Diccionario de psicología, letra T, Transferencia

Transferencia

Freud utilizo- por primera vez el término francés «transfert» [transferencia] en 1888, en su
artículo sobre la histeria para el diccionario médico de Villaret: designó de ese modo el
desplazamiento del síntoma histérico en el cuerpo. Pero es en Estudios sobre la histeria (1895)
donde la transferencia (Übertragung), comparada a un falso enlace, adquiere la acepción que
conserva hasta hoy: la de implicación del analista en el psicoanálisis de un sujeto. Freud
reconoce de entrada el carácter perturbador de la transferencia, es decir, el surgimiento en el
análisis del amor que se transporta (tragen) al analista, con un papel a la vez revelador del
pasado (catalizador, dirá Ferenczi) y también de resistencia al relato de ese pasado.
En «Puntualizaciones sobre el amor de transferencia» (1915), Freud se traba en lucha con el
interrogante que surge a continuación: el amor de transferencia, ¿no es más que la copia de un
amor antiguo? Pero hay que convenir que lo propio de todo enamoramiento es repetir modelos
infantiles. Y también llega a la conclusión de que «… no hay ningún derecho a cuestionar que el
enamoramiento que aparece en el tratamiento psicoanalítico tiene el carácter de un amor
«auténtico»». Entonces, ¿qué es lo que le pondrá término, sobre todo si el analista se caracteriza,
como dice Freud en «Análisis terminable e interminable», por amar la verdad?
Aunque la respuesta de Freud queda como en suspenso, su orientación es decisiva cuando
señala que el analista no es una simple efigie -nadie puede ser matado in absentia o in effigie- y
que no puede contentarse con remitir al pasado del analizante las manifestaciones de la
transferencia que lo toman como objeto. Pero, ¿el analista está interesado en el asunto con su
propia persona? ¿Qué hay aquí de una disparidad entre analista y analizante? ¿De qué modo el
amor actual se articula con una repetición?

Transferencia, Término introducido progresivamente por Sigmund Freud y Sandor Ferenczi (entre 1900 y 1909) para designar un proceso constitutivo de la cura psicoanalítica, en virtud del cual los deseos inconscientes del analizante concernientes a objetos exteriores se repiten, en el marco de la relación analítica, con la persona del analista, colocado en la posición de esos diversos objetos.
Históricamente, la noción de transferencia adquirió toda su significación con el abandono por el
psicoanálisis de la hipnosis, la sugestión y la catarsis.
El término transferencia no es exclusivo del vocabulario psicoanalítico. Utilizado en numerosos
ámbitos, implica siempre la idea de desplazamiento, transporte, sustitución de un lugar por otro,
sin que la operación afecte la integridad del objeto.
Todas las corrientes del freudismo consideran que la transferencia es esencial para el proceso
psicoanalítico. Pero son múltiples las divergencias entre las diferentes escuelas; se refieren a su
lugar en la cura, a su manejo por el analista, al momento y los medios de su disolución. Un siglo
después del nacimiento del psicoanálisis, el concepto de transferencia es aún objeto de un
debate contradictorio, cuyo origen se encuentra en la historia de su reconocimiento, de su
evaluación teórica y de su utilización por Freud después del abandono de la hipnosis y la
catarsis.
En primer lugar, siguiendo a Henri F. Ellenberger, observaremos que la existencia de la
transferencia quedó atestiguada, antes de Freud, por una copiosa terminología: rapport,
influencia sonambúlica, necesidad de dirección, traslado afectivo, etcétera.
De hecho, la innovación freudiana consistió en reconocer en ese fenómeno un componente
esencial del psicoanálisis, al punto de que este nuevo método se distingue de todas las otras
psicoterapias por poner en juego la transferencia como instrumento de curación. Pero este
reconocimiento no fue espontáneo y, hasta el final de su vida, Freud siguió sorprendiéndose
ante la recurrencia del fenómeno (Esquema del psicoanálisis).
Al principio, en los Estudios sobre la histeria y en La interpretación de los sueños, aprehendió
la transferencia como un desplazamiento de investidura en el nivel de las representaciones
psíquicas, más bien que como componente de una relación terapéutica.
Retrospectivamente, se puede reconocer la función esencial de la transferencia en el relato del
caso «Anna O.» (Bertha Pappenheim) por Josef Breuer, aunque, si se considera el punto con
más atención, el comentario que acompaña a este historial es aún muy poco teórico.
En la oportunidad del análisis de Dora (Ida Bauer), en 1905, Freud hizo verdaderamente su
primera experiencia, negativa, de la materialidad de la transferencia. A pesar suyo, atestiguó que
el analista desempeña por cierto un papel en la transferencia del analizante. Al negarse a ser el
objeto del transporte amoroso de su paciente, Freud opuso una resistencia que desencadenó a
su vez una transferencia negativa de aquélla. Unos años más tarde, Freud denominó
contratransferencia a este fenómeno.
En 1909 Sandor Ferenczi observó que hay transferencia en todas las relaciones humanas: entre
maestro y discípulo, entre médico y enfermo, etcétera. Pero vio también que en el análisis, así
como en la hipnosis y la sugestión, el paciente ubica inconscientemente al terapeuta en una
posición parental.
En la misma fecha, en su informe sobre el análisis de un caso de neurosis obsesiva (Ernst
Lanzer), Freud comenzó a ceñir el hecho de que los sentimientos inconscientes del paciente
respecto del analista son manifestaciones de una relación reprimida con las imagos parentales.
En 1912, en «Sobre la dinámica de la transferencia», primer texto exclusivamente dedicado a la
cuestión, distinguió la transferencia positiva, hecha de ternura y amor, y la transferencia
negativa, vector de sentimientos hostiles y agresivos. A ellas se añadían las transferencias
mixtas, que reproducían los sentimientos ambivalentes del niño respecto de los padres. En 1920,
en Más allá del principio de placer, Freud aún se sorprendía ante el carácter repetitivo de la
transferencia. Constatando que esa repetición se refería siempre a fragmentos de la vida sexual
infantil, vinculó la transferencia con el complejo de Edipo, concluyendo que la neurosis original
era reemplazada en la cura por una neurosis artificial o «neurosis de transferencia». En el
proceso analítico esta última debía llevar al paciente a un reconocimiento de la neurosis infantil.
Según la teoría de la seducción, abandonada en 1897 pero cuyas huellas no se borraron nunca
totalmente, la transferencia es un obstáculo al trabajo de rememoración, y una forma
particularmente tenaz de resistencia, indicio de la proximidad del retorno de los elementos
reprimidos más cruciales.
Con el desarrollo de la teoría del fantasma, Freud se alejó de la noción de rememoración. Aunque seguía ligando la resistencia a la transferencia, puso el acento en la importancia de la utilización de esta última como vía de acceso al deseo inconsciente.
En 1923, en «Dos artículos de enciclopedia», Freud concibe la transferencia como un terreno en
el que hay que lograr una victoria. En efecto, si el analista la utiliza es «el más poderoso medio
auxiliar del tratamiento». Desde entonces, lo que retiene toda la atención de Freud es el amor de
transferencia. Con esa expresión designa los casos en que la paciente (por lo general es una
mujer) declara estar enamorada de su analista. Después de haber observado que por cierto se
trataba de un proceso transferencial, puesto que el sentimiento se repetía al cambiar de analista,
Freud subrayó la absoluta necesidad de que el terapeuta respetara la regla de abstinencia: no
sólo por razones éticas, sino sobre todo para que pudiera perseguirse el objetivo del análisis. En
este caso, en efecto, la resistencia al análisis toma la forma de un amor: el trabajo apuntará a
recobrar los orígenes inconscientes de esa manifestación que invade la transferencia.
Después de Freud, a la cuestión de la transferencia se han dedicado una multitud de trabajos,
cada uno de los cuales trató de repensar el concepto en armonía con las inflexiones o las
modificaciones sucesivamente introducidas en la teoría original.
Melanie Klein concibe la transferencia como una nueva puesta en juego (reenactment), durante
la sesión, de la totalidad de los fantasmas inconscientes (o phantasmes) del paciente. Desde la
perspectiva kleiniana, en efecto, el fantasma no es sólo la expresión de defensas mentales
contra la realidad, sino la manifestación de las pulsiones. En consecuencia, el yo se constituye
de manera más compleja que en la concepción de Freud, y sobre todo en un período anterior:
«Sostengo -escribió Melanie Kleinque la transferencia se origina en los mismos procesos [de
amor y odio, agresión y culpa] que en los estadios más precoces’ determinan las relaciones
objetales [.. . ]. Durante años, y en cierta medida todavía hoy, la transferencia ha sido entendida
en los términos de una referencia directa al analista. Mi concepción de una transferencia
enraizada en los estadios más precoces del desarrollo, y en las capas profundas del
inconsciente, es mucho más amplia, y supone una técnica mediante la cual se deducen los
elementos inconscientes de la transferencia en la totalidad del material presentado. Por ejemplo,
lo que dicen los pacientes sobre su vida cotidiana, sus relaciones y sus actividades no sólo
permite comprender el funcionamiento del yo; si exploramos su contenido inconsciente, también
revela las defensas contra las angustias suscitadas en la situación de transferencia.»
Más tarde, los kleinianos y los poskleinianos, en particular Wilfred Ruprecht Bion, construyeron
un nuevo marco de la cura, muy diferente del de los freudianos, con reglas precisas, y sobre
todo con un manejo de la transferencia que tiende a excluir de la situación analítica cualquier
forma de realidad material, en beneficio exclusivo de la realidad psíquica, conforme a la imagen
que el psicótico se forma del mundo y de sí mismo. Para los kleinianos, todo acto (gesto o
palabra) que se produce en la cura debe interpretarse como la esencia misma de una
manifestación contratransferencial, sin relacionarlo con una realidad externa. De allí la creación
de la expresión acting in, junto a acting out. Si un paciente se rasca la mano en el diván, si tiene
dolor de cabeza, esto no será observado solamente en función de la posible realidad somática
de su irritación cutánea o su migraña, sino que en primer lugar será relacionado, mediante una
interpretación, con el universo fantasmático del analista, convencido de que ha «inducido» ese
acto sin advertirlo. Esta concepción kleiniana y poskleiniana de la transferencia, que consiste en
volcar del lado del analista una modalidad de la relación de objeto propia de la psicosis a fin de
comprender mejor la naturaleza de la transferencia psicótica, se aproxima a la sugestión y la
telepatía o, más exactamente, como dice Freud, a la «transferencia de pensamiento».
Fuera de la orientación kleiniana, los desarrollos de la reflexión posfreudiana se han
caracterizado por tomar en cuenta cada vez con mayor insistencia la eficiencia y la participación
inconsciente del analista en la instauración de la transferencia.
A partir de la primacía atribuida a la relación con la madre en la evolución del sujeto, Donald
Woods Winnicott ha desarrollado una concepción de la transferencia como repetición del vínculo
materno. De allí el abandono de la neutralidad estricta, lo que no deja de recordar la técnica
activa de Ferenczi. El management (gestión, dirección) de Winnicott consiste en dejar que el
paciente aproveche las fallas y los desfallecimientos del analista. Es particularmente eficaz en
los casos de pacientes frágiles, en los cuales la sugestionabilidad se pone de manifiesto por un
falso self.
En la década de 1970, Heinz Kohut, con la intención de transformar el marco de la cura, que
consideraba demasiado ortodoxo, elaboró el concepto de una transferencia narcisista o
-transferencia en espejo». Para Kohut, el paciente vive al analista como una prolongación de sí
mismo, y el analista debe aceptar esta relación transferencia] en la medida en que ella permite
una restauración del self (o «sí-mismo profundo» del paciente), cuya herida, verdadera patología
narcisista, está relacionada con las dificultades vividas en la relación arcaica con la madre.
Jacques Lacan abordó primeramente la transferencia en su lectura del caso «Dora», en 195 1:
«Intervención sobre la transferencia». Ese año definió la relación transferencia¡ como una serie
de inversiones dialécticas, y subrayó que los momentos «fuertes» de la transferencia se
inscriben en los tiempos «débiles» del análisis. En cada inversión, el analizante avanza en el
descubrimiento de la verdad.
Más tarde, en su seminario de 1954-1955, dedicado al yo y a los escritos técnicos de Freud,
Lacan inscribió la transferencia en una relación entre el yo del paciente y la posición del gran
Otro. Su problemática no había roto aún totalmente con las lecturas psicologizantes del texto
freudiano: el Otro sigue siendo concebido como sujeto, y si el analista obstaculiza el
establecimiento o la terminación de la transferencia, ello se debe a que pone por delante su
propio yo.
En el marco de su seminario de 1960-1961, dedicado a la transferencia, Lacan introdujo el
concepto de deseo del analista para aclarar la verdad del amor de transferencia. En su
demostración, una de las más luminosas sobre el tema, se basó en el Banquete de Platón. El
diálogo pone en escena a seis personajes que rodean a Sócrates; cada uno de ellos expresa
una concepción diferente del amor. Están allí un discípulo de Gorgias, el poeta Agatón, cuyo
triunfo se celebra, y Alcibíades, un joven político de gran belleza, de quien Sócrates ha
renunciado a ser amante por preferir el amor al Bien Supremo y el deseo de inmortalidad, es
decir, la filosofía.
Desde la Antigüedad, los comentadores habían subrayado el modo en que Platón utilizó el arte
del diálogo para hacer que los personajes enunciaran las tesis sobre el amor, concerniente
siempre a un deseo conscientemente nombrado. Ahora bien, la originalidad de Lacan consistió
en ubicar a Sócrates en el lugar de intérprete del deseo de sus discípulos. Convertido en
analista, Sócrates no escoge la temperancia por amor a la filosofía, sino porque tiene el poder de
significarle a Alcibíades que el verdadero objeto de su deseo no es él mismo (Sócrates), sino
Agatón. Ésa es precisamente la transferencia. Está hecha de la misma materia que el amor
común, pero es artificio, puesto que se dirige inconscientemente hacia un objeto reflejado en
otro: Alcibíades cree desear a Sócrates, pero en realidad desea a Agatón.
Después de este desarrollo, Lacan introdujo una nueva perspectiva en su seminario de
1961-1962, dedicado a la identificación. La transferencia aparece allí como la materialización de
una operación del ámbito del engaño, que consiste en que el analizante instale al analista en la
posición de «sujeto supuesto saber», es decir, que le atribuya el saber absoluto.
Finalmente, en su seminario de 1964, Lacan postuló la transferencia como uno de los cuatro
conceptos fundamentales del psicoanálisis, junto al inconsciente, la repetición y la pulsión. La
definió como la puesta en acto, por la experiencia analítica, de la realidad del inconsciente. Esta
perspectiva lo llevó a anudar la transferencia con la pulsión.

Lazo del paciente con el analista, que se instaura de manera automática y actual y reactualiza los significantes que han soportado sus demandas de amor en la infancia, y que da testimonio de que la organización subjetiva del individuo está comandada por un objeto, llamado por Lacan objeto a.
Fue con ocasión del fracaso del tratamiento catártico de Anna O. con J, Breuer cuando S. Freud
se vio llevado a descubrir y a tener en cuenta el fenómeno de la trasferencía, lo que lo hizo
renunciar a la hipnosis.
Características de la transferencia. El establecimiento de este lazo afectivo intenso es
automático, inevitable e independiente de todo contexto de realidad. Puede suceder que ciertas
personas sean «ineptas» para la trasferencia, pero, si es así, no producen demanda de análisis,
demanda que, en sí, implica de entrada una dimensión trasferencial: el paciente se dirige a
alguien al que supone un saber. Fuera del marco del análisis, el fenómeno de la trasferencia es
constante, omnipresente en todas las relaciones, sean estas profesionales, jerárquicas,
amorosas, etc. En ese caso, la diferencia con lo que pasa en el marco de un análisis consiste en
que los participantes son presa cada uno por su lado de su propia trasferencia, de lo que la
mayor parte de las veces no tienen conciencia. De este modo, no se instituye el lugar de un
intérprete tal como lo encarna el analista en el marco de la cura analítica. A través de su análisis
personal, en efecto, el analista se supone que está en condiciones de conocer lo que teje sus
relaciones personales con los otros, de modo de no venir a interferir en lo que sucede del lado
del analizante. Esta es además una condición sine qua non para que el analista esté disponible y
a la escucha del inconciente.
Importa, y ya desde el primer momento, que el analista pueda registrar las diversas figuras que
encarna para su paciente. Por ejemplo, es la insistencia misma de Freud en querer llevar a Dora
a reconocer un deseo inconfesado hacia el Sr. K. la que lo extravía y provoca la detención del
tratamiento. ¿Qué ha ocurrido? Freud, sin saberlo, ha sido colocado por Dora en este lugar del Sr. K. Ya la insistencia de Freud da testimonio de que no se había dado cuenta de ello y de que no hizo sino retomar la insistencia del Sr. K. Por tal causa, Freud ya no ocupaba más el lugar de intérprete, que le hubiera permitido interpretar lo que allí estaba puesto en acto.
¿Qué son los fenómenos de trasferencia? En el análisis del caso Dora (Fragmento de análisis
de un caso de histeria, 1905), Freud dice: «Son nuevas ediciones, copias de tendencias y
fantasmas que deben ser despertados y hechos concientes por el progreso del análisis, y cuyo
rasgo característico es remplazar una persona anteriormente conocida por la persona del
analista». El carácter inevitable y automático de la trasferencia se acompaña en el paciente, en el
momento de la revivencia de tal o cual afecto, de una total ceguera. El paciente olvida
completamente que la realidad del encuadre analítico no tiene nada que ver con la situación
vivida antiguamente, que suscitó entonces ese afecto. En este punto resulta decisiva la
intervención del analista, aun cuando a veces esté limitada a un silencio atento, pero que, de un
modo u otro, da cuenta de que el analista ha comprendido en qué lugar lo ubica el paciente
(padre, madre, etc.). Por otra parte, el analista sabe que no hace más que prestarse a ese papel.
Esta discriminación mantenida por el analista le permite al paciente, en el après-coup, analizar
esta trasferencia y con ello progresar.
Transferencia positiva y transferencia negativa. Al hablar de la trasferencia, Freud distingue la
trasferencia positiva y la trasferencia negativa. Se vio llevado a hacer esta distinción cuando
comprobó que la trasferencia podía llegar a ser la resistencia más fuerte opuesta al tratamiento,
y se preguntó por las razones de ello. Esta distinción responde a la necesidad, según Freud, de
tratar diferentemente estas dos clases de trasferencia. La trasferencia positiva se compone de
sentimientos amistosos y tiernos concientes, y de otros cuyas prolongaciones se encuentran en
el inconciente y que manifiestan tener, todos ellos, un fondo erótico. En oposición, la trasferencia
negativa concierne a la agresividad hacia el analista, a la desconfianza, etc. Para Freud (Sobre
la dinámica de la trasferencia, 1912), «la trasferencia sobre la persona del analista no
desempeña el papel de una resistencia sino en la medida en que se trata de una trasferencia
negativa, o de una trasferencia positiva compuesta de elementos eróticos reprimidos».
Por el contrario, la trasferencia positiva, á través del establecimiento de la confianza por parte
del paciente, le permite hablar con más facilidad de cosas difícilmente abordables en otro
contexto. Es evidente, por supuesto, que toda trasferencia está constituida simultáneamente por
elementos positivos y negativos.
Transferencia y resistencia. La trasferencia se presenta por lo tanto como un arma de doble filo:
por una parte, es lo que le permite al paciente sentirse en confianza y tener ganas de hablar, de
intentar descubrir y comprender lo que le pasa; por otra parte, puede ser el lugar de las
resistencias más obstinadas al progreso del análisis. Efectivamente, de la misma manera que en
los sueños, el paciente en análisis da a los afectos que se ve llevado a revivir un carácter de
actualidad y de realidad, contra toda razón y sin tener en cuenta lo que realmente son. En Sobre
la dinámica de la trasferencia, Freud dice: «Nada es más difícil en el análisis que vencer las
resistencias, pero no olvidemos que estos fenómenos, justamente, nos brindan el servicio más
precioso al permitirnos traer a la luz las mociones amorosas secretas y olvidadas de los
pacientes, y al conferirles a estas mociones un carácter de actualidad, ya que, en definitiva,
nadie puede ser muerto in absentía o in effigie».
En tanto la trasferencia es el lugar y la ocasión de la reproducción de estas tendencias, de estos
fantasmas, Freud dice que la trasferencia no es sino un fragmento de repetición, y que «la
repetición es la trasferencia del pasado olvidado no sólo sobre la persona del médico, sino
también sobre todos los otros aspectos de la situación presente» (Recordar repetir y reelaborar,
1914). Es aquí donde interviene el papel de la resistencia: cuanto más grande es la resistencia a
recordar, más se impone la puesta en actos, es decir, la compulsión a la repetición. A través del
manejo de la trasferencia, esta compulsión a la repetición va a trasformarse poco a poco en una
razón para acordarse, y así permitirá progresivamente al paciente reapropiarse de su historia.
La contratransferencia. El acompañamiento obligado de la trasferencia es la contratrasferencia
del analista, entendida como la suma de los afectos suscitados en él por su analizante. Conviene
que el analista esté en condiciones de analizarla para evitar que llegue a impedir el
funcionamiento del análisis, desviando al analista de una posición correcta. Lacan, sin embargo,
pone en guardia contra la tendencia a concebir la relación analítica de un modo dual y simétrico,
y no alienta el análisis de la contratrasferencia, que él redefiniría más adecuadamente como lo
que el analista reprime de los significantes del analizante. Nos invita más bien a tomar en cuenta
el hecho de que, cuando un paciente se dirige a un analista, le supone, por adelantado, un saber
sobre lo que busca en sí mismo. El analista, por el simple hecho de que se le habla, es utilizado
por el analizante como soporte de una figura del Otro, de un sujeto supuesto al saber
inconciente. Lacan nos recuerda que no puede haber palabra proferida ni tampoco pensamiento
elaborado sin esta referencia a un gran Otro al que implícitamente nos dirigimos y que sería el
garante de un buen orden de las cosas. De ello resulta que la trasferencia sólo existe como
fenómeno que acompaña el ejercicio de la palabra. Sin ejercicio de la palabra, no habría
trasferencia posible.
Resolución de la transferencia. La resolución de la trasferencia corresponde al desarrollo de
ese lugar de la falta del analizante, que no es otra cosa que el punto en el que se origina su
deseo, punto que corresponde a la ausencia de respuesta última del Otro, que no es rechazo de
respuesta sino ineptitud radical, fundante, para responder a la demanda del sujeto. La
persistencia de la trasferencia da testimonio de que el sujeto continúa esperando que este Otro
termine por decidirse a responderle. Mientras el sujeto permanezca captado por esta esperanza,
o si, por el contrario, esta esperanza se trasforma en decepción, la trasferencia no se resuelve.
Se trata de que el sujeto, a través de la experiencia de la trasferencia, descifre cuáles son los
términos de esta demanda que le dirige al Otro, y que luego consienta en que esta demanda
permanezca sin respuesta, no por causa de un desfallecimiento o de una mala voluntad de este
Otro, sino por el hecho estricto de su relación con el lenguaje en tanto sujeto hablante, relación
que lo confronta irreductiblemente con la falta de significante en el Otro.