Diccionario de psicología, letra Y, Yo: como lugar de la conciencia y manifestación de lo inconciente

Yo: como lugar de la conciencia y manifestación de lo inconciente.

s.m. (fr. moi; ingl. ego; al. Ich). Según Freud, sede de la conciencia y también lugar de
manifestaciones inconcientes. El yo, elaborado por Freud en su segunda tópica (yo, ello y
superyó), es una diferenciación del ello; es la instancia del registro imaginario por excelencia,
por lo tanto de las identificaciones y del narcisismo.
Hablar del yo en la teoría freudiana equivale a trazar la historia de la técnica analítica, con sus
vacilaciones, sus impasses, sus descubrimientos. Parecería que, antes de 1920, la
interpretación, tal como la practicaba Freud con sus histéricas, daba resultados satisfactorios.
Para intentar explicar los fenómenos psíquicos, Freud elabora por entonces lo que llama la
primera tópica: el inconciente, el preconciente, el conciente, con los dos principios que rigen la
vida psíquica: el principio de placer y el principio de realidad. Pero este recorte se revelará
inoperante para explicar el fenómeno que Freud descubre a propósito de las neurosis
traumáticas: la compulsión de repetición, que aborda en Más allá del principio de placer (1920).
Este es un texto que hace de bisagra porque después de él Freud elabora la segunda tópica: el
ello, el yo y el superyó, al que también llamará ideal del yo.
Este nuevo recorte no recubre al primero: el yo engloba lo conciente y lo preconciente, y también
una parte inconciente. Allí Freud está bien lejos de la teoría clásica del yo de los filósofos, por
-que si el hombre ha deseado siempre ser sujeto del conocimiento y lugar de la totalización de un
saber, el descubrimiento freudiano hará que todas las certidumbres se batan en retirada, al
mostrar con el inconciente la paradoja de un sujeto constituido por algo que no puede saber y
literalmente excéntrico respecto de su yo.
Génesis del Yo. Freud describe al yo como una parte del ello que se habría diferenciado bajo la influencia del mundo exterior. ¿Cuáles son los mecanismos intervinientes en este proceso?
En el ello reina el principio de placer. Pero el ser humano es un animal sociable y, si quiere vivir
con sus congéneres, no puede instalarse en este principio de placer, que tiende a la menor
tensión, así como le es imposible dejar que las pulsiones se expresen en estado puro. El mundo
exterior, en efecto, impone al niño pequeño prohibiciones que provocan la represión y la
trasformación de las pulsiones orientándolas a una satisfacción sustitutiva que provocará a su
vez un sentimiento de displacer en el yo. El principio de realidad ha relevado al principio de
placer. El yo se presenta como una especie de tapón entre los conflictos y escisiones del aparato psíquico, así como trata de desempeñar el papel de una especie de para-excitaciones frente a las agresiones del mundo exterior.
A partir de J. Lacan, se puede agregar que sólo porque el ser humano es un ser hablante se
instaura la represión y, con ella, la división del sujeto. La barra que viene así a golpearlo [frapper:
también «impresionar», «marcar»] le prohibe [inter-dice] el acceso a la verdad de su deseo.
Descripción del aparato psíquico, o tópica freudiana. En su artículo El yo y el ello (1923), Freud
escribe: «Un individuo por lo tanto es, para nosotros, un ello psíquico incógnito e inconciente, en
cuya superficie está ubicado el yo, que se ha desarrollado a partir del sistema preconciente
como su núcleo (…) el yo no envuelve por completo al ello sino sólo en los límites en los que el
preconciente forma su superficie, un poco como el disco germinativo se asienta sobre el huevo.
El yo no está netamente separado del ello, se fusiona con él en su parte inferior».
Freud agrega que el yo tiene un «casquete acústico», por lo que la importancia de las palabras
no reside simplemente en el nivel de la significación, sino en el nivel de los «restos mnémicos de
la palabra oída». Ya se encuentra aquí, en germen, lo que la lingüística desarrollará más tarde
con la relación significante- significado que Lacan aplicará al psicoanálisis.
Freud insiste en otro aspecto esencial del yo: es ante todo un yo-cuerpo: «puede ser
considerado como una proyección mental de la superficie del cuerpo y representa la superficie
del aparato mental».
Es interesante notar que el único acceso que el hombre tiene a su cuerpo pasa por el yo. Esta
aserción se revelará particularmente pertinente cuando Lacan desarrolle los aspectos de
espejismo y engaño del yo. Esto podría explicar el poco acceso a la realidad de su cuerpo que
manifiesta el ser humano. Siempre es sorprendente oír a alguien hablar de la manera en que «se
ve».
¿Cuáles son las funciones del Yo? El yo es descrito por Freud como una instancia móvil en
perpetua reelaboración, pero también lo describe como pasivo y accionado por fuerzas que no
es posible dominar, haciéndose víctima del ello.
Las funciones del yo son múltiples:
es capaz de operar una represión;
es la sede de las resistencias;
trata de manejar la relación «principio de placer» – «principio de realidad»;
participa en la censura, ayudado en esto por el superyó, que sólo es una diferenciación del ello.
En El yo y el ello, igualmente, Freud escribe: «La percepción desempeña para el yo el papel que
en el ello recae en la pulsión. El yo representa lo que se puede llamar razón y buen sentido, en
oposición al ello, que tiene por contenido las pasiones»;
es capaz de construir medios de protección;
verdadero lugar de pasaje de la libido, parece conducir los investimientos de objeto hacia la
idealización, y los desinvestimientos de objeto, hacia el retorno de la libido al yo, llamada
entonces libido narcisista,
toda sublimación se produce por intermedio del yo, que trasforma la libido de objeto sexual en
libido narcisista;
es la sede de las identificaciones imaginarias.
La identificación y el Yo. La identificación es un mecanismo que tiende a volver al propio yo
parecido al otro que se ha tomado como modelo. «El yo copia [a la persona amada u odiada]»,
escribe Freud en el capítulo «La identificación» [de Psicología de las masas y análisis del yo
(1921)]. Lacan, con el estadio del espejo (Escritos, 1966), muestra que el niño pequeño anticipa
imaginariamente la forma total de su cuerpo por medio de una identificación, estableciendo así el
primer esbozo del yo, tronco de las identificaciones secundarias. Pero, en ese momento
esencial, hay que subrayar que el niño es sostenido por una madre cuya mirada lo mira. Allí
reside todo el campo de la narcisización como fundadora de la imagen del cuerpo del niño y de
su estatuto narcisista a partir de lo que es primero el amor de la madre y el orden de la mirada
dirigida al niño. Pero, al mismo tiempo que reconoce su imagen en el espejo, el niño la ve y la
capta ante todo como la de otro. «El yo es el otro» [paráfrasis de una frase de Rimbaud citada
por Lacan l. Su ilustración es el fenómeno del transitivismo.
Paralelamente al reconocimiento de sí mismo en el espejo, se observa en el pequeño puesto en
presencia de otro niño, cercano en edad, un comportamiento particular: lo observa con
curiosidad, lo imita, intenta seducirlo o agredirlo. El niño que ve caer a otro llora, el que pega dice
haber sido golpeado. Más que una mentira infantil se reconoce aquí al yo, instancia de lo
imaginario en el sentido de la imagen, al yo de la relación dual, de la confusión entre sí mismo y el
otro, puesto que el sujeto se vive y se registra ante todo en el otro.
Se puede decir entonces que el yo es la imagen del espejo en su estructura invertida. El sujeto
se confunde con esta imagen que lo «forma» y lo aliena primordialmente.
El yo conservará de este origen el gusto por el espectáculo, por la seducción, por la parada,
pero el gusto también por las pulsiones sadomasoquistas y escoptofílicas (o voyeuristas),
destructoras del otro en su esencia: «Yo o el otro». Se trata de la agresividad constitutiva del
ser humano, que debe ganar su lugar por sobre el otro e imponérsele bajo pena de ser a su vez
aniquilado.
Lacan, como Freud, pondrá el acento en la multiplicidad de las identificaciones y, por lo tanto, de los yoes. El yo está formado por la serie de las identificaciones que han representado para el sujeto una referencia esencial en cada momento histórico de su vida. Pero Lacan insistirá más en el aspecto de engaño, de apariencia, de flusión que reviste al yo de una «ex-centricidad»
radical respecto del sujeto, comparando al yo con una superposición de las diferentes capas
tomadas de lo que llama «el baratillo de su tienda de accesorios».
¿Qué sucede en esta perspectiva con la conciencia? El hombre puede decir: «yo soy el que
sabe que soy», pero no sabe quién es «Yo» [aquí «je», forma vacía del pronombre personal,
distinta del «moi»]. La conciencia en el hombre es una especie de tensión entre el yo [moi]l
alienado del sujeto y una percepción que fundamentalmente se le escapa. Como toda percepción
pasa por el filtro del fantasma, toda percepción objetiva es imposible.
El Yo y el objeto. El establecimiento del objeto depende del yo, es su correlato. La libido narcisista
que reside en el yo se extiende hacia el objeto, pero también el yo se puede tomar a sí mismo
como objeto. Las características del yo resultan de la sedimentación de los investimientos de
objeto abandonados que se inscriben en la historia de sus elecciones de objeto. En el caso de la
melancolía, hay introyección del objeto perdido. Los amargos reproches que el melancólico se
dirige conciernen en realidad al objeto que ha tomado el lugar de una parte del yo. De este modo,
el yo es partido, cortado en dos, y una parte se encona con la otra.
Pero este sentimiento de duplicidad del yo no siempre es patológico; podemos reconocer
operante aquí la instancia del superyó, diferenciada del yo. En lo cotidiano, esto se manifiesta en
la autoobservación, la conciencia moral, la censura onírica, y en su participación en la represión.
Produce así la sensación de ser vigilado por una parte de sí mismo, lo que da al yo sus
características paranoides. En la identificación, cuando el yo adopta los rasgos del objeto, se
impone, por así decirlo, al ello como objeto de amor. Se puede entonces decir que el yo se
enriquece con las cualidades del objeto, mientras que en el enamoramiento se empobrece. Todo
pasa como si la libido narcisista se hubiera vaciado en el objeto.
La elección de objeto es siempre una elección de objeto narcisista, se ama lo que se quisiera
ser. Lacan, releyendo a Freud, introduce un elemento suplementario: en el plano imaginario, el
objeto siempre se le presenta al hombre como un espejismo inasible. Por eso toda relación objetal
estará siempre marcada por una incertidumbre fundamental.
El Yo y el sueño. Una de las emergencias del yo en el sueño es por supuesto la necesidad
manifiesta de dormir, ¡o más bien de no despertarse! Pero se podría decir que también en la vida
diurna no es cosa de despertarse y que de eso se trata en el «no quiero saber nada» que cada
cual ostenta, conformándose con creer que su ver -dad está en la instancia vigil del yo.
Por otra parte, en el sueño, toda tentativa de expresión del sujeto del inconciente está
sabiamente disfrazada. Quizás sea en este nivel donde el juego de las escondidas con el yo es
más fuerte.
También en el nivel del yo aparece la función del ensueño. Es la satisfacción imaginaria, ilusoria,
del deseo. A través de ese sesgo, por otra parte, se puede registrar la existencia de una
actividad fantasmática inconciente.
El Yo y el instinto de muerte. Con la compulsión a la repetición, Freud entrevé que más allá del
«principio de placer» existe lo que llama instinto de muerte. [Todestrteb o Todestriebe: pulsión o
pulsiones de muerte.] En un primer momento, hace una distinción tajante entre pulsiones del
yo-pulsiones de muerte, y pulsiones sexuales-pulsiones de vida, para llegar luego a la oposición
pulsiones de vida-pulsiones de muerte. El yo está ligado a la hiancia primaria del sujeto, como lo
muestra el estadio del espejo, y en esto es el más cercano a la muerte, como lo sugiere por otra
parte el mito de Narciso. En el caso de la neurosis obsesiva, se puede registrar la incidencia
mortal del yo llevada a su punto extremo. Con Lacan, se puede decir que «el yo es un otro». El
obsesivo, justamente, es siempre un otro. Diga lo que diga, siempre se expresa haciendo hablar
a algún otro. En el Seminario II, «El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica»
(1954-55), Lacan escribe: «En la medida en que evita su propio deseo, a todo deseo en el que
se comprometa aun aparentemente lo presentará como el deseo de ese otro sí-mismo que es su
yo (…) Hay que hacerle comprender cuál es la función de esta relación mortal que mantiene
consigo mismo y que lo lleva, desde que un sentimiento es propio de él, a empezar por anularlo».
El estudio del yo ha ocupado un lugar central en el trabajo de investigación que los sucesores de
Freud han podido realizar. La psicología del yo llegará a confundir al sujeto y al yo, conduciendo
el trabajo analítico esencialmente sobre el análisis del yo y apuntando a una identificación con el
«yo fuerte» del analista, redoblando así el engaño y el desconocimiento del deseo, y buscando
sólo la adaptación. Lacan responde a esto con una sola frase: «La intuición del yo, en tanto está
centrada en una experiencia de la conciencia, conserva un carácter cautivante del que hay que
desprenderse para acceder a nuestra concepción del sujeto. Trato de apartarlos de su
atracción a fin de permitirles captar finalmente dónde está para Freud la realidad del sujeto. En el
inconciente excluido del sistema del yo, el sujeto habla» (J. Lacan, Seminario II). El analista, por
lo tanto, no tiene otro instrumento de trabajo que el lenguaje, y su mira sólo puede ser el discurso
inconciente del sujeto, discurso que corre por debajo del discurso corriente conciente.