Diccionario de psicología, letra S, Sujeto

Sujeto
Alemán: Subjekt.
Francés: Sujet.
Inglés: Subject.
 
Término corriente en psicología, filosofía y lógica. Es empleado para designar al individuo en
tanto es a la vez observador de los otros y observado por los otros, o bien como nombre de una
instancia con la cual se relaciona un predicado o un atributo.
En filosofía, desde René Descartes (1596-1650) e Imananuel Kant (1724-1804) hasta Edmund Husserl (1859-1938), el sujeto es definido como el hombre mismo en tanto que fundamento de sus propios pensamientos y funciones. Es entonces la esencia de la subjetividad humana en lo que ella tiene de universal y singular. En esta acepción, propia de la filosofía occidental, el sujeto es el sujeto del conocimiento, del derecho o de la conciencia, sea esta conciencia empírica, trascendental o fenoménica.
En psicoanálisis, Sigmund Freud empleó el término, pero fue Jacques Lacan, entre 1950 y 1965,
quien conceptualizó la noción lógica y filosófica de sujeto en el marco de su teoría del
significante, transformando al sujeto de la conciencia en un sujeto del inconsciente, de la ciencia
y del deseo. En 1960, en «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente
freudiano», Lacan, basándose en la teoría saussuriana del signo lingüístico, enunció su
concepción de la relación del sujeto con el significante: «Un significante es lo que representa al
sujeto para otro significante». Según Lacan, este sujeto está sometido al proceso freudiano del
clivaje (del yo).

Distinto del individuo tal como lo percibimos ordinariamente, el sujeto es lo supuesto por el psicoanálisis desde que hay deseo inconciente, un deseo capturado en el deseo del Otro, pero del que sin embargo debe responder.
El sujeto, en psicoanálisis, es el sujeto del deseo que Freud descubrió en el inconciente. Este
sujeto del deseo es un efecto de la inmersión del pequeño hombre en el lenguaje. Hay que
distinguirlo por consiguiente tanto del individuo biológico como del sujeto de la comprensión.
Tampoco es ya el yo freudiano (opuesto al ello y al superyó). Mas no por ello es el yo Uel de la
gramática. Efecto del lenguaje, no es sin embargo un elemento de él: «ex-siste» (se mantiene
afuera) al precio de una pérdida, la castración.
El sujeto no es el Yo [MOI] «El yo es una función que se despliega en la dimensión de lo
imaginario. Es la sensación de un cuerpo unificado producida por la asunción por parte del sujeto
de su imagen en el espejo [véase espejo (estadio del)], en la época en la que todavía no ha
conquistado su autonomía motriz: de ahí su poder de fascinación. La consecuencia es que el yo
termina situado sobre un eje imaginario en oposición a su propia imagen (narcisismo) o a la de un
semejante (pequeño otro de Lacan) [véase esquema óptico] . Esta relación del yo con su objeto
imaginario estorba el reconocimiento, por el sujeto, de su deseo.
El deseo, por su parte, se manifiesta en las «formaciones del inconciente» (véase formaciones
del inconciente), o sea: sueños, síntomas, equivocaciones (olvidos, lapsus, actos fallidos), a
veces trasformados en logros (chistes). De esta manera, el sujeto, para el psicoanálisis, no
sabe lo que dice ni tampoco que él lo dice. Freud interpreta estos fenómenos en ruptura con el
curso «normal» de la realidad como mensajes cifrados que es preciso decriptar. Esto presupone
que tengan una estructura homogénea a la del lenguaje humano. Ellos dan testimonio de la
existencia de otro lugar desde donde se expresa el sujeto de un deseo en espera, «en
sufrimiento» [«souffrance» quiere decir sufrimiento pero igualmente alude a la correspondencia
demorada en espera de despacho]. Todo sucede como si el lugar de los significantes, aquel
desde donde «nos vienen» las palabras que articulamos (el gran Otro de Lacan), estuviera
habitado por un sujeto de un deseo enigmático.
El deseo es un efecto del lenguaje. El deseo no es la necesidad; no busca la satisfacción sino el
reconocimiento. Las necesidades del gran prematuro que es todo niño al nacer no encontrarán
su satisfacción sino a través del saber de la madre, Este no es un instinto. Es un saber hecho de
significantes de la lengua materna y de la cultura. La dependencia absoluta del pequeño hombre
es una dependencia con respecto al Otro. Debe demandar, y este es el orígen de la
orrmipotencia de los significantes maternos. En la demanda, lo buscado ya no es más el objeto
de la necesidad, sino el amor. Ahora bien, cuanto más se repite la demanda de amor, tanto más
abre ella una pregunta: la del deseo del Otro. La demanda, en efecto, tiene una estructura de
lenguaje, discontinua. En los intervalos del discurso (que siempre es el discurso del Otro, puesto que de él vienen los términos) surge la experiencia de este deseo del Otro: «El (ella) me dice eso, pero, ¿qué quiere? ¿Qué quiere que sea yo 9.». El sujeto viene al mundo, y queda comprometido en la respuesta (su deseo) por medio de la creación del fantasma, es decir, de una hipótesis sobre la falta de la madre. Por eso el deseo está ligado a una simbolización de la diferencia de los sexos, la castración, y esta castración sólo adquiere su alcance a partir de su descubrimiento como castración de la madre. Es necesario insistir en este punto: en tanto real, la madre no carece de nada. Afirmar «ella no tiene pene» es un acto simbólico. El órgano pene deviene así el falo, significante de la falta que crea en el Otro. Es el falo el que procura un lugar vacante en este Otro para el sujeto. El sujeto juega en este lugar lo poco de real que está a su disposición: el objeto erótico de la pulsión, comprometido en los intercambios con la madre, que deviene «fálico» y por ello mismo reprimido (este objeto, llamado «objeto w, es lo que queda más allá de todos los discursos del Otro: la voz, el seno, el desecho fecal, la mirada). Es la primera represión, la represión originaria con el establecimiento en el Otro del objeto causa del deseo. El sujeto existe al lenguaje. Es necesario incluso escribir: «El sujeto ex-siste al lenguaje». Está dividido y sometido a la alienación. El lenguaje funciona con una batería de significantes aptos
para combinarse o sustituirse y para producir así efectos de significación. En este momento
podemos dar la definición del sujeto que le debemos a Lacan: «Es lo que un significante
representa para otro significante».
El sujeto no tiene ser, ex-siste al lenguaje: sólo está representado allí gracias a la intervención de
un significante, es decir, de un significante marcado con la característica de la unidad, contable.
El rasgo «unario» [tomado por Lacan del «einziger Zug», la identificación con un rasgo, de
Psicología de las masas de Freud] que recorta este significante del conjunto conexo de los
otros significantes es el rasgo, la marca fálica. En cuanto al corte, es el sujeto mismo. Esta
condición es el origen de este fenómeno paradojal: un sujeto no llega a ser identificado con un
significante cualquiera (niño, judío, proletario, etc.) sino desapareciendo como sujeto bajo ese
significante y cayendo así en el sinsentido (mecanismo de la injuria) [todo atributo, que marca y
limita al yo, vulnera su narcisismo, que querría ser sin atributos, o tenerlos todos]. De la misma
manera, la verdad, no bien traída a la luz, se pierde en el saber. Nunca puede ser dicha más que
a medias, puesto que el objeto, causa verdadera del deseo del sujeto, es, él mismo, inarticulable
en la palabra. El develamiento de este objeto amenaza por otra parte a la realidad, produce
angustia, lo que prueba que el sujeto sólo se sostiene por la sustracción de este objeto. Este
objeto perdido constituye en cierto modo el marco inadvertido pero necesario de la realidad
[véase «El esquema R» en topología].
Sujeto y trabajo del psicoanálisis. Wo Es war soll Ich werden: «allí donde ello estaba, yo debo
advenir». El trabajo de un psicoanálisis según Freud es, ciertamente, abrirle la puerta a este
sujeto siempre llamado a advenir. Consiste, a través de la asociación libre de las ideas, en hacer
surgir una sorpresa, la de descubrir la incongruencia del fantasma (no con relación a una
realidad «objetiva», puesto que es el fantasma el que sostiene a esta realidad), pero con
respecto a la castración de la madre. Esta castración de la madre, esta falta de un significante
en el Otro, está ligada precisamente a la existencia del sujeto. La resistencia del sujeto neurótico
no es así tanto resistencia ante su propia castración (más bien él la exagera), sino que no quiere
renunciar a la ilusión de Otro que le demandaría esta castración. Esta suposición de un sujeto del
goce en el Otro, de un sujeto supuesto [al] saber, es el origen del fenómeno de la trasferencia
sobre el analista. Y es esta misma, la trasferencia, la que debe ceder al reconocimiento de que
no hay sujeto en el Otro, de que la única causa del deseo es este objeto a del que el analista
deviene soporte con el fin de la cura. Notemos por último que, contrariamente a lo que el término
«subjetivo» sugiere (variabilidad, singularidad), un sujeto, en tanto se reduce al corte, es
estrictamente idéntico a otro sujeto. Sólo su síntoma le confiere una originalidad, y sin duda por
ello se aferra tanto a él.