Diccionario de psicología, letra S, Símbolo

Símbolo
 
s. m. (fr. symbole; ingl. symbol; al. Symbol, Sintibild). Elemento de los intercambios y
representaciones del ser humano, que tiene a primera vista una función de representación,0pero
que, más fundamentalmente, es constitutivo de la realidad humana misma.
El término símbolo presenta, en su sentido más general, una ambigüedad no desdeñable. Si se entiende efectivamente por signo todo objeto, toda forma, todo fenómeno que representa algo distinto de sí mismo, ¿cómo especificar lo que se entiende por símbolo? Es notable que se haya podido designar con este término a la vez al signo más «motivado», por ejemplo el que
representa a la cosa por el hecho de sus relaciones de analogía con ella (la balanza que
representa a la justicia como equilibrio), y al signo más convencional, si se toma como ejemplo al
símbolo matemático. Si, para Saussure, los símbolos son representaciones la mayor parte de las
veces ¡cónicas, que tienen semejanzas con la cosa representada, para Peirce, en cambio, los
símbolos se oponen a los íconos. También se oponen a los indicios, es decir, a los signos que
anuncian naturalmente otro hecho.
En Freud. El uso del término símbolo en psicoanálisis podría parecer conforme con la primera de
las dos acepciones anteriores, al menos cuando nos remitimos a La interpretación de los sueños
(1900) de S. Freud, Para este es innegable que el sueño expresa a veces al deseo reprimido por
medio de un símbolo y que, «en toda una serie de casos, se ve claramente lo que hay de común
entre el símbolo y lo que representa». En este sentido, se dirá que el rey y la reina representan
bastante claramente en el sueño a los padres del soñante. En este tipo de explicación, que tiene
su pertinencia, aunque limitada, los símbolos tendrán la mayor parte de las veces una
significación sexual: un objeto alargado representaría corrientemente al miembro masculino, y el
hecho de subir una escalera, al coito.
Tal acercamiento se ha mostrado sin duda fecundo fuera de la teoría de la cura propiamente
dicha, ya que, en efecto, ha permitido encontrar en los cuentos o en los mitos una simbología
análoga a la del sueño, una simbólica en la que el símbolo fálico tiene un papel preeminente. Esto
no quita que su alcance deba ser limitado estrictamente.
En primer lugar, desde el punto de vista de la práctica, y especialmente de la interpretación, el
sueño no se decodifica con una grilla de símbolos, con una «clave de los sueños». Supone, por
el contrario, tomar en cuenta las asociaciones del soñante, las únicas que pueden hacer
entender el sentido que tal elemento puede tener para él. Además, aun cuando un símbolo
parece tener un valor universal, lo toma no de una especie de código autónomo, que remite,
como en C. Jung, a un inconciente colectivo, sino a vías de asociación franqueadas por el
lenguaje: si la imagen de un hombre subiendo una escalera puede significar el coito, es sin duda
sobre todo porque, en alemán, se emplea el verbo steigen («montar») para designar el acto
sexual, o porque, en francés, se habla de un «Vieux marcheur» («marches» son los peldaños
de una escalera) [se llama en francés peyorativamente vieux marcheur al viejo que corteja a las
mujeres; en castellano se usa también «montar» como sinónimo del coito].
Con Lacan. J. Lacan, por su parte, aborda la cuestión del símbolo de una manera bastante
diferente. Parte en efecto del don, que establece el intercambio entre los grupos humanos, y
que, en este sentido, es ante todo significante de un pacto. Pues, si los objetos del don pueden
tener tal valor, es principalmente porque se los despoja de su función utilitaria: «Jarrones hechos
para estar vacíos, escudos demasiado pesados para cargarlos, gavillas que se secarán, picas
clavadas en el suelo, carecen de uso por destino, cuando no son superfluos por su
abundancia» («Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis», en Escritos,
1966). El símbolo se constituye en primer término como «vaciamiento» de lo real. Esta
determinación es esencial para el psicoanálisis. Si el falo tiene valor de símbolo, es precisamente porque no se confunde con el órgano biológico.
Es en la palabra, más aún, en el significante, donde el símbolo toma su valor acabado. Si este,
efectivamente, separa al hombre de la relación inmediata con la cosa («La palabra es el
asesinato de la cosa», dice Lacan), es al mismo tiempo lo que la hace subsistir como tal más allá
de sus trasformaciones o de su desaparición empíricas: «Es el mundo de las palabras el que
crea el mundo de las cosas». Y la palabra no sólo organiza la realidad. Da al hombre su único
modo de acceso a esta realidad, pero también al otro, ya sea el otro del amor o el de la rivalidad.
Y si la letra puede inscribir el deseo en el inconciente, si el significante puede expresarlo, es
porque el símbolo rige al mundo humano. «El hombre habla -dice Lacan-, pero porque el símbolo
lo ha hecho hombre».