Diccionario de Psicología, letra C, Chiste

Diccionario de Psicología, letra C Chiste

s. m. (fr. mot d’esprit [«palabra de espíritu», asociable con «trait d’esprit»: «rasgo de espíritu», lo que permite acentuar la actividad del «espíritu o ingenio», la fineza del chiste en contraposición con la burla, la farsa, el chasco, etc., en coincidencia con el Witz Freudiano]; inglJoke; al . Witz). Enunciado sorprendente que usa la mayor parte de las veces los recursos propios del lenguaje y cuya técnica Freud desmontó para dar cuenta de la satisfacción particular que suscita y, más en general, de su papel en la vida psíquica. Desde que comienza su trabajo clínico, en las primeras curas de las histéricas, Freud se ve frente a la cuestión del chiste. Si, en efecto, una representación inconciente es reprimida, puede retornar bajo una forma irreconocible para burlar la censura. Curiosamente, el «doble sentido» de una palabra, la polisemia del lenguaje, puede ser la forma más apropiada de esas trasformaciones: así sucedía, por ejemplo, con aquella joven que sufría un dolor taladrante en la frente, dolor que remitía inconcientemente a un lejano recuerdo de su abuela desconfiada que la miraba con una mirada «punzante». El inconciente juega aquí con las palabras y la interpretación funciona naturalmente como un chiste. Es así como, cuando Freud toma un poco de distancia del trabajo estrictamente clínico, se verá llevado a dedicar a esta cuestión un libro entero, El chiste y su relación con lo inconciente (1905). Junto con La interpretación de los sueños (1900) y Psicopatología de la vida cotidiana (1901), constituye una de las tres grandes obras que estudian los mecanismos de lenguaje del inconciente. ¿Qué hace que una interjección, una fórmula, una réplica puedan ser consideradas como un chiste? Freud dedica en primer lugar una extensa parte de su obra a los mecanismos formales del chiste, que por otra parte son los mismos del trabajo del sueño, es decir, del trabajo que produce el sueño manifiesto a partir de las ideas latentes. De estos mecanismos, el más frecuente sin duda es la condensación. Ella está en juego en el primer ejemplo que da Freud. En una parte de las Estampas de viaje de Heine, Hirsch-Hyacinthe, vendedor de lotería y pedicuro, se vanagloria de sus relaciones con el rico barón Rothschild, culminando con estas palabras: «Doctor, tan verdadero como que Dios vela por mí, estaba yo sentado al lado de Salomon Rothschild y él me trataba de igual a igual, de modo totalmente famillonario» (véase formaciones del inconciente). Es evidente el sentido que tal chiste puede tener: Rothschild lo trataba familiarmente, pero no más de lo que puede hacerlo un millonario, sin duda con esa condescendencia común en la gente muy rica. Pero se ve también al propio tiempo que el valor de ingenio está ligado a la forma lingüística misma, a la condensación de familiar y millonario en un neologismo. Expresada de otra manera, la idea perdería todo carácter ingenioso. Evidentemente hay una gran variedad de chistes, que pueden apoyarse en la condensación, pero también por ejemplo en el «desplazamiento», y hasta en varios registros a la vez. Freud describe largamente su funcionamiento tomando muchos de sus ejemplos de las historias judías. He aquí una de estas: dos judíos se encuentran en las cercanías de un establecimiento de baños: «¿Tornaste un baño’?», pregunta uno de ellos. «¿Cómo? -dice el otro-, ¿falta alguno?». La condensación reside aquí en el doble sentido del verbo tomar, pero a la vez hay desplazamiento del acento, al fingir el segundo oír «¿Tornaste un baño?» cuando el primero le preguntaba «¿Tomaste un baño?». ¿De qué depende la satisfacción experimentada al hacer o escuchar un chiste? No es despreciable en esto el puro y simple juego con las palabras, por ejemplo con las sonoridades, en tanto remite a un placer importante de la infancia. Pero Freud insiste sobre todo en el hecho de que lo que se dice con ingenio es más fácilmente aceptado por la censura, aun cuando se trate de ideas ordinariamente rechazadas por la conciencia. Cuando hace o escucha un chiste, el sujeto no tiene necesidad de mantener la represión a la que ordinariamente recurre. Libera así la energía habitualmente utilizada para ello y en este ahorro encuentra su placer, que se define clásicamente como disminución de la tensión. Freud hace por otra parte una reseña de las principales tendencias ingeniosas: el ingenio obsceno, el ingenio agresivo, el ingenio cínico, el ingenio escéptico. Bien se ve, aunque más no sea a través del ejemplo de Hirsch-Hyacinthe, qué importante puede ser para un sujeto que ha debido guardarse quejas y burlas poder dejar aparecer su sentimiento gracias al chiste. El chiste y su relación con lo inconciente abunda en ejemplos como estos, especialmente ejemplos de casamenteros, que deben disimular sin cesar para elogiar la excelencia de las uniones que favorecen, casamenteros que, dado el caso, dejan ver una realidad bien diferente cuando el negocio se les escapa. «El que deja escapar así inopinadamente la verdad -dice Freud- está en realidad feliz de tirar la máscara». Si, en el chiste, el sujeto puede por fin tomar la palabra, es por -que al hacer reír desarma al Otro, que podría criticarlo. Freud destaca el estatuto del tercero en el chiste: una burla puede ir dirigida a una persona dada, pero sólo vale como chiste cuando es enunciada para un tercero, un tercero que al reír va a confirmar que es aceptable. Este tercero puede ser considerado como una de las fuentes a partir de las cuales Lacan constituye su concepto del Otro, esa instancia ante la cual buscamos hacer reconocer nuestra verdad. Tomado así, el chiste da una de las representaciones más precisas del levantamiento de la represión.