Diccionario de Psicología, letra C Complejo de Edipo

Diccionario de Psicología, letra C Complejo de Edipo

Complejo de Edipo Al.: Ödipuskomplex. Fr.: complexe d’Edipe. Ing.: (Edipus complex. It.: complesso di Edipo Por.: complexo de Édipo

Conjunto organizado de deseos amorosos y hostiles que el niño experimenta respecto a sus padres. En su forma llamada positiva, el complejo se presenta como en la historia de Edipo Rey: deseo de muerte del rival que es el personaje del mismo sexo y deseo sexual hacia el personaje del sexo opuesto. En su forma negativa, se presenta a la Inversa: amor hacia el progenitor del mismo sexo y odio y celos hacia el progenitor del sexo opuesto. De hecho, estas dos formas se encuentran, en diferentes grados, en la forma llamada completa del complejo de Edipo. Según Freud, el complejo de Edipo es vivido en su período de acmé entre los tres y cinco años de edad, durante la fase fálica; su declinación señala la entrada en el período de latencia. Experimenta una reviviscencia durante la pubertad y es superado, con mayor o menor éxito, dentro de un tipo particular de elección de objeto. El complejo de Edipo desempeña un papel fundamental en la estructuración de la personalidad y en la orientación del deseo humano. Los psicoanalistas han hecho de este complejo un eje de referencia fundamental de la psicopatología, intentando determinar, para cada tipo patológico, las modalidades de su planteamiento y resolución. La antropología psicoanalítica se dedica a buscar la estructura triangular del complejo de Edipo, cuya universalidad afirma, en las más diversas culturas y no sólo en aquellas en que predomina la familia conyugal. Si bien la expresión «complejo de Edipo» no aparece en los escritos de Freud hasta 1910, lo hace en términos que demuestran que ya había sido admitida en el lenguaje psicoanalítico(109). El descubrimiento del complejo de Edipo, preparado desde hacía mucho tiempo por el análisis de sus pacientes (véase: Seducción), Freud lo realiza durante su autoanálisis, que le conduce a reconocer en sí mismo el amor hacia su madre y, con respecto a su padre, unos celos que se hallan en conflicto con el afecto que le tiene; el 15 de octubre de 1897 escribe a Fliess: «[…] la poderosa influencia de Edipo Rey se vuelve inteligible […] el mito griego explota una compulsión de cuya existencia todo el mundo reconoce haber sentido en sí mismo los indicios». Observemos que, desde esta primera formulación, Freud alude espontáneamente a un mito que se halla allende la historia y las variaciones de lo vivido individualmente. Desde un principio afirma la universalidad del Edipo, tesis que ulteriormente se irá reforzando: «Todo ser humano tiene impuesta la tarea de dominar el complejo de Edipo…». No es nuestra intención exponer aquí en sus diversas etapas y en toda su complejidad la progresiva elaboración de este descubrimiento, cuya historia es coextensiva de la del psicoanálisis; por lo demás, se observará que Freud en ningún trabajo dio una exposición sistemática del complejo de Edipo. Por nuestra parte, nos limitaremos a señalar algunos problemas relativos al lugar que ocupa en la evolución del individuo, a sus funciones y a su alcance. I. El complejo de Edipo se descubrió en su forma llamada simple y positiva (por lo demás, así es como aparece también en el mito), pero, como ya hizo observar Freud, esta forma no es más que una «simplificación o esquematización» en relación con la complejidad de la experiencia: « […] el niño pequeño no experimenta solamente una actitud ambivalente y una elección de objeto amoroso dirigida hacia su madre, sino que al mismo tiempo se comporta como una niña mostrando una actitud femenina y tierna hacia su padre y la correspondiente actitud de celos hostiles hacia la madre». En realidad, entre la forma positiva y la forma negativa se observa toda una serie de casos mixtos en los que coexisten estas dos formas en una relación dialéctica, y en las que el analista se aplica a determinar las distintas posiciones adoptadas por el sujeto en la asunción y resolución de su Edipo. Desde este punto de vista, como ha subrayado Ruth Mack Brunswick, el complejo de Edipo designa la situación del niño en el triángulo. La descripción del complejo de Edipo en su forma completa permite a Freud explicar la ambivalencia hacia el padre (en el niño) por la interacción de los componentes heterosexuales y homosexuales y no como el simple resultado de una situación de rivalidad. 1) Las primeras elaboraciones de la teoría se construyeron sobre el modelo del niño. Durante mucho tiempo Freud admitió que el complejo podía ser transpuesto tal cual, mutatis mutandis, a la niña. Pero este postulado ha sido combatido: a) por la tesis desarrollada en el artículo 1923 sobre «la organización genital infantil de la libido», según la cual, en los dos sexos, durante la fase fálica, es decir, en el momento del acmé del Edipo, hay un solo órgano que cuenta: el falo; b) por el valor concedido a la inclinación preedípica hacia la madre. Esta fase preedípica se observa especialmente en la niña, en la medida en que el complejo de Edipo significará para ella un cambio de objeto amoroso, de la madre al padre. Siguiendo estas dos direcciones, los psicoanalistas han trabajado para poner de manifiesto la especificidad del Edipo femenino. 2) La edad en que se sitúa el complejo de Edipo permaneció al principio relativamente indeterminada para Freud. Así, por ejemplo, en los Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905), se sostiene la tesis de que la elección de objeto no tiene lugar de modo pleno hasta la pubertad, siendo la sexualidad infantil fundamentalmente autoerótica. Desde este punto de vista, el complejo de Edipo, aunque esbozado durante la infancia, sólo se manifestaría claramente en el momento de la pubertad, para ser en seguida superado. Esta incertidumbre se encuentra todavía en 1916-1917 (Lecciones de introducción al psicoanálisis [Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse]), aun cuando en esta fecha Freud reconoce ya la existencia de una elección de objeto infantil muy próxima a la elección adulta. En el enfoque final de Freud, una vez afirmada la existencia de una organización genital infantil o fase fálica, el Edipo se relaciona con esta fase, o sea esquemáticamente con el período de los tres a los cinco años de edad. 3) Como puede apreciarse, Freud admitió siempre que en la vida del individuo existía un período anterior al Edipo. Cuando se efectúa una distinción, o incluso una oposición, entre lo preedípico y el Edipo, se intenta ir más allá del reconocimiento de este simple hecho: se subraya la existencia y los efectos de una relación compleja, del tipo dual, entre la madre y el niño, y se procura hallar las fijaciones a una tal relación en las más diversas estructuras psicopatológicas. Desde este punto de vista, ¿puede considerarse todavía válida la célebre fórmula que hace del Edipo el «complejo nuclear de las neurosis»? Numerosos autores sostienen que, con anterioridad a la estructura triangular del Edipo, existe una relación puramente dual, y que los conflictos relativos a este período pueden analizarse sin hacer intervenir la rivalidad hacia un tercero. La escuela kleiniana, que, como es sabido, concede una importancia primordial a las épocas más precoces de la infancia, no designa ninguna fase como propiamente preedípica. Hace remontarse el complejo de Edipo a la posición llamada depresiva, en la que se inicia la relación con personas totales. Acerca del problema de una estructura preedípica, la posición de Freud seguirá siendo matizada: declara haber tardado en reconocer todo el alcance de la unión primitiva a la madre y haber quedado sorprendido por lo que, especialmente las psicoanalistas femeninas, han puesto en evidencia sobre la fase preedípica en la niña (7 b). Pero también piensa que, para explicar estos hechos, no es necesario recurrir a otro eje de referencia que el Edipo (véase: Preedípico). II. La preponderancia del complejo de Edipo, que siempre sostuvo Freud (rehusando situar en el mismo plano, desde el punto de vista estructural y etiológico, las relaciones edípicas y las preedípicas) queda atestiguado por las funciones fundamentales que le atribuye: a) elección del objeto de amor, en el sentido de que éste, después de la pubertad, viene condicionado a la vez por las catexis de objeto y las identificaciones inherentes al complejo de Edipo y por la prohibición de realizar el incesto; b) acceso a la genitalidad, por cuanto ésta no queda en modo alguno garantizada por la sola maduración biológica. La organización genital presupone la instauración de la primacía del falo, y ésta difícilmente se puede considerar establecida sin que se resuelva la crisis edípica por el camino de la identificación; c) efectos sobre la estructuración de la personalidad, sobre la constitución de las diferentes instancias, en especial el superyó y el ideal del yo. Este papel estructurante en la génesis de la tópica intrapersonal Freud lo relaciona con la declinación del complejo de Edipo y la entrada en el período de latencia. Según Freud, el proceso descrito es más que una represión: «[…] en el caso ideal, equivale a una destrucción, una supresión del complejo […] . Cuando el yo no ha logrado más que una represión del complejo, éste permanece en el ello en estado inconsciente: más tarde manifestará su acción patógena». En el artículo que aquí citamos, Freud discute los diferentes factores que provocan esta declinación. En el niño, la «amenaza de castración» por el padre posee un valor determinante en esta renuncia al objeto incestuoso, y el complejo de Edipo termina de forma relativamente abrupta. En la niña la relación entre el complejo de Edipo y el complejo de castración es muy distinta: «… mientras que el complejo de Edipo del niño se halla minado por el complejo de castración, el de la niña se hace posible y es introducido por el complejo de castración». En ella «[…] la renuncia al pene sólo se realiza después de una tentativa de obtener una reparación. La niña se desliza (podríamos decir a lo largo de una equivalencia simbólica) desde el pene al niño, y su complejo de Edipo culmina en el deseo, largo tiempo sentido, de obtener del padre, como regalo, un niño, de darle al padre un hijo» . De ello resulta que en este caso es más difícil señalar con claridad el momento de la declinación del complejo. III. La descripción que antecede no explica suficientemente el carácter fundador que, para Freud, posee el complejo de Edipo, como se desprende de la hipótesis, anticipada en Tótem y tabú (Totem und Tabu, 1912-1913), del asesinato del padre primitivo considerado como el momento de origen de la humanidad. Esta hipótesis, discutible desde el punto de vista histórico, debe interpretarse sobre todo como un mito que traduce la exigencia que se plantea a todo ser humano de ser un «vástago de Edipo» . El complejo de Edipo no puede reducirse a una situación real, a la influencia ejercida efectivamente sobre el niño por la pareja parental. Su eficacia proviene de que hace intervenir una instancia prohibitiva (prohibición del incesto) que cierra la puerta a la satisfacción naturalmente buscada y une de modo inseparable el deseo y la ley (punto sobre el que ha puesto el acento J. Lacan). Esto disminuye el alcance de la objeción iniciada por Malinowski y recogida por la escuela llamada culturalista, según la cual, en ciertas civilizaciones en las que el padre carece de toda función represora, no existiría el complejo de Edipo, sino un complejo nuclear característico de aquella estructura social: de hecho, en tales civilizaciones, los psicoanalistas intentan descubrir qué personajes reales, o incluso qué instituciones, encarnan la instancia prohibitiva, en qué modalidades sociales se especifica la estructura triangular constituida por el niño, su objeto natural y el representante de la ley. Esta concepción estructural del Edipo concuerda con la tesis del autor de Las estructuras elementales del parentesco, que considera la prohibición del incesto la ley universal y mínima para que una «cultura» se diferencie de la «naturaleza» . Otro concepto Freudiano habla en favor de la interpretación que hace que el Edipo trascienda lo vivido individual en el que se encarna: el de las fantasías originarias, «filogenéticamente transmitidas», esquemas que estructuran la vida imaginaria del sujeto y que constituyen otras tantas variantes de la situación triangular (seducción, escena originaria, castración, etc.). Señalemos finalmente que, al dirigir nuestro interés hacia la relación triangular misma, nos vemos inducidos a atribuir un papel esencial, en la constitución de un determinado complejo de Edipo, no sólo al sujeto y sus pulsiones, sino también a los otros focos de la relación (deseo inconsciente de cada uno de los padres, seducción, relaciones entre los padres). Lo que será interiorizado y sobrevivirá en la estructuración de la personalidad es, por lo menos, tanto como determinadas imágenes parentales, los distintos tipos de relaciones existentes entre los diferentes vértices del triángulo.