Diccionario de psicología, letra Y, Yo: término empledo por la filosofía y la psicologia

Yo: termino empledo por la filosofía y la psicologia.

Término empleado en filosofía y en psicología para designar a la persona humana en tanto que
ella es consciente de sí misma y objeto del pensamiento.
Retomado por Sigmund Freud, el vocablo designó en un primer momento la sede de la
conciencia. El yo estaba entonces delimitado en un sistema denominado primera tópica, que
comprendía el consciente, el preconsciente y el inconsciente.
A partir de 1920, el término cambió de estatuto, conceptualizado por Freud como una instancia
psíquica en el marco de una segunda tópica, con otras dos instancias: el superyó y el ello. El yo
aparecía entonces como en gran parte inconsciente.
Esta segunda tópica (yo/ello/superyó) dio origen a tres lecturas divergentes de la doctrina
freudiana. La primera subraya el yo, concebido como un polo de defensa o adaptación a la
realidad (Ego Psychology, annafreudismo); la segunda sumerge al yo en el ello, lo escinde en un
moi y un je (sujeto), a su vez determinado por un significante (lacanismo); la tercera incluye al yo
en una fenomenología del sí-mismo y de la relación de objeto (Self Psychology, kleinismo).
Henri F. Ellenberger puso de manifiesto una severidad excesiva, al escribir, a propósito de la
segunda tópica freudiana, que «el yo no es más que un antiguo concepto filosófico con un nuevo
ropaje psicológico». Por cierto, Freud no inventó el término, así como tampoco creó los de
inconsciente y consciente. La idea del yo, a menudo sinónimo de conciencia, está en efecto
presente en las obras de la mayoría de los grandes filósofos, sobre todo alemanes, desde
mediados del siglo XVIII. Y, ante las experiencias de Mesmer, Wilhelm von Schelling (1775-1854)
y Johann Gottlieb Fichte (1762-1814) relativizaron la importancia del yo en sus concepciones del
funcionamiento mental. Estas referencias filosóficas constituyeron el telón de fondo contra el
cual se desplegaron las primeras etapas de una psiquiatría dinámica que intentaba desprenderse
de las concepciones organicistas del funcionamiento del espíritu humano.
Se puede entonces considerar a Wilhelm Griesinger (1817-1869), inspirador de Theodor
Meynert, como uno de los precursores de Freud. Designado en 1860 director del novísimo
hospital psiquiátrico de Zurich, el Burghölzli, Griesinger se contó entre los primeros psiquiatras
para los que la mayor parte de los procesos psicológicos correspondían a una actividad
inconsciente. Elaboró una psicología del yo, considerando que las distorsiones de éste
resultaban del conflicto con las representaciones que no podía asimilar.
Meynert, cuyos cursos siguió Freud en 1883, formuló por su parte una concepción dual del yo,
distinguiendo entre el yo primario, parte inconsciente de la vida mental originada en la infancia, y
el yo secundario, ligado a la percepción consciente.
La huella de esta enseñanza se encuentra en la primera gran elaboración teórica de Freud, su
«Proyecto de psicología». Desde ese momento (y allí se sitúa el aporte freudiano), el yo aparece
inscrito en la trama del análisis del conflicto psíquico. De modo que, en esa primera síntesis
teórica, que evoca el conflicto entre la «atracción provocada por el deseo» y la tendencia a la
represión, cuyo teatro es el sistema neuronal afectado por las excitaciones endógenas, Freud
detecta la existencia de una «instancia» cuya presencia obstaculiza el paso de las cantidades
energéticas cuando ese flujo es acompañado de sufrimiento o satisfacción. «Esta instancia -dice
Freud- se denomina el «yo» [ … ]. Describimos [ … ] el yo diciendo que constituye en todo
momento la totalidad de las investiduras de ese sistema neuronal.» Este yo tiene un modo doble
de funcionamiento: trata de liberarse de las investiduras de la que es objeto buscando la
satisfacción y, por medio de un procedimiento que Freud denomina inhibición, procura evitar la
repetición de experiencias dolorosas.
Incluso antes de la redacción del «Proyecto», Freud abordó el papel del yo en esas elaboraciones
preliminares que eran los manuscritos enviados a Wilhelm Fliess. Por ejemplo, el 24 de enero de
1895, en el manuscrito H, habla de la naturaleza de las relaciones conflictivas con el yo. Las
formas que adquiere ese conflicto permiten distinguir las diferentes afecciones psíquicas, la
histeria, las ideas obsesivas, las confusiones alucinatorias y la paranoia. En una carta a Fliess el
16 de diciembre de 1896, en la cual, por primera vez, aparece la idea de aparato psíquico, el yo,
calificado de «oficial», es asimilado al preconsciente. Pero esta característica no es retomada en
el capítulo VII de La interpretación de los sueños, donde aparece completamente teorizada la
primera tópica.
Más tarde, en los Tres ensayos de teoría sexual, el yo es pensado como el lugar de un sistema
pulsional del que se diferenciarán por apuntalamiento las pulsiones sexuales, llamadas a
convertirse en completamente distintas. Las pulsiones del yo están entonces al servicio de la
autoconservación del individuo, e incluyen el conjunto de las necesidades primarias orgánicas
no sexuales.
La refundición que comienza con la introducción, en 1914, del concepto de narcisismo,
contribuye a darle al yo un lugar de primer plano. En la estela de los trabajos de Karl Abraham, el
estudio de la psicosis permitió establecer que el yo podía ser la sede de una investidura libidinal,
lo mismo que cualquier objeto exterior. Aparecía así una libido del yo, opuesta a la libido de
objeto; Freud postulaba la hipótesis de un balanceo entre una y otra. En adelante, el yo no tenía
sólo el rol de mediador con la realidad exterior, sino que era también objeto de amor y, en virtud
de la distinción entre el narcisismo primario (que supone la existencia de una libido en el yo) y el
narcisismo secundario, se convertía en un depósito de libido.
Con el artículo «Duelo y melancolía», publicado en 1917, Freud introdujo otras modificaciones
importantes, en particular la idea de una diferenciación funcional que se produce a partir del yo.
Una parte del yo, instancia de orden moral, se instala en posición crítica ante la parte restante.
Esta diferenciación, ya bosquejada en el texto sobre el narcisismo, constituyó la primera versión
de lo que se convertiría en el ideal del yo y después en el superyó.
Finalmente, el yo es afectado en su constitución misma por el proceso de la identificación: en
ciertos casos puede llevar la huella, el rasgo único, de la relación con un otro. La identificación
con ese rasgo puede desembocar en la transformación del yo siguiendo «el modelo» de ese otro.
En Psicología de las masas y análisis del yo, son las identificaciones de los individuos en su yo
las que, regidas por la instalación de un solo y mismo objeto en el ideal del yo de cada uno, van a
permitir la constitución de una multitud organizada.
En 1923, en El yo y el ello, el yo pasa a ser una de las instancias de esa segunda tópica
caracterizada por un dualismo pulsional que opone las pulsiones de vida a las pulsiones de
muerte.
El yo sigue siendo el punto de anclaje defensivo ante las excitaciones internas y externas; su
papel consiste en poner freno a los desencadenamientos pasionales del ello y reemplazar el
principio de placer por el principio de realidad; provisto de lo que Freud denomina una «calota
acústica», lugar de recepción de las huellas mnémicas dejadas por las palabras, el yo está en el
núcleo del sistema de percepción; finalmente, ayudado por el superyó, participa en la censura.
Ahora bien, la novedad consiste en primer lugar en que una parte del yo («y Dios sabe qué parte
importante del yo», insiste Freud) es inconsciente. No en el sentido latente del preconsciente
(continúa Freud), sino más bien en el sentido pleno del término inconsciente, puesto que la
experiencia psicoanalítica demuestra justamente hasta qué punto es difícil, o incluso imposible,
llevar hacia el consciente esas resistencias arraigadas en el yo que se comportan «exactamente
como lo reprimido».
En esta segunda tópica, el yo «es la parte del ello que ha sido modificada bajo la influencia
directa del mundo externo por intermedio del Pc-Cs [el sistema percepción-conciencia] [ … ] es
de alguna manera una continuación de la diferenciación superficial». Freud añade que «el yo es
ante todo un yo corporal». En consecuencia, hay que concebirlo como una proyección mental de
la superficie del cuerpo.
Una vez inventariadas las funciones respectivas del superyó y el ello, Freud vuelve a su
concepción del yo, presentándola en un cuadro trágico, concordante con su idea de la condición
humana. Contrariamente a la imagen que se da en la ciencia, en realidad «el yo no es el amo en
su propia casa»: «Vemos ahora al yo con su fuerza y sus debilidades. Está encargado de
funciones importantes; en virtud de su relación con su sistema de percepción, establece el
ordenamiento temporal de los procesos psíquicos y los somete a la prueba de realidad. Al
intercalar los procesos de pensamiento, logra diferir las descargas motrices y domina el acceso
a la motilidad. Este último dominio es sin embargo más formal que fáctico, pues el yo, en la
relación con la acción, tiene por así decirlo la posición de un monarca constitucional sin cuya
sanción nada puede convertirse en ley, pero que mira mucho antes de oponer su veto a una
proposición del parlamento.
[ … ] vemos a este mismo yo como una pobre criatura, que debe servir a tres amos y sufre en
consecuencia la amenaza de tres peligros: el mundo externo, la libido del ello y la severidad del
superyó.-
Después de Freud, el yo, su concepción y las funciones de las que se supone es la sede
constituirían un punto de disputa teórico y político a partir del cual se instituyeron corrientes
contradictorias en el movimiento psicoanalítico.
Dos de ellas, llamadas a volverse dominantes en el psicoanálisis norteamericano -el
annafreudismo y la Ego Psychology-, se formaron, precisamente, en torno de Anna Freud y
Heinz Hartmann, para privilegiar al yo y sus mecanismos de defensa, en detrimento del ello, el
inconsciente y el sujeto. De esta manera contribuyeron a hacer del psicoanálisis una terapia de
adaptación del yo a la realidad.
Como reacción a esta normalización, Heinz Kohut retomó el concepto de self (sí-mismo),
introducido en 1950 por Hartmann, para trazar una distinción con el ego, y elaboró una teoría del
aparato psíquico en la cual el self aparece como una instancia particular que permite dar cuenta
de las afecciones narcisistas.
Otras dos corrientes, el kleinismo y el lacanismo, han adoptado una orientación radicalmente
opuesta, con un enfoque de «retorno al inconsciente», pero por caminos muy distintos.
Melanie Klein pone el acento en la fase preedípica del desarrollo psíquico, y dirige su atención al
estudio de las relaciones arcaicas madre-hijo y a su contenido pulsional negativo; Jacques
Lacan se volvió en primer término hacia el análisis de las condiciones de emergencia de un
sujeto del inconsciente, tomado en su origen en la trampa del yo, constitutivo de ese registro de
lo imaginario llamado a convertirse en 1953 en una de las instancias de su tópica, junto con lo
real y lo simbólico.
Para Lacan, el yo, como núcleo de la instancia imaginaria, se distingue en la fase llamada del
estadio del espejo. El niño se reconoce en su propia imagen; en ese movimiento tiene la garantía
de la presencia y la mirada del otro (la madre o un sustituto) que lo identifica, lo reconoce al
mismo tiempo en esa imagen. Pero en ese instante el yo (¡e) es por así decirlo captado por ese
yo (moi) imaginario: en efecto, el sujeto, que no sabe lo que es, cree que es ese yo (moi) que ve
en el espejo. Se trata de un señuelo, puesto que el discurso de ese yo (moi) es un discurso
consciente que hace «semblante», simula ser el único discurso posible del individuo, pero en
realidad, como en filigrana, está también el discurso no manejable del sujeto del inconsciente.
Sobre esta base se puede comprender la interpretación lacaniana de la célebre frase de Freud
en las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis: » Wo Es war, soll Ich werden».
Lacan traduce esta frase como sigue: «Allí donde estaba eso [ello], debo advenir yo (je)». Para él
se trata de mostrar que el yo (moi) no puede venir en lugar del ello, sino que el sujeto (je) debe
estar allí donde se encuentra el ello, determinado por él, por el significante.