Diccionario de Psicología, letra D, Discurso

Diccionario de Psicología, letra D, Discurso

(fr. discours; ingl. discourse; al. Rede, Diskurs). Organización de la comunicación, principalmente del lenguaje, específica de las relaciones del sujeto con los significantes, y con el objeto, que son determinantes para el individuo y reglan las formas del lazo social. El sujeto, para el psicoanálisis, no es el hombre cuya naturaleza sería inmutable; pero tampoco es el individuo cambiante en función de las peripecias de la historia. Más allá de las singularidades individuales, el psicoanálisis distingue funcionamientos, en número restringido, que obedecen a las estructuras en las que cada uno se encuentra comprometido. La «teoría de los cuatro discursos», de J. Lacan, constituye una de las elaboraciones más recientes y más eficaces acerca de esas estructuras. La idea de describir entidades clínicas, de no quedarse en una aproximación solamente centrada en las historias individuales, está presente desde el principio del psicoanálisis. Esto se explica por los objetivos científicos de S. Freud, pero también por la perennidad de las sintomatologías neuróticas: la existencia de la histeria, o de la fobia, está atestiguada desde la Antigüedad. ¿Las categorías clínicas, por cierto importantes, son sin embargo, lo esencial en lo concerniente a las distinciones que el psicoanálisis permite hacer entre los diversos tipos de estructura en los que el sujeto puede estar comprometido? Esto no es seguro si es verdad que estas categorías han sido forjadas ante todo para dar cuenta de los estados considerados patológicos, en tanto opuestos a los estados normales, sin que por ello la normalidad o la patología hayan podido ser definidas claramente. A partir de aquí se impone en el psicoanálisis la idea de otras estructuras que darían cuenta de las diversas formas que puede tomar la relación del sujeto con su deseo, o con su fantasma, con el objeto que intenta reencontrar o con los ideales que lo guían. En es t e sentido, por ejemplo, distingue Freud diversos «tipos libidinales» (erótico, narcisista, obsesivo y tipos mixtos). También en este sentido, W. Reich elabora una teoría bastante desarrollada del «carácter». Por interesantes que sean, estas elaboraciones mantienen sin embargo una ambigüedad. Es que el carácter sólo puede ser pensado como interno a una subjetividad. Pero el psicoanálisis lleva a poner el acento no en una subjetividad, sino en su sujetamiento [assujettissementl, entendiendo por ello lo que puede determinar a un sujeto, producirlo, causarlo, o sea, su historia, y, más precisamente, la historia de un decir, el que estaba ya antes incluso de su nacimiento en el discurso de sus padres, el que desde su nacimiento no deja de acompañarlo y de orientar su vida en un «tú eres eso» sin escapatoria. El discurso del amo. Las cosas pueden plantearse entonces así: lo que produce un sujeto, es decir, no un hombre en general o un individuo sino un ser dependiente del lenguaje, es que un significante venga a representarlo ante todos los otros significantes y, por ello mismo, a determinarlo. Pero, a partir de allí, hay un resto. En efecto, desde que se inscribe en el lenguaje, el sujeto ya no tiene más acceso directo al objeto. Entra en la dependencia de la demanda, y su deseo propio sólo puede decirse entre líneas. De ahí el concepto de objeto a que Lacan elabora y que designa no el objeto, supuesto como disponible, de la necesidad, del consumo o del intercambio, sino un objeto radicalmente perdido. Esta elaboración es presentada por Lacan con la ayuda de un algoritmo. En este algoritmo, S1 designa a un significante que representaría al sujeto ante el conjunto de los significantes S2 , designado como saber. S está tachado [barrado] para indicar que no es un sujeto autónomo, sino determinado por el significante, que impone una «barra» sobre él [«avoir barre sur quelqu’un» es tener ventaja sobre alguien]. Se notará también que en este algoritmo no hay relación directa entre $ y a porque no hay acceso directo del sujeto al objeto de su deseo. Lacan le ha dado un nombre a este «discurso», presentado aquí de una manera formalizada. Es el discurso del amo. Este nombre marca claramente que, al mismo tiempo que de la constitución del sujeto como tal, se trata aquí de dar cuenta de las formas ordinarias del sujetamiento [la sujeción] político, lo que implica que en los dos casos se trata de una misma operación. Así, la manera en que un sujeto se somete a la enunciación de un mandamiento, su adhesión a una determinada palabra maestra [maitre-mot: palabra-amo/maestro] política, se escriben fácilmente: S1 o también significante – amo $ sujeto Del mismo modo, hay un paralelo posible entre el estatuto radicalmente perdido del objeto para el sujeto y la plusvalía designada por K. Marx como aquello a lo que el trabajador debe renunciar, pero también aquello que el capitalista debe reinvertir en su mayor parte en la producción. De ahí el nombre de «plus-de-gozar» [no gozar más, pero también un plus de gozar] que Lacan le da entonces al objeto a en función de esta analogía. Una elaboración formalizada. El discurso del amo es por lo tanto la puesta en relación de estas letras: S1 S2 $ a o también de estos términos: significante – amo saber sujeto plus de gozar Lo que se constituye con esta puesta en relación es un sistema formal en el que es posible distinguir, por una parte, los lugares, la manera en la que se articulan los elementos, y por otra, los elementos mismos. Si se abstrae de la naturaleza de los elementos en juego, ¿qué hace necesarios los cuatro lugares en los que se inscriben los términos S1, S2, $, a ? Es el hecho de que todo discurso se dirige a otro, aun cuando este no se reduzca a una persona en particular; y se dirige a ese otro a partir de cierto lugar, en nombre de alguien, ya sea en nombre propio o en nombre de un tercero. A estos dos lugares: el agente — el otro, hay que agregar que la verdad puede interferir, latente, bajo el propósito sostenido oficialmente; y que, en los dispositivos del discurso, algo se produce cada vez. De donde el sistema completo de los lugares: el agente el otro la verdad la producción A partir de allí, la cuestión que se plantea en la teoría psicoanalítica es la de saber si una elaboración formalizada puede conducir a desarrollos verificables en la experiencia. Pues, parece que sí. De este modo, es posible, en especial, en un primer tiempo, hacer circular, por «cuartos de vuelta» sucesivos, los cuatro términos $, S1, S2, a , por los cuatro lugares: verdad, agente, otro, producción. Ello sin romper el orden que liga a S1 y S2 términos constitutivos del orden significante, lo que hace que el sujeto $ esté separado del objeto a . Se tendrá por lo tanto: S1 S2 $ a   S2 a S1 $ $ S1 a S2 a $ S2 S1 El valor dado a cada una de estas escrituras puede ser establecido a partir de lo que desempeña el papel de agente. Así, la presencia, en ese lugar, de S1, califica al «discurso del amo»; la de S2 el saber, permite definir un «discurso de la universidad»; la de $, el sujeto, el «discurso de la histérica», por último, la de a , el «discurso del psicoanalista». Es concebible, en efecto, que en la histeria sea el sujeto el que venga al primer plano de la escena, el sujeto marcado por el significante hasta en su cuerpo, en el que los síntomas hacen oír un discurso reprimido; en cuanto al discurso del psicoanalista, lo que lo organiza es el objeto mismo que el discurso del amo hace caer, el objeto al cual el sujeto no tiene acceso en el discurso del amo. Discurso del psicoanalista y discurso del capitalista. Un paréntesis permite aquí introducir un quinto discurso, también propuesto por Lacan, el discurso del capitalista. ¿Si, en efecto, el discurso del psicoanalista inscribe a a en el lugar dominante, si ya no separa más $ y a ( a –>$), quiere decir que el psicoanalista le asegura a cada uno el reencuentro efectivo con el objeto de su deseo? La cuestión no carece de alcance. Efectivamente, es uno de los rasgos principales del discurso corriente de nuestros días prometer a todos la satisfacción de todos los deseos, con la única condición de poner un precio, de borrar la diferencia entre el objeto del deseo y el objeto del consumo. ¿Sería el psicoanálisis solidario con tales representaciones? Pues no: si en el discurso del psicoanalista el sujeto se las ve con el objeto de su deseo, lo importante es el lugar donde se sitúa: el lugar del otro, es decir, particularmente, el lugar donde eso [ello] trabaja. Al objeto sólo lo encuentra en el trabajo de la cura Permite dar cuenta de un discurso en el que el sujeto se encuentra a la vez sujeto a su objeto y en posición de semblante, es decir, en posición de creerse no sujetado a nada, amo de las palabras y de las cosas. Aquí la alienación se redobla con un desconocimiento radical. A este discurso, obtenido formalmente por torsión del discurso del amo, Lacan lo designa «discurso del capitalista». Para terminar, hay que destacar que la teoría de los discursos, de la que sólo presentamos aquí los rasgos esenciales, sigue siendo hoy uno de los instrumentos más activos para el psicoanálisis desde el momento en que se interesa por lo que produce al sujeto y produce con él al orden social en el que este se inscribe. Dolto (Françoise). Psiquiatra y psicoanalista francesa (París 1908 – id. 1988). Ya desde su tesis, que lleva el título de Psicoanálisis y pediatría, F. Dolto reúne la teoría de Freud con las aplicaciones que concibe de ella. Al mismo tiempo, sigue su análisis con R. Laforgue. Desde la infancia había sentido una vocación: llegar a ser «Médica educacional», y para ello había emprendido, a pesar de su familia, estudios de medicina que le permitieron ingresar en la carrera en julio de 1939. Desde 1938, a pedido de Heuyer, cursa como interna de los asilos. En Sainte-Anne se encuentra con J. Lacan, quien ya en esa época imparte allí su enseñanza. Este encuentro se revelará importante, porque creó entre ellos lazos de amistad. En el campo de la infancia, que ella elige, labra un territorio que fecunda con su personalidad. Acordando, al igual que Laforgue, a quien ella invoca, mucha importancia al «método», va a forjar poco a poco el propio a partir de una generosidad y una confianza inquebrantables hacia los niños. Al mismo tiempo, dirán su pares, alía a ello una intuición magistral y un conocimiento instintivo del niño. Toda su obra está consagrada a lo que ella llama La causa de los niños, título de una de sus últimas publicaciones. Inicialmente, su objetivo era ir en ayuda de los padres y los educadores en su tarea. Pensaba entonces que de la comprensión y de una ayuda esclarecida dirigida a los adultos resultaría naturalmente el mejoramiento del niño. Con energía y coraje, aliados a un gran sentido de la comunicación, llega a ser una personalidad mediática, famosa por sus emisiones radiales. Haciendo entonces escuela, prodiga en sus seminarios una enseñanza que suscita a veces el entusiasmo. Decide entrar en la «Escuela Freudiana» que Lacan acaba de fundar, sin sentirse por ello ligada a su doctrina. Utiliza los conceptos Freudianos y lacanianos, y forja ella misma nuevos conceptos. Podemos resumir, así, la obra y la búsqueda de Françoise Dolto como la tentativa, a través de un buen maternaje, de hacer que el niño esté bien situado en su esquema corporal y en su imagen del cuerpo, por efecto de lo que ella denomina «las castraciones simbolígenas». Estas deben entenderse como las marcas que vendrían a sancionar el fin de un estadio del desarrollo, las sublimaciones resultantes y el pasaje al estadio siguiente. Según ella, la «amancia» [aímance, cualidad de ser capaz de amor] se define por el hecho de que una madre es toda entera, en su persona, en su presencia, por los cuidados que prodiga, un «objeto de amancia». En el primer estadio de la vida, el estadio oral, que ella va a llamar bucal, el tener y el ser son confundidos en uno solo en razón del lugar de encrucijada de este período, ya que se encuentran y se cruzan en él las facultades «aerodigestivas», que engloban la prensión labial, dental y gustativa, la facultad de deglución, y la emisión de sonidos así como la aspiración y la espiración del aire. Ella estima que es el momento del desarrollo de un sujeto en el que se constituye el modelo de su futura relación con el otro para toda la vida. Esta tiene así su fuente en el placer y en la acción conjuntas del acto de llevar -se a la boca algo agradable y experimentar placer por ello, en el seno de la atmósfera de amancia que caracteriza a una buena relación maternal. De esta conjunción nacerá el futuro componente relacional. Del mismo modo, en el estadio anal, la libido no inviste sólo los orificios del cuerpo, sino también todo el interior del ser, donde se difunde, yendo al encuentro de la libido oral. Este estadio promueve un erotismo narcisizante por el placer autoerótico de dominio [maîtrise] que le es propio; sin embargo, si está demasiado centrado en la retención, puede desembocar en el masoquismo. La necesidad de las castraciones simbolígenas se desprende enteramente de este abordaje. La madre debe entonces suministrar castraciones al niño, castraciones llamadas por ella «castraciones humanizantes» en tanto tienen como objetivo, en el estadio oral, separar al niño del cuerpo a cuerpo con la madre y, en el estadio anal, separarlo del cuerpo a cuerpo tutelar, que tenía hasta entonces en tutela al niño en el nivel de su autonomía corporal. En el primer caso, la castración oral va a permitir el acceso al lenguaje: en el segundo, alcanzar la autonomía corporal por medio de una renuncia, la de manipular en común con su madre las deposiciones, su cuerpo, etc. Para que la castración sea exitosa en este segundo estadio, piensa que es necesario que el corte con la oralidad se haya hecho bien. Esta segunda castración, además de la autonomía corporal, le acuerda al sujeto la posibilidad de una relación viviente con el padre en el lugar dejado libre por la madre. La castración edípica, que seguiría a las dos precedentes, recae entonces específicamente sobre la prohibición del incesto y también sobre el conjunto de las seducciones o relaciones sexuales con los adultos. Debe también coartar todas las malicias dirigidas al progenitor del otro sexo o al adulto rival homosexual. En esta óptica, Françoise Dolto parte de la primera castración, la castración umbilical, que signa el nacimiento de un ser y es el prototipo de todas las otras. Parece importante señalar que su teoría reposa entonces no sobre una castración simbólica surgida de la ley cuyo representante es el padre, sino sobre la idea de estadios del desarrollo a ser superados cada vez por medio de un don; don de un corte con la madre, que se hace así simbolígeno. De la misma manera, su concepción del narcisismo reposa principalmente en lo que ella define como la euforia de una buena salud unida a la relación sutil de lenguaje originada y mantenida por la madre, lo que ella simboliza como «yo-mamá-el mundo». El niño tomaría conciencia de su cuerpo, de su ser, y crearía su imagen a partir del discurso que sostiene la madre hacia él en el momento en que satisface sus necesidades, creando así zonas llamadas «eróticas» porque han entrado en comunicación con el lenguaje de la madre, con la condición sin embargo de que no reciba ningún contacto del objeto mismo. Las palabras que mediatizan o hacen interdicción al goce del seno, dice ella, por ejemplo, permiten a la boca y a la lengua retomar su valor de deseo, pues, en el nivel del deseo, la mutación se hace por medio de la palabra. Hay que comprender que la formulación teórica de Françoise Dolto, como ella misma lo repite constantemente, está construida sobre la idea de un maternaje logrado y ha surgido de una observación, estimada concisa y minuciosa, de la vivencia sensitiva y simbólica a la vez del lactante en los primeros tiempos de su vida. De ella deduce el concepto de «pattern», conducta surgida del deseo confundido con «la satisfacción de vivir y de amar». Por último, los lazos que ligan al lactante con la madre, asociados con el olor de ella, harán que experimente estos lugares mismos como zonas erógenas. Este conjunto de movimientos vividos es comparado con un nirvana hecho de la presencia materna y de la seguridad anidada en su regazo. Este nirvana será siempre buscado cada vez que se produzcan tensiones ligadas al deseo o la necesidad. Seguridad, narcisismo e imagen de sí se fundan en un «buen maternaje» donde el niño entero en su «prepersona» en curso de estructuración deviene él mismo lugar relacional, lugar de ese lazo interrumpido y luego reencontrado. Así entendidas, las castraciones van a permitir la simbolización y contribuirán a moldear la imagen del cuerpo en el curso de lo que ella llama la «historia de sus elaboraciones sucesivas». Ella [la imagen del cuerpo] está edificada sobre la relación del cuerpo con el lenguaje y sobre la relación de lenguaje con otros. Deviene el puente, el medio de la comunicación interhumana. Si no ha habido palabras, dice, la imagen del cuerpo no estructura el simbolismo de un sujeto, hace de él un «débil ideativo relacional». El esquema corporal debe concebirse como el mediador organizado entre el sujeto y el mundo. Es, en principio, el mismo para todos los individuos, especifica al individuo en tanto representante de la especie; es el intérprete de la imagen del cuerpo. El conjunto de la imagen y del esquema, acordado con lo vivido del lenguaje, forma la unidad narcisista del ser. El lugar del padre es poco evocado en esta formulación, más centrada en la imagen básica que se desprende de la relación madre-hijo. La noción de deseo no está sin embargo ausente de ella, sino que está recubierta por la noción de placer en tanto placer parcial rechazado por la mediación materna. En 1988, Françoise Dolto precisará, en su autobiografia, su pensamiento hablando de su relación con su fe y con Dios: «No habría podido proponerme ser psicoanalista si no hubiese sido creyente». ¿Debe integrarse esta afirmación a su corpus teórico? ¿Le hubiese dado Freud su aval? Françoise Dolto escribió principalmente Psychanalyse et pédiatrie (1938), Le cas Dominique (1971), en el que expone su técnica a propósito de un adolescente apragmático, L’Evangile au risque de la psychanalyse (l 977), Aujeu du désir (1981).

Si bien la noción de «discurso» conquistó tardíamente sus títulos de nobleza en el pensamiento psicoanalítico (fue más o menos en 1960 cuando Lacan ilustró sus variantes en una presentación sistemática de los «cuatro discursos»), la exigencia a la cual responde su elaboración, y la originalidad de esta última, han sido iluminadas por un enriquecimiento progresivo, cuyo origen nos remite a las fuentes del descubrimiento Freudiano. El tema inicial de investigación fue el mito endopsíquico: «este último engendro de mi actividad cerebral», escribía Freud el 12 de diciembre de 1897, un mes después de haber planteado en principio «el enlace entre el proceso patológico y el proceso normal». Prefiguración del discurso, en tanto que le corresponde prestar el alcance de una tesis especulativa a una autopercepción que implica al sujeto en su estructura, pero, sobre todo, prefiguración de la noción psicoanalítica del discurso, en cuanto la génesis del «mito endopsíquico» presta figura al desarrollo de una escisión subjetiva: a) «autopercepción del aparato psíquico», en otros términos, del corte que instituye allí lo inconsciente; b) incitación a la formación concomitante de una «¡Iusión de pensamiento»; c) proyección al exterior de esa formación, con lo cual se torna innecesario el recurso al mito especulativo sobre un tiempo escatológico y sobre un más allá. En definitiva, la creencia derivada de la ilusión tendrá el mismo contenido que la autopercepción interna, descartando toda posibilidad de exclusión subjetiva en la figuración de un «otro mundo». Esta representación conjuga entonces una estructura permanente y elementos cuya situación varía en el interior de dicha estructura. «El contenido real -escribía Freud en 1895- se conservó inalterado mientras que el emplazamiento (Stellung) de toda la cosa cambió, expulsándose hacia afuera el reproche interior» (24 de enero de 1895). Más precisamente, «al efectuarse la represión mediante la desautorización de la creencia, los contenidos y afectos de la idea intolerable se mantienen, pero proyectados al exterior» (1 de enero de 1896). «Posiciones» fijas: interioridad y exterioridad; desplazamiento de un cierto contenido de una a otra de esas posiciones: mecanismo de proyección. Comparemos esta interpretación general con la sistematización presentada en el análisis de Schreber: diremos que todos los tipos de delirio paranoico se caracterizan por ocupar una misma «posición» de exterioridad en virtud de una serie de modificaciones que afectan a uno u otro de los elementos de la proposición. Ahora bien, las «posiciones» de las que se trata son las mismas que están en juego en toda estructura de comunicación (24 de enero de 1895). Del mito endopsíquico a los silogismos de la paranoia La ilustración más completa de esta construcción es, en efecto, la que proporciona la paranoia: «La concepción mitológica del mundo», escribirá Freud en 1904, en Psicopatología de la vida cotidiana, en términos muy próximos a las sugerencias anteriores, «esa concepción que anima hasta a las religiones más modernas, no es otra cosa que una psicología proyectada al mundo exterior [subrayado de Freud]. El oscuro discernimiento [en nota: «que no posee el carácter de un verdadero conocimiento»] de factores psíquicos y constelaciones de lo inconsciente [dicho de otro modo: la percepción endopsíquica de esos factores y constelaciones] se espeja [es difícil decirlo de otro modo, hay que pedir socorro a la analogía con la paranoia] en la construcción de una realidad suprasensible [subrayado de Freud] que la ciencia debe volver a mudar en una psicología de lo inconsciente. Se podría abordar la tarea de descomponer, ubicándose en este punto de vista, los mitos relativos al paraíso y al pecado original, a Dios, al bien y el mal, a la inmortalidad y otros; trasponer la metafísica a la metapsicología. La distancia que separa el desplazamiento que realiza el paranoico del que realiza el supersticioso es menos grande de lo que parece a primera vista». Además, el análisis del presidente Schreber confirmará ese papel de los procesos endopsíquicos y de su desconocimiento: «Que el mundo deba terminar porque el yo del enfermo atrae hacia sí a todos los rayos y -más tarde, en el período de reconstrucción- el miedo ansioso que experimenta Schreber ante la idea de que Dios pueda interrumpir la relación establecida con él mediante los rayos, todo esto, así como otros detalles del delirio de Schreber, se asemeja casi a alguna percepción endopsíquica de estos procesos cuya existencia he admitido, hipótesis que nos sirve de base para la comprensión de la paranoia». En la elaboración de la noción de discurso se ha atravesado no obstante una nueva etapa esencial, en cuanto la discriminación y sistematización de las diferentes formas de la paranoia imponen distinguir los tipos de «silogismo» que las caracterizan, según que la contradicción motivada por la represión afecte al sujeto, al objeto, al verbo o al conjunto de una proposición, Versión social: genealogía de los cuatro discursos El desarrollo por Lacan de estas anticipaciones Freudianas es una consecuencia de las renovaciones aportadas a la noción de exterioridad desde la perspectiva de la primacía de la palabra en la experiencia analítica y en su teoría: además, es en el Seminario III, Las psicosis (1955-1956), y precisamente como comentario al análisis del caso Schreber, donde se impone esta noción de los discursos. En un primer momento, se distinguen las dimensiones principales de la paranoia, a fin de vincular el discurso con el registro de lo real. En efecto, «en el interior mismo del fenómeno de la palabra, podemos integrar los registros de lo simbólico, representado por el significante, lo imaginario, representado por la significación, y lo real, que es el discurso por completo contenido en su dimensión diacrónica». Esta referencia a lo real se precisa en conexión con la comunicación: «El sujeto dispone de todo un material significante que es la lengua, materna o no, y se sirve de él para hacer pasar en lo real las significaciones. No es lo mismo estar más o menos cautivado, capturado en una significación, que desplegar esa significación en un discurso destinado a comunicarla, a ponerla de acuerdo con las otras significaciones recibidas de distinto modo. En este término, recibido, está el resorte de lo que hace del discurso un discurso común, comúnmente admitido.» Así, continúa Lacan, «la noción de discurso es fundamental. Incluso para lo que llamamos la objetividad, el mundo objetivado por la ciencia, el discurso es esencial, pues el mundo de la ciencia, lo que siempre se pierde de vista, es ante todo comunicable, se encarna en las comunicaciones científicas. Aunque ustedes hayan realizado el experimento más sensacional, si otro no puede rehacerlo después de haberlo ustedes comunicado, ese experimento no sirve de nada. Con este criterio se verifica que una cosa no es recibida científicamente». El delirio puede entonces situarse en su esencia propia de discurso: «Cuando les hice el cuadro de tres entradas, localicé las diferentes relaciones en las cuales podemos analizar el discurso del delirante. Este esquema no es el esquema del mundo, es la condición fundamental de toda relación. En el sentido vertical está el registro del sujeto, la palabra y el orden de la alteridad, del Otro. El punto pivote en la función de la palabra es la subjetividad del Otro, es decir, el hecho de que el Otro es esencialmente el que es capaz, como el sujeto, de fingir y de mentir. Cuando les dije que en este Otro tiene que haber un sector de los objetos totalmente reales, se trata desde luego de que esta introducción de la realidad es siempre función de la palabra. Para que algo pueda relacionarse, por relación con el sujeto y con el Otro, con cualquier fundamento en lo real, tiene que haber en alguna parte algo que no engañe. El correlato dialéctico de la estructura fundamental que hace de la palabra de sujeto a sujeto una palabra que puede engañar, es que haya también algo que no engañe.» De este modo se retorna la noción Freudiana de verdad histórica, pero desprendida de sus implicaciones genéticas, a fin de reemplazarlas por el movimiento de una dialéctica. Al principio, y teniendo en cuenta su definición inicial, la construcción de las formas del discurso tendrá entonces que realizarse sobre la base de la diversificación, en el registro de la realidad, de la estructura generadora de lo simbólico, que es la de la metáfora. Estando lo simbólico representado por el significante, obedece a sus leyes, en primer lugar a su ley de construcción, en virtud de la cual un significante representa un sujeto ante otro significante. Lugares permanentes y términos móviles En cuanto al discurso, es decir, a la realidad social de la comunicación, falta interrogarse sobre la mutación que en él experimentan los determinantes de la cadena significante: significado y significante sustitutivo. Lacan los distingue con la designación de «sitios» permanentes, de «términos» móviles. «Sitios» o «lugares» permanentes, comparables con los determinantes estructurales de la palabra, en cuanto ocupan en la configuración del discurso una posición análoga a la de dichos determinantes: en la metáfora simbólica, el significado no es representado inmediatamente por un significante, sino remitido a otro significante; en el discurso, la «verdad» no es representada inmediatamente por su «agente» (en la acepción de agente de una potestad o de mandatario), sino ante el «otro» que recibe la comunicación. A estos tres determinantes estructurales del discurso se asociará un cuarto, que corresponde al estatuto de la significación, con respecto a la diacronía de la palabra, es decir, en el registro del discurso, el sitio de una «producción» cualquiera derivada del proceso que se acaba de describir. En cuanto a los «términos» móviles, llamados a ocupar por turno cada una de esas posiciones estructurales, se trata de los elementos constitutivos de toda cadena hablada, designados como significante Amo o S1, batería significante o S2, sujeto o $, a o plus-de-gozar, residuo de la palabra. En síntesis, cada tipo de discurso tiene por función distribuir los cuatro elementos desplazables de la cadena significante (SI, S2, $, a) entre las cuatro posiciones constitutivas de la estructura permanente de todo discurso: verdad, agente, otro, producción. Para una presentación sistemática, falta aún inscribir el corte que proscribe por un lado la inmediatez de la verdad respecto de su representación en una relación dual, y por otro la inmediatez del lugar de encaminamiento del mensaje social a su producción. Esto se realizará mediante la reintegración de la barra, heredada de Saussure, entre significante y significado, como barra representativa del doble corte discursivo. De allí una figuración de los cuatro discursos: el del Amo, el de la Histérica , el de la Universidad , el del Analista; el genitivo es tomado en su acepción objetiva de «relativo a». Discurso del Amo Discurso de la Universidad S1 S2 S2 a $ a S1 $ Discurso de la Histérica Discurso del Analista $ S1 a $ a S2 S2 S1 En efecto, no olvidamos el carácter social de todo discurso, y su corolario: «el discurso del analista», decía Lacan en «Le Savoir du Psychanalyste» (Sainte-Anne, 1971-1972), «no ha aparecido por azar… Desde luego, puesto que es un discurso del analista, tiene como todos mis discursos, los cuatro que he nombrado, el sentido de un genitivo objetivo: el discurso del amo es el discurso sobre el Amo, lo hemos visto, en el apogeo de la epopeya filosófica en Hegel. El discurso del Analista es lo mismo; se habla del analista, él es el objeto a, como lo he subrayado a menudo».