Diccionario de psicología, letra V, Violencia familiar

Violencia familiar

Definición
Dentro de la investigación de la violencia en el Psicoanálisis vincular, y más específicamente en el ámbito familiar, hemos caracterizado como violencia «… al ejercicio absoluto del poder de uno o más sujetos sobre otro, que queda ubicado en un lugar de desconocimiento; esto es, no reconocido como sujeto de deseo y reducido, en su forma extrema, a un puro objeto. Dicho de otro modo, consideramos a la violencia por su eficacia, la de anular al otro como sujeto
diferenciado, sumiéndolo en una pérdida de identidad y singularidad que señala el lugar de la
angustia.»
Origen e historia del término
El término violencia, de intensa connotación afectiva y usos coloquiales múltiples, requiere ser situado en el cuerpo del Psicoanálisis a través de su precisión conceptual.
Es Piera Aulagnier quien realiza un aporte fundamental, al definir violencia primaria y secundaria.
Violencia primaria: radical y necesaria, que la psique del infans vivirá en el momento de su
encuentro con la voz materna…» «designa lo que en el campo psíquico se impone desde el
exterior a expensas de una primera violación de un espacio…» Violencia secundaria; «se abre
camino apoyándose en su predecesora, de la que representa un exceso por lo general
perjudicial y nunca necesario para el funcionamiento del Yo…»
El concepto de violencia propuesto por la definición enunciada, se conecta, de tal modo, con la idea de violencia secundaria, ya que la primaria, en tanto constructiva, expresa la pulsión de vida, y se contrapone, por ende, a la idea de un poder extremo que conlleva la destrucción de la subjetividad, constituyendo ésta la expresión misma de la pulsión de muerte.
Por otra parte, diversas formas de violencia sellan, de modo insoslayable, los distintos tiempos
de la historia del hombre. Tanto a nivel de la red social como en los conglomerados familiares
enlazados en dicha trama emergen en cada momento histórico, formas graves o atenuadas de la
tendencia al dominio o la aniquilación del otro. La violencia, tributaria del malestar en la cultura y del propio narcisismo, resulta así tan irreductible como éste.
La complejidad del funcionamiento violento implica distintas vertientes en su determinación. A la
consideración del mundo intrapsíquico de violentadores y violentados, se agrega el análisis de la
dimensión vincular y el reconocimiento de las determinaciones socioculturales y
transgeneracionales que inciden en su producción. Las diversas formas de la violencia familiar
han de ponerse, pues, en conexión con vertientes perverso-transgresoras propias de la red
social, tales como impunidad, violencia legitimada como recurso y corrupción.
Desarrollo desde la perspectiva vincular
En cuanto a la Violencia en la familia, se manifiesta a través del maltrato corporal o el abuso sexual; y/o se expresa en la palabra y el afecto, bajo diferentes modalidades discursivas. La violencia del discurso, no por sutil y aun a veces casi inadvertida, resulta de menor eficacia y poder de devastación que el maltrato corporal. El efecto violento no se halla tanto en el contenido semántico del discurso como en su organización misma, y en aquello implícito que conllevan las denunciaciones manifiestas. Si el golpe lesiona a veces en forma irreparable, el abuso sexual y la violencia discursiva, que a su vez cosifican al otro al desconocerlo como deseante, producen un daño psíquico que en su extremo, adquiere las formas de la psicosis, la enfermedad psicosomática grave, el accidente-suicidio, o las patologías del acto y la pulsión. La palabra y el acto violentos pueden ser rastreados como modo de relación privilegiado en las familias a veces a través de varias generaciones. Podemos hablar así de una transmisión intergeneracional del maltrato, físico y mental.
El eje de la escena violenta en lo observable es el vínculo entre violentador y violentado/s, que
se formula como golpeador-golpeado/s, abusador-abusado/s, abandonante-abandonado/s,
enloquecedor-enloquecidols; no obstante, ella compromete a todos los miembros del grupo,
expandiéndose en la red familiar. Configura así una verdadera enfermedad del grupo y el
abordaje terapéutico conjunto se jerarquiza; aun cuando hubiere casos -corno algunos de
extrema violencia corporal, entre otros- en los que la sesión conjunta podría estar
contraindicada. Tanto violentadores como violentados se encuentran a su vez sometidos a
déficits y excesos, sentidos y sin sentidos que operan transgeneracionalmente, actualizados
con frecuencia a partir de condiciones violentas del presente que obstaculizan la resignificación
de lo recibido y la apertura a lo nuevo. Así, el victimario se halla a su vez atrapado en hilos
invisibles; si bien su deseo suele aparecer en lo manifiesto como único y realizado, en la «otra
escena familiar», en cambio, un texto ignorado y fatal lo posiciona.
Podemos así pensar a la violencia familiar tanto en términos de vinculaciones actuales como
conectada con fenómenos de descontextualización y transmisión de aconteceres
transgeneracionales. Es decir, enfocando a los personajes violentos en tanto expresivos de
determinaciones concernientes también a otros tiempos y otros contextos. A la vez, es posible
considerar, complejizando lo anterior, las formas de violencia propias de la época, cuyas
particularidades, en diálogo con otras determinaciones, proponen modos de expresión para
violencias ineludibles y favorecen o desestiman la elaboración y contextualización de lo
transmitido.
En relación con la definición de violencia inicialmente enunciada, las diferentes modalidades de la violencia familiar que aquí mencionaré -las cuales de ninguna manera pretenden agotar la amplitud del tema- afectan, de distintas maneras, a la subjetivación. La familia, por la cualidad y función de sus vínculos, en los que se enfatizan la dimensión constitutiva y el sostén, conforma un espacio privilegiado para expresar una tendencia narcisista a la homogeneización, que pretende moldear en el otro la imagen especular del propio yo. De tal manera, algunas familias pueden definirse como violentas en tanto portadoras de un discurso presentado como sagrado e incuestionable; ellas ejercen la intromisión en la psique de sus miembros, no reconocidos como mediatizadores singulares aptos de la propuesta social y familiar. Así sometidos a distintos grados de desubjetivación, algunos de sus integrantes se ven condenados a perturbaciones severas del pensamiento y la palabra propios.
Dichos grupos manejan creencias e ideales rígidos y absolutos, violentos en tanto eliminan la
posibilidad de opción singular; el proyecto vital es fijado para cada uno por el entramado familiar,
y todo aquello no abarcado por el ideal compartido es denigrado. Aun el deseo, ese «extranjero»
singular y difícilmente dominable, ha de ser descalificado y controlado, en casos severos. Quien
se atreva a conjugarlo, será expulsado quizá del paraíso del texto familiar, poseedor supuesto
de todas las respuestas; aislante ilusorio, por ende, de la finitud y el dolor. Estos vínculos suelen
ofrecer, a la par que indiscriminación, aislamiento y soledad, desplegados en un contexto
encerrante. Cuando la indiscriminación se acentúa en estos grupos familiares con
perturbaciones en la simbolización, es factible considerar al otro, y al cuerpo del otro, como
partes propias a ser rechazadas, castigadas o apresadas. Al mismo tiempo, a pesar del maltrato
y el padecimiento, esta índole de vínculo familiar es de difícil disolución, ya que la separación es
experimentada como muerte, desgarro o mutilación.
Ciertas familias, a su vez, a la manera de los regímenes totalitarios, instalan el terror, y la
vigencia de legalidades arbitrarias y sometedoras. La transformación de la modalidad protectora
esperada del lazo familiar en vínculos violentos ocurre, muchas veces, dentro de un contexto
semántico de justificación, que mistifica las claves por las cuales es posible detectar y
reconocer la violencia. Operan mecanismos propios del funcionamiento perverso, como la
renegación, tendientes al velamiento de las verdades y la distorsión de las determinaciones, lo
cual contribuye a oscurecer el sentido posible de las violencias explícitas e implícitas. En estos
grupos familiares, parcialmente fracasados en la tramitación de las exigencias de la pulsión, se
consigue a menudo desculpabilizar el acto violento, y quizá toda expresión mortífera, a través de
justificaciones que, como a nivel social, definen lo «bueno» y presentan lo «malo» en tanto
debidamente exterminable. Al mismo tiempo, las ideologías convalidantes tienden a «normalizar» el
desafío y la burla de las leyes propias de la red social. En dicha trama se entretejen con
frecuencia formas diversas de maltrato y abuso, tras sistemas de encubrimiento que implican
escisiones y complicidades; sólo cuando esto se devela ante un testigo -por lo general,
extrafamiliar-, se abre la posibilidad de abordaje terapéutico; en los casos más severos,
mediatizado por la intervención judicial.
Un tipo particular de violencia discursiva familiar, a su vez incuestionable, es el paradojal «te
ordeno que seas independiente». Este, encierra al destinatario en un doble mensaje sin salida.
Ejecutada en forma reiterada dentro de un vínculo asimétrico, como el de filiación, la paradoja
resulta violenta en tanto ella no ofrece más salida que la denuncia, y ésta se halla vedada para el
hijo, ya que puede ser castigada con un equivalente de la muerte: el abandono, la pérdida del
amor. El efecto, pues, de la constancia de la paradoja, puede ser la descalificación y distorsión
del propio pensamiento, a condición de conservar los vínculos familiares sentidos como
indispensables. Para Anzieu, de tal modo, la paradoja lógica constituye una representación
psíquica de la pulsión de muerte.
Otras formas de violencia familiar, se corresponden con una desinvestidura de los vínculos y en particular de la parentalidad y la filiación, que da lugar al abandono de los descendientes en sus
distintos grados y modalidades. Se producen así fallas en las ligaduras contenedoras y
constitutivas que durante la crianza una familia ha de ofrecer a los hijos, a modo de zócalo de su
pensamiento y de su posterior autonomía afectiva y deseante. Cuando el lazo familiar
insuficiente no propicia ligaduras pulsionales eróticas ni metaboliza de algún modo el
conglomerado de estímulos que el mundo ofrece al niño, habilitando los procesos elaborativos,
éste, sin bordes ni referentes, queda sometido a las exigencias pulsionales, a la sensación sin
cauce. Esto puede a su vez dar lugar a expresiones violentas contra sí mismo o los otros en el
sujeto en conformación. Constituiría así una de las modalidades facilitadoras de la mencionada transmisión intergeneracional de la violencia.
Problemáticas conexas
En cuanto a las cuestiones ligadas al concepto, es necesario, para su precisión, diferenciar el
discurso violento de aquél considerado como «agresivo», por ejemplo gritos o palabras hirientes,
en cuanto no produzcan el efecto señalado en la definición arriba mencionada.
Por otra parte, es del mayor interés y especificidad la consideración clínica del abordaje de las
familias afectadas por estas problemáticas. Sus rasgos peculiares, la utilización de mecanismos
que determinan fisuras en el sostén, configuran a menudo situaciones de verdadero riesgo,
constituyendo el niño y el adolescente los grupos más expuestos. Por otra parte, los
descendientes, por su dependencia y su indefensión, han sido destinatarios favoritos de¡ acto y
la palabra violentos a través de los tiempos; junto a ellos, las mujeres y hoy también los ancianos
constituyen los grupos de mayor riesgo. En la clínica de estos grupos familiares es preciso
atenuar tal riesgo, lo cual enfrenta en ocasiones al terapeuta con situaciones de emergencia, no
solamente en lo que se refiere al maltrato corporal sino en cuanto a las ya mencionadas fisuras
de la parentalidad por las cuales los hijos suelen confrontarse con accidentes, suicidio, adicción,
o actuaciones auto o heteroagresivas de mayor o menor grado de peligrosidad.