Diccionario de psicología, letra Y, Yo

Yo
Al.: lch.
Fr.: moi
Ing.: ego.
It.: io.
Por.: ego.

Instancia que Freud distingue del ello y del superyó en su segunda teoría del aparato psíquico.
Desde el punto de vista tópico, el yo se encuentra en una relación de dependencia, tanto
respecto a las reivindicaciones del ello como a los imperativos del superyó y a las exigencias de
la realidad. Aunque se presenta como mediador, encargado de los Intereses de la totalidad de la
persona, su autonomía es puramente relativa.
Desde el punto de vista dinámico, el yo representa eminentemente, en el conflicto neurótico, el
polo defensivo de la personalidad; pone en marcha una serie de mecanismos de defensa,
motivados por la percepción de un afecto displacentero (señal de angustia).
Desde el punto de vista económico, el yo aparece como un factor de ligazón de los procesos
psíquicos; pero, en las operaciones defensivas, las tentativas de ligar la energía pulsional se
contaminan de los caracteres que definen el proceso primario: adquieren un matiz compulsivo,
repetitivo, arreal
La teoría psicoanalítica intenta explicar la génesis del yo dentro de dos registros relativamente
heterogéneos, ya sea considerándolo como un aparato adaptativo diferenciado a partir del ello
en virtud del contacto con la realidad exterior, ya sea definiéndolo como el resultado de
identificaciones que conducen a la formación, dentro de la persona, de un objeto de amor
catectizado por el ello.
En relación con la primera teoría del aparato psíquico, el yo es más extenso que el sistema
preconsciente-consciente, dado que sus operaciones defensivas son en gran parte
Inconscientes.
Desde un punto de vista histórico, el concepto tópico del yo es el resultado de una noción que se halla constantemente presente en Freud desde los orígenes de su pensamiento.
En la medida en que existen en Freud dos teorías tópicas del aparato psíquico, la primera de las cuales hace intervenir los sistemas inconsciente, preconsciente-consciente, y la segunda las
tres instancias ello, yo y superyó, es corriente en psicoanálisis admitir que el concepto de yo no
adquiere un sentido estrictamente psicoanalítico, técnico, hasta después de lo que se ha llamado
la «vuelta» de 1920. Por lo demás, este profundo cambio de la teoría habría correspondido, en la
práctica, a una nueva orientación, dirigida hacia el análisis del yo y de sus mecanismos de
defensa, más que a sacar a luz los contenidos inconscientes. Ciertamente, nadie ignora que
Freud hablaba de «yo» (Ich) desde sus primeros escritos, pero generalmente lo haría, según se
sostiene, de forma poco especificada, designando entonces este término la personalidad en
conjunto. Las concepciones más detalladas en las cuales se atribuyen al yo funciones bien
determinadas dentro del aparato psíquico (por ejemplo, en el Proyecto de psicología científica
[Entwurf einer Psychologie, 1895]), se considera que prefiguran de un modo aislado los
conceptos de la segunda tópica. De hecho, corno veremos, la historia del pensamiento freudiano
es mucho más compleja: por una parte, el estudio del conjunto de textos freudianos no permite
localizar dos acepciones del yo correspondientes a dos períodos distintos: la noción de yo
siempre ha estado presente, aun cuando se haya renovado por aportaciones sucesivas
(narcisismo, establecimiento del concepto de identificación, etc.). Por otra parte, la «vuelta» de
1920 no puede limitarse a la definición del yo como instancia central de la personalidad: como es
sabido, implica otras muchas aportaciones esenciales que modifican la estructura de conjunto de
la teoría y sólo pueden ser debidamente apreciadas en sus correlaciones. Por último, no
creemos deseable intentar establecer desde un principio una neta distinción entre el yo como
persona y el yo como instancia, puesto que la articulación de estas dos acepciones forma
precisamente el núcleo de la problemática del yo. En Freud este problema se halla implícitamente
presente muy pronto y persiste incluso después de 1920. La ambigüedad terminológica que se
pretendería denunciar y eliminar oculta un problema de fondo.
Independientemente de las preocupaciones relativas a la historia del pensamiento freudiano,
algunos autores, llevados de un deseo de clarificación, han intentado señalar una diferencia
conceptual entre el yo como instancia, como subestructura de la personalidad, y el yo en tanto
que se presenta como objeto de amor para el propio individuo-el yo del amor propio según La
Rochefoucauld, el yo catectizado de libido narcisista según Freud- Así, por ejemplo, Hartmann ha
propuesto disipar el equívoco que existiría en el concepto de narcisismo y en un término como el
de catexis del yo (Ich-Besetzung, ego-cathexis): «Cuando se utiliza el término narcisismo, a
menudo parecen confundirse dos pares antitéticos: el primero se refiere al sí mismo [self], la
propia persona en oposición al objeto; el segundo alude al yo (como sistema psíquico) en
oposición a las otras subestructuras de la personalidad. Sin embargo, lo contrario de catexis del
objeto no es catexis del yo [ego-cathexis], sino catexis de la propia persona, es decir, catexis
de sí mismo [self-cathexis]; cuando hablamos de catexis de sí mismo, ello no presupone que la
catexis esté situada en el ello, en el yo o en el superyó […]. Por consiguiente, se aclararían las
cosas definiendo el narcisismo como la catexis libidinal, no del yo, sino del sí mismo».
A nuestro juicio, esta posición anticipa, en virtud de una distinción meramente conceptual, la
respuesta a algunos problemas esenciales. De un modo general, lo que aporta el psicoanálisis
con su concepción del yo corre el peligro de pasar parcialmente ignorado si se yuxtapone
simplemente una acepción del término considerada como específicamente psicoanalítica a otras
acepciones juzgadas tradicionales y, a fortiori, si se intenta desde un principio representar
diferentes sentidos por medio de otros tantos vocablos distintos. Freud no solamente encuentra
y utiliza las acepciones clásicas, oponiendo, por ejemplo, el organismo al ambiente, el sujeto al
objeto, el interior al exterior, sino que utiliza el propio término de Ich a estos distintos niveles, e
incluso aprovecha la ambigüedad de este empleo, lo que indica que no excluye de su campo
ninguna de las significaciones adscritas al término yo (moi et je) (Ich).
I. El concepto de yo Freud lo utiliza desde sus primeros trabajos, y resulta interesante ver cómo
se desprenden de los textos del período 1894-1900 cierto número de temas y de problemas que
se volverán a encontrar más tarde.
Lo que condujo a Freud a transformar radicalmente la concepción tradicional del yo fue la
experiencia clínica de las neurosis. La psicología y, sobre todo, la psicopatología de las
proximidades de 1880 conducen, en virtud del estudio de las «alteraciones y desdoblamientos de
la personalidad», de los «estados segundos», etc., a desmantelar la noción de un yo que es uno
y permanente. Es más, un autor como P. Janet pone en evidencia la existencia, en la histeria, de
un desdoblamiento simultáneo de la personalidad: tiene lugar la «[…] formación, en el espíritu, de
dos grupos de fenómenos: uno que constituye la personalidad ordinaria; el otro, que por lo
demás es susceptible de subdividirse, forma una personalidad anormal distinta de la primera y
completamente ignorada por ella». En este desdoblamiento de la personalidad Janet ve una
consecuencia del «estrechamiento del campo de la conciencia», de una «debilidad de la síntesis
psicológica», que produce en el histérico una «autotomía». «La personalidad no puede percibir
todos los fenómenos, y sacrifica definitivamente algunos de ellos; es una especie de autotomía,
y estos fenómenos abandonados se desarrollan aisladamente, sin que el sujeto tenga
conocimiento de su actividad». Ya es sabido que la aportación de Freud en la interpretación de
tales fenómenos consiste en ver en ellos la expresión de un conflicto psíquico: ciertas
representaciones son el objeto de una defensa, debido a que son inconciliables (unverträglich)
con el yo.
En el período 1895-1900 la palabra yo es utilizada a menudo por Freud en diversos contextos.
Puede resultar cómodo ver cómo opera esta noción según el registro en que es utilizada: teoría
de la cura, modelo del conflicto defensivo, metapsicología del aparato psíquico.
1.° En el capítulo de los Estudios sobre la histeria titulado «Psicoterapia de la histeria», Freud
describe cómo el material patógeno inconsciente, cuyo carácter altamente organizado subraya,
sólo puede ser conquistado de un modo paulatino. La conciencia o «conciencia del yo» es
considerada como un desfiladero que no deja pasar más de un recuerdo patógeno a la vez y
que puede ser bloqueado mientras el trabajo elaborativo (Durcharbeitung) no haya vencido las
resistencias: «Uno de los recuerdos que se halla en vías de surgir en la conciencia permanece
allí ante el enfermo hasta que éste lo ha recibido en el espacio del yo». Se señala aquí la íntima
conexión existente entre la conciencia y el yo (atestiguada por el término: conciencia del yo), y
también la idea de que el yo es más extenso que la conciencia actual; aquél es un verdadero
dominio (que Freud pronto asimilará al «Preconsciente»).
Las resistencias manifestadas por el paciente se describen en un primer análisis, en los
Estudios sobre la histeria, como viniendo del yo «que encuentra placer en la defensa». Si una
determinada técnica permite burlar momentáneamente su vigilancia, «en todas las ocasiones
realmente serias, se recupera, vuelve a encontrar sus fines y prosigue su resistencia». Pero,
por otra parte, el yo está infiltrado por el «núcleo patógeno» inconsciente, de forma que el límite
entre ambos aparece en ocasiones como puramente convencional. Es más, «de esta misma
infiltración emanaría la resistencia». Aquí se encuentra ya bosquejado el problema de una
resistencia propiamente inconsciente, problema que, más tarde, suscitará dos distintas
respuestas en Freud: el recurrir a la noción de un yo inconsciente, y también la noción de una
resistencia propia del ello.
2.° La noción de yo se halla constantemente presente en las primeras elaboraciones que
propone Freud del conflicto neurótico. Se dedica a especificar la defensa en distintos «modos»,
«mecanismos», «procedimientos», «dispositivos» correspondientes a las diversas
psiconeurosis: histeria, neurosis obsesiva, paranoia, confusión alucinatoria, etc. En el origen de
estas diversas modalidades del conflicto se sitúa la incompatibilidad de una representación con
el yo.
Así, por ejemplo, en la histeria el yo interviene como instancia defensiva, pero de un modo
complejo. El decir que el yo se defiende no se halla exento de ambigüedad. Esta fórmula puede
comprenderse del siguiente modo: el yo, como campo de conciencia, situado ante una situación
conflictiva (conflicto de intereses, de deseos, o incluso de deseos y prohibiciones) e incapaz de
dominarla, se defiende evitándola, no queriendo saber nada de ella; en este sentido, el yo sería
el campo que debe ser preservado del conflicto por la actividad defensiva. Pero el conflicto
psíquico que Freud ve actuar presenta otra dimensión: es el yo como «masa dominante de
representaciones » lo que se ve amenazado por una representación considerada como
inconciliable con él: tiene lugar una represión por el yo. El Caso Lucy R…, uno de los primeros
en que Freud establece la noción de conflicto y la parte que en él desempeña el yo, ilustra de un
modo especial esta ambigüedad: Freud no se satisface con la sola explicación según la cual el
yo, por carecer del «valor moral» necesario, no quiere saber nada del «conflicto de afectos»
que le perturba; la cura sólo progresa en la medida en que se ocupa de esclarecer «símbolos
mnémicos» sucesivos, símbolos de escenas en las que aparece un deseo inconsciente bien
preciso, en lo que ofrece de inconciliable con la imagen de sí misma que la paciente intenta
mantener.
Precisamente porque el yo toma parte en el conflicto, el motivo de la acción defensiva o, como
dice a veces Freud a partir de esta época, su señal, es el sentimiento de displacer que le afecta
y que, para Freud, se halla directamente ligado a esta inconciliabilidad.
Por último, si bien la operación defensiva de la histeria se atribuye al yo, esto no implica que se
conciba únicamente como consciente y voluntaria. En el Proyecto de psicología científica, en el
que Freud da un esquema de la defensa histérica, uno de los puntos importantes que intenta
explicar es «[…] por qué un proceso del yo se acompaña de efectos que habitualmente sólo
encontramos en los procesos primarios»: en la formación del «símbolo mnémico» que es el
síntoma histérico, todo el quantum de afecto, toda la significación, se hallan desplazados de lo
simbolizado al símbolo, lo que no ocurre en el pensamiento normal. Esta utilización del proceso
primario por el yo sólo interviene cuando éste se ve incapaz de hacer funcionar sus defensas
normales (por ejemplo, atención, evitación). En el caso del recuerdo de un trauma sexual (véase:
Posterioridad; Seducción), el yo se ve sorprendido por un ataque interno y no puede hacer más
que «dejar que intervenga un proceso primario». La situación de la «defensa patológica» con
respecto al yo no se halla, pues, determinada en forma unívoca: en un sentido, el yo es
ciertamente el agente de la defensa, pero, en la medida en que sólo puede defenderse
separándose de lo que le amenaza, abandona la representación inconciliable a un tipo de
proceso que escapa a su control.
3.° En la primera elaboración metapsicológica dada por Freud del funcionamiento psíquico, se
atribuye a la noción de yo un papel de primer orden. En el Proyecto de psicología científica, la
función del yo es fundamentalmente inhibidora. En lo que Freud describe como «experiencia de
satisfacción» (véase este término), el yo interviene para impedir que la catexis de la imagen
mnémica del primer objeto satisfactorio adquiera una fuerza tal que desencadene un «indicio de
realidad» a igual título que la percepción de un objeto real. Para que el indicio de realidad
adquiera valor de criterio para el sujeto, es decir, para que se evite la alucinación y para evitar
que la descarga se produzca tanto en la ausencia como en la presencia del objeto real, es
necesario que se inhiba el proceso primario, que consiste en una libre propagación de la
excitación hasta la imagen. Se ve, pues, que, si bien el yo es lo que permite al sujeto no
confundir sus procesos internos con la realidad, no es debido a que posea un acceso
privilegiado a lo real, un patrón con el cual compararía las representaciones. Este acceso directo
a la realidad Freud lo reserva a un sistema autónomo llamado «sistema percepción» (designado
por las letras W o w), muy distinto del sistema y del cual forma parte el yo que funciona de un
modo totalmente diferente.
Freud describe el yo como una «organización» de neuronas (o, traducido al lenguaje menos
«fisiológico» utilizado por Freud en otros textos, una organización de representaciones)
caracterizada por varios rasgos: facilitación de las vías asociativas interiores de este grupo de
neuronas, catexis constante por una energía de origen endógeno, es decir, pulsional, distinción
entre una parte permanente y una parte variable. La permanencia en él de un nivel de catexis es
lo que permite al yo inhibir los procesos primarios, no sólo los que conducen a la alucinación,
sino también aquellos capaces de provocar displacer («defensa primaria»). La catexis del deseo
hasta la alucinación, el desarrollo total de displacer que comporta un gasto total de la defensa,
todo esto lo designamos con el término procesos psíquicos primarios; por el contrario, los
procesos que sólo son posibles en virtud de una buena catexis del yo y que representan una
moderación de los anteriores son los procesos psíquicos secundarios».
Vemos, pues, que el yo no es definido por Freud como el conjunto del individuo, ni siquiera como
el conjunto del aparato psíquico; es sólo una parte de éste. Con todo, esta tesis debe
completarse, en la medida en que la relación del yo con el individuo, tanto en la dimensión
biológica de éste (organismo) como en su dimensión psíquica, es de una importancia privilegiada.
Esta ambigüedad constitutiva del yo se encuentra en la dificultad de dar un sentido unívoco a la
noción de interior, de excitación interna. La excitación endógena se concibe sucesivamente
como viniendo del interior del cuerpo, más tarde del interior del aparato psíquico, y por último
como almacenada en el yo definitivo como reserva de energía (Vorratsträger): hay aquí una
serie de encajamientos sucesivos, que, si se prescinde de los esquemas explicativos
mecanicistas que Freud da de ellos, inducen a concebir la idea de un yo como una especie de
metáfora realizada del organismo.
II. El capítulo metapsicológico de La interpretación de los sueños (exposición de la «primera»
teoría del aparato psíquico, que, de hecho, se nos aparece más bien, a la luz de los trabajos
póstumos de Freud, como una segunda metapsicología) muestra diferencias manifiestas en
relación con las concepciones anteriores. Se establece la diferenciación sistemática entre los
sistemas Inconsciente, Preconsciente, Consciente, dentro del marco de un «aparato» en el que
no interviene la noción de yo.
A raíz de su descubrimiento del sueño como «vía real hacia el inconsciente», Freud hace recaer
el acento especialmente sobre los mecanismos primarios del «trabajo del sueño» y sobre la
forma como imponen su ley al material preconsciente. El paso de un sistema a otro se concibe
como traducción o, según una comparación óptica, como paso de un medio a otro dotado de un
índice de refracción distinto. No falta en el sueño la acción defensiva, pero ésta no es englobada
en modo alguno por Freud bajo el término «yo». Diversos aspectos que podían reconocérsele en
los trabajos anteriores se encuentran aquí repartidos en distintos niveles:
l.° el yo como agente defensivo lo encontramos, por una parte, en la censura; conviene señalar,
además, que ésta posee una función esencialmente prohibitiva, que impide asimilarla a una
organización compleja capaz de hacer intervenir mecanismos diferenciados como los que Freud
reconoce en los conflictos neuróticos;
2.° la función moderadora e inhibidora ejercida por el yo sobre el proceso primario se vuelve a
encontrar en el sistema Pcs, tal como funciona en el pensamiento durante la vigilia. Con todo, se
observará la diferencia existente a este respecto entre la concepción del Proyecto y la de La
interpretación de los sueños. El sistema Pcs es el lugar mismo del funcionamiento del proceso
secundario, mientras que el yo, en el Proyecto, era lo que inducía el proceso secundario, en
función de su propia organización;
3.° el yo como organización libidinalmente catectizada se encuentra explícitamente como
portador del deseo de dormir, en el que Freud ve el motivo de la formación del sueño.
III. El período 1900-1915 puede definirse como un período de tanteos en lo que respecta a la
noción de yo. Esquemáticamente puede decirse que la investigación freudiana opera en cuatro
direcciones:
1.ª En los trabajos más teóricos de Freud acerca del funcionamiento del aparato psíquico, alude
al modelo establecido en 1900 basándose en el ejemplo del sueño, llevándolo hasta sus últimas
consecuencias, sin hacer intervenir el concepto de yo en las diferenciaciones tópicas ni el de
pulsiones del yo en las consideraciones energéticas.
2.ª Respecto a las relaciones entre el yo y la realidad, no puede hablarse de un verdadero
cambio en la solución del problema sino de un desplazamiento del acento. La referencia
fundamental sigue siendo la de la experiencia de satisfacción y de la alucinación primitiva:
a) se valoriza el papel de «la experiencia de la vida»: «Solamente la falta persistente de la
satisfacción esperada, la decepción, es lo que ha dado lugar al abandono de esta tentativa de
satisfacción por medio de la alucinación. En su lugar, el aparato psíquico hubo de decidirse a
representar el estado real del mundo exterior y a intentar una modificación real»;
b) el establecimiento de dos grandes principios del funcionamiento psíquico añade algo a la
distinción entre proceso primario y proceso secundario. El principio de realidad aparece como
una ley que viene a imponer desde el exterior sus exigencias al aparato psíquico, el cual tiende
progresivamente a hacerlas suyas;
c) Freud concede a las exigencias del principio de realidad un soporte privilegiado. Se trata de
las pulsiones de autoconservación, que abandonan más rápidamente el funcionamiento según el
principio de placer y que, susceptibles de ser educados más aprisa por la realidad, proporcionan
el substrato energético de un «yo-realidad» que «[…] no tiene que hacer más que tender hacia lo
útil y asegurarse contra los daños». Bajo esta perspectiva, el acceso del yo a la realidad
escaparía a toda problemática: la forma como el yo pone fin a la satisfacción alucinatoria del
deseo cambia de sentido; el yo efectúa la prueba de la realidad por intermedio de las pulsiones
de autoconservación e intenta a continuación imponer las normas de la realidad a las pulsiones
sexuales (para la discusión de esta concepción, véase: Prueba de realidad y Yo-placer,
Yo-realidad);
d) la relación del yo con el sistema Preconsciente-Consciencia, y especialmente con la
percepción y la motilidad, se vuelve muy estrecha.
Continua en…