Diccionario de Psicología, letra A Anorexia Mental

Diccionario de Psicología, letra A Anorexia Mental

(fr. anorexie mentale; ingl. anorexia nervosa; al. Anorexia nervosa). Trastorno sintomático de la conducta alimentaria que se traduce principalmente en una restricción muy importante de la alimentación y cuya determinación, paradójica, parece unir una muy fuerte afirmación de un deseo amenazado y una negación de la identificación sexual que podría dar una salida a tal deseo. A diferencia de la bulimia, la anorexia mental ha sido aislada como tal desde fines del siglo XIX (Gull, Lassègue, Huchard). Aparece principalmente en adolescentes o jóvenes adultas, antes de los 25 años, y es muy rara en los hombres. Se traduce en restricciones de la alimentación que a menudo tienen como pretexto, al menos al principio, un régimen fundado en razones estéticas. Estas restricciones pueden acompañarse de vómitos provocados y de ingesta de laxantes y de diuréticos. Producen el desvanecimiento de las formas femeninas, la reducción de los músculos, diversos trastornos somáticos, amenorrea, y a veces ponen la vida en peligro. Para los psicoanalistas, además de la responsabilidad que puedan tener en tanto terapeutas, cuando son consultados, la anorexia plantea diversos problemas clínicos, en primer lugar, el de su definición. ¿Se trata de un síntoma que puede ser asociado a algunas estructuras neuróticas, o incluso psicóticas o perversas, y, en tal caso, a qué estructura en particular? ¿0 se trata de un trastorno específico que plantea a su manera la cuestión del deseo? Los psiquiatras y psicoanalistas que se han interesado en la anorexia han visto en ella a veces una patología parapsicótica. Este es el caso, por ejemplo, de M. Selvini-Palazzoli (L´anoressia mentale, 1963), que ve en ella una psicosis monosintomática. En una perspectiva vecina, H. Bruch (Les yeux et le ventre, 1984) subraya las distorsiones cuasi delirantes de la imagen del cuerpo (percibido por ejemplo como un cuerpo de obeso cuando es extremadamente delgado), las distorsiones en la interpretación cognitiva de los estímulos que provienen del interior del cuerpo así como el rechazo en reconocer la fatiga. Sin embargo, podría objetarse a esto que tal concepción reposa en la idea de que la realidad, para el sujeto no psicótico, es reconocida generalmente de manera objetiva. De hecho, la realidad, para cada uno, está organizada por el fantasma, y en numerosos sujetos no psicóticos encontramos distorsiones considerables con relación a lo que aparecería como real para un observador exterior. En suma, las referencias a la psicosis no son más convincentes de lo que serían, por lo demás, las referencias a la neurosis obsesiva: es cierto que la anoréxica piensa constantemente en la comida, pesa y calcula, controla sin cesar su peso o el grosor de sus muslos, etc. Pero tal determinación se quedaría en un formalismo demasiado exclusivamente descriptivo.

Anorexia e histeria. Clásicamente, por otra parte, la anorexia más bien es considerada cercana a la histeria. Esta era generalmente la posición de Freud, aun cuando se preguntara eventualmente qué lazos podía haber entre anorexia mental y melancolía [Manuscrito G.]. Pero debe entenderse que esta referencia estructural no tendría casi interés si condujera a aplicar mecánicamente interpretaciones estereotipadas de la fantasmática de la anoréxica. Así, apoyándose en K. Abraham, que trajo a la luz el lazo entre ingestión de alimentos y «fecundación oral», ciertos autores pusieron la anorexia en relación con la represión de este fantasma. Se ve fácilmente lo reduccionista que puede ser tal concepción. Pero si la anorexia puede ser abordada a partir de la histeria, es sin duda en una perspectiva totalmente distinta. Sabemos que el deseo siempre está ligado a una falta. De este modo, como lo señala J. Lacan, el niño atiborrado por la madre puede rehusar alimentar -se para recrear una falta que esta ha taponado en su intento de satisfacer solamente sus necesidades. «Es el niño al que se alimenta con el mayor amor el que rechaza la comida y se sirve de su rechazo como de un deseo». Tal aproximación sitúa a la anorexia mental en el extremo de la posición histérica respecto del deseo. Ya la histérica (véase histeria), por su manera de ligar el deseo con la insatisfacción, tiende a demostrar que el deseo no recae sobre el objeto particular al que parece dirigirse, sino que en última instancia se dirige a una falta, a una «nada». A partir de aquí la anorexia ya no aparece más como una afección totalmente particular. Lacan retoma de E. Kris el caso de un autor convencido de haber plagiado, cuando lo que ha tomado en préstamo no va más allá de lo que es comúnmente admitido en su campo de actividad. La intervención de su analista, que intenta convencerlo de esto último, desencadena un acting-out: se encuentra comiendo «sesos frescos» en un restaurante, no muy lejos de lo de su analista. Es que efectivamente, dice Lacan, este hombre robaba, pero robaba «nada», así como la anoréxica come «nada». Inconcientemente, deseaba apropiarse del objeto, pero en su forma más despojada. Anorexia, en este caso, propiamente mental, dice Lacan, anorexia en cuanto a lo mental. El goce del otro. Si bien no es cosa de negar el alcance de tal aproximación, hay que decir que hoy parece preciso completarla, aunque más no sea inclusive a partir de otras articulaciones de Lacan, por ejemplo, sobre el goce del cuerpo. Hay que destacar en especial lo siguiente: la anoréxica gasta una gran cantidad de energía intelectual y hasta física (vigilias prolongadas, ejercicios deportivos, hiperactividad, etc.), pero esta energía es puesta enteramente al servicio de un síntoma, lo propio del cual es impedir la identificación sexual (la anoréxica no es ni hombre ni mujer) y desechar toda posibilidad de relación afectiva o sexual. Podríamos entonces pensar en poner el acento, como lo hacen E. y J. Kestemberg y S. Decobert (La faim et le corps, 1972), en lo que sería una forma de «masoquismo erógeno primario», donde el placer estaría directamente ligado a la sensación de hambre. Esta perspectiva, que parece suponer el primado de algo referente al autoerotismo, no nos parece contradictoria, a pesar de la diferencia de abordaje, con los desarrollos que podríamos hacer por otro lado a partir de la oposición lacaniana entre goce fálico y goce del Otro. El goce fálico, para Lacan, supone la identificación sexual, en sí misma relacionada con el complejo de castración. Estando este camino cerrado para la anoréxica, ella al parecer privilegiaría el goce del cuerpo como goce Otro (véase goce). Este término no debe entenderse aquí como sinónimo de placer, o sea, de lo que nace de la disminución de la tensión. Pues, para tomar un ejemplo particular, no es raro que las anoréxicas que multiplican los vómitos provocados describan la sensación del peso del alimento como insoportable, un insoportable que se siente idéntico a un muy fuerte goce. Tenemos allí los elementos que permiten otra distinción de estructura. E. y J. Kestemberg y S. Decobert invocan la importancia del mecanismo de la «denegación [dénégation]» en la anoréxica para hablar de perversión. Pero, aparte de que en esta perspectiva se esperaría más bien «renegación [déni]» que «denegación [dénégation]», la demostración no parece totalmente probatoria: hay, por cierto, en la anoréxica una negación de la diferencia sexual, negación concretizada en la realidad por el hecho de que su síntoma impide el florecimiento de los atributos corporales de la femineidad. Pero ¿puede aproximarse esta negación a la renegación perversa? En todo caso, el dominio que intenta ejercer la anoréxica (especialmente al mostrarse más fuerte que los que le piden comer) no es nunca, como en los perversos, un dominio del goce sexual, del goce «fálico».