Diccionario de psicología, letra Y, YO: desarrollo del concepto, Freud-Lacan (parte I)

YO: desarrollo del concepto a lo largo de la historia( Freud-Lacan).

El testimonio de Freud en 1916 acerca de la insuficiencia, en esa época, del análisis del yo,
subraya también el origen de los problemas que han gobernado su profundización.
«No es exacto que el psicoanálisis no se interese por el lado no sexual de la personalidad.
Precisamente la separación entre el yo y la sexualidad ha mostrado con una claridad particular
que las tendencias del yo también sufren un desarrollo significativo, que no es totalmente
independiente de la libido, ni está por completo exento de reacción contra ella. En realidad, hay
que decir que conocemos el desarrollo del yo mucho menos bien que el de la libido, y la razón
está en el hecho de que sólo después del estudio de las neurosis narcisistas podemos esperar
penetrar en la estructura del yo. Ya existe, no obstante, un intento muy interesante relacionado
con esta cuestión. Es el de Ferenczi, que trató de establecer teóricamente las fases del
desarrollo del yo, y contamos por lo menos con dos puntos de apoyo sólidos para un juicio
concerniente a ese desarrollo. No se trata de que los intereses libidinales de una persona estén
desde el principio y necesariamente en oposición a los intereses de autoconservación; se puede
decir más bien que el yo, en cada etapa de su desarrollo, busca armonizarse con la
organización sexual, adaptársela.»
En otros términos, este impulso doctrinario, llamado a desplegarse unos años más tarde en la
segunda tópica, traduce la primacía adquirida por el tipo de afecciones en las que se basó la
crítica de Jung a partir de 1910, y que en 1914 ilustrará la «Introducción del narcisismo». Vuelco
decisivo en una investigación de la que convendrá tener en cuenta los orígenes, sobre todo
porque el propio Freud volverá a ellos incluso después de la segunda tópica, con la restauración
de la noción de defensa.
El yo en el análisis del conflicto
En efecto, la función teórica del yo está inscrita, desde los primeros desarrollos de la
investigación freudiana, en el contexto del análisis del conflicto.
Habrá además que subrayar que Freud da testimonio entonces de su insatisfacción respecto de
los términos tomados del lenguaje tradicional: «En cuanto al camino que lleva desde el esfuerzo
de voluntad del paciente hasta la aparición del síntoma neurótico», escribe en 1894, en «Las
neuropsicosis de defensa», «me he formado una opinión que quizá pueda expresarse como
sigue, utilizando las abstracciones psicológicas corrientes: el yo que se defiende se propone
tratar como «no acontecida» la representación inconciliable, pero esta tarea es insoluble de
manera directa; tanto la huella mnémica como el afecto ligado a la representación quedan allí
para siempre y ya no pueden borrarse. Pero se tiene una solución aproximada si se llega a
transformar esta representación fuerte en representación débil, a arrancarle el afecto, la suma
de excitación con la que estaba cargada. La representación débil, por así decirlo, ya no emitirá
ninguna pretensión de participar en el trabajo asociativo, pero la suma de excitación separada de
ella debe ser conducida hacia otra utilización».
La noción conserva también un valor operatorio. Así, en el caso de la obsesión, «al emprender,
para la defensa, el camino de la transposición del afecto, el yo se procura una ventaja mucho
más pobre que en la conversión histérica de la excitación psíquica en inervación somática. El
afecto que el yo ha padecido subsiste sin cambio ni atenuación, igual que antes, con la única
diferencia de que la representación inconciliable es mantenida en el fondo y excluida del
recordar. También en este caso las representaciones reprimidas forman el núcleo de un
segundo grupo psíquico que, me parece, es accesible incluso sin la ayuda de la hipnosis. Si en
las fobias y obsesiones no se encuentran los síntomas que acompañan en la histeria a la
formación de un grupo psíquico independiente, esto se debe probablemente al hecho de que en
el primer caso el conjunto de la modificación ha permanecido en el dominio psíquico, y que la
relación entre excitación psíquica e inervación somática no ha sufrido ningún cambio».
En términos más generales, una carta del 24 de enero de 1895 bosqueja una sistematización de
los trastornos psíquicos según el criterio de la variabilidad de su relación conflictual con el Yo.
1) Histeria. «La representación intolerable no puede llegar a asociarse con el yo. Su contenido
sigue separado, fuera de la conciencia; su afecto se encuentra desplazado, trasladado a lo
somático, por conversión.»
2) Ideas obsesivas. «También en este caso la representación intolerable es mantenida fuera de
la asociación con el yo. El afecto subsiste, pero el contenido se encuentra sustituido.»
3) Confusión alucinatoria. «Todo el conjunto de la representación intolerable (afecto y contenido)
es mantenido apartado del yo, lo que sólo resulta posible mediante un desasimiento parcial
respecto del mundo exterior. Sobrevienen alucinaciones agradables al yo, que favorecen la
defensa.»
4) Paranoia. «Contrariamente a lo que sucede en el caso 3, se mantienen el contenido y el afecto
de la idea intolerable, pero proyectados en el mundo exterior. Las alucinaciones, que se
producen en cierta forma de esta enfermedad, son desagradables al yo, pero favorecen la
defensa.»
Bosquejo y repudio de una representación mecanicista:
En los términos del «Proyecto de psicología», un primer ensayo de interpretación teórica de
estos datos clínicos será llevado al terreno de la fisiología: «Al formular la idea de una atracción
provocada por el deseo, y de una tendencia a la represión, hemos abordado una cuestión
nueva, la de un cierto estado de T. En efecto, los dos procesos nos muestran que se ha
formado en T una instancia cuya presencia traba el pasaje (de cantidad) cuando el mencionado
pasaje se ha realizado la primera vez de una manera particular (es decir, cuando se acompañó
de satisfacción o de dolor). Esta instancia se llama «yo». Se la describe fácilmente haciendo
resaltar que la recepción, constantemente repetida, de cantidades endógenas (Q) en ciertas
neuronas (del núcleo) y la facilitación que esta repetición provoca, producen un grupo de
neuronas cargadas de manera permanente, que así se convierten en el portador de la reserva
de cantidades requeridas por la función secundaria. De modo que describiremos al yo diciendo
que constituye en un momento dado la totalidad de las investiduras Y existentes». De manera
general, «la inhibición proveniente del yo tiende, en el momento del deseo, a atenuar la
investidura del objeto».
No obstante, la representación del yo en este registro fisiológico fue muy pronto traducida al
registro psicológico.
En 1896, el artículo «Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa» retorna a tal
título los grandes lineamientos de la lectura de 1895 en lo que concierne a la histeria, la obsesión
y la paranoia. En 1897 se atraviesa una nueva etapa, y la función del yo se relaciona con el
preconsciente. «Cronológicamente -escribe Freud, en una carta del 31 de mayo de 1897-, la
primera fuerza motivante en la formación de los síntomas es la libido. Todo parece suceder como
si, por una parte, en los estadios ulteriores, se produjeran estructuras complejas (pulsiones,
fantasmas, motivaciones) a partir de los recuerdos, mientras que, por otro lado, en el
inconsciente se insinuara una defensa proveniente desde lo preconsciente (el yo), convirtiendo
la defensa en multilocular.»
Yo e identificación
¿En qué medida esta insistencia en la función defensiva del yo fue afectada por la interpretación
de los sueños? Sin duda, no siempre aparece con este carácter evidente. En primer lugar, en
cuanto a la identificación es todavía implícita.
«Cuando veo surgir en el sueño, no mi yo, sino una persona extraña, debo suponer que mi yo
está oculto detrás de esa persona, gracias a la identificación. Está sobrentendido. Otras veces
mi yo aparece en el sueño y la situación en la que se encuentra me muestra que otra persona se
oculta detrás de él, también en virtud de una identificación. Es necesario entonces descubrir
mediante la interpretación lo que es común a esa persona y a mí, y transferirlo al yo. Hay también
sueños en los que el yo aparece en compañía de otras personas que, cuando uno resuelve la
identificación, se revelan como mi yo. Entonces es necesario, sobre la base de esta
identificación, unir representaciones diversas que la censura había interdicto. Por tanto puedo
representar mi yo varias veces en un mismo sueño, primero de una manera directa, después por
identificación con otras personas. Con varias identificaciones de este tipo, se puede condensar
un material de pensamientos extraordinariamente rico.»
Según este texto, la imagen onírica designada como la del yo está relacionada con un polo de
atracción o de rechazo que interesa a un conjunto de representaciones, y por lo tanto se
presenta como vehículo de una defensa.
Examinemos, sin embargo, la interpretación del yo en el dormir. También se tratará de cierta
especie de defensa pero, paradójicamente, inversa a la defensa neurótica, puesto que se ejerce
contra la eventualidad del despertar. Es decir, a favor de la descarga libidinal. Freud escribe: «O
bien el alma pasa por alto las sensaciones que recibe durante el dormir (cuando su intensidad y
su sentido, que ella comprende, se lo permiten), o bien el sueño le sirve para rechazarlas,
despojarlas de su valor o, finalmente, si tiene que reconocerlas, se esfuerza en interpretarlas de
manera tal que formen parte de una situación anhelada y compatible con el dormir. La sensación
actual se mezcla en el sueño para que pierda toda realidad. Napoleón puede seguir durmiendo,
sólo se trata del recuerdo del cañón de Arcole».
Así, continúa la edición de 1900, «el deseo de dormir debe contarse en todos los casos entre los
motivos que han contribuido a formar el sueño, y todo sueño logrado es una realización de
deseo».
Sin duda, esta primera edición no hace referencia al yo. No obstante, el texto de 1901 titulado
Sobre el sueño -sistematización condensada de La interpretación de los sueños insiste en el
punto: «Mientras la instancia en la que reconocemos nuestro yo normal se orienta hacia el deseo
de dormir, parece que las condiciones psicofisiológicas de ese estado la obligan a relajar la
energía con la que acostumbraba a mantener sometido lo reprimido durante el día. Este
relajamiento es por cierto anodino en sí mismo; aunque las excitaciones del alma infantil oprimida
puedan tener curso libre, como consecuencia de ese mismo estado del dormir encuentran más
difícil el acceso a la conciencia, y su acceso a la motilidad está obstruido. Pero es preciso
rechazar el peligro de que el dormir sea perturbado por esas excitaciones. El sueño crea una
especie de liquidación psíquica del deseo sofocado, o formado con ayuda de lo reprimido,
presentándolo como realizado; pero también satisface a la otra instancia, al permitir la
continuación del dormir. En este caso nuestro yo se comporta un poco como un niño; presta
creencia a las imágenes del sueño, como si quisiera decir: «Sí, sí, tienes razón, pero déjame
dormir». El desdén en que tenemos al sueño al despertar, desdén que se funda en la confusión y
la aparente falta de lógica del sueño, probablemente no sea más que el juicio de nuestro yo
durmiente acerca de las mociones que llegan de lo reprimido, juicio que se basa con todo
derecho en la impotencia motriz de esos perturbadores del dormir».
Estas indicaciones conducen a la idea de una multiplicidad de posiciones del yo: «El niño es
absolutamente egoísta, siente con intensidad sus necesidades y lucha sin contemplaciones por
satisfacerlas; lucha en particular contra los hermanos y las hermanas. No decimos que por esto
sea «malvado», sino «díscolo»; no podemos juzgarlo responsable de sus malas acciones, y
tampoco lo es ante la ley. Esto es justo; en efecto, cabe esperar que, desde la infancia, el
pequeño egoísta comience a experimentar inclinaciones altruistas y despierte a la vida moral;
para hablar como Meynert, podemos esperar que un yo secundario recubra al yo primario y lo
inhiba. Sin duda, la moral no aparece simultáneamente en todos los puntos, y la duración del
período amoral de la infancia difiere en los distintos individuos».
Estas sugerencias contienen el embrión de las vicisitudes que aparecerán en las investigaciones
sobre las que se informa en las ediciones ulteriores de La interpretación de los sueños.
En lo que concierne al deseo de dormir, el texto de 1900 será completado en tres puntos. En
1911, se dice de este deseo que el yo lo ha tomado por lugar (eingestellt en la acepción tópica)
y, por otra parte, entre las funciones del yo se subraya la referencia a la censura. En 1914 se
añade a esta enumeración de las funciones del yo, la elaboración secundaria.
Estos agregados desarrollan la indicación que aparece en la carta a Fliess del 31 de mayo de
1897, en cuanto a la dependencia del yo respecto del preconsciente, sin que se niegue su
dependencia de la conciencia. Además, la defensa es calificada, Por estas diversas razones,
como «multilocal».
continúa en…