Diccionario de psicología, letra S, El superyó y el complejo de Edipo

El superyó y el complejo de Edipo:
En 1923, en El yo y el ello, Freud retorna la cuestión, en un nuevo esfuerzo, dentro de la
segunda tópica, y teniendo hasta cierto punto en cuenta las adquisiciones de Tótem y tabú
(Freud se refiere por primera vez, en el prefacio y en el propio texto, al imperativo categórico
kantiano). La instancia conserva las mismas funciones, salvo que se le retira la prueba de
realidad, para atribuirla de nuevo al yo. Esta instancia recibe un nombre doble: superyó/ideal del
yo. Por otra parte, y esto es extremadamente importante, esa parte del yo está en una relación
menos estrecha con la conciencia (Bewusstsein). Para justificar este nuevo equilibrio de los
elementos, Freud presenta una primera concepción de la génesis de ese superyó, tomando en cuenta las oposiciones (o pares contrastados) real/psíquico, ontogénesis/filogénesis,
individuo/especie humana. Como ocurre a menudo en Freud (véase el trabajo sobre el presidente
Schreber), esta presentación se basa en un juego de lenguaje, que expresa aquí los dos
momentos, afirmativo y negativo, del mandato «Tú debes (hacer como tu padre); tú no debes
(hacer como tu padre)». Al primer momento se asocia una genealogía de las identificaciones del
sujeto, sean éstas originarias, anteriores a toda investidura de objeto o «residuos» de las
primeras elecciones de objeto del ello; al segundo momento se asocia «una formación reactiva
enérgica contra esas investiduras de objeto, interdicto, sentimiento de culpa, angustia». El
complejo de Edipo, en su forma más completa, se convierte en el pivote de la formación del
superyó, en la medida en que se expresa como conflicto entre el «tú debes» y el «tú no debes».
El superyó es entonces el heredero del complejo de Edipo (tesis desarrollada en «El
sepultamiento del complejo de Edipo»). Se establece entonces un equilibrio entre los dos
aspectos del «super» (Über): la superioridad se manifiesta a la vez en la aspiración a «ser
como» y en la conciencia moral como instancia judicativa.
El ideal aparece subordinado a la instancia crítica y prohibidora. Este hecho se vincula sin
ninguna duda con la introducción de la nueva teoría de las pulsiones, que pone en juego a Eros y
a las pulsiones agresivas y de destrucción (Tánatos). La crueldad del superyó con respecto al
yo es subrayada por su vínculo con la pulsión de muerte, puesto que además, en la melancolía,
el superyó es, «por así decirlo, el puro cultivo del instinto de muerte». Sólo en El malestar en la
cultura, al relacionar el origen del superyó con el rechazo de la agresividad (siguiendo las
intuiciones de Melanie Klein y otros, integradas a sus propias perspectivas), Freud justifica
indirectamente esa oscilación entre el ideal del yo y el superyó. En las Nuevas conferencias…. el
superyó se convertirá en «el portador del ideal del yo».
De modo que el superyó es el heredero del complejo de Edipo. Por él se inscriben en el psiquismo
del sujeto las huellas de las relaciones objetales, y en consecuencia las huellas de la influencia
del mundo exterior, las vicisitudes de la alteridad. Esos objetos son en primer lugar los padres,
pero desprendidos por Freud de un familiarismo simplista. Por un lado, las huellas o rastros de los que se trata son el resultado de transformaciones complejas por identificación, proyección,
formación reactiva, etc. Por otra parte, el sujeto pertenece a la especie humana, y esta
pertenencia se expresa en Freud a través de la hipótesis filogenética. Finalmente, los padres no
deben considerarse sólo, ni sin duda en primer lugar, en su individualidad más superficial, como
era el caso del soldado de Schiller (El campo de Wallenstein), sino en su pertenencia a la
especie humana y a la cultura, a la civilización de la que forman parte, y por lo tanto a la historia
de esta especie. Tal pertenencia se reconoce en que el advenimiento del superyó está ligado,
por un lado, al prolongado estado de desamparo y dependencia infantiles del ser humano, y por
el otro, a la instauración difásica de su vida sexual. En efecto, estos dos hechos «biológicos»
instauran las condiciones durables de la interrelación necesaria del individuo y su medio humano,
que favorecen la génesis de los sentimientos morales y el hecho del Edipo y su represión. No
hay que engañarse acerca de la acepción con la que Freud concibe las incidencias de esta
prematuración biológica. «La función cultural de la prematuración biológica no implica sólo el
desamparo biológico del ser humano y la asistencia del adulto -así sea procurada con el
concurso del lenguaje-, sino también la emergencia conjunta de las posiciones del sujeto y del
prójimo a través de las vicisitudes de una comunicación en la que están en juego la credibilidad
del prójimo y la seguridad interior: destino de la pulsión, destinación de la pulsión en su
dependencia de la muerte» (Pierre Kaufmann).