Diccionario de Psicología, letra C, Cinco conferencias sobre psicoanálisis

Diccionario de Psicología, letra C, Cinco conferencias sobre psicoanálisis

Obra de Sigmund Freud publicada por primera vez en 1910, en inglés, en el American Journal of Psychology, con el titulo de The Origin and Development of Psychoanalysis, en una traducción de H. W. Chase, y después retraducida por James Strachey, en 1957, con el título de Five Lectures on Psycho-Analysis. En alemán se publicó en 1910 con el título de Über Psychoanalyse. Fue traducida al francés en 1920 por Yves Le Lay, con el título de Origine et développement de la psychanalyse, precedida por una introducción de Édouard Claparéde. Reeditada en 1921 en la misma traducción, y con la misma introducción, con el título de La Psychanalyse, y más tarde, en 1923, con el título de Cinq Leçons sur la psychanalyse. Retraducida por Cornélius Helm en 1991 con el título de Sur la psychanalyse. Cinq conférences, y en 1993 por René Lainé y Johanna Stute-Cadiot, con el título De la psychanalyse. El 27 de agosto de 1909, Freud llegó a los Estados Unidos acompañado por Sandor Ferenczi y Carl Gustav Jung: éste sería su único viaje al continente americano. A propósito de él, Jacques Lacan construyó su famoso mito de la peste. El 30 de diciembre de 1908, Freud le anunció a Jung que había recibido una invitación de Stanley Granville Hall para pronunciar una serie de conferencias en la Clark University de Worcester, Massachusetts. Temía que ese viaje le hiciera perder dinero, y precisó: «No soy lo bastante rico como para poder dar cinco veces esa cantidad por la estimulación de América [ … ]. Janet, cuyo ejemplo invocan, es probablemente más rico, o más ambicioso, o no le falta nada en su práctica. No obstante, lamento que esto fracase, porque habría sido muy agradable.» El 7 de enero de 1909, Jung le respondió: «Con respecto a América, también me gustaría observar que Janet, por ejemplo, pudo amortizar después sus gastos de viaje con la clientela norteamericana que consiguió. Hace poco tiempo, Kraepelin atendió una consulta en California por la modesta propina de 50.000 marcos. Creo que este lado de la cuestión también debería ser tomado en cuenta.» Freud temía además al puritanismo. En efecto, pensaba que el público norteamericano no aceptaría el «núcleo duro» de su teoría de la sexualidad. También le dijo a Karl Abraham que lamentaba que ese viaje no pudiera hacerse. Ferenczi, por su parte, comentó como sigue la decisión negativa de Freud: «Me consuela el hecho de que usted sólo haya casi aceptado el viaje a América, aunque yo sería muy capaz de seguirlo allí». Freud le respondió en el mismo tono, primero el 10 de enero de 1909 («También yo sería muy capaz de invitarlo a acompañarme»), y después el 17 de enero siguiente: «Si, a pesar de todo lo que uno puede humanamente imaginar, el viaje se realiza, usted me acompañará, por supuesto». Una semana más tarde, después de una nueva invitación que proponla fechas más cómodas y una remuneración más sustancial, Freud invitó a Ferenczi a acompañarlo: «Le pregunto si usted quiere unirse a mí en este viaje. Para mí sería un gran placer.» Con la misma prontitud, Ferenczi le hizo saber a Freud, el 2 de marzo, que «aceptaba con gratitud» su amable invitación. Feliz de llevar a Ferenczi con él, Freud, no tenía en cambio deseos de viajar en compañía de Jung, lo cual suscitó en este último una cierta amargura. Pero la cuestión volvió a estar sobre el tapete. El 12 de junio, Jung le anunció a Freud que también él había sido invitado por la Clark University: «Es una gran cosa que yo vaya a América. ¿No es cierto? Freud sólo respondió, amablemente, el 18 de junio, pero antes, el 13 del mismo mes, le había escrito con tono sibilino al pastor Oskar Pfister: «La gran novedad de que Jung irá a Worcester conmigo, sin duda también le habrá hecho efecto a usted». El mismo día le informó secamente a Ferenczi que Jung se sumaba al viaje, precisando, como para evitar posibles confusiones: «El propio Jung le habrá hecho saber que él también recibió una invitación a nuestra ceremonia, para pronunciar tres conferencias sobre un tema que le ha sido impuesto. Esto es lo que realza toda la historia, y para nosotros todo estará por cierto agrandado y amplificado. No sé aún si él llegará a tomar nuestro mismo barco, pero en todo caso estaremos juntos allá.» El viaje se desarrolló sin incidentes. En el paquebote George Washington, los tres hombres analizaron mutuamente sus sueños, pero a Freud le costó un tanto dar libre curso a sus asociaciones en presencia de Jung. Durante cinco tardes, del martes al sábado, dio sus conferencias. Al final de la semana recibió, en una brillante ceremonia, lo mismo que Jung, el título de doctor honoris causa. Unánimemente apreciadas, las cinco conferencias de Worcester obtuvieron una acogida triunfal en la prensa local y nacional. En un excelente artículo, Stanley Hall, presidente de la Universidad, calificó de «nuevas y revolucionarias» las concepciones Freudianas. Insistió en la importancia de la sexualidad, y comparó el aporte de Freud en psicología con el de Richard Wagner (1813-1883) en música. Para Freud, ese momento marcó el fin de su aislamiento. Sin embargo, en 1914, en su ensayo «Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico», habló con cierta ligereza de las cinco conferencias, afirmando haberlas improvisado. En realidad, y su correspondencia con Ferenczi lo atestigua, las había redactado durante todo el verano de 1909. Fue en 1925, en su autobiografía (Presentación autobiográfica), cuando adoptó otra actitud respecto de su trabajo. En efecto, en ese retorno al pasado, Freud no oculta su emoción ni la importancia del hecho: «Yo tenía en esa época cincuenta y tres años, me sentía joven y sano, y esa breve estada en el Nuevo Mundo fue en términos generales benéfica para mi amor propio; en Europa, me sentía de algún modo proscrito; allí me veía acogido por los mejores como uno de sus pares. Cuando subí a la cátedra de Worcester para pronunciar las Cinco conferencias sobre psicoanálisis (1910) fue como la realización de un ensueño inverosímil. El psicoanálisis no era ya una formación delirante, se había convertido en una parte preciosa de la realidad.» Publicadas primero en inglés, sus cinco conferencias no aportan nada nuevo a quien conoce lo esencial de la obra Freudiana. Sin embargo, por su claridad ejemplar, tienen una función didáctica, y constituyen una iniciación particularmente sencilla en los grandes principios del psicoanálisis. La primera conferencia trata sobre la especificidad del enfoque psicoanalítico de la neurosis. En tal sentido, Freud evoca la historia de Anna O. (Bertha Pappenheim), y recuerda a Josef Breuer. En la segunda conferencia explica de qué modo el abandono de la hipnosis le permitió captar la manifestación de las resistencias, la represión y el síntoma, así como su funcionamiento en relación con la emergencia de «mociones» de deseos, que él califica de «perturbadoras» para el yo. De hecho, esa conferencia ilustra, de manera quizás aún más evidente que las otras, el talento pedagógico de Freud. Para explicar bien la funciones respectivas de los tres conceptos en su teoría, Freud imagina la posible presencia de un «importuno» (o «moción de deseo») que fuera a perturbar el desarrollo de sus conferencias. Si eso ocurriera, las personas presentes en el salón (las «resistencias») no tardarían en ponerse de manifiesto, para expulsar a ese importuno del anfiteatro: se trataría de una represión que haría posible que el curso se desarrollara apaciblemente. Pero, una vez afuera, el intruso podía ser aún más ruidoso y perturbar la conferencia y a sus oyentes de un modo distinto, pero no menos insoportable. Eso es lo que Freud llama un síntoma: una manifestación desplazada de la moción inconsciente reprimida. Freud compara entones el psicoanálisis con un mediador capaz de negociar con el perturbador, para que él pueda volver al anfiteatro después de haberse comprometido a no molestar a los oyentes. La tarea de psicoanalista consistía entonces en reconducir el síntoma hacia el lugar del que provenía, es decir, hacia la idea reprimida. Si hemos de creer en Henri F. Ellenberger, la metáfora del importuno fue perfectamente comprendida. La conferencia de Freud del viernes por la tarde se vio en efecto perturbada por la intrusión de Emma Goldmann, la célebre anarquista norteamericana, acompañada ese día por Ben Reitman, el «rey de los mendigos». En su prefacio a la traducción francesa de 1991, Jean-Bertrand Pontalis subraya el ingenio del que Freud dio muestras al emplear esa imagen del importuno. Pero subraya también que la táctica que consiste en desarmar al adversario potencial supone el riesgo de engendrar demasiados malentendidos, a fuerza de moderación. Así, para no chocar con el público norteamericano, Freud retrocedía en este caso respecto de las posiciones asumidas en 1905 en sus Tres ensayos de teoría sexual. Esta concepción no evitó sin embargo que su doctrina fuera asimilada a un pansexualismo, tanto en los Estados Unidos como en otros lugares. Este ejemplo de deslizamiento epistemológico, responsable de una cierta edulcoración de la teoría, determina también el interés de esta obra. Por cierto, en ella se puede captar hasta qué punto fue difícil el combate de Freud por el empleo y la conservación del término «sexualidad». Como lo subraya Jean Laplanche, «Ceder en la palabra es ya ceder en las tres cuartas partes del contenido mismo del pensamiento».