Diccionario de psicología, letra T, Transexualismo

Transexualismo
Alemán: Trans-Sexualismus.
Francés: Transsexualisme.
Inglés: Transsexualism.

Término introducido en 1953 por el psiquiatra norteamericano Harry Benjamin para designar un
trastorno puramente psíquico de la identidad sexual, caracterizado por la convicción
inquebrantable del sujeto de que pertenece al sexo opuesto.
El deseo de cambiar de sexo existió desde mucho antes de la creación del término
«transexualismo», como lo demuestra la historia del abate Choisy (1644-1734), quien vestía ropa
de mujer y se hacía llamar condesa des Barres, o incluso el caso del caballero Éon de Beaumont
(1728-1810), que sirvió en la diplomacia secreta de Luis XV vistiéndose de hombre o mujer
según las circunstancias. La célebre enfermedad de los escitas descrita por Herodoto sirvió
también de punto de partida a las reflexiones de la etnopsiquiatría (etnopsicoanálisis).
En la mitología griega, tres personajes reflejan el fenómeno: Cibeles, Atis y Hermafrodita. Gran
diosa madre de Frigia, Cibeles fue honrada en todo el mundo antiguo al punto de ser confundida
con Deméter, la madre de todos los dioses. Su amante Atis era a la vez su hijo y su compañero.
Cuando quiso casarse, ella lo volvió loco: él se castró y después se dio muerte. Ésta es la razón
de que los sacerdotes de la diosa fueran eunucos. En conmemoración del acto de Atis, los
adeptos del culto de esta diosa madre tomaron la costumbre de mutilarse en la ebriedad y el
éxtasis durante fiestas rituales. En cuanto a Hermafrodita, hijo de Hermes y Afrodita, fue amado
por una ninfa que rogó a los dioses que los reuniera en un solo cuerpo. El joven quedó entonces
provisto de un pene y dos senos.
El tema del hermafroditismo, la leyenda de Cibeles y Atis y el mito de la androginia se vuelven a encontrar en las descripciones de las diferentes patologías sexuales observadas por la
psiquiatría de fines del siglo XIX. No obstante, en los estudios de casos, la doble anatomía
(hermafroditismo) y la pérdida violenta de la madre o del sexo de origen aparecen vividas como
tragedias que desembocan en la muerte, la locura o el suicidio, mientras que la doble actividad
sexual (bisexualidad) parece mejor tolerada, en cuanto no pone en juego una transformación del
cuerpo.
En el siglo XIX se reunieron múltiples registros de casos de transformación de la identidad
sexual, a los cuales se dio el nombre de transvestismo (o travestismo), o bien hermafroditismo (o
intersexualidad). Al alienista francés Jean-Étienne Esquirol (1772-1840) se le atribuye por lo
general la primera descripción de un caso de transexualismo, y es a Richard von Krafft-Ebing a
quien se le debe el establecimiento de una escala de inversiones sexuales que van desde el
«hermafroditismo psicosexual» hasta la «metamorfosis sexual paranoica».
Como lo subrayó Michel Foucault en 1978, en la presentación de «la vida paralela» del
hermafrodita Herculine Barbin (1838-1868), sobre este tema se produjo una abundante literatura
médico-libertina a fines del siglo XIX. El caso de Herculine atrajo la atención de Ambroise Tardieu
(1818-1879), quien se había especializado en el estudio del maltrato a los niños. Herculine Barbin
fue llamada Alexina por sus padres, y después educada en un convento de niñas, pero ella se
sentía varón y su sexo era a la vez masculino y femenino (un pequeño pene, una uretra con
abertura, labios de tipo vaginal). Después de conseguir que un tribunal modificara su sexo legal,
no pudo soportar su nuevo estado, y se suicidó asfixiándose con la emanaciones de un hornillo
de carbón.
Se necesitaron los progresos de la cirugía y la medicina, y sobre todo las innovaciones de la
genética, que en 1956 permitieron identificar definitivamente la forma cromosómica del hombre
(XY) y la de la mujer (XX) -o «sexo genético»-, para que quedaran claramente establecidas las
distinciones entre el hermafroditismo, el transvestismo, las anomalías genéticas y el verdadero
transexualismo, que apareció entonces como un fascinante enigma del cual resurgían todos los
grandes mitos fundadores de las diosas madres. De allí la necesidad de crear una palabra para
designar un fenómeno que no coincidía con el deseo de transvestirse ni con una anomalía
anatómica. El transvestismo (o eonismo), muy bien descrito por Havelock Ellis y los
representantes de la sexología, es un disfraz que puede llevar a una perversión o a un
fetichismo, y el hermafroditismo es un accidente de las gónadas cuyo tratamiento corresponde a
la cirugía, pero sólo el transexualismo conduce al sujeto a cambiar de sexo legal y también a
transformar, mediante una intervención quirúrgica, su órgano sexual normal en un órgano
artificial del sexo opuesto. El transexual varón está convencido de ser una mujer, mientras que
anatómicamente es un hombre normal. Análogamente, la mujer transexual está convencida de
ser un hombre, aunque anatómicamente es una mujer.
Estos casos comenzaron a estudiarse en los Estados Unidos, en la década de 1950. El médico
Harry Benjamin creó el término y, para aliviar el sufrimiento moral de los pacientes, propuso un
tratamiento con hormonas y un ensayo de vida social, con el sexo deseado, por lo menos
durante seis meses. La cirugía se encaraba solamente en la última etapa, si subsistía el deseo
de cambiar de sexo. Más tarde, el psicoanalista Robert Stoller, en su obra Sex and Gender,
publicada en 1968 y traducida al francés con el título de Recherches sur l’identité sexuelle, fue
el primero en proponer una clasificación y un estudio sistemático de este trastorno, revisando la
teoría freudiana de la sexualidad infantil y de la diferencia de los sexos. En primer lugar, él trazó
distinciones radicales entre el transexualismo, el transvestismo, la homosexualidad y el
hermafroditismo. Después, influido a la vez por la Self Psychology y el kleinismo, consideró el
transexualismo como un trastorno de la identidad (y no de la sexualidad), diferente en los
hombres y las mujeres, ligado a la relación particular y siempre idéntica del niño con la madre. De
allí la idea de diferenciar el género como sentimiento social de la identidad (masculina o
femenina), respecto del sexo como organización anatómica de varón o mujer. (En el
transexualismo, el desfase entre sexo y género es total.) La palabra género fue más tarde
retomada en los Estados Unidos en múltiples trabajos históricos y literarios.
A partir del estudio de numerosos casos, Stoller trazó el retrato tipo y casi estructura¡ de la
«madre del transexual»: una mujer depresiva, pasiva, bisexual o sexualmente neutra, e incluso
sin interés real por la sexualidad ni apego particular al padre. Esta madre busca una simbiosis
perfecta con su hijo, que le sirve a la vez de objeto transicional y sustituto fálico. En cuanto al
padre, está siempre ausente, pero su actitud difiere según sea el sexo del niño. Tanto se
muestra indiferente al cambio de indumentaria del hijo varón cuando se viste de niña, como
favorece las actividades masculinas de la hija, encontrando en ella un cómplice en su soledad. A
veces, cuando este padre tiene dos hijos de sexo opuesto, incita al varón a feminizarse, y a la
niña a masculinizarse. Para Stoller, el transexualismo masculino, que es mucho más frecuente y
paradigmático, está cerca de la psicosis. El cambio de sexo mediante la cirugía no tiene ningún
efecto benéfico, puesto que el transexual no acepta nunca su anatomía real, la cual no
corresponde al género al que siente pertenecer. El tratamiento psicoanalítico sólo es posible en
la infancia, a título preventivo, o después de la intervención quirúrgica: permite entonces que el
paciente enfrente la tragedia nunca resuelta de su identidad imposible. Pues lo más sorprendente
es que el transexual hombre, a pesar de sus alegatos, sus denegaciones, sus renegaciones,
nunca está satisfecho con su cambio de sexo, aunque le haya sido imposible renunciar a él.
Con el desarrollo espectacular de la cirugía plástica y la extraordinaria publicidad televisiva que
rodeó a los grandes casos de emasculación voluntaria, de cambio de órgano y sexo legal, el
transexualismo ha suscitado un vasto debate a partir de 1970. En un libro vengador, la feminista
norteamericana Janice Raymond acusa a los hombres de recurrir a este medio para someter aún
más a las mujeres, sustrayéndoles sus sexo, su identidad, su anatomía.
En Francia fue Jean-Marc Alby quien en 1956 introdujo el término en la nosografía psiquiátrica.
Después se publicaron diversos trabajos que comentan la obra magistral de Stoller, en particular
los de Élisabeth Badinter. Desde una perspectiva lacaniana, Catherine Millot denominó horsexe
(«exsexo») al transexualismo, sosteniendo que en la mujer el deseo de ser amada como «un-
hombre corresponde más bien a un proceso histérico, mientras que en el hombre la voluntad de
erradicación del órgano peneano deriva de una identificación psicótica con «La Mujer», es decir,
con una totalidad imposible. Esta tesis confirmaba lo que ya surgía de todos los casos
observados, sobre todo en las historias de incesto: el trastorno de la identidad sexual es a la
vez más frecuente y más psicotizante en el hombre que en la mujer, en cuanto la simbiosis
original se produjo con una persona del sexo opuesto, la madre.
Los estudios sobre el transexualismo concuerdan con la leyenda de Atis y la tragedia de
Herculine Barbin, pero además han permitido establecer un paralelismo entre los trabajos
embriológicos que muestran la primacía del embrión femenino sobre el masculino y derivan a este
último del primero, y las tesis kleinianas según las cuales el ejercicio patológico de la
omnipotencia materna está en el origen de la psicosis y de las formas más destructivas de la
relación de objeto.
Sin embargo, la teoría freudiana de la libido única y del falocentrismo conserva toda su validez,
puesto que el estudio de los casos de transexualismo femenino demuestra que las mujeres
soportan mejor que los hombres la transformación anatómica que las convierte en varones. En
síntesis, el transexualismo femenino parece corresponder a un trastorno de la identidad de
naturaleza histérica o perversa, que pone de manifiesto el modo en que toda mujer usa su
«protesta masculina», mientras que el transexualismo masculino atestigua más bien una salvaje
voluntad de emasculacion, que no es mas que la traducción de una elección de anonadamiento
que convierte en irrisoria cualquier feminidad: de allí la fetichización, en los hombres convertidos
en mujeres, de los símbolos que más subrayan la diferencia de los géneros (ropa y zapatos de
lujo, pelucas, maquillaje exagerado, etcétera).