Diccionario de Psicología, letra D, Desarrollo

Diccionario de Psicología, letra D, Desarrollo

En su momento, Lacan abrumó a Ferenczi atribuyéndole la lamentable introducción de una teoría de los estadios en la doctrina analítica. Esta acusación es un buen ejemplo e a disputa larvada e insistente que hace estragos en el movimiento analítico, concerniente a lo que sería una concepción llamada genética de la maduración (en el sentido en que esto se dice de la psicología promovida por Piaget). El psicoanálisis ¿encuentra o no uno de sus fundamentos en la idea de un desarrollo propio del ser humano, idea producida por el propio psicoanálisis, por medio de la cual propondría el esquema programado de un desarrollo en cuanto a lo psíquico? Freud Después de todo, el Lacan crítico que hemos mencionado no necesitaba buscar tan lejos su blanco, ni emprenderla con lugartenientes. En efecto, ¿no está claro que fue Freud e primero en instaurar lo que se presenta sin ninguna duda como una perspectiva genética que da cuenta de la progresión graduada de un desarrollo? Nada mejor que juzgar basándose en pruebas. Y una de esas pruebas importantes ha sido, una vez puesto de manifiesto el campo ignorado de la sexualidad infantil, el haberlo convertido en punto de germinación de una teoría sofisticada del desarrollo libidinal. Aunque la libido sea finalmente definida como fuerza esencial de lo que está en juego en el psiquismo en tanto que sometido al deseo, Freud introduce allí dos ideas complementarias cuya conjugación hace efectiva la temática de un desarrollo. La primera designa el objetivo, la finalidad del desarrollo del que se trata, a saber, el ordenamiento regulado de las corrientes pulsionales, sexuales, inicialmente independientes, que van a coordinarse bajo el orden del primado de la genitalidad, en su relación con la reproducción. El desarrollo libidinal infantil tiene un fin: es esa organización genital que en principio se alcanza definitivamente en la adolescencia. En segundo término, el otro aporte constitutivo será identificar, diferenciar las etapas que permiten acceder a ese fin, en cuanto su sucesión ordenada condiciona la progresión normal hacia la primacía genital. Cada etapa designa el dominio de un régimen pulsional que es preciso dejar atrás para alcanzar esa primacía. Se trata de la famosa trilogía de los estadios infantiles: oral, anal y fálico. La fase fálica se convierte, luego, por medio de la asunción edípica, en el bosquejo de lo que podrá retomarse como verdadera organización genital en el momento de la adolescencia, una vez atravesado el período de latencia. Es decir que esta primera elaboración conduce a una concepción del desarrollo muy acabada, homogénea en su principio, fundamentada en su despliegue. Cada uno de los estadios que ella distingue se encuentra caracterizado por la zona erógena que domina entonces en la cronología pulsional: la boca en la fase oral, el esfínter anal en el estadio anal, el sexo en la fase fálica. A esto corresponderá una progresión más o menos coincidente, que distingue en la puesta en obra de la elección de objeto los momentos autoerótico y narcisista, homosexual y finalmente heterosexual. De modo que esta perspectiva de un desarrollo es verdaderamente para Freud lo que armoniza, lo que ordena la comprensión y la operatividad de su práctica. En ella funda su comprensión fina de la patología, hace de ella el marco seguro de su interpretación del síntoma y de la neurosis. Y lo que instaura y confirma esta concepción de la psicopatología (como patología psicosexual) es el tándem de las dos nociones conjugadas de fijación y regresion, que completan la puesta en juego del desarrollo, esta vez en sus disfunciones patológicas. De modo que existe sin duda una perspectiva que acentúa esta idea de un desarrollo, y éste será también el caso cuando haya que tomar en cuenta la instauración del yo, o el pasaje del principio de placer al principio de realidad. Primeros problemas No obstante, conviene observar, por ejemplo a propósito de la interpretación del síntoma en relación con la escala del desarrollo libidinal, hasta qué punto esto pone a Freud en la situación delicada de una puja incesante. Pues cada vez que trata de mantener su aparato doctrinario en el marco de un desarrollo, tiene necesidad de agregar algo más. Esperaba que fuera suficiente una explicación fundada en la libido; no obstante, se verá conducido a añadir la idea competitiva de un desarrollo del yo. Hay dos ejes entonces (la libido, el yo) en los cuales jugará de modo muy diferente, como se sabe, el pasaje del principio de placer al principio de realidad. De hecho, cada vez que Freud cree aprehender un esquema del desarrollo de valor explicativo, ese esquema demuestra ser inadecuado. Parecería que la explicación es imposible en términos de desarrollo. Y esta irreductibilidad problemática lo llevará, de modificación en modificación, al intento final de compensación mediante el dualismo pulsiones de vida/pulsiones de muerte. El desenlace expresa bien lo que hay de problemático en la perspectiva del desarrollo en cuanto no nos parece posible hacerla congruente con aquello de que se trata en lo psíquico, por lo menos desde que en lo psíquico, con la libido, se reconoce el deseo en obra. Y quizás la expresión «desarrollo libidinal» demuestre ser contradictoria en sí misma. Basta para demostrarlo la noción de fijación que, después de todo, corresponde a lo que resiste intrínsecamente al despliegue del supuesto «programa», y que manifiesta la dimensión del inconsciente. ¿Cómo podría un desarrollo, por sí mismo, dar cuenta del inconsciente? La nebulosa de las teorías del desarrollo: El hecho de que la cuestión siga siendo perentoria no se debe a que la dimensión del desarrollo, después de Freud, no haya sido objeto incesante de investigación y reflexión en el seno del movimiento analítico, en el centro de nuevas y múltiples elaboraciones. Aquí nos contentaremos con mencionar, y sin duda de una manera no exhaustiva, las principales vías de inspiración de este trayecto a partir de los primeros avances de Freud. Podemos distinguir a quienes profundizan a Freud siguiendo estrictamente su misma línea. Tal es la contribución esencial de Abraham (1924). Están quienes piensan completar a Freud, sea que se trate de la corriente llamada explícitamente «genética» promovida por Hartmann, que pone el acento en el yo, o bien de la perspectiva kleiniana. Klein, al retomar esencialmente el dualismo pulsión de vida/pulsión de muerte (libido/agresividad), subvierte de modo radical los datos Freudianos al postular un Edipo y un superyó precoces. Están incluso quienes creen ir bastante más lejos que Freud en la arqueología del desarrollo. Citaremos a Bion y Kohut, representativos de esta investigación de la arcaicidad del psiquismo. Tampoco hay que olvidar las teorías que introducen tal o cual estadio específico, como un estadio del «respir», o bien el famoso estadio del espejo… La puesta a punto de Lacan: Se desemboca entonces en el contraste entre la multiplicación de esas diferentes conceptualizaciones de un desarrollo cada vez más afinado, y lo que se opone a ellas de una antipatía del psicoanálisis por toda referencia al desarrollo sobre el cual se debería regular su práctica. Por otra parte, ¿cómo podría hacerlo, cuando proviene de la insistencia en la absoluta singularidad de cada caso? Pero, si es así, habrá que rendir cuentas, para dialectizarlo, de lo que se presenta como una contradicción aguda. A Lacan le corresponderá realizar la puesta a punto necesaria, a partir de su (re)lectura del texto Freudiano en una época en la que la noción de desarrollo había llegado a adquirir un giro categóricamente normalizador, incluso moralizador, desde que en su cumplimiento se veía el soporte de una valorización de principio, según lo atestiguan los exultantes discursos de ese tiempo sobre el acceso a la genitalidad, considerada como el calderón maravilloso del devenir libidinal. De ese avatar caricaturesco de las propuestas de Freud, Lacan hizo el punto de partida crítico de su enseñanza, dando prueba de la posibilidad de entender de una manera radicalmente distinta el discurso Freudiano, desprendiéndolo de sus contigüidades somaticistas, biológicas. Esto le permite en primer lugar denunciar a quienes se habían engolfado en una lectura y una comprensión demasiado realistas, o psicologizantes del discurso de Freud. Basta algún rigor en el examen de este aspecto de la reflexión Freudiana (examen que realizará Lacan) para hacer valer la idea de que el desarrollo no equivale nunca en este campo a la mecánica de un programa biológico. Se necesitó todo el celo de un Abraham para lanzarse a un paralelo que relaciona los estadios libidinales con la embriología, retornando la equivalencia biogenética de ontogénesis y filogénesis, idea reconocida por el propio Freud. Esto no le impide a Lacan enderezar las cosas, poniendo de relieve que la regresión, por ejemplo, lejos de poder comprenderse sobre una base genética, biológica, aparece con otro resorte en el propio Freud. Está ligada al análisis del sueño. Como regresión tópica, tiene el valor determinante de ser lo que está en juego en la realización puramente psíquica del deseo, separada (por lo tanto, regresivamente) de la motricidad. Tanto como la regresión, es también la represión lo que invalida el punto de vista del desarrollo. Se entiende que hacer jugar la metapsicología de la represión basta, en efecto, para hacer estallar el marco estrecho de un reduccionismo del desarrollo incompatible con el inconsciente. Esto significa que, si bien el psicoanálisis propone esa subdivisión en estadios, principalmente libidinales, no se reduce a ella. Y la perspectiva evolutiva, genética (reforzada, como se ha visto, por múltiples elaboraciones y variantes) pudo desempeñar un papel de amortiguación del pensamiento psicoanalítico por no haberse podido sostener dialécticamente esta contradicción. Esto impidió incluso que se percibiera que la llamada teoría de los estadios implicaba de hecho una profunda reflexión de Freud en cuanto al tiempo de la subjetividad o para la subjetividad. Deseo y temporalidad Si tiene sentido retomar aquí esa reflexión sobre el desarrollo psicosexual, es con la condición de calibrar aquello a lo que Freud apuntaba en realidad al hipostasiar la dimensión del tiempo en el ser humano. Todo el psicoanálisis en su fundamento, toda la obra doctrinaria de Freud, merece ser releída en relación con este tema como una grandiosa conceptualización de lo que de la temporalidad está en juego en el ser humano (deseante), en cuanto a la manera en que cada uno, en su historia singular, está sometido simbólicamente al tiempo, incluso a los tiempos que lo han precedido, puesto que Freud llega a sostener una incidencia de lo prehistórico sobre lo que tiene que ver con el psiquismo. Y hay algo esencial del pensamiento de Freud que trasciende considerablemente la estrechez del marco de un desarrollo cuando concibe la actualidad como surgiendo de una protohistoria (cf. Tótem y tabú). En suma, hay algo que tiene que ver con el desarrollo si se quiere, aunque sólo sea porque hay algo biológico (pulsional) y también algo psicológico (psicosexual), pero ello provee a le sumo un marco descriptivo, o bien elementos de los que falta saber cómo serán tratados o no tratados en la historia del individuo. Y es sin duda este término «historia» el que abre a lo que ya hemos subrayado de una dialéctica esencial. En lo que promueve al respecto el psicoanálisis, está la marca de lo que separa un desarrollo de una historia. Y sobre todo un desarrollo que se supone ordenado de manera preestablecida y que por lo tanto no podría corresponder adecuadamente a una historia, fatalmente abierta a las singularidades que en ella trazan las líneas de un destino. Desde luego, esto no excluye que el campo del análisis esté sujeto a un determinismo. Esto es incluso lo que hace posible las leyes de la acción analítica. Pero es el determinismo de una historia, el estar tomado en una historización. De modo que, si bien hay en Freud algo que toma la forma de un desarrollo, sólo constituye una armazón. Se trata de la dimensión de un tiempo humano, humanizado y dramatizado por el símbolo. Es el tiempo de un sujeto. No es entonces en el tiempo cronológico, sino en el tiempo poético donde lo simbólico revela su empresa. Lacan lo formula como sigue: «lo que le enseñamos al sujeto a reconocer como su inconsciente, es su historia: es decir que lo ayudamos a completar la historización actual de los hechos que han determinado ya en su existencia cierto número de «decisivos virajes históricos»» (Écrits). Así hay que comprender que todo lo que Freud descubre está inmerso en el tiempo, en las incertidumbres de esta temporalidad subjetiva. Regresión y fijación son entonces conceptos que más bien dan testimonio de esa inscripción temporal del devenir psicosexual de un sujeto. Lo mismo vale para la importante noción de repetición, anclaje en la vida psíquica de la inercia del tiempo como coacción (Zwang). Sin contar las otras refracciones clínicas de esta incidencia multiforme del tiempo, de la cual el análisis del Hombre de los lobos sigue siendo el ejemplo privilegiado, en el que la noción de retroacción (aprés-coup) representa del mejor modo la pertinencia subjetiva. (Ella estaba ya implicada en la primera teoría de la seducción, como aquello que de una experiencia es capaz de actuar a posteriori, en lo que constituye la temporalidad redoblada de una representación traumatizante.) Lo mnémico De modo que la conceptualización Freudiana conduce en realidad a una puesta en juego de tiempo mucho más compleja, que culmina con la manera en que la cronología dramatizada se organiza en ella, para el ser humano, en memoria, con todos sus avatares y todas sus vicisitudes. La obra de Freud es en resumidas cuentas una elaboración sobre la memoria, a partir de una experiencia clínica en la que se trata en principio de descubrir los fallos, las faltas, los olvidos de inscripciones mnémicas singulares. Y también de lo que retorna, puesto que esta dimensión temporal es asimismo lo que caracteriza la represión en su insistencia. Se podrá entonces sostener que la teoría analítica retorna lo que el término trivializado «desarrollo» contiene de referencia al tiempo. Pero lo hace para exaltarlo al título de una memoria, de una historicidad memorial. Esto incluye la memoria de lo que nunca se supo, memoria (re)construida, anticipativa. Que tampoco podría reducirse a una memoria puramente mecánica o «informática». Por lo tanto, tampoco permite que el análisis opere sobre la base de un historicismo cronológico estrecho. La dialéctica por la cual el psicoanálisis, tanto en la teoría como en la práctica (en cada cura), retoma el despliegue mnémico, historizado, de la red temporal de una vida, es lo que la revela como destino, lo que produce en ella la epopeya subjetiva. Esto explica en parte que numerosas elaboraciones posFreudianas hayan tratado de profundizar más los datos de partida, remontándose más atrás en el tiempo de la historia y de la prehistoria individuales. Éste es el sentido de obras tan diversas como las de Klein o Dolto. Su interés no tiene que ver sólo con el aspecto cronológico de su investigación, sea cual fuere el valor que tenga tal descubrimiento afinado de lo primordial, de lo elemental, de lo arcaico, incluso de lo originario. Lo que aportan sobre todo estas pioneras es también la necesidad de volver sobre lo que constituye el sentido de ese despliegue historizado, allí donde se emplaza por medio de las apuestas estructurales. El análisis concierne aquí a saber cómo lo psíquico se constituye y se elabora en relación con la dimensión de lo inconsciente. Mito A las presentaciones genéticas de la teoría psicoanalítica se les podrá entonces reconocer a lo sumo un valor descriptivo parcial, pero que sigue siendo irreductible a lo que puede implicar de enojoso la noción clásica de desarrollo. Si hay desarrollo en psicoanálisis, debe decirse que no es en nada un desarrollo «evolucionista», del que por ejemplo la biología podría proporcionar el modelo. Es esto lo que hemos querido subrayar al oponerle el término «historia». No es que el psicoanálisis nos remita a la investigación (histórica) de lo que ha sido la singularidad de los acontecimientos de la vida del paciente. Cuidémonos de la trampa del historicismo, que para el analista implicaría reconstruir como historiador o poco menos el pasado olvidado o reprimido de la historia del sujeto. En tal caso no se habría hecho más que caer de un impase (biologizante, psicologizante) en otra (historizante). Más bien se trata de conservarle toda su amplitud irresuelta a la pregunta: ¿qué es una historia singular, con respecto al deseo? Es imposible responderla sin tomar en cuenta la delicada cuestión del lugar en el que el análisis opera como construcción, según el término propuesto por Freud, pensando también en la imagen que a él le gustaba evocar, acerca de la manera en que los pueblos se inclinan a reescribir retroactivamente su historia colectiva. Esto nos conduce a una concepción de la historia que hunde sus raíces en las fuentes del mito. Esta problemática -que es también una manera de hacer entrar en resonancia la estructura (psíquica) y la historia- se encuentra por excelencia en el nivel del complejo de Edipo que, lejos de ser solamente el tiempo de un desarrollo, vale literalmente como mito actualizado, reactualizable en la historia de cada uno. (Laplanche y Pontalis han planteado de la misma manera la cuestión del fantasma.) Un psicoanálisis no tiene pues nada de búsqueda historicista de una historia pasada, en la que se trataría de llenar las lagunas constituidas por los hechos olvidados. Tampoco es pura construcción conjetural elaborada hic et nunc en el espacio analítico. Se despliega por completo en el registro sutil que deja el intersticio entre una y otra. Lo que produce es una historia reescrita por un devenir, una historia renovada con el proceso (transferencial) del análisis. La transferencia es una transferencia de historia. Es aquello por lo cual la historia singular se erige, se eleva a la medida del destino que en ella se despliega. Lo que hace que el psicoanálisis sea para cada uno la creación (poética) de su destino. El término «desarrollo», por sus resonancias (y sus malentendidos), pone bien de manifiesto el punto en el que Freud se mantuvo: entre ciencia y poética. No sorprende que ese término haya podido prestarse al desvío científico, o más bien cientificista, positivista, de una (in)comprensión genética. Por el contrario, en él el psicoanálisis se confirma como lo que es: una ciencia de la poética. O más bien es esa cuadratura imposible que Freud denominó el inconsciente.