Diccionario de psicología, letra Y, Yo horror

Yo horror

Definición
Negativo del Yo Ideal. Instancia constituida a partir de representaciones que remiten al cuerpo
desmembrado, a la inermidad y/o a la angustia catastrófica de desmoronamiento de las primeras
etapas de vida, amenazantes para la cohesión del Yo, que son dejadas de lado, reprimidas,
renegadas o forcluidas, para establecer el Yo Ideal. Su presencia converge con vacilaciones de
la negatividad radical que recae sobre el único real: la muerte. Se instala así la conciencia de
finitud. Esta posición subjetiva depende de un tiempo lógico, no cronológico.
Origen e historia del término
Este concepto tuvo como fuentes bibliográficas: El estadio del espejo de Jacques Lacan; los
desarrollos de Hugo Bleichmar en La depresión: un estudio psicoanalítico; los trabajos
compilados en la obra Lo Negativo de A. Missenard y otros, y las ideas vertidas por Jacques
Messy en su libro La personne agée n’existe pas.
El término Yo Horror fue presentado por primera vez en el año 1992, en un trabajo escrito por D.
Singer y O. Beliveau, titulado «Tiempo de Vivir».
En este ensayo, plantean fenómenos de orden inter, intra y transubjetivos, que determinan al
hombre desde su origen.
En un ítem que denominaron Tiempo de la Imagen, explicaban una fantasmática inconsciente
propia del momento donde se percibían los primeros signos de envejecimiento.
Decían: «La realidad devuelta por el espejo ubica al sujeto en un punto de no retorno. A partir de
allí acechará con ansiedad cualquier cambio que modifique su aspecto corporal y altere la
imagen que de sí mismo tiene. Podríamos decir que el envejecimiento se anuncia en términos de
estética. El culto al cuerpo y a la belleza, hoy, en nuestra cultura occidental, constituyen un
mandato, una exigencia a la que hay que responder so pena de ser marginado. Y para ello
contamos con todos los recursos de la tecnología médica. Si nos sometemos a la cirugía
plástica, si disciplinadamente logramos mantener una dieta balanceada, si con rigor militar
realizamos la actividad física indicada, el espejismo de la eterna-juventud se hará realidad.
Pero el cuerpo no sabe de mandatos sociales y lentamente, a pesar del maquillaje y a despecho
de la tecno-cosmetología, su aspecto exterior se modifica. Ese cuerpo, marcado por las canas,
arrugas y calvicie, se convierte en una realidad insoslayable. Lugar de sufrimiento que enfrenta
al sujeto con el paso del tiempo.
Se asiste impotente al cambio de la imagen aunque no se sientan aún los efectos del
envejecimiento. La ayuda de la presbicia no es suficiente para negarlo. El psiquismo se verá
entonces ante la necesidad de poner en marcha tina serie de mecanismos elaborativos para
incluir este cuerpo extraño, que golpea rudamente los ideales narcisistas.
Lacan, en numerosos trabajos sobre el estadio del espejo, señala con precisión de qué manera
el niño, al identificarse con la gestalt del cuerpo del otro, conforma una imagen que unifica,
anticipadamente, su cuerpo desmembrado. Así, a partir de la relación inmediata con el semejante se establece el Yo Ideal, núcleo constitutivo del Yo. Yo Ideal para quien se vuelve insoportable la afrenta de la edad.
Hoy el espejo no devuelve la imagen esperada, en su lugar aparece otra que provoca una
«inquietante extrañeza». Es una imagen que izo coincide con las impresiones que de sí se tienen
y al mismo tiempo sobrecoge por la semejanza con la de un progenitor generalmente fallecido.
El fugitivo registro de la incompletitud que emerge en una arruga o unas canas, genera una
irritante tensión psíquica derivada de la confrontación entre Yo Ideal Y realidad corporal.
Se inicia así el movimiento que, a la manera de un alud, arrastra en su caída todas las imágenes
narcisistas que fueron constituyendo el Yo. Porque, si bien es la fantasía de eterna juventud la
que al ser cuestionada desencadena este proceso, quedan involucradas en él todas aquellas de
omnipotencia, sabiduría y perfección. Caído el Yo Ideal aparece su negativo: el «Yo Horror», lugar
donde cristalizan la castración, el despedazamiento y la aniquilación. Estas fantasías
inconscientes se filtran en el Yo ocasionando reacciones que oscilan entre lo desagradable que
consterna y lo horroroso que desespera. Podemos decir entonces que, en plena madurez, el
envejecimiento se anticipa en la imagen. El paso del tiempo ha generado desajustes en la
identidad que parece fugarse por el espejo.
Probablemente haya sido esta experiencia la que llevó a Oscar Wilde a escribir su célebre «Retrato de Dorian Gray», poniendo el cuadro en el lugar del espejo para ilustrar el drama del envejecimiento. «El drama no es envejecer sino permanecer joven», hace decir a uno de sus personajes, marcando las incongruencias entre lo percibido y lo vivido. El personaje mantiene
tina perfección intemporal mientras el retrato envejece con los estigmas de sus actos. Sólo la
muerte lo libera del sortilegio y en ese instante muda su aspecto. Su rostro se surca de terribles
marcas mientras el retrato recupera su belleza original.
La mirada que tan duramente juzga la imagen ya avejentada izo sólo la dirige aquel joven de 25
años que ya no es; la impone también el entorno. Esa mirada que, apoyada en los modelos
propuestos por los mass-media, sólo valora el cuerpo esbelto y elástico, la potencia para los
deportes y la lozanía del rostro adolescente. Dura tarea la de sustraerse a la presión social,
hacer caso omiso de la publicidad y permanecer indiferente a aquellos mensajes que indican que
ya se está quedando fuera de la circulación. Evidentemente esas representaciones sociales no
contribuyen en nada a elaborar la crisis de la edad media de la vida.
Rabia e impotencia ante la injuria narcisista, temor ante lo que el futuro depara, dolor ante la
juventud perdida. A esta ganta de sentimientos debemos sumar circunstancias vitales
particularmente complejas: padres viejos que requieren cuidados, hijos adolescentes que aún
reclaman atención, necesidad de prever el futuro económico, cercan los últimos años de vida
productiva. Ante este panorama pocas parecieran ser las posibilidades de evitar el colapso. Sin
embargo, la observación cotidiana y el trabajo clínico indican lo contrario. Con mayor o menor
éxito esta crisis se supera y, pasado un período depresivo de diferente intensidad en cada uno,
el sujeto se moviliza en la búsqueda de nuevos espacios donde encontrar coincidencias y
obtener placer,
¿Cómo salir de la tensión generada entre el Yo y el Yo Ideal? La organización simbólica es lo que impide quedar atrapado en esa trampa óptica inconsciente ya que es este orden el que mediatiza la especularidad originada en la relación dual imaginaria con el semejante.
El Ideal del Yo instaurado a partir de su introyección, limita los efectos aniquilantes de la
desilusión narcisista. Esta instancia simbólica que propuso y desplazó metas a lo largo de la
vida, capacitará al Yo para resistir los embates del tiempo, de la imagen y también de los mandatos sociales. Además el sujeto no ha perdido su lugar en el mundo; las satisfacciones
desiderativas que experimenta, las actividades que realiza y el reconocimiento de los otros,
impiden que el «Yo Horror» se imponga sumiéndolo en la desesperación. Freud en su
Autobiografía dice:
«… yo tenía entonces 53 años, la corta estadía en el nuevo mundo hizo ciertamente bien al
sentimiento de mi propio valor. Allá me vi recibido por los mejores como un igual».
Por la mediación simbólica y los apuntalamientos narcisistas, el deseo sigue su curso y el sujeto
está nuevamente capacitado para cumplir con el compromiso humano pactado con Eros, el
compromiso de vivir.
Si por el contrario hubo falencias en la estructuración del aparato psíquico y por ende del Ideal del Yo, el individuo sucumbe ante la herida narcisista. El desplazamiento del Ideal del Yo por el horror desata una violencia indominable que revierte el Yo de distintas maneras. Señalaremos dos respuestas posibles, una de matices grotescos y la otra trágicos. Incluimos en la primera a aquellas personas que parecen una caricatura del joven que fueron. Intentan detener el tiempo inmovilizando rasgos que sienten como baluartes de juventud. Y entre las segundas, el estallido cardíaco de un hombre desgarrado por la tensión o el accidente automovilístico que hace real aquel despedazamiento del cuerpo del infans. Otra alternativa no menos radical la ofrece el
suicidio. Cartas y discursos póstumos no dejan dudas en ese sentido.
Al matarse, Ernest Hemingway mató al «Yo Horror» que lo torturaba. No toleró los avatares a que
lo sometió el paso del tiempo.
«Qué es lo que crees que ocurre a un hombre -decía Hemingway cuando se da cuenta que
nunca podrá escribir los libros y cuentos que se proponía escribir? No hacer en la buena época?
… Si no puedo existir en mi propio estilo, entonces la existencia es imposible para mí,
¿comprendes? Así es como he vivido y así es como debo vivir -o morir «.
Desarrollo desde la perspectiva vincular
En trabajos posteriores D. Singer fue ampliando el significado del término. Observó que la tensión entre Yo Ideal y su negativo, el Yo Horror, va a marcar las vicisitudes de los reposicionamientos subjetivos que acompañan todo el decurso temporal. Esta tensión se pone en juego en los momentos en que los apoyos en la subjetividad y en la cultura se resquebrajan, desdibujando el lugar a ser ocupado dentro de un conjunto al que se siente pertenecer. Al desaparecer la interpelación deseante de los otros, el contrato narcisista vacila y emerge aquello que fue negativizado para hacer posible la constitución del sí mismo insertado en su conjunto. Se rompe el pacto de negación y emerge la fantasía de muerte corporizada en el Yo Horror, que hasta entonces parecía radicalmente excluida del campo del posible saber.
La cultura intentó siempre tramitar las situaciones extremas a las que se ve sometida la
existencia humana. Los grandes literatos ayudan con su narrativa a simbolizarlas. Algunas de
sus obras, ya clásicos, testimonian la relación entre el sentirse deseado, la imagen, el espejo y
su relación con la muerte.
Cuando a la madrastra de Blanca Nieves el espejo le desmiente su belleza, poniendo en su lugar
la de la niña, surge la violencia contra ella y decide hacerla desaparecer.
Dorian Gray es un producto del dandysmo, época paradigmática de una subjetividad centrada en
la estética. Dorian no sentía piedad ni compasión, y el retrato se marcaba con la crueldad de sus
actos, desoyendo las leyes del conjunto al que pertenecía. Sin embargo, la tradición popular
sostiene que sus marcas eran las del envejecimiento. El cuadro ocupa en la novela el lugar del
espejo.
La fantasía literaria desarrollada por B. Stocker que captura de leyendas populares la figura del
conde Drácula, puede aportamos otro ejemplo interesante. El vampiro no refleja en el espejo. A
partir de su condición vive un estatuto particular de inmortalidad. Es un muerto viviente. Duerme
en un ataúd y se levanta para absorber a través de la sangre, la vida de sus víctimas. El espejo
no lo refleja porque no muere?
J. Cocteau en Orfeo y Eurídice, afirma: «Yo les revelo el secreto de los secretos; los espejos
son las puertas por las cuales la muerte va y viene; no se lo digan a nadie. Sin embargo,
mírense toda vuestra vida en ¿in espejo y verán la muerte trabajar como las abejas dentro de
una colmena de vidrio».
Sería redundante recordar también aquí el triste fin de Narciso en el espejo de las aguas del lago.
¿Será que el espejo guarda en sí aquel cuerpo desmembrado, aquella angustia de no ser que
algún día reflejó? La mirada de la madre y su imagen en el espejo permitió que en un momento el
sujeto encuentre allí su propia imagen unificada, su cuerpo integrado, que sabrá distinto de los
otros, aunque construido sobre su mismo modelo.
La mirada es siempre mirada social. La mirada del otro nos constituye y no deja de sostenemos y
significamos, independientemente del momento cronológico que atravesemos.
Cuando cae la mirada aprobatoria, la nuestra, el fracaso de la fantasía de inmortalidad se pone
en marcha. El sujeto se siente fuera de lugar en el campo del deseo. Al caer el Yo Ideal, gana terreno el Horror del Yo.
«… En este nuevo lugar, la muerte está doblemente presente. La reactivación de la tragedia
edípica en doble versión con dos lugares simultáneos, es puesta en marcha por la necesidad
de hacer el duelo por la existencia de ni¡ buen padre eterno que nos permita sostenernos
también en el lugar de niño eterno. Ahora ese duelo se torna inminente. Anuncia la llegada del
envejecimiento propio. La infancia y sus delicias parecen perdidas definitivamente…
«… Esa escasez de lugar nos lleva a plantear entonces un trabajo que es la inversa del
realizado en el complejo de Edipo… La antigua interdicción y la imposición de la ley que
rompían un apego tenaz al objeto, viene esta vez de lo naturo-cultural que hace a la condición
humana. Es una ley que lo sume en la angustia de desamparo por la ausencia de aquellos
padres inexorablemente perdidos en lo imaginario y en la realidad exterior, donde también
pueden haber desaparecido los sustitutos: vínculos con la calidad de objetos únicos como el
trabajo y la mujer amada. Esta vez no puede odiar al prohibidor, fantasear matarlo, pero sí
puede despreciar al hoy que se le escapa y que en el fondo desea. Un hoy significado en la
presencia de los otros y en su relación con ellos. Conoce la presencia del objeto, su
necesidad de él, pero lo inculpa de sus limitaciones. Comparo así el deseo por el objeto y la
intedicción que conlleva siempre la amenaza de castración… » (Singer, D. 1998).
La cuestión que se plantea se centra en saber si la castración simbólica que ha jugado a lo largo
de la vida con dificultades pero también con logros, tanto en el nivel narcisista como en el
edípico, puede nuevemente permitir inscribir aquella omnipotencia (fuente de ilusión) que se
juega en la relación entre el Yo Ideal y el Ideal del Yo, negativizando el Horror del Yo. La relación
con los Ideales del Yo que fueron generados y están sostenidos por el conjunto, tiene un papel
protagónico para regular la autoestima que nunca deviene totalmente independiente de la
intersubjetividad. De esta manera se decide si a la vida nos une el amor o sólo el espanto.

Problemáticas conexas
Los mecanismos de defensa propios de las perversiones y psicosis, correspondientes a la
segunda tópica de la teoría de S. Freud, constituyen un campo de contenidos psíquicos cuyo
destino da lugar a la comprensión de los trastornos narcisistas y es por allí donde debería seguir
una interrogación sobre los poderes del horror y sus efectos en la intersubjetividad, como
organizador de los pactos de negación.
Al ser la grupalidad un lugar donde se formula y reformula el Ideal, la exploración de los efectos
de esta actividad en las vicisitudes vinculares, es un campo interesante.
Este concepto se está utilizando para entender fenómenos del terrorismo de Estado, de los
trastornos de la alimentación y del suicidio. Estos desarrollos seguramente abrirán nuevas
perspectivas.