Diccionario de psicología, letra T, Tres ensayos de teoría sexual

Tres ensayos de teoría sexual

Obra de Sigmund Freud publicada por primera vez en 1905 con el título de Drei Abhandlungen
zur Sexualtheorie. Traducida por primera vez al francés por Blanche Reverchon-Jouve (1897-1974) en 1923 con el título de Trois Essais sur la théorie de la sexualité, y en 1987 por Milippe Koeppel con el título de Trois Essais sur la théorie sexuelle.
Traducida al inglés por primera vez en 1910 por Abraham Arden Brill y James Jackson Putnam
con el título de Three Contributions in the Sexual Theory, y en 1949 por James Strachey con el
título de Three Essays on the Theory of Sexuality, retomado sin modificaciones en 1953.
Contrariamente a lo que dice Sigmund Freud en su autobiografía de 1925, y a la leyenda forjada
más tarde por Ernest Jones, los Tres ensayos de teoría sexual no fueron recibidos con una
andanada de injurias, ni hicieron «universalmente impopular» al autor. Publicado después de los
múltiples trabajos de los sexólogos, en los que por otra parte se inspiraba, y también después
del célebre Sexo y carácter de Otto Weininger, el excelente ensayo de Freud fue acogido
elogiosamente por todos los especialistas en la cuestión sexual. Como lo han establecido Henri E Ellenberger y después de él Norman Kiell, la edición fue saludada por una mayoría de artículos favorables, entre ellos los del criminólogo Paul Naecke (1851-1913), la escritora feminista Rosa Mayreder (1858-1938), el neurólogo Albert Eulenberg (1840-1917), el periodista Otto Soyka
(1882-1945) y también Magnus Hirschfeld y Adolf Meyer.

Freud y los representantes de la historiografía oficial hablaron de una reacción de rechazo
porque la obra del maestro, en el momento de su publicación, no fue reconocido como el libro
inaugural de una teoría totalmente nueva de la sexualidad humana. Tuvo sencillamente una
difusión normal para la época (mil ejemplares vendidos en el primer año, y doscientos por año en
los cuatro años siguientes); los especialistas la consideraron una obra científica entre otras.
Ahora bien, desde 1886 aparecía todos los años, en particular en Alemania, Austria e Inglaterra,
una multitud de libros dedicados a la sexualidad en general, y a la sexualidad infantil en
particular. De allí la amargura de Freud y sus discípulos, puesto que el maestro tenía conciencia, con justicia, de haber producido una teoría revolucionaria de la sexualidad.
La leyenda fabricada por Jones ha seguido tan sólidamente implantada en el ambiente
psicoanalítico, que en 1987 el prefacio de la nueva traducción francesa no vacila en presentar a
Freud como el héroe de una cruzada de la verdad contra el oscurantismo, capaz de sacrificarlo
todo (honor, vida social, clientela, reputación), a los 49 años, para lanzar al rostro de la
comunidad científica ignorante y estúpida el gran desafío de la «verdadera» sexualidad.
No fue la aparición de los Tres ensayos lo que desencadenó la cruzada antifreudiana que apuntaba a asimilar el psicoanálisis a un pansexualismo-, lo hicieron acontecimientos
posteriores. Fue necesario que se publicara el análisis de Juanito (Herbert Graf), donde la teoría
freudiana se aplicaba de modo directo a un niño, y después Un recuerdo infantil de Leonardo da
Vinci, donde concernía a la infancia de un pintor universalmente sacralizado-, debió
desarrollarse más tarde el movimiento psicoanalítico, con la creación de la International
Psychoanalytical Association (IPA)
y la implantación progresiva del psicoanálisis en numerosos
países y, finalmente, tuvo que producirse la ruptura con Carl Gustav Jung a propósito de la libido.
Fue entonces, entre 1910 y 1913, cuando el freudismo comenzó a ser visto en todo el mundo
como una «obscenidad», una «pornografía», una «cosa sexual», incluso una «ciencia boche»
(alemana). Fue en el momento en que la doctrina freudiana accedía al reconocimiento
internacional cuando estallaron contra ella las acusaciones de pansexualismo. La resistencia a la teoría de la sexualidad fue entonces el síntoma evidente de su progreso activo. Por ello, retroactivamente, los Tres ensayos fueron considerados el libro inaugural del «escándalo
freudiano- de la sexualidad, en particular por sus pasajes sobre las teorías sexuales infantiles y
acerca de la disposición perversa polimorfa. En consecuencia, esta obra no tiene el mismo
estatuto que los otros libros de Freud: el suyo está de alguna manera determinado por la historia
de las sucesivas acogidas, por la historia de los comentarios, de las interpretaciones y de las
violencias que suscitó.
Esta historia, que se despliega en varias versiones, está inscrita por otra parte en el núcleo
mismo del libro. En efecto, Freud nunca reescribió, corrigió y rectificó una obra tanto como ésta,
al punto de que ya no se puede distinguir el original de sus versiones sucesivas. Entre 1905 y
1920 hubo cuatro ediciones de los Tres ensayos, y en cada una de ellas el autor introdujo
modificaciones considerables, a medida que afinaba su teoría de la libido en función de la
evolución general de su propia doctrina, ajustaba el «dualismo pulsional» y desarrollaba su
concepción del narcisismo.
El escándalo de los Tres ensayos consiste en el abandono de la concepción sexológica de la sexualidad (con una descripción infinita de las anomalías y las aberraciones), reemplazada por un enfoque psíquico de lo sexual. Lo que provocó la perturbación y la acusación de pansexualismo fue su manera de «sexualizar» el conjunto de la vida individual y colectiva. Al sustraer la libido sexualis al usufructo de los médicos, Freud hizo de ella la determinante principal de la psique humana. Pero también la restituyó al hombre mismo (enfermo, paciente, niño). De allí el empleo de la expresión «teoría sexual» (Sexualtheorie) para designar a la vez las hipótesis del científico y las «teorías» inventadas por los niños, o incluso los adultos, para
resolver el enigma de la copulación, el nacimiento y la diferencia de los sexos.
La obra está dividida en tres partes. En la primera, dedicada a las aberraciones sexuales, Freud introduce por primera vez la palabra pulsión para describir las «desviaciones respecto del objeto  sexual», entre las cuales incluye la «inversión» en los casos en que los objetos sexuales son «inmaduros sexuales y animales». A través de esta terminología proveniente del vocabulario común, designa tres formas de comportamiento sexual consideradas «taras» por los médicos de fines de siglo: la homosexualidad, la paidofilia (relación sexual entre un adulto y un niño prepúber), la zoofilia (relación sexual entre un ser humano y un animal). El rechazo de las
palabras eruditas derivadas del latín y del griego adquiere en su pluma una significación precisa:
para él se trata de señalar que esas «aberraciones», tan diferentes entre sí, no pueden ser
consideradas en ningún caso la expresión de una degeneración, y la homosexualidad menos
aún que las otras.
Freud no sólo diversifica las formas posibles de homosexualidad, sino que hace de ella un componente «adquirido- y no «innato» de la sexualidad humana. Es posible entonces que la vean de distinto modo las diversas culturas y estados de la civilización. Para ampliar aún más su definición, en el capítulo siguiente caracteriza la homosexualidad como una tendencia inconsciente y universal presente en todos los neuróticos, es decir, en todo sujeto. De allí la célebre fórmula en la que ya había pensado en 1896:
«La neurosis es, por así decirlo, el negativo de la perversión». Por otra parte, es a tal punto ese
negativo, que en la recapitulación final Freud subraya de qué manera, mediante la represión, una misma persona puede pasar de la perversión a la neurosis: después de una inmensa actividad
sexual perversa en la infancia, se produce a menudo una inversión, y la neurosis reemplaza a la
perversión según el proverbio: «Joven buscona, vieja devota».
Con el mismo enfoque, considera que la paidofilia y la zoofilia son comportamientos ocultos bajo
la apariencia de la mayor «normalidad». Estas dos aberraciones no estaban ligadas según él a
una enfermedad mental, sino a un estado infantil de la sexualidad en sí. De allí que los paidófilos
y los zoófilos aparecieran como individuos ruines pero perfectamente adaptados a la vida social
burguesa o campesina.
La continuación de esta parte está dedicada a un vasto análisis de las otras perversiones
(fetichismo y sadomasoquismo), así como a las formas particulares de práctica erótica ligadas a
la boca (fellatio, cunnilingus). Freud las incorpora a todas al marco general de un funcionamiento pulsional organizado en torno a un conjunto de zonas erógenas.
La segunda parte del libro, la más importante, consiste en una exposición, a la vez simple y
franca, de las variantes de la sexualidad infantil. Verdadera matriz de la teoría de la libido, esta
disertación magistral, que sería ampliada con varios pasajes, sirvió también para la elucidación
del complejo de castración, la envidia del pene, y finalmente la noción de estadio (oral, anal,
fálico, genital), tomada de la biología evolucionista. Quedaba como componente central de la
sexualidad infantil lo que Freud denominó la «disposición perversa polimorfa».
Al demostrar que las actividades infantiles (chupeteo, masturbación, juego con el cuerpo o los
excrementos, alimentación, defecación, etcétera) son fuentes de placer y autoerotismo, Freud
destruía el viejo mito del «paraíso de los amores infantiles». Antes de los 4 años, el niño es un ser de goce, cruel, inteligente y bárbaro, que se entrega a todo tipo de experiencias sexuales, a las cuales renunciará al convertirse en adulto. En este sentido, la sexualidad infantil no conoce ley ni prohibición, y para satisfacerse emplea todos los objetos y los fines posibles, como lo atestiguan las «teorías» fabricadas por los niños acerca de su origen: la teoría cloacal, según la cual los bebés vienen al mundo por el recto y son equivalentes a materia fecal, con su variante, el parto por el ombligo, y la teoría del carácter sádico-anal del coito parental, para la cual el acoplamiento es un acto de sodomía acompañado de una violencia primordial, semejante a una violación. En 1908, en «Teorías sexuales infantiles», Freud agregará algunas «teorías» más: por ejemplo, la idea de que los niños se conciben con la orina, o por el beso, o que nacen inmediatamente después del coito, o incluso que los hombres, lo mismo que las mujeres, pueden tener bebés.
Ese mismo año, en «Carácter y erotismo anal», Freud asoció la actividad sexual con el desarrollo ulterior en el sujeto de mejores cualidades espirituales.
El tercer ensayo es un estudio de la pubertad, y por lo tanto del pasaje desde la sexualidad
infantil a la sexualidad adulta, a través del complejo de Edipo y la instauración de una elección de
objeto basada en general en la diferencia de los sexos. A este texto se le sumó un capítulo
sobre la libido, redactado en varias etapas, entre 1905 y 1924. Allí expone Freud la tesis del
monismo sexual, subrayando que la libido es de naturaleza y esencia masculina. Esta tesis, propuesta en 1905 y desarrollada sobre todo en 1915, sería impugnada por los representantes de la escuela inglesa, en el marco del gran debate de la década de 1920 sobre la sexualidad femenina. A estas tres partes Freud añade una «recapitulación», en la cual expone los efectos sobre la sexualidad de la represión, la herencia, la sublimación y la fijación.
Con esta obra principal, Freud abrió el camino para el desarrollo del psicoanálisis de niños y la reflexión sobre la educación sexual: por ejemplo, insistió en que los adultos no les mintieran nunca a los niños sobre su origen, y en que la sociedad se mostrara tolerante con la sexualidad en general.