Diccionario de psicología, letra S, Sociedad psicológica de los miércoles

Sociedad psicológica de los miércoles
(psychologische Mittwoch – Gesellschaft)
 
Creada en 1902 por Sigmund Freud, Alfred Adler, Wilhelm Stekel, Rudolf Reitler (1865-1917) y Max Kahane (1866-1923), la Sociedad Psicológica de los Miércoles fue el primer círculo de la historia del movimiento psicoanalítico. Duró cinco años, entre 1902 y 1907, y fue más tarde reemplazada por una verdadera institución de tipo asociativo, la Wiener Psychoanalytische
Vereinigung (WPV), que sirvió de modelo a todas las sociedades agrupadas en la International
Psychoanalytical Association (IPA) a partir de 19 10.
Verdadero banquete socrático impregnado del espíritu vienés de principios de siglo, la Sociedad
de los Miércoles fue un laboratorio de ideas freudianas. Entre 1902 y 1907, hombres
provenientes de diversos horizontes se reunían en torno de un maestro, en su domicilio de la
Berggasse, con el único objetivo de despertar la conciencia a la luz de la inteligencia suprema de
quien había creado una nueva doctrina: el psicoanálisis.
«En el primer piso -escribió Michel Selmeider-, todas las noches de los miércoles del año
académico se reunían una docena de personas, exactamente a las nueve. Todos habían ya
cenado, pero se les ofrecía un cigarro y café [. .. ]. Casi todos eran judíos, la mayor parte
médicos, pero algunos filósofos, artistas, educadores, en ciertos casos simplemente espíritus
eruditos y curiosos.»
El ritual era siempre el mismo. Formando un cenáculo alrededor del «padre», los hombres del
miércoles se identificaban con la famosa «horda salvaje» que Freud describiría en Tótem y tabú,
tomando el tema de Charles Darwin (1809-1882). Sentados en torno a una mesa oval, tenían la
obligación de tomar parte en los intercambios, sin derecho a leer textos preparados de
antemano. En cada reunión se preparaba una urna que contenía los nombres de los
participantes. Se sacaba un nombre al azar y se iniciaba la conferencia, seguida por la
discusión.
Ligados por una insatisfacción común respecto de la ciencia de su época, los hombres del
miércoles proporcionan una imagen bastante fiel de la cultura de la Mitteleuropa. Como el mundo
en el que vivían, estaban desgarrados por conflictos y, cada vez que se encontraban, al hablar
de sus casos clínicos, de sus utopías o de su aspiración a un mundo nuevo, del inconsciente,
del sueño o la sexualidad, también se referían a sus propios problemas, a su vida privada, a sus
amores. Lo que los impulsaba a comprender a sus semejantes era la curiosidad por sí mismos,
por su infancia, sus progenitores, su identidad. Pocas mujeres participaron en las experiencias
de ese cenáculo masculino, que a veces puso de manifiesto una increíble misoginia, sobre todo
en los casos de Isidor Sadger y Fritz Wittels.
En 1902, con excepción de Freud, ningún participante era aún psicoanalista. Hacia 1904
comenzaron a ejercer Stekel y Paul Federn, y cuatro años más tarde eran ya profesionales del
análisis aproximadamente la mitad de los miembros de la Sociedad, todos analizados por Freud o
Federn. Las primeras curas no supusieron un cursus ni un principio didáctico, y quienes las
realizaron eran los pioneros de una práctica todavía no codificada. Ellos inventaron día a día la
técnica del psicoanálisis, la clínica de la cura, la exposición de casos, la constelación conceptual
de la doctrina.
En 1906, el joven Otto Rank, designado secretario, se encargó de levantar las actas detalladas
de las sesiones. Gracias a él, el grupo accedió a otro estatuto. El cenáculo se convirtió en un
lugar de memoria. Las famosas Actas, primer archivo de la historia del freudismo, fueron
cuidadosamente conservadas por Freud, quien las salvó del nazismo al entregarlas a Federn,
quien a su vez confió su custodia a Hermann Nunberg. Resulta fascinante la lectura de esta
transcripción palabra por palabra, única en los anales del psicoanálisis, que pone en escena el
nacimiento de un movimiento, la dialéctica de un pensamiento, la esencia de un diálogo.
En 1907 la Sociedad tenía veintidós miembros activos, y Freud anunció su disolución. Al año
siguiente se transformó en Asociación, la Wiener Psychoanalytische Vereinigung (WPV),
primera institución psicoanalítica del mundo. Se disipó entonces la fiebre de los inicios, en
beneficio de la razón institucional: la Academia sucedió al banquete. De allí la abolición de la regla
que obligaba a todos a tomar la palabra. En adelante, sólo algunos participantes tenían autoridad,
y hablaban en presencia de discípulos, oyentes silenciosos.
La horda activa de 1902-1907 fue entonces reemplazada por una sociedad liberal moderna, con
una reglamentación democrática del derecho a la palabra y una jerarquía de maestros y alumnos;
se conservaba el miércoles como día de reunión por respeto a la tradición. Cuando esta nueva
sociedad se disolvió, en 19 10, en el momento de la creación de la IPA, tenía cincuenta y ocho
miembros (entre ellos una sola mujer), de los cuales solamente veintisiete eran médicos. Se
trataba en su mayoría de judíos austríacos, nacidos en las diversas provincias del Imperio
Austro-Húngaro: Galitzia (polaca y rusa), Bucovina, etcétera. Los otros eran rusos o húngaros.
Conocemos sus nombres gracias al paciente trabajo de Elke Mühlleitner. Quienes no tuvieron la
posibilidad de emigrar de Austria en 1938 perecieron en los campos de exterminio nazis.
En 1910 se reconstituyó una nueva WPV, incorporada a la IPA. Las sesiones ya no se
realizaban en el departamento de Freud sino en una sala llamada «colegio de los doctores». A
esas alturas ya no quedaba nada de la antigua Sociedad de los Miércoles. La Academia se había
convertido en una institución, entregada a disputas de escuela. Más tarde llegarían las
escisiones y las disidencias, con Stelcel y Adler.
Las Actas concluyen en 1918, cuando la Viena imperial que había visto nacer al psicoanálisis no
era ya más que una ciudad fantasma obsesionada por el pasado. Reducida como una piel de
zapa por los tratados de Versalles, Trianón y Saint-Germain, Austria dejó de ser el centro
neurálgico del psicoanálisis y, a pesar de las esperanzas que Freud puso en Hungría, en
adelante prevalecería en el movimiento el mundo occidental de lengua inglesa.
No fue entonces por azar por lo que Freud confió el texto precioso de las Actas a un vienés
(Federn), exiliado como él, que más tarde se lo pasó a otro vienés (Nunberg), convertido en
norteamericano. Las Actas eran el testimonio de la existencia de ese «mundo de ayer» caro a
Stefan Zweig, un mundo perdido para siempre: «Hemos querido -escribe Nunberg- dejar que el
propio lector vea por sí mismo de qué modo los participantes se influían recíprocamente, cómo
aceptaban o rechazaban lo que se les ofrecía, y hasta qué punto los dominaban a veces
influencias, emociones y prejuicios extraños al espíritu del psicoanálisis. Hemos querido dar al
lector el testimonio de las luchas que se desplegaron en la Sociedad vienesa y permitieron a sus
miembros superar sus resistencias y convertirse en psicoanalistas competentes [ … ]. Dedico
por lo tanto este estudio al viejo círculo de amigos en el que [el psicoanálisis] se originó, en
recuerdo de las horas estimulantes consagradas en común a la búsqueda intelectual.»