Diccionario de psicología, letra V, Viena

Viena

La idea de que el psicoanálisis no era más que un producto del espíritu vienés (y por añadidura
del espíritu «judío vienés») era uno de los clichés que exasperaban a Sigmund Freud y lo llevaron
a querer «desjudaizar» su movimiento, y ubicar a un no-judío (Carl Gustav Jung) a la cabeza de la
International Psychoanalytical Association (IPA), para que nadie pudiese caracterizar al
psicoanálisis como una «ciencia judía». La tesis del genius loci o el Zeitgeist (genio de los
lugares, espíritu del tiempo) sirvió primero para desacreditar el descubrimiento freudiano y
reducirlo a un pansexualismo, es decir, a una doctrina «obscena» surgida de un cerebro
degenerado, en el corazón de una ciudad «corrompida» por los demonios del sexo. Popularizada
por Adolf Albrecht Friedländer (1870-1949) en un congreso internacional de medicina realizado
en Budapest en 1909, e ingenuamente retomada por Pierre Janet, esa tesis reducía los
conceptos freudianos a una moda, una epidemia psíquica, o incluso un episodio cultural
desprovisto de racionalidad científica. A estos críticos Freud solía responderles que el
inconsciente era universal, lo mismo que la histeria y las otras entidades clínicas.
En cuanto a la ciudad de Viena, le dijo un día a Ernest Jones que sentía por ella una aversión
profunda. «Al principio de mis relaciones con él -escribió Jones-, y antes de conocer su
aversión, en una oportunidad le dije inocentemente que a mi juicio debía de ser muy interesante
habitar en una ciudad tan llena de ideas nuevas. Para mi sorpresa, se levantó de un salto y me
dijo con un tono seco: «¡Hace cincuenta años que estoy aquí, y nunca he encontrado una idea
nueva!»» Esta observación demuestra que a Freud no le interesaba el art nouveau, y sabemos
que, por ejemplo, no sentía ninguna atracción por los pintores y los artistas de la Secesión;
prefería a los «clásicos»: el siglo XIX, la Grecia antigua, los grandes escritores (Goethe,
Shakespeare, Cervantes). Del mismo modo, siguió resultándole ajeno el modo en que los
surrealistas apreciaban su obra y su teoría.
Hubo que aguardar los trabajos de los historiadores de la década de 1960 para superar esa
problemática y llegar a captar las verdaderas relaciones de Freud con la cultura vienesa. Carl
Schorske, en un artículo de 1961, y después en un libro admirable, Viena a fin de siglo,
publicado en 1981, fue el primero en demostrar que los contragolpes de la desintegración
progresiva del Imperio Austro-Húngaro habían convertido a esa ciudad en «uno de los caldos de
cultivo más fértiles de la cultura a-histórica de nuestro siglo. Los grandes creadores en música,
filosofía, economía, arquitectura y, evidentemente, en psicoanálisis, rompieron de modo más o
menos deliberado todos los vínculos con la perspectiva histórica que estaba en los fundamentos
de la cultura liberal del siglo XIX en la que habían sido educados.»
Schorske constató que en la sociedad vienesa de la década de 1880 el liberalismo era una
promesa sin futuro, que apartaba al pueblo del poder y lo abandonaba a los demagogos
antisemitas. Frente al nihilismo social y a la marejada de odio, los hijos de la burguesía
rechazaban las ilusiones de sus padres y expresaban otras aspiraciones: fascinación por la
muerte y la intemporalidad en Freud, sueño con una tierra prometida (Estado judío) en Theodor
Herzl (1860-1904), desconstrucción del yo en la célebre Carta a Lord Chandos (1902) de Hugo
von Hofmannsthal (1874-1929), suicidio, abjuración o conversión entre los intelectuales
poseídos por el «auto-odio judío» (Karl Kraus, Otto Weininger), invención de nuevas formas
literarias en Joseph Roth (1894-1939) y Arthur Schnitzler. Robert Musil (1880-1942) la llamó
Cacanie, palabra creada a partir de kaiserlich-königlich (imperial-real), y Hofmannsthal la veía
como la «monstruosa residencia de un rey ya muerto y de un dios aún no nacido». Stefan Zweig,
por su parte, la describiría con nostalgia en El mundo de ayer, en vísperas de darse muerte.
Después de Schorske, otros trabajos, desde William Johnston hasta Jacques Le Rider, aportaron
nuevas miradas sobre la modernidad vienesa, permitiendo esclarecer uno de los fundamentos
de la invención del psicoanálisis: la sensación de la declinación de la función paterna y la
preocupación por reevaluar la posición simbólica del padre. En 1986 Jean Clair organizó en París
una importante exposición con el tema «Viena, el apocalipsis alegre», muestra que obtuvo un
gran éxito y dirigió la atención hacia los trabajos históricos sobre la cuestión.
Fue en Viena, capital del Imperio Austro-Húngaro, y no en Austria, donde se formó el grupo
freudiano de los orígenes, esa Sociedad Psicológica de los Miércoles, casi exclusivamente
compuesta por judíos nacidos en la ciudad, pero hijos de los descendientes de las comunidades
distribuidas en el bajo territorio de la Mitteleuropa. Transformada en la Wiener Psychoanalytische
Vereinigung (WPV) en septiembre de 1908, la Sociedad perdió su posición central después de la
Primera Guerra Mundial, cuando Berlín se convirtió en la capital europea del psicoanálisis con la
creación del Berliner Psychoanalytisches Institut (BPI). De todos modos, la presencia de Freud y
la autoridad de los grandes vieneses de la primera generación (Paul Federn, Siegfried Bernfeld,
August Aichhorn, y otros) le aseguraron durante veinte años más un lugar importante en el seno
de la International Psychoanalytical Association (IPA).
En 1938, dos meses después de la invasión de Austria por los tropas alemanas, Carl
Müller-Braunschweig le envió una carta a Richard Sterba en la cual le propuso que colaborara
con el Instituto Göring para «salvar» al psicoanálisis en Austria. Como todas las misivas oficiales
del Instituto, esa carta terminaba con un «Heil Hitler». Freud y sus compañeros se reunieron
entonces para poner fin a la actividad de la WPV, y Anna Freud le preguntó a Sterba qué
pensaba hacer él. Como único no judío del grupo, Sterba podía asumir la dirección de la política
de «salvamento» (y éste era el deseo de Ernest Jones y Müller-Braunschweig). Freud pronunció
las siguientes palabras: «Después de la destrucción de Jerusalén por Tito, el rabino lojanán ben
Sakai solicitó autorización para abrirle a Yahvé una escuela dedicada al estudio de la Torah.
Nosotros haremos lo mismo. Estamos acostumbrados a ser perseguidos, por nuestra historia,
nuestras tradiciones.» Después se volvió hacia Sterba y añadió: «Con una excepción».
El 3 de junio de 1938 Freud abandonó Viena en el Expreso de Oriente, para no volver nunca.
Dejaba atrás a sus cuatro hermanas (Rosa Graf, Maria Freud, Adolfine Freud, Pauline
Winternitz), que desaparecieron en las tinieblas de la solución final. Freud se llevó con él su
biblioteca, sus objetos, sus muebles, sus cartas, sus manuscritos: las huellas y los recuerdos
de toda la vida. El departamento de 19 Berggasse quedó totalmente vacío, y todo lo que había
contenido se transfirió a Londres, a la nueva casa de 20, Maresfield Gardens. Diez días antes
de la partida, por pedido de Aichhorn, que anhelaba poder abrir algún día un museo en el
departamento de la Berggasse, Edmund Engelman, un joven fotógrafo vienés, tomó una serie de
vistas de los rincones todavía intactos. Obligado también él a salir de Viena, entregó los
negativos a Aichhorn, quien los hizo llegar a Londres: «Volví a Viena -escribió Engelman-
después de la partida del último inquilino. He visto hasta qué punto han estropeado el lugar:
quedan pocas huellas de su antigua dignidad; las hermosas chimeneas azulejadas habían
desaparecido, reemplazadas por horribles estufas.» Reunidas en un álbum titulado La casa de
Freud. Berggasse 19, las fotografías de Engelman se vendieron en todo el mundo: eran el
testímonio vivo de cuarenta y siete años (entre 1891 y 1938) de una existencia consagrada a la
ciencia, el arte, la cultura.
Cuando Henri F. Ellenberger llegó a la Berggasse el 24 de agosto de 1957 comprobó que la
Federación Mundial de la Salud Mental había hecho colocar una placa en recuerdo de Freud. Sin
embargo, el inquilino le dijo: «En efecto, es aquí, pero yo no tengo nada que ver. Todo ha
cambiado. No puedo enseñarle nada. Constantemente viene gente a visitar el departamento. Es
muy irritante. Me he quejado varias veces a las autoridades, pidiéndoles que compren el
departamento y me procuren otro. Pero me contestan que no tienen dinero.»
En 1969 se fundó la Sigmund Freud Gesellschaft con el objetivo de restaurar el departamento y
crear allí un museo, que sólo contendría las fotografías y los muebles de la antigua sala de
espera de Freud.
En vida, Freud había rechazado la propuesta del consejo municipal de Viena, que quiso darle su
nombre a la Berggasse. Después de la Segunda Guerra Mundial, Viena olvidó a Freud a tal punto
que los guías turísticos no mencionaban siquiera su nombre: «La indiferencia del público y su
hostilidad latente dan que pensar -escribió Peter Gay-. Freud, que fue el primero en describir el
mecanismo de la ambivalencia, en esta ciudad, que él detestaba pero que no podía dejar, habría
encontrado por cierto materia para estudiar los sentimientos equívocos: aparentemente Viena ha
reprimido a Freud.»
Sin embargo, el psicoanálisis recobró la vida en Viena al día siguiente de la Liberación, gracias a
tres aristócratas: el conde Igor Caruso, el barón Alfred von Winterstein y el conde Wilhelm
Solms-Rödelheim (último médico de Serguei Constantinovich Pankejeff). Junto con Aichhorn, ellos
reconstituyeron la WPV, que sería presidida por Winterstein hasta 1958.
Con todo, en 1947 Caruso se separó con violencia de la WPV, cuya orientación le parecía
demasiado médica, demasiado materialista: en una palabra, demasiado «norteamericana». Pronto
creó el Círculo de Trabajo Vienés sobre la Psicología de las Profundidades, que sería el primer
eslabón de una internacional: la Internationale Föderation der Arbeitskreise für Tiefenpsychologie
(IFAT). Sin dejar de ser freudiano, Caruso no aceptaba las normas de formación de la IPA.
A fines del siglo XX, dominada por la fuerte personalidad de Harald Leupold-Löwenthal, que
encarna el antiguo espíritu vienés, la WPV cuenta en sus filas con sesenta miembros, es decir,
siete profesionales y medio por millón de habitantes. Los otros terapeutas freudianos están
repartidos entre Viena y varias ciudades de Austria (Linz, Salzburgo, Innsbruck, Graz) y forman
parte de los Círculos de Caruso, algunos de cuyos miembros, como August Ruhs por ejemplo, se
interesan por la obra de Jacques Lacan.