Diccionario de Psicología, letra C, Castración (complejo de)

Diccionario de Psicología, letra C, Castración (complejo de)

Los retoques sucesivos a los que ha dado motivo el concepto de castración han repercutido sobre las redistribuciones teóricas mas generales impresas por Freud y después de Freud a las orientaciones y conceptos fundamentales del psicoanálisis; esas redistribuciones, por lo demás, son solidarias de comentarios interdisciplinarios progresivamente ampliados, acerca de la represión del incesto, la puesta en evidencia de la función fálica, la elaboración del principio de realidad, la génesis del superyó. Además, en oportunidad de la primera ilustración clínica del concepto en 1909, el propio Freud señaló sus, diferentes fuentes: «A la edad de tres años y medio -dice de Hans- es sorprendido por la madre con la mano en el pene. Ella amenaza: «Si haces eso, haré venir al doctor A., que te cortará tu ‘hace pipí’. ¿Con qué harás pipí entonces?». Hans responde sin sentimiento de culpa, pero entra en esa ocasión en el «complejo de castración» que con tanta frecuencia hay que inferir en los análisis de neurópatas, mientras ellos se defienden muy violentamente contra su reconocimiento». «Habría muchas cosas importantes que decir sobre la significación de este elemento de la historia infantil -continúa Freud-. El «complejo de castración» ha dejado huellas palpables en los mitos -y no solamente en los mitos griegos- En mi Interpretación de los sueños, y también en otros escritos, he aludido al papel que desempeña.» (Se trata de la 2a. edición, de 1909.) De hecho, la significación y el alcance del concepto traducirán la articulación, por etapas, de esos diferentes aportes. Se observará en primer lugar que el tema de la sofocación del incesto es formulado inicialmente sin ninguna referencia a la castración, en una carta del 31 de mayo de 1897, en la cual sólo se evoca a modo de explicación el carácter antisocial del incesto, en el mismo sentido, en 1905, en los Tres ensayos de teoría sexual. A la inversa, cuando aparece en el análisis de Hans la referencia a la organización edípica, el tema de la castración no está en ninguna parte relacionado con la prohibición del incesto. Sólo se lo vincula al autoerotismo; la amenaza de castración respalda la censura por la madre de los tocamientos del niño. Y el hecho de que Freud haya querido señalar el alcance general del «complejo de castración» (2′ edición de La interpretación de los sueños) no hace más que subrayar que por entonces no advertía el vínculo entre la castración y el Edipo. En efecto, en esa época aún no se han adquirido los elementos indispensables para el desarrollo ulterior de la noción de castración: la teoría de la culpa, la importancia reconocida en el desarrollo a la fase fálica. Y sin duda no habrá que subestimar en el origen de ese desarrollo el impulso de Jung y su artículo «El papel del padre en el destino del individuo», texto elogiado por el propio Freud en una carta a Abraham. «Hasta ahora -escribió- hemos tomado casi exclusivamente en consideración el papel de la madre. El trabajo de Jung tiene la originalidad de dirigir nuestra atención hacia el padre.» La interpretación de Schreber y el comentario que aporta al respecto Tótem y tabú, consagran el alcance de esta observación; el tema se situará en adelante en el corazón del pensamiento Freudiano. Antes de ese giro fundamental, el artículo «Sobre las teorías sexuales infantiles» (1908) ratifica las posiciones del análisis de Hans: «El niño, principalmente dominado por la excitación del pene, ha tomado la costumbre de procurarse placer excitándolo con su mano. Ha sido sorprendido por los padres o las personas que se ocupan de él, y la amenaza de que se le va a cortar el miembro lo ha llenado de terror. El efecto de esta «amenaza de castración» corresponde exactamente al valor acordado a esa parte del cuerpo: es por lo tanto extraordinariamente profundo y duradero. Las leyendas y los mitos atestiguan la revuelta que conmociona la vida afectiva del niño, el terror ligado al complejo de castración; en esa medida, más tarde, la conciencia repugnará incluso recordarlo». En adelante, la noción se elaborará en dos planos. a) La primacía del falo. En lo que concierne a la castración, significa que la reivindicación genital (fálica) sucumbe a la investidura del pene amenazado (organización genital infantil). b) La fuente de lo interdicto: la prohibición del incesto por el padre. El artículo «El sepultamiento del complejo de Edipo» (1923) sistematiza en los siguientes términos las adquisiciones anteriores: «El complejo de Edipo ofrecía al niño dos posibilidades de satisfacción, una activa y otra pasiva. En el modo masculino, él pudo ponerse en el lugar del padre y, como éste, tener comercio con la madre, con lo cual el padre fue pronto sentido como un obstáculo; o bien el niño quiso reemplazar a la madre y hacerse amar por el padre, con lo cual la madre se volvió superflua. En cuanto a saber en qué consiste el comercio amoroso que aporta satisfacción, el niño sólo debe tener de él representaciones muy imprecisas; pero lo seguro es que el pene desempeñó un papel, pues lo atestiguan sus sensaciones de órgano. No había tenido aún la ocasión de dudar de la existencia del pene en la mujer. La aceptación de la posibilidad de la castración, la idea de que la mujer está castrada, ponía entonces término a las dos posibilidades de satisfacción derivadas del complejo de Edipo. En efecto, las dos suponían la pérdida del pene: una, la masculina, como consecuencia del castigo; la otra, la femenina, como premisa». No obstante, en la época a la que corresponde este artículo se introduce, con la segunda tópica, la noción del superyó, apta para someter a esos datos de la observación apenas elaborados a un primer intento de explicación: «En otro texto -continúa Freud- he explicado en detalle de qué manera sucede esto. Las investiduras de objeto son abandonadas y reemplazadas por una identificación. La autoridad del padre o de los padres, introyectada en el yo, forma el núcleo del superyó, el cual toma el rigor del padre, perpetúa la prohibición del incesto y, de tal modo, asegura al yo contra el retorno de la investidura libidinal de objeto. Las aspiraciones libidinales pertenecientes al complejo de Edipo son en parte desexualizadas y sublimadas, lo que presumiblemente sucede en el momento de toda trasposición en identificación, y en parte son inhibidas en cuanto a la meta y convertidas en mociones de ternura. El proceso, en su conjunto, por un lado ha salvado al órgano genital, ha desviado de él el peligro de la pérdida y, por otro lado, lo ha paralizado, ha cancelado su funcionamiento. Con este paso comienza el tiempo de latencia, que interrumpe el desarrollo sexual del niño». El tema de la castración se propondrá entonces bajo dos aspectos: desde el punto de vista del superyó, es decir, de la ley bajo cuyo imperio se interioriza la prohibición paterna, y desde el punto de vista del corte, del cual el fantasma ilustra la amenaza de castración. La segunda tópica, en los términos que acabamos de citar, aporta su comentario a la omnipotencia del verbo. Al segundo aspecto de la castración, Freud le consagrará el desarrollo esencial de Inhibición, síntoma y angustia (1927), criticando la interpretación generalizada de la castración atribuida a Rank, como experiencia común a toda separación, derivada en última instancia del trauma del nacimiento. En efecto, Freud recusa esa asimilación, para reemplazarla por la noción de una incapacidad para «ligar» las excitaciones excesivas, resultantes de la ruptura de las «barreras de defensa» orgánicas. La función asignada por Lacan al significante aclara esta construcción especulativa, refiriéndola a la organización fálica. Desde esta perspectiva, la castración corresponde a la incapacidad del sujeto para asegurar en el Otro la garantía de un goce, reservada como está al padre en su precedencia simbólica junto a la madre. En el pensamiento de Lacan, el Otro ocupa, en tanto que en lugar de los significantes, la misma posición que la fuente exterior de las excitaciones emanadas del ambiente, en la exposición biológica de Freud. La ventaja de la formulación de Lacan consiste en que articula el estatuto de la operación castración -supresión del órgano- y el de su objeto. Desde esta perspectiva (seminario sobre la relación de objeto, 1959) se apela a su determinación respectiva bajo las categorías de lo imaginario, lo simbólico y lo real: la frustración, imaginaria, se da un objeto real (frustración femenina del pene); la privación, real, se da un objeto simbólico (objeto sustraído); la castración será considerada como simbólica de un objeto imaginario; en este último caso entendemos que la castración constituye la representación simbólica de una emasculación que recae en un objeto imaginario, el falo absoluto del padre omnipotente. Observemos no obstante que, si bien esta noción de la castración explicita el atolladero estructural del que darán testimonio la experiencia y la angustia de castración, no basta para fundar en su generalidad una lógica (en este caso, una lógica «ampliada») de la sexualidad. El seminario Aun (1972) se ocupa de ella en la medida en que toma por tema la «imposibilidad» de la relación sexual, por lo cual se entiende la imposibilidad de una «escritura» lógica de la sexualidad de sujeto hablante. Es en esta perspectiva que se plantea el principio de que «no hay relación sexual».