Diccionario de Psicología, letra D, Defensa

Diccionario de Psicología, letra D, Defensa

(fr. defénse; ingl. defence; al. Abwehr). Operación por la cual un sujeto confrontado con una representación insoportable la reprime, a falta de medios para ligarla con otros pensamientos a través de un trabajo de pensamiento. S. Freud averiguó mecanismos de defensa típicos para cada afección psicógena: la conversión somática para la histeria; el aislamiento, la anulación retroactiva, las formaciones reactivas para la neurosis obsesiva; la trasposición del afecto para la fobia; la proyección para la paranoia. La represión tiene un estatuto particular en la obra de Freud, pues, por una parte, instituye el inconciente, y, por otra, es el mecanismo de defensa por excelencia, según el cual los otros se modelan. A estos destinos pulsionales considerados como procesos defensivos, se agregan la vuelta sobre la persona propia, la trasformación en lo contrario y la sublimación. En su conjunto, los mecanismos de defensa son puestos en juego para evitar las agresiones internas de las pulsiones sexuales cuya satisfacción trae conflictos al sujeto y para neutralizar la angustia que de ello se deriva. Se observará sin embargo que, en Inhibición, síntoma y angustia (1926), a partir especialmente de una reinterpretación de la fobia, Freud se vio llevado a privilegiar «la angustia ante un peligro real» y a considerar como un derivado la angustia ante la pulsión. El origen de la defensa es atribuido por Freud al yo. Este concepto remite necesariamente a todas las dificultades ligadas a la definición del yo, según se haga de él un representante del principio de realidad, que tendría una función de síntesis, o más bien un producto de una identificación imaginaria, objeto del amor narcisista.

Conjunto de operaciones cuya finalidad consiste en reducir o suprimir toda modificación susceptible de poner en peligro la integridad y la constancia del Individuo biopsicológico. En la medida en que el yo se constituye como la Instancia que encarna esta constancia y que busca mantenerla, puede ser descrito como «lo que está en juego» y el agente de estas operaciones. La defensa, de un modo general, afecta a la excitación Interna (pulsión) y electivamente a las representaciones (recuerdos, fantasías) que aquélla comporta, en una determinada situación capaz de desencadenar esta excitación en la medida en que es Incompatible con dicho equilibrio y, por lo tanto, displacentero para el yo. Los afectos displacenteros, motivos o señales de la defensa, pueden ser también el objeto de ésta. El proceso defensivo se especifica en mecanismos de defensa más o menos integrados al yo. La defensa, marcada e infiltrada por aquello sobre lo que en definitiva actúa (la pulsión), adquiere a menudo un carácter compulsivo y actúa, al menos parcialmente, en forma Inconsciente. Al situar en primer plano la noción de defensa en la histeria, y muy pronto también en otras psiconeurosis, Freud estableció su propia concepción de la vida psíquica, en oposición a los puntos de vista de sus contemporáneos (véase: Histeria de defensa). Los Estudios sobre la histeria (Studien über Hysterie, 1895) muestran toda la complejidad de las relaciones existentes entre la defensa y el yo, al cual se atribuye aquél? [. En efecto, el yo es aquella región de la personalidad, aquel «espacio» que se intenta proteger de toda perturbación (por ejemplo, conflictos entre deseos opuestos). Es también un «grupo de representaciones » que se halla en desacuerdo con una representación «incompatible» con él, siendo la señal de esta incompatibilidad un afecto displacentero; finalmente, es agente de la operación defensiva (véase: Yo). En los trabajos de Freud donde se elabora el concepto de psiconeurosis de defensa, se realiza siempre la idea de incompatibilidad de una representación con el yo; los diferentes tipos de defensa consisten en las diversas formas de tratar esta representación actuando en especial sobre la separación de ésta del afecto que originalmente estaba ligado a ella. Por otra parte, sabemos que Freud muy pronto opuso a las psiconeurosis de defensa las neurosis actuales, grupo de neurosis en las cuales un aumento intolerable de la tensión interna, debido a una excitación sexual no descargada, encuentra su salida en diversos síntomas somáticos; resulta significativo el hecho de que, en este último caso, Freud rehusa hablar de defensa, a pesar de que también aquí hay una forma de proteger el organismo y buscar la restauración de cierto equilibrio. La defensa, ya en el mismo momento de su descubrimiento, es implícitamente diferenciada de las medidas que adopta un organismo para reducir cualquier aumento de tensión. En la misma época en que Freud intenta especificar las diversas modalidades del proceso defensivo según las enfermedades, y cuando la experiencia de la cura le permite reconstruir mejor, en los Estudios sobre la histeria, el desenvolvimiento de este proceso (resurgimiento de los afectos displacenteros que han motivado la defensa, escalonamiento de las resistencias, estratificación del material patógeno, etc.), intenta dar un modelo metapsicológico de la defensa. En un principio esta teoría se refiere, como sucederá constantemente después, a una oposición entre las excitaciones externas, de las que se puede huir o contra las cuales existe un dispositivo de barrera mecánica que permite filtrarlas (véase: Protector contra las excitaciones), y las excitaciones internas, de las que no es posible huir. Contra esta agresión desde dentro, que es la pulsión, se constituyen los diferentes procedimientos defensivos. El Proyecto de psicología científica (Entwurf einer Psychologie, 1895) aborda de dos maneras el problema de la defensa: 1) Freud busca el origen de lo que llama «defensa primaria» en una «experiencia de dolor», de igual modo que encontró el modelo del deseo y de su inhibición por el yo en una «experiencia de satisfacción». Con todo, esta concepción no puede aprehenderse, en el Proyecto, con tanta claridad como la de la experiencias de satisfacción(4). 2) Freud intenta distinguir una defensa normal y una defensa patológica. La primera actúa en el caso de una reviviscencia de una experiencia penosa; es preciso que el yo haya podido ya, durante la experiencia inicial, empezar a inhibir el displacer por medio de «catexis laterales»: «Cuando se repite la catexis de la huella mnémica, se repite también el displacer, pero las facilitaciones del yo ya están establecidas; la experiencia muestra que, la segunda vez, la liberación (de displacer) es menos importante, y finalmente, tras varias repeticiones, se reduce a la intensidad, conveniente al yo, de una señal». Tal defensa evita al yo el peligro de verse sumergido e infiltrado por el proceso primario, como ocurre en la defensa patológica. Ya es sabido que Freud encuentra la condición para esta última en una escena sexual que cuando se produjo no suscitó defensa, pero cuyo recuerdo reactivado desencadena, desde dentro, una magnitud de excitación. «La atención se halla dirigida hacia las percepciones que habitualmente dan lugar a la liberación de displacer. [Ahora bien] aquí no se trata de una percepción, sino de una huella mnémica que, de forma inesperada, libera displacer, y el yo es informado de ello demasiado tarde». Esto explica que «[…] en un proceso del yo se produzcan consecuencias que habitualmente sólo se observan en los procesos primarios». Así, la condición de la defensa patológica consiste en el desencadenamiento de una excitación de origen interno, que provoca displacer y contra la cual no se ha establecido ningún aprendizaje defensivo. Por consiguiente, no es la intensidad del afecto en sí lo que motiva la puesta en marcha de la defensa patológica, sino condiciones muy específicas que no pueden englobarse en una percepción desagradable ni tampoco en el recuerdo de una percepción penosa. Según Freud, estas condiciones sólo se cumplirían en la esfera de la sexualidad (véase: Posterioridad; Seducción). Cualesquiera que sean las modalidades del proceso defensivo en la histeria, la neurosis obsesiva, la paranoia, etc. (véase: Mecanismos de defensa), los dos polos del conflicto son siempre el yo y la pulsión. El yo intenta protegerse frente a una amenaza interna. Esta concepción, si bien resulta confirmada constantemente por la clínica, no deja de plantear un problema teórico que Freud siempre tuvo presente: ¿cómo la descarga pulsional, que por definición está destinada a producir placer, puede ser percibida como displacer o como una amenaza de displacer hasta el punto de poner en marcha una defensa? La diferenciación tópica del aparato psíquico permite enunciar que aquello que constituye placer para un sistema, representa displacer para otro (el yo), pero este reparto de papeles obliga a explicar lo que hace que determinadas exigencias pulsionales sean contrarias al yo. Una solución teórica que Freud rechazó es aquella según la cual la defensa entraría en acción « […] cuando la tensión aumenta en forma intolerable porque una moción pulsional se halla insatisfecha». Así, el hambre insatisfecha no es reprimida; cualesquiera que sean los «medios de defensa» de que dispone el organismo para enfrentarse a una amenaza de este tipo, no se trata aquí de la defensa en sentido psicoanalítico. Para explicar ésta no es condición suficiente la homeostasis del organismo. ¿Cuál es el móvil último de la defensa del yo? ¿Por qué percibe éste como displacer una determinada moción pulsional? Esta pregunta, fundamental en psicoanálisis, puede encontrar diversas respuestas, que, por lo demás, no se excluyen necesariamente entre sí. Con frecuencia se admite una primera distinción referente al origen último del peligro inmanente a la satisfacción pulsional: puede considerarse la propia pulsión como peligrosa para el yo, como una agresión interna; también puede adscribirse, en último análisis, todo peligro a la relación del individuo con el mundo exterior, entonces la pulsión es peligrosa por los daños reales a que podría conducir su satisfacción. Así, la tesis admitida por Freud en Inhibición, síntoma y angustia (Hemmung, Symptom und Angst, 1926), y sobre todo su reinterpretación de la fobia, le lleva a conceder un papel primordial a «la angustia ante un peligro real» (Real angst) y, en último término, a considerar como derivada de ésta la angustia neurótica o angustia ante la pulsión. Si abordamos el mismo problema desde el punto de vista de la concepción del yo, las soluciones variarán evidentemente según se haga recaer el acento en su función de agente de la realidad y representante del principio de realidad, o se insista en su «compulsión a la síntesis», o se le describa, ante todo, como una forma, especie de duplicado intrasubjetivo del organismo, regulado, como éste, por un principio de homeostasis. Finalmente, desde el punto de vista dinámico, puede intentarse explicar el problema planteado por el displacer de origen pulsional por la existencia de un antagonismo que no sería sólo el de las pulsiones y la instancia del yo, sino el de dos clases de pulsiones con objetivos opuestos. Este último camino es el seguido por Freud en los años 1910-1915, al oponer a las pulsiones sexuales, las pulsiones de autoconservación o pulsiones del yo. Como es sabido, este par pulsional será substituido, en la última teoría de Freud, por el antagonismo entre pulsiones de vida y pulsiones de muerte, y esta nueva oposición ya no coincide directamente con el juego de fuerzas presentes en la dinámica del conflicto. La misma palabra defensa, sobre todo cuando se utiliza de un modo absoluto, es fuente de equívocos y exige algunas distinciones conceptuales. Dicha palabra designa tanto la acción de defender (tomar la defensa) como la de defenderse. Por otra parte, en francés se añade el concepto de «défense de», es decir, de prohibición. En consecuencia, sería útil distinguir diversos parámetros de la defensa, incluso aunque éstos coincidan más o menos unos con otros: lo que está en juego: el «lugar psíquico» amenazado; su agente: el soporte de la acción defensiva; su finalidad: por ejemplo, la tendencia a mantener y restablecer la integridad y la constancia del yo y evitar toda perturbación que se traduciría subjetivamente por displacer; sus motivos: lo que enuncia la amenaza y pone en marcha el proceso defensivo (afectos reducidos a la función de señales, señal de angustia); y, finalmente, sus mecanismos. Para terminar, la distinción entre la defensa, en el sentido casi estratégico que ha adquirido en psicoanálisis, y lo prohibido, especialmente en la forma que se presenta en el complejo de Edipo, al tiempo que subraya la heterogeneidad de dos niveles, el de la estructuración del aparato psíquico y el de la estructura del deseo y de las fantasías más fundamentales, deja sin resolver el problema de su articulación en la teoría y en la práctica de la cura.

En el agregado a Inhibición, síntoma y angustia (1925), «Represión y defensa», Freud propone una visión global de las vicisitudes del concepto de defensa. Vuelve a ese término, explica, del que se había servido treinta años antes, en la exposición sobre «Las neuropsicosis de defensa», y que había abandonado para reemplazarlo por el de represión. En efecto, la palabra defensa debe designar de manera general todas las técnicas que utiliza el yo en sus conflictos, que pueden eventualmente culminar en la neurosis. El término «represión» de todas maneras se conserva, reservándolo para una de esas defensas en particular. Freud recuerda que «al principio aprendimos a conocer la represión y la formación de síntomas en el terreno de la histeria. En ese caso, el contenido perceptivo de experiencias generadoras de excitación, el contenido de representación de formaciones ideativas patógenas, es olvidado, excluido del proceso de reproducción en el recuerdo», y es por ello que «el mantenimiento fuera de la conciencia ha sido reconocido como el carácter principal de la represión histérica». Más tarde, el estudio de la neurosis obsesiva reveló que en esta afección los acontecimientos no se olvidan; «siguen conscientes, pero son «aislados»». Aunque el resultado sea el mismo que en la amnesia histérica, uno se ve llevado a pensar que el proceso por el cual se elimina una exigencia pulsional no puede ser el mismo que en la histeria. De allí el interés de tomar el concepto de defensa ampliado, para que abarque, además del proceso de represión histérica, otros procesos que ponen de manifiesto la misma tendencia: la protección del yo ante las exigencias pulsionales. Una vez adoptado, este punto de vista permitirá caracterizar a cada uno de los diferentes tipos de afección según la especificidad del proceso de defensa que en él se pone en obra. Así, concluye la nota, se podrá pensar en relacionar cada afección con un momento definido del desarrollo de la organización del yo. De modo que el concepto de defensa, originalmente elaborado en función de las exigencias de la primera tópica, será retomado con el objeto de satisfacer las exigencias de la segunda. Este proceso permitirá rastrear las vicisitudes de la función del yo a través de las renovaciones sucesivas del pensamiento psicoanalítico, desde el análisis de la histeria hasta una sistemática gobernada por la teoría de la psicosis.

Sigmund Freud designa con este término el conjunto de las manifestaciones de protección del yo contra las agresiones interiores (de tipo pulsional) y exteriores, capaces de constituir fuentes de excitación y ser de tal modo factores de displacer. A las diversas formas de defensa, capaces de especificar las afecciones neuróticas, se las agrupa en general bajo la expresión de «mecanismos de defensa». En 1894 Freud publicó un artículo titulado «Las neuropsicosis de defensa», en el cual aparecía la noción de defensa como pivote del funcionamiento neurótico en relación con los procesos de organización del yo. En ese momento -y los Estudios sobre la histeria, escritos en colaboración con Josef Breuer, lo confirman- la cuestión consiste en identificar las modalidades según las cuales el yo, entonces asimilado a la conciencia o el consciente, reaccionaba a las diversas solicitaciones capaces de perturbarlo, que provocaban en él efectos displacientes. Esos elementos parásitos podían tener un origen exterior, existiendo entonces la posibilidad de que el yo huyera de ellos, o procediera a investiduras laterales. La cuestión es de entrada más delicada cuando los elementos inconciliables son de origen interno, pulsional y, más precisamente, sexual. En una carta a Wilhelm Fliess del 21 de inayo de 1894, Freud lo declara claramente: «La defensa se erige contra la sexualidad». Primero elaborada en el marco de la etiología de la histeria, la noción de defensa adquirió para Freud un papel diferenciador entre las diversas afecciones neuróticas, sobre todo en el artículo de 1896 titulado «Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa». El mecanismo de defensa reviste entonces la forma de la conversión en la neurosis histérica, la forma de la sustitución en la neurosis obsesiva, y la forma de la proyección en la paranoia. Bajo estos diversos aspectos, ligados a la especificidad de la entidad patológica, la defensa persigue siempre el mismo objetivo: separar la representación perturbadora del afecto ligado originalmente a ella, cuando esta operación no se ha podido realizar directamente por medio de la abreacción. En 1915, en los términos de su metapsicología, Freud utiliza de nuevo la expresión mecanismo de defensa; primero en el artículo dedicado al inconsciente, para agrupar el conjunto de los procesos de defensa (sin discriminar las diversas neurosis), y después en el consagrado a los destinos de las pulsiones, para evocar las diversas formas de la evolución de una pulsión (represión, transformación en lo contrario, orientación hacia la propia persona, sublimación). En su carta a Wilhelm Fliess del 6 de diciembre de 1896, dedicada a la formulación del aparato psíquico, Freud asimilaba ya la defensa a la represión: «La condición determinante de una defensa patológica (es decir, de la represión) es entonces el carácter sexual del incidente y su ocurrencia en el curso de una fase anterior». En 1926, en el suplemento a su libro Inhibición, síntoma y angustia, vuelve a considerar esa asimilación, refiriéndose en primer lugar a las razones por las cuales ha abandonado la expresión «procesos de defensa». A continuación reconoce haberla reemplazado por la de represión, pero sin precisar la naturaleza de la relación entre las dos nociones. Propone entonces conservar el término represión para designar ciertos casos de defensa, ligados a afecciones neuróticas particulares (toma el ejemplo del vínculo preciso entre represión e histeria), y utilizar «el viejo concepto de defensa» para englobar los procesos de la misma orientación: la de «protección del yo contra las exigencias pulsionales». Con los trabajos de Anna Freud, la noción de mecanismo de defensa vuelve a ser central en la reflexión psicoanalítica, y adquiere incluso el valor de concepto. Para la hija de Freud, los mecanismos de defensa intervienen contra las agresiones pulsionales, pero también contra todas las fuentes exteriores de angustia, incluso las más concretas. El desarrollo de esta perspectiva globalizadora implica una concepción del yo que representa un retroceso respecto de la expresada por Freud en el marco de la gran reestructuración teórica de la década de 1920. El yo vuelve a ser sinónimo de lo consciente, es asimilado a la persona, y el objetivo del psicoanálisis consiste entonces en ayudar a sus defensas para consolidar su integridad. Esta concepción alcanzó su pleno desarrollo en la corriente de la Ego Psychology. Ha sido fuertemente combatida, en particular por Jacques Lacan en diversos artículos de los años 1950-1960; el autor de los Escritos la denuncia como una transformación del psicoanálisis en una gestión adaptativa, una forma de ortopedia social contra la cual él emprende su «retorno a Freud». Para Melanie Klein, el concepto de defensa y las formas que puede tomar están inscritos en la fase arcaica, preedípica; se basan tanto en los elementos exteriores interiorizados, o sometidos a intentos de control, como en los elementos pulsionales.