Diccionario de psicología, letra T, Telepatía

Telepatía – Diccionario de psicología

Telepatía
Alemán: Telepathie.
Francés: Télépathie.
Inglés: Telepathy.

Término creado por Frederick Myers en 1882, a partir del griego télé («lejos») y pathos
(«emoción») para designar una comunicación mental a distancia (o transmisión de pensamiento)
entre dos personas que se suponen en relación psíquica. El fenómeno fue descrito por Sigmund
Freud en 1921 como una transferencia de pensamiento.
En la historia del psicoanálisis y sus orígenes, se ubican la telepatía y el espiritismo
(comunicación con los muertos a través de un médium) en la categoría de los fenómenos propios
del ocultismo.
En 1921, en una carta dirigida al psiquiatra norteamericano Hereward Carrigton, que le había
solicitado su opinión sobre los fenómenos ocultos, Sigmund Freud respondió con las siguientes
palabras: «Si yo me encontrara en el principio de mi carrera científica, en lugar de estar en el
final, quizá no elegiría otros ámbitos de investigación». Después le pidió a su destinatario que no
mencionara su nombre, porque él no creía en la «supervivencia de la personalidad después de la
muerte», y sobre todo porque deseaba instaurar una línea de separación muy clara entre el
psicoanálisis como ciencia y «ese campo de conocimiento aún inexplorado», a fin de no generar
el menor malentendido al respecto.
El hecho de que Freud haya querido siempre mantener alejada su doctrina de lo que él solía
llamar «la marea negra del ocultismo» no le impidió sentirse fascinado por ese ámbito, al punto de
demostrar acerca del tema una extrema ambivalencia. Esa fascinación que ejercían sobre él los
fenómenos del mundo de lo extraño, lo irracional o lo inexplicable, confirma que Freud perteneció
al linaje de los descubridores del inconsciente y de los hombres de ciencia herederos del
«Aufklärung sombrío», para retomar las palabras del filósofo israelí Yirmiyahu Yovel. Fue un
sabio atravesado por la división entre el cogito y la locura, que se encaminó por el camino de la
duda desde el error hasta la verdad, abrazando las teorías más extravagantes de su época (por
ejemplo las de Wilhelm Fliess), para después transformarlas o asimilarlas. En cuanto al
psicoanálisis, que tomó impulso a partir de una inmersión interpretativa en el dominio del sueño,
según la bella fórmula de Thomas Mann fue «un romanticismo convertido en científico».
La historia de las relaciones de Freud con la telepatía debe comprenderse en ese movimiento de
vacilación permanente de la doctrina psicoanalítica entre la sombra y la luz, la pasión y la razón,
lo irracional y la ciencia, pero también entre Sandor Ferenczi y Ernest Jones.
Este «episodio» del ocultismo comenzó en Viena en 1909, cuando Carl Gustav Jung, bajo la
mirada espantada de Freud, desplegó sus talentos de ilusionista, haciendo crepitar objetos
posados sobre los muebles del departamento de 19 Berggasse. Después de tratar de imitar a su
joven discípulo, Freud olvidó el asunto, que resurgió en 1910, cuando Ferenczi empezó a buscar
videntes y adivinas en las afueras de Budapest para demostrarle a su maestro la existencia de
la transmisión del pensamiento. Freud cambió entonces de opinión, y le narró a su discípulo la
historia de un astrólogo muniqués capaz de predecir el futuro a partir de la fecha de nacimiento.
Encantado, Ferenczi le respondió: «Cuando vaya a Viena, me presentaré como astrólogo de
corte de los psicoanalistas». En 1913, nuevo cambio de opinión: Freud cerró el debate
condenando de manera despiadada, en nombre de la ciencia, las experiencias telepáticas de un
cierto profesor Roth que Ferenczi había llevado a la Wiener Psychoanalytische Vereinigung
(WPV).
A partir de 1920, y hasta 1933, la cuestión de lo oculto surgió de nuevo cuando el movimiento
psicoanalítico, bajo la dirección de Max Eitingon, estableció las grandes reglas del análisis
didáctico que hicieron de la International Psychoanalytical Association (IPA) un movimiento
organizado según los principios del racionalismo positivista. En ese contexto, en el que el ideal
de una posible cientificidad del psicoanálisis iba de la mano con la institucionalización progresiva
de los principios de la cura, Freud asumió la defensa de la telepatía. Con su hija Anna y Ferenczi
hizo «dar vuelta mesas» y se entregó a experiencias de transmisión de pensamiento en el curso
de las cuales asui-nía el papel de médium, analizando sus asociaciones verbales. Jones y
Eitingon trataron entonces de frenar sus ardores, aduciendo que la. conversión del psicoanálisis
a la telepatía acrecentaría las resistencias del mundo anglosajón a la doctrina freudiana, y la
presentaría como la obra de un charlatán. Con el objetivo de hacer ingresar al psicoanálisis en la
era de la ciencia, y de marcar el fin definitivo de su anclaje en el viejo mundo austrohúngaro,
poblado de gitanos y magos, Jones propuso desterrar de los debates de la IPA todas las
investigaciones sobre el ocultismo. Freud aceptó, e impidió que Ferenczi presentara en el
Congreso de Bad-Homburg una comunicación acerca de sus experiencias telepáticas.
No obstante, en 1921 volvió a cambiar de opinión, redactando un artículo sin título que se
proponía presentar en 1922 en el Congreso de Berlín. Eitingon y Jones lo disuadieron. Freud
retiró el texto, que sería finalmente publicado en 1941 con carácter póstumo, y titulado
«Psicoanálisis y telepatía». Después de ese rechazo volvió a la carga, ese mismo año, con otro
artículo, «Sueño y telepatía», que iba en el mismo sentido. Lo hizo publicar en Imago. Diez años
más tarde dio una conferencia sobre el tema «Sueño y ocultismo», a la que incorporó el material
aportado en 1921, sobre todo el célebre caso de David Forsyth, que iba a figurar en
«Psicoanálisis y telepatía». Esa conferencia fue publicada en 1933, en el marco de las Nuevas
conferencias de introducción al psicoanálisis.
Desde el principio de «Psicoanálisis y telepatía», Freud explica su interés por el tema. El
psicoanálisis y el ocultismo tienen, según él, un punto en común: ambos han sufrido el
tratamiento desdeñoso Y altanero de la ciencia oficial. El progreso de las ciencias (el
descubrimiento del radium y la relatividad), añade en sustancia, puede haber tenido el doble
efecto de hacer pensable lo que la ciencia anterior rechazaba en el ocultismo, y al mismo tiempo
suscitar nuevas fuerzas oscurantistas. De allí el peligro: era posible que personas
irresponsables se obstinaran en manipular ciertas técnicas ocultistas para usufructuar la
credulidad de los hombres en provecho propio. Más adelante en el texto, Freud narra varias
supuestas experiencias de telepatía, en particular la de un adivino cuyas profecías no se
realizaron nunca.
Narra también la historia de un joven que consultó a una adivina, dándole la fecha de nacimiento
de su cuñado. La adivina afirmó que el cuñado moriría de un envenenamiento con ostras y
cangrejos. Estupefacto, el joven recordó que lo que se le anunciaba en realidad ya se había
producido: gran aficionado a los frutos de mar, el cuñado había estado a punto de morir de un
envenenamiento con ostras el año anterior. Freud llega a la conclusión de que en el origen de la
predicción había un fenómeno de telepatía entre el joven y la vidente: «Ese saber le fue
transferido a ella, la supuesta adivina, por vías ignotas, que excluyen los modos de
comunicación que conocemos. Es decir que debemos concluir que hubo transferencia de
pensamiento.»
Vemos entonces que Freud abandona el terreno de lo oculto y de la creencia en la telepatía por
el de la interpretación psicoanalítica. De tal modo presenta uno de los aspectos más fascinantes
de su talento de clínico, que encontramos tanto en su texto sobre Leonardo da Vinci
(1452-1519) como en los análisis de Serguei Constantinovich Pankejeff o de Marie Bonaparte. En
efecto, Freud no vacila nunca en asumir, en nombre del psicoanálisis, y porque él lo considera
una ciencia, un verdadero papel de hechicero, chamán o vidente. Lo mismo que Fausto, juega
con el Diablo.
Pero para Jones esas historias de videncia eran puras elucubraciones que ponían en peligro la
política racional de la IPA: «Usted podría ser bolchevique -le escribió a Freud-, pero no
favorecería la aceptación del psicoanálisis anunciándolo». Freud le respondió: «Es
verdaderamente difícil no herir las susceptibilidades inglesas. No veo ninguna perspectiva de
apaciguar a la opinión pública en Inglaterra, pero al menos me gustaría explicarle a usted mi
aparente inconsecuencia en lo que respecta a la telepatía [ … ]. Cuando sostengan ante usted
que he caído en el pecado, responda con calma que mi conversión a la telepatía es un asunto
personal mío, como el hecho de que soy judío, de que fumo con pasión y muchas otras cosas, y
que el tema de la telepatía es en esencia extraño al psicoanálisis.»
Estos conflictos demuestran que las incoherencias de Freud eran menos el síntoma del rechazo
o la aceptación de la telepatía en sí misma, que el signo de su estatuto de sabio visionario y de
su resistencia pasiva a la línea política preconizada por Jones. Ésta consistía en apoyar a los
norteamericanos en la defensa del análisis medicalizado, en detrimento del análisis profano, y en
llevar el conjunto de la doctrina freudiana a una especie de cientificismo evacuado de todas las
escorias de su «irracionalismo» original: espiritismo, sonambulismo, magnetismo, etcétera. En este
sentido, la crisis ocultista que atravesó el movimiento freudiano entre 1920 y 1930 remite al gran
debate sobre el abandono de la hipnosis, también recurrente en la historia del psicoanálisis.
Freud había abandonado la práctica del hipnotismo y la sugestión para basar el psicoanálisis
sobre el método de la asociación libre y el análisis de la transferencia, es decir, sobre una
concepción del sujeto en la cual éste aceptaba conscientemente la existencia de su
inconsciente. De la misma manera, tranformó la telepatía -fenómeno oculto que supone la
intervención del más allá (los astros, la videncia o lo demoníaco)- en una pura transferencia de
pensamiento a la que convenía dar una interpretación psicoanalítica. Pero, al fingir que adhería a
la telepatía, jugaba a volver a una visión de algún modo «prefreudiana», prehipnótica o magnética
de la relación transferencial. Si la transmisión de pensamiento se podía dar fuera de una
situación analizable en términos de transferencia, sólo podía comprenderse postulando un
«fluido» capaz de llevar a los sujetos a un estado de hipnosis: un estado por cierto virtual y sin
ningún soporte fisicoquímico, pero con todo un fluido, un fluido oculto, escondido, espiritual,
digno de los gurúes y las sectas, ignorado por el propio inconsciente, en una especie de
anterioridad mítica.
El juego al que se entregó Freud en las barbas de Jones confirma que, en cada crisis de la
historia del movimiento psicoanalítico, la cuestión de la telepatía retornaba al mismo tiempo que la
cuestión de la hipnosis. Siempre se trataba de reivindicar, contra una primacía demasiado
racional, demasiado universalista, incluso demasiado dogmática de la ciencia, un saber
folclórico, mágico y sobre todo liberador, un saber que se sustrae a las coacciones M orden
establecido. Cuando en este punto Freud quiere engañar a las adivinas y videntes del viejo
Imperio Austro-Húngaro, divirtiéndose en fingir que cree en la telepatía mientras la reduce a una
manifestación del inconsciente y la transferencia, demuestra bien el estatuto particular del
psicoanálisis en su relación violenta, contradictoria y ambigua con la ciencia, la locura y la
medicina, así como el carácter recurrente de su interrogación sobre sus orígenes.
La mejor traducción francesa de «Psicoanálisis y telepatía» ha sido publicada en 1983 por
Wladimir Granoff y Jean-Michel Rey. El comentario más notable sobre este texto es el de
Jacques Derrida, quien, en 1981, escribió: «De modo que el psicoanálisis [ … ] se asemeja a una
aventura de la racionalidad moderna para absorber y a la vez rechazar el cuerpo extraño
denominado Telepatía, asimilarlo y vomitarlo sin poder resolverse ni a lo uno ni a lo otro [ … ]. La
«conversión» no es una resolución, ni una solución; es aún la cicatriz hablante del cuerpo
extraño. Un medio siglo conmemora ya el Gran Viraje [ … ] la Telepatía viene hacia nosotros.