando la lectura hecha por Lacan del cuento de Edgar Allan Poe y
demostrando que una carta no llega tan simplemente a destino. Subrayó que, en la escritura
misma del «Seminario sobre «La carta robada»», Lacan se remitía a sí mismo la indivisibilidad de la
letra-carta, es decir, el «todo» o «uno» de su doctrina: un dogma de la unidad. Al «dogma» del
significante, que corría el riesgo de organizarse en un «poste restante» a fin de devolver al
«camino correcto lo que estaba en espera», Derrida opone el estallido y la desconstrucción del
Uno. Este debate sobre la «primacía del significante» y su posible desconstrucción por una
lectura derridiana, sería el punto de partida en los Estados Unidos de una vasta polémica sobre
el estructuralismo, el lacanismo y el posestructuralismo.