Diccionario de Psicología, letra E, Energía

Diccionario de Psicología, letra E, Energía

El problema epistemológico que surge con la concepción de la energía psíquica fue planteado por Freud en 1905, en la parte sintética de El chiste y su relación con lo inconsciente: «Los conceptos de «energía psíquica», «descarga» y el tratar la energía psíquica como una cantidad, se han convertido para mí en hábitos mentales desde que comencé a considerar los hechos de la psicopatología desde un ángulo filosófico: ya en mi Interpretación de los sueños (1900) intenté, con el mismo espíritu que Lipps, postular como factores realmente eficientes del psiquismo, no un contenido de la conciencia, sino los procesos psíquicos inconscientes». Una nota al pie aporta otra precisión. «Es valioso el siguiente principio general: los factores de la vida psíquica no son los elementos contenidos en la conciencia, sino los procesos psíquicos, en sí mismos inconscientes. La tarea de la psicología, a menos que se limite simplemente a describir los elementos contenidos en la conciencia, debe consistir entonces en inferir, a partir de los elementos contenidos en la conciencia y sus relaciones temporales, la naturaleza de esos procesos inconscientes. La psicología debe ser una teoría de estos procesos. Pero una psicología tal no tardará en descubrir que esos procesos psíquicos poseen cualidades que no son representadas en los contenidos respectivos de la conciencia.» Una crítica retrospectiva a Breuer Esta formulación es el resultado de la crítica anterior a la concepción energética de Breuer, respecto de la cual Freud nos ilustra retrospectivamente. En 1914, en «Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico», Freud renueva su crítica de veinticinco años antes a la orientación fisiológica de las concepciones de Breuer; insiste también en el estatuto de los «estados hipnoides», considerados por Breuer como «estados de conciencia». Finalmente, y sobre todo, subraya la necesidad de admitir, en oposición a Breuer, la etiología sexual de la histeria. Estas críticas convergen en la necesidad de tratar la energía psíquica con el espíritu propio del psicoanálisis, es decir, según las características de los procesos que a él le conciernen: no-fisiológicos, inconscientes, emergentes de la esfera sexual. «Desplazamientos y condensaciones como los que se producen en el caso del proceso primario están excluidos o son muy limitados (en el caso del proceso preconsciente). Este estado de cosas condujo a Breuer a admitir la existencia en la vida psíquica de dos estados diferentes de la energía de investidura, un estado de energía tónicamente ligada y un estado de energía móvil que tiende a la descarga. Creo que tal distinción representa hasta este momento nuestra visión más profunda de la naturaleza de la energía nerviosa, y no veo el modo de evitarla.» Indicación restrictiva, que limita el alcance de los conceptos de Breuer a los procesos neurológicos. «Además -añade Freud-, de continuar la discusión sobre este punto, tendríamos una necesidad urgente de representarnos las cosas desde el punto de vista metapsicológico, aunque quizas esta sea una empresa todavía demasiado riesgosa.» En efecto, tratándose de la energía «psíquica», no podríamos reducir su concepto al de energía «nerviosa». Pues el inconsciente no podría ser sometido a una energética construida a partir de la representación de procesos observables. Freud no se apartará de esta apreciación crítica. No recusa ni modifica la hipótesis de Breuer, pero delimita su campo de aplicación, a fin de desprender de ese campo la especificidad de la exigencia psicoanalítica, según la confirmará en 1920 Más allá del principio de placer. «El carácter vago e indeterminado de todas nuestras consideraciones que llamamos metapsicológicas -escribe Freud-, proviene de que no sabemos nada acerca de la naturaleza de los procesos de excitación que se producen entre los elementos de los sistemas psíquicos, y del hecho de que no nos creemos autorizados a formular una opinión acerca de este tema. De modo que operamos siempre con una gran X que introducimos igual que en toda fórmula nueva. Que este proceso puede realizarse utilizando energías que difieren cuantitativamente de un caso al otro, es en rigor admisible; que posean más de una cualidad (una especie de amplitud, por ejemplo) también es probable; como concepción nueva, hemos citado la de Breuer, que admite dos formas de carga energética de los sistemas (o de sus elementos): una forma libre y una forma ligada.» En tal sentido, continúa Freud, «nosotros nos permitimos formular la hipótesis de que la «ligadura» de las energías fluyentes en el aparato psíquico se reduce al pasaje de estas energías del estado de circulación libre al estado de reposo inmóvil». Freud creyó necesario postular aquí que «la función de la ligadura en su relación con la energía libre» es una indicación esencial. «Ignoramos la naturaleza de la energía libre que afluye al aparato psíquico (der in den seelischen Apparat einströmenden Energie).» Entonces, para comprender la ligadura, ¿basta con invocar el pasaje de un estado de la energía a otro estado, el de energía tónica, como lo hacía Breuer? ¿O bien, por el contrario, la ligadura implica la entrada en juego de una función propia del aparato? Función epistemológica de la pulsión El interrogante nos reconduce desde la energía a su «representante», es decir, la pulsión. Y, retrospectivamente, desde Más allá del principio de placer (1920) ala primera definición rigurosa de la pulsión, realizada por Freud en 1915, en «Pulsiones y destinos de pulsión». «El concepto de «pulsión» -escribe Freud se nos aparece como un concepto-límite entre lo psíquico y lo somático, como un representante psíquico de las excitaciones provenientes del interior del cuerpo que llegan al psiquismo, como una medida de la existencia de trabajo que se impone a lo psíquico como consecuencia de su vínculo con lo corporal.» La definición de 1915 aclara anticipadamente la apreciación crítica realizada por Freud cinco años más tarde acerca de la energética de Breuer. A las «excitaciones provenientes del interior del cuerpo» les corresponderá, en la formulación de 1920, el flujo de las energías libres que penetran en el sistema psíquico; a la exigencia de trabajo impuesta en consecuencia al psiquismo, le corresponderá el proceso de ligadura evocado en 1920. Mientras que la energética de Breuer se desarrollaba en un solo plano -el de los conductos neurológicos-, la energética de Freud sitúa entre dos niveles -el del interior del cuerpo y el del aparato psíquico esa mutación de la energía. No se nos dice en qué consiste la sustancia de la energía, pero podemos seguir sus variaciones en el trayecto de la pulsión. Además es precisamente respecto de este tema que Freud declarará en 1905 haberse apartado de Lipps. «Sólo cuando hablo de la «investidura de las vías psíquicas» me parece que me alejo de las metáforas empleadas por Lipps. Mi experiencia relativa a la movilidad de la energía psíquica que sigue ciertas vías de asociación, así como mi experiencia en lo tocante a la conservación casi indefinida de las huellas que dejan los procesos psíquicos, me han incitado a tratar de figurar lo desconocido recurriendo a estas imágenes. Para evitar todo mal entendido, debo añadir que no pretendo en absoluto proclamar que esas vías psíquicas están constituidas por las células o las fibras nerviosas, ni tampoco por el sistema de las neuronas que en nuestros días ha ocupado su lugar, aunque tiene que ser posible representar dichas vías de una manera que aún no podemos prever, mediante elementos orgánicos del sistema nervioso.» No obstante, una representación de ese tipo sólo puede legitimarse en el análisis de las neurosis de transferencia. En el desarrollo de la definición de la pulsión realizado en el trabajo de 1915, la especificación del problema de las psicosis, bajo la égida de la noción de «destino pulsional», nos propone una reestructuración global del concepto de energía. Ella consiste en implicar al Otro en la definición del trabajo del aparato psíquico, y por lo tanto en el planteamiento del problema de la energía. Esa renovación se realizará en el registro de la psicosis, en la forma inaugurada por el análisis de Schreber; lo esencial se encuentra definido por la tensión en definitiva irreductible entre las exigencias a desarrollar del sujeto y la remanencia del narcisismo: lo que la movilidad de la libido por las vías asociativas es a la neurosis de transferencia, la diversidad de las configuraciones de la alteridad lo es a la psicosis. De modo que el «trabajo» de la energía psíquica se realizará entre uno y otro de estos polos según los cuales se especifica la alienación del sujeto: sujeto (yo)-objeto (mundo exterior), placer-displacer, activo-pasivo. El objetivo del abordaje del «destino» de las cantidades de excitación será por lo tanto asegurar una representación cuantitativa (Triebe und Triebschicksale). «Observemos -nos dice entonces Freud- de qué modo, poco a poco en la presentación de los fenómenos psíquicos, hemos llegado a otorgar valor, además de a los puntos de vista dinámico y tópico, al punto de vista económico, que se esfuerza por perseguir los destinos de las cantidades de excitación y obtener una estimación por lo menos relativa de ellos. No carece de importancia para nosotros calificar con un nombre particular el modo de aprehensión que constituye el coronamiento de la investigación psicoanalítica. Propongo hablar de «exposición metapsicológica» cuando logramos describir un proceso psíquico en términos de sus relaciones dinámicas, tópicas y económicas. Es previsible que, en el estado actual de nuestros conocimientos, sólo llegaremos a ello con respecto a puntos aislados.» Las «polaridades» pulsionales figuran las dimensiones principales de la variación cuantitativa de la energía psíquica. También se observará que, en los términos de la Métapsychologie de 1915 («Pulsiones y destinos de pulsión»), la noción de «destino» sólo concierne a las pulsiones sexuales. De modo que la definición general de la pulsión en tanto que «medida del trabajo exigido al aparato psíquico por su relación con el cuerpo» se aplica a las pulsiones sexuales. Así se conserva una cierta representación de la energía. La cuestión consistirá en saber si puede extenderse a la pulsión de muerte. Energética del Otro Como movimiento inaugural, el texto de 1920, Más allá del principio de placer, nos propone una reinterpretación del principio de constancia de Fechner. Consiste en ubicar, más acá del proceso de excitación, el equivalente, llevado al límite, del estado de reposo, equivalente al que tiende el proceso de ligadura. Dicho de otro modo: con la repetición se afirma la primacía de un principio temporal de regresión, en lugar del principio dinámico de estabilidad o del axioma económico de un mínimo de tensión. Así se encontrará precisada nuestra pregunta inicial: la energía representada por la pulsión de muerte, ¿tiene un estatuto distinto que el de la energía propia de la pulsión sexual? Remitámonos a la segunda tópica. Para retomar los términos del artículo de 1926 titulado «Psicoanálisis»: «¿Qué queremos decir al postular que el ello es el portador de las incitaciones pulsionales» (Träger der Triebregungen)? Sin duda esto nos hace distinguir entre ese «portador» (expresión tópica) y la energía con la cual se sostienen esas excitaciones. Pero la cuestión consiste precisamente en saber si la posición «excéntrica» del «más acá de lo viviente», hacia la cual tiende en este caso la pulsión, puede aportar algún esclarecimiento acerca de la naturaleza de la energía de la que ella participa. Freud nos proporciona un primer punto de referencia en el capítulo 2 de «El yo y el ello», precisamente cuando está a punto de introducir, bajo la égida de Groddeck, la noción de «ello»: «Las impresiones (Empfindungen) de carácter agradable no tienen en sí mismas nada coactivo, a diferencia de las impresiones de displacer. Estas últimas empujan a la alteración (Veränderung), a la descarga, y por ello nosotros entendemos el displacer como una elevación, y el placer como una disminución, de la investidura energética. Si a lo que es captado conscientemente como placer y displacer lo designamos como un «Otro» cuantitativo-cualitativo (ein Quantitativ-Qualitativ Anderes) en el desarrollo psíquico, la cuestión consiste en saber si tal «Otro» puede hacerse consciente en su mismo lugar y sitio (Ort und Stelle), o si debe ser conducido hacia adelante hasta el sistema C. La experiencia clínica decide en favor de la última hipótesis.» Ella muestra que el Otro (das Andere) se comporta como una moción reprimida. Puede desarrollar fuerzas pulsionantes, sin que el yo advierta la coacción. Lo que enseguida se hará consciente como displacer es sólo la resistencia contra la coacción, la suspensión de la reacción de descarga. «Si el camino hacia el sistema C está cerrado, no habrá sensación, aunque lo Otro (Anderes) correspondiente permanezca idéntico en el curso del proceso.» El hecho de que esa referencia a eso Otro (a decir verdad, excepcional en la obra de Freud) aparezca como preludio a la introducción del ello (fuente energética en la perspectiva de la segunda tópica) lleva a que uno se pregunte si no tenemos aquí el testimonio de un viraje decisivo en la concepción misma de la energía psíquica. La noción de pulsión de muerte, al poner el «más acá» de la vida individual como meta a la exigencia pulsional, ya nos comprometía con una representación nueva de la energía: la de una tensión derivada de la diferenciación originaria entre eso Otro y el yo. Al final de la carrera de Freud, una nota póstuma parece darle todo su peso a la hipótesis: «Mística -escribió Freud-, el abismo sombrío del reino, exterior al yo, del ello». Asimilación sorprendente del ello a eso Otro, renovación de la sugerencia contemporánea de la segunda tópica, que no dejaría de esclarecer, con mayor precisión aún, la interpretación de la neurosis realizada en 1919, con relación al Hombre de los Lobos: «Si uno considera el comportamiento del niño de cuatro años ante la escena primitiva reactivada -escribe Freud-, si incluso se piensa en las reacciones mucho más simples del niño de un año y medio al vivenciar esa escena, apenas podrá apartar de sí la idea de que una especie de saber difícil de definir, algo así como una presciencia, opera en estos casos en el niño. No podemos en absoluto figurarnos en qué consiste ese «saber»; en tal sentido sólo disponemos de una analogía, pero que es excelente: el saber instintivo -tan vasto de los animales. «Si el hombre también posee un patrimonio instintivo de este tipo, no cabe sorprenderse de que ese patrimonio recaiga en particular sobre los procesos de la vida sexual, aunque de ningún modo tenga que limitarse a ellos. Ese patrimonio instintivo constituiría el núcleo de lo inconsciente, una especie de actividad mental primitiva, destinada a ser destronada más tarde y recubierta por la razón humana cuando se la haya adquirido. Pero, a menudo, quizás en todos nosotros ese patrimonio instintivo conserva el poder de atraer hacia sí los procesos psíquicos más elevados. La represión sería el retorno a ese estadio instintivo, y de este modo el hombre pagaría, con su propensión a la neurosis, su gran adquisición nueva. Además, por el hecho de que las neurosis son posibles, atestiguaría la existencia de aquel estadio instintivo anterior. Y el papel importante de los traumas de la primera infancia consistiría en proporcionar a eso inconsciente un material que lo preservaría del debilitamiento en la evolución subsiguiente. El interés del texto se encuentra subrayado por el empleo, muy raro en Freud, del término Instinkt, y su alcance operatorio es explícito: la energía psíquica tiene por hogar la remanencia en el hombre de un impersonal, y el ello traduce el corte entre ese polo mítico y el yo. Así quedan entonces sugeridas, sólo a título de hipótesis de trabajo, las equivalencias con las que estas nociones Freudianas podrían beneficiarse en el registro del significante explorado por Lacan. Freud concibió al instinto como un «saber» impersonal. La «Cosa» de Lacan marca ese saber con una negatividad ontológica. En función de estos puntos de referencia, la energía psíquica adquiriría el alcance operatorio que trató de ilustrar el seminario de 1961, La ética del psicoanálisis.