Diccionario de Psicología, letra E, Epilepsias (De la sedición de lo inédito a la crisis del psicoanalista)

Diccionario de Psicología, letra E, Epilepsias (De la sedición de lo inédito a la crisis del psicoanalista)

Ciertas superficies imposibles de concebir en un espacio de n dimensiones encuentran su resolución si se considera un espacio de n + p dimensiones. El ejemplo corriente del juego del taquin nos recuerda que ciertas soluciones (poner cifras en un cierto orden, decir «ciertas palabras que hay que decir») han sido concebidas como «estructuralmente» irrealizables ya en la programación (lo que puede demostrarse). Así, en el plano del juego del taquin tal como se lo encuentra, cerrado por un borde fijo y recorrido por caminos obligados, ciertas «realizaciones» están forcluídas: la construcción del juego ha decidido que quedaran excluidas… A menos que se cambie el sistema de puntos de referencia, los bordes del cuadrado, los trayectos en el plano, o incluso que se salga del plano, sacando un peón para ubicarlo en otra parte, en una zona prohibida o, más bien, imposible. Pero nadie ignora que «salir del plano», hacer temblar o torcer un poco las imágenes piadosas, o los retratos de familia, muy pronto lleva al sacrilegio, a la traición y a las maldiciones. A una salida de plano tal me vi conducido en mi intento por desplazar de su encasillamiento médico-social a personas expuestas a crisis de epilepsia, por medio de la interrogación que denomino «ejercicio genealógico». Extraño retorno de la renegación de la realidad Cuando en 1965 Lacan nos propuso a Pierre Fiszlewicz y a mí que trabajáramos en el campo de la epilepsia, ¿conservaba aún en sí, a pesar de los asaltos crecientes a la estructura, las palabras del discurso de Roma? Remitámonos a los Escritos, donde sin duda se trazan las sendas del inconsciente literal, pero también las del inconsciente imaginal y las del inconsciente archival, que no encontraron desarrollo en su obra. En esa época, Maud MIrmoni ya había publicado El niño retrasado y su madre. A impulsos del trabajo de Jenny Aubry-Roudinesco, de Françoise Dolto, de Anne-Lise Stern, los «progenitores» recobran consistencia, espesor, historia e infancia; descienden de su «imago» asubjetiva. El neokleinismo se bate en retirada, el conductismo aún no lo ha reemplazado. Si se mantiene a distancia de una reducción psicologizante, «la crisis» puede hacer signo, evocar las redes familiares, intersubjetivas e históricas anudadas y transmitidas por el orden humano del lenguaje. Allí retorna extrañamente la «realidad» enterrada desde principio de siglo, la «seducción» opuesta al fantasma (a mi juicio, abusivamente). Ese enterramiento había creado un campo de irrealidad, convertido en víctima de una nosología quimérica, psicoanalítico-psiquiátrica, que tratará de salvar la apuesta a golpes de «profundidad» y «arcaico», un balbuceo que continúa manteniendo al margen de la clínica rigurosa a las «4 P»: la psicosis, la perversión, la psicopatía y la psicosomática. Si esas «4 P» tornan más activa, hablante, y no sin eficacia, la clínica de numerosos psicoanalistas desde la década de 1970, yo veo en ello el efecto del retorno finalmente aceptado del «relato del horror» en el que la Massen – Psychologie (psicología de las masas) se realiza como Massen -Tod (muerte en masa) entre Auschwitz e Hiroshima: ¡la seducción absoluta! Ese relato secular ha alcanzado finalmente al proceso regular de las curas. No debe sorprender que hayan sido dos artistas quienes proféticamente abrieron el camino: Alain Resnais, en 1958, con el filme Noche y Niebla (en el que, observémoslo -pudor de esa época que para nosotros se ha vuelto impensable-, no se pronuncia la palabra «judío»), y más tarde, en 1959, Alain Resnais y Marguerite Duras, con el libro y la película Hiroshima mon Amour. Tampoco sorprenderá que esto pasara por el «camino de las damas». Algo que nos interesa de cerca hace que los humanos -hablantes- sexuados-mujeres estén menos tomados que sus varones en los juegos de pasiones colectivizadas, y que por lo tanto se inclinen menos a renegar la realidad del relato y de sus faltas, tanto como la de sus efectos. Parecería que a una mujer le resulta menos fácil desafectar la aventura del amor, y por lo tanto continuar negando el trauma de la alteridad. En efecto, excluida del campo psíquico al mismo tiempo que la histeria lo constituía, la epilepsia nunca tuvo estatuto en la metapsicología Freudiana. Respecto de ella subsiste una desconfianza, una ignorancia y un demasiado frecuente recurso al organicismo, que vuelve a introducirse por esta ventana mal balizada. El propio Freud no elaboró sobre la epilepsia más que su «Dostoievski y el parricidio». Fue su «hijo» espiritual, S. F., «hijo» amado y celado en dolores recíprocos, quien la retomó con seriedad y le hizo un lugar en sus conceptualizaciones. (Aunque se llamaba Alexander Fraenkel, era S. F. en virtud del «parricidio» cometido por su padre, Bernath Fránkel, llegado de Polonia a Budapest. Más bien un lingüicidio mediante el cual borró las huellas germánicas del ídish, así como Freud (o Freyd) había borrado las del moravo. Lejos de toda erudición, es congruente con el propósito de este ensayo que demos siempre una clara referencia y pongamos en perspectiva los nombres de los autores de las nociones utilizadas. Principio de ejercicio genealógico… Hablamos de S.F., entonces, en quien el lector seguramente habrá reconocido a Sandor Ferenczi.) Todavía antes de la guerra, D. K. Dreyfus consagró un artículo dramático e imaginativo a nuestro asunto, centrado en el retorno de la teoría «traumática», que había perdurado a través de Ferenczi. La supervivencia de esa obra y de esa vertiente teórica después del Gran Exterminio turbó mucho a numerosos teóricos, para los que quizá los significantes se transmiten de manera incorporal y antihistórica. En esta senda, en la década de 1950 hubo quienes pusieron de manifiesto su temor a continuar la escucha analítica de los pacientes llamados epilépticos, confiándolos directamente a la causación orgánico-psiquiátrica… sin perjuicio de que un psiquiatra le rogara de inmediato a un psicoanalista célebre que no desertara de su puesto. En 1931, Winnicott observó las crisis generalizadas de una beba de once meses, y analizó su juego de mordiscos con él y la curación que siguió. Lo cita al introducir la noción de espacio transicional en su gran libro Realidad y juego. El «espejo» no es ya un marco rígido, sino animado o congelado por la empatía o la apatía materna. Cuando intervinimos Fiszlewicz y yo mismo -con un trabajo a la vez institucional e individual bastante delicado-, el efecto -disminución colectiva de las crisis y de la medicación fue rápido, así como la aparición de sintomatologías hablantes, «caracteriales» o familiares. Otros tres psicoanalistas nos sucedieron. Si bien Fiszlewicz (que murió en 1972) no tuvo tiempo para recopilar su experiencia de un modo directo, yo no he dejado desde entonces de exponerme clínica y reflexivamente al contacto con esta afección. En la década de 1980 aparecieron algunos ensayos. No obstante, creo que el campo psicoanalítico en su conjunto no se benefició con las transformaciones que le impone al analista el hecho de dejarse afectar por el llamado epiléptico. Por lo que sé, vencieron esa timidez dos psicólogos, psicoanalistas no médicos: J. Guey (Du Discours médical à la parole du sujet) y St. Perrio (Pour une crise de l’Épilepsie). Yo mismo he tratado de desprender la noción de crisis del esquema del síntoma, con el auxilio de la vergüenza como alternativa a la angustia impensable, y las implicaciones, para «la» transferencia, del ejercicio genealógico, que es lo único que permite, autoriza a levantar el escamoteo de las palabras de los antepasados y sus transgresiones. Ese trabajo, que reformula la cuestión de la forclusión y del Nombre-del-Padre, fue contemporáneo de los ensayos indispensablemente innovadores de Nicolas Abraham sobre el fantasma y la cripta. A nosotros nos corresponde entonces reencarar el efecto de padecer específico de un «discurso sin ley», en el que la seducción y el homicidio se realizan sin la menor envoltura, dejándole al «se» (on) del sujeto la ausencia como único recurso. El paradigma-crisis Entre el erudito y el clínico, el camino del medio es difícil para una «enciclopedia». Para el trabajo del analista de las «crisis», tal como lo propongo, el astuto Ulises hubiera sugerido provocar en el acto la resolución de la titulada «crisis» indefinidamente irresuelta, de la cual el epileptic-fit es sin duda el prototipo, pero que incluye también la migraña, la bulimia, el asma, la ira, la crisis neurovegetativa, la crisis de órganos, de destino, y, con perdón del lector, «de fe». El paradigma-crisis intenta reagrupar, a partir de la experiencia epiléptica, esas situaciones del ser humano en las que la caída (ptosis) no está aún con-sumada en el individuo (síntoma). Situaciones en las que la existencia vacila aún en el umbral de la encarnación, retenida como lo está por las hadas encantadoras, las brujas maldicientes, los clanes celosos, los antepasados feroces, los fantasmas quejosos y amenazantes. Nosotros abordaremos ese umbral pagando el Gran Libro de los Muertos con la Moneda del Sueño. Trabajo del psicoanalista de nuestros días, si es que no quiere ignorar toda su historia; trabajo de los tres Estados de su mesa de artesano: 1) el de las cadenas significantes y su articulación fálica; 2) el de la cadena genealógica explicitada aquí; 3) el de las situaciones evocadas y/o compartidas a espaldas de ambos protagonistas de la cura, generalmente a cuenta desde Dolto, de la imagen inconsciente del cuerpo (agón: lucha-agonía: angustia). A quienes piensen que me falta timidez al asignar, al psicoanalista así expuesto, una tarea tan activa, interrogativa, reflexiva, los remito al breve pasaje de «Análisis terminable e interminable» donde Freud califica de «acción inamistosa», «ataque contra el yo», el hecho de interrogar sueños, actos fallidos, relaciones sexuales; interrogar sobre los padres y la historia de los parientes colaterales sería un ataque contra el superyó. Instauración por el analista de la «transferencia negativa», respecto de la cual Freud recuerda con insistencia que, si no es resuelta, el análisis será muy poco sólido. Para los «casos resistentes», Freud emplea la expresión «viscosidad de la libido». Adviértase la coincidencia: la palabra «viscosidad» se aplica por lo general al supuesto carácter epiléptico. Que el analista recuerde que él es el primero, incluso aunque no lo advierta, en instaurar el estado de crisis, escandido y repetido por el espaciamiento de las sesiones, así como limita el exceso siempre amenazante de la «transferencia positiva» y de su «desbocamiento». Al hacerse de tal modo apelante, el analista no puede dejar de percibir la mencionada «transferencia catastrófica», la que sobreviene cuando se apela (a-en) lo oscuro… Asuntos de palabras entonces, escuchadas como enunciados, enunciaciones, pero también gramática, retórica, escena, momentos, voz, polifonía, cuerpo-acorde, ausencias, silencios. … Todo lo contrario de lo inefable (ineffable) que se considera que caracteriza las experiencias más singulares; pero todo tipo de fábulas (fables) a extraer de las diversas fabulaciones, mágicas o racionales, que hay que sacar de lo infame. A menos que se recaiga en la médico-psicologización indefinida, el proceso «crítico» exige del analista que no caiga en la negligencia de apelar a las ficciones fracturantes (effractrices), según la palabra de Michel Serres, quien dice que el único sentido que puede tener para él el término religión es lo contrario de la (ne[no]-gligencia). Que no deje de apelar en la caída solitaria (y no el compromiso del síntoma) de la epilepsia, tomada por sorpresa, a la epifanía de las piezas faltantes en el proceso de los cuerpos excluidos, de los lazos abolidos. Hacer síntomas de esas crisis. Tejer bastantes ligazones para poder después desligar- analizar. Para ello, antes de instituir lo clásico («diga lo que se le ocurra, sin elegir, etc.»), hay que pro-ferir: -«Puesto que no se le ocurre nada, diga lo que le pasa por la cabeza.» Antes de recordar (esto puede ser útil con quienes no tienen una falsa familiaridad con el ambiente llamado cultivado): «Cuente también sus sueños, sus sentimientos, sus deseos». -Hay que precisar, insistir: «Trate de encontrar lo que pasó en usted, alrededor de usted o en la coyuntura, en tal o cual momento (la primera crisis, los puntos críticos de la existencia) … ». El psicoanalista de tal modo apelante no faltará a la catástrofe de la transferencia, de otro modo indefinidamente escamoteada en la pasión de hacer el vacío. Vacío que el paciente lleva con insignia de su pertenencia al clan donde ha sido diversamente repudiado, abandonado. Pero -esperemos- el analista no repudia (renonce): allí donde el artista pronuncia (prononce) sin saberlo las palabras (imágenes~ formas) que nunca han sido, allí donde pinta, escribe, escucha lo que jamás ha visto, leído, oído, tocado, gustado, experimentado, movido o conmovido, el «crítico» renueva sin cesar su asentimiento forzado al renunciamiento que lo domina. Transferencia-catástrofe El paciente nos pone en crisis, nos desafía a decirle eso que «pasa» de generación en generación, de pareja con falsos lazos, de muertos olvidados en votos abolidos. En ese desafío, las ausencias y los múltiples pasajes al acto que «adulteran» los encuentros con los psicoanalistas, ¿son algo distinto de apelaciones renovadas al «¿me quiere usted?». Son asimismo apelaciones a la verdad del otro, pasajes al otro lado del espejo, oblicuamente, allí donde se mueve el analista, allí donde él asume la responsabilidad por su «estado»: llamados a que comunique suficientemente ese estado para terminar con el «escándalo de la apatía» (J. M. Gaudillire), llamados a que los secretos «dejen de no escribirse» (Lacan). Exigencia de que por una vez sea creado el marco de un espejo a partir de su mutismo, el soporte de una escritura, que precipite, que abarque. Ese precipitado es la transferencia-catástrofe que nos instaura como escucha y nos obliga al primer pasaje al acto, a la interrogación activa (el ejercicio genealógico entre otras cosas), a la interrogación activa y asidua de las circunstancias y las coyunturas, a la puesta en obra aplicada y constante del adagio «Imaginar lo real de lo simbólico», sobre todo de lo simbólico que falta; si no, se repite esto: que el trauma de lo real permanece fuera de todo decir y apela al analista en su consistencia (lo que se mantiene junto), en su verdad propia, instaurado de pronto como portador de la posibilidad de imaginar sin temor. O con temor finalmente enmarcado por la vida, física, histórica y psíquica, del analista. El analista no siempre puede tomar impunemente sobre sí el conjunto de los no-representados -aunque su propia historia sea solicitada para ocupar el lugar del tejido faltante- sin producir en ese lugar saber psiquiátrico o maternaje abusivo. Y la falta en decir de la historia del analista puede tener para el paciente, y a espaldas de ambos, efectos nefastos. Falta en decirse, por lo menos. Pero, a psicoanalista silencioso, trauma indefinidamente repetido. Entonces, ¿transferencia-catástrofe? Para los dos protagonistas de la cura, un momento de ruptura que conjuga el trayecto del symbolon sumbolou (marca)], roto en dos para reunirse. El analizante «critica» el hecho de haber sido mantenido en la ignorancia de que había otros (seres humanos) capaces de reconocer sufractura, y que ella era allí por lo menos virtual, para hacer símbolo con otras. La transferencia-catástrofe prepara, bosqueja el lugar de la escena primitiva, si ésta es concebida como la posibilidad (la escena-el guión) de imaginar, o de crear, una conjunción de personas que dé prevalencia a la dimensión fálica del goce, aquella en la que el «el falo» no es ni de uno ni de otro. Para la «creación», o más bien la invención de la escena primitiva, dos vertientes: a) «Mal visto-mal dicho» (S. Beckett): El origen es fantasmatizable, puede suscitar representaciones de lo que hace yugo, el conjunto «nombre-de-los-falos». En el discurso parental hay con qué «ilustrar» lo que se ha cruzado (co-ire: teorías sexuales infantiles, cuentos de hadas transformables y cuyo desenlace no es prevalentemente mortal). b) «Demasiado visto, demasiado dicho»: El origen está aprisionado en las criptas, los limbos, los cuerpos amortajados. Hay demasiados nombres ocultos que hacen creer en un falo salvador, creer que los genitores hacen conjunto: ocultar los traumas uno en otro. Lo no-aún-advenido de lo sexual diferencial hombres/mujeres – adultos/niños se presentará sir, representaciones en forma de crisis, que fallan siempre el intento de ser resolutivas, que no dejan de dar prueba de la inconsistencia de la articulación allí donde sólo hay ensambladura disyuntiva. Ese reentrenamiento es «la encarnación maligna» de esas enfermedades-crisis. «Allí donde en el analizante no hay lugar para acoger lo que llega, es decir, lo real de los acontecimientos y los actos, para que él los realice -tarea infinita que necesita repetición- es de primera necesidad que ese lugar donde recibir esté en el analista. A partir de allí éste puede hablar, devolver lo que recibe al lugar donde el analizante no puede aún recibirlo él mismo. [ … ] [homenaje al Squiggle de Winnicott]. «… Instauración de un lugar donde recibir… Ésa es quizá la verdadera función del trabajo genealógico (cf. Dolto, Mélése, Dumas). Le permite al analizante comprender un poco qué objetos de transferencias pulsionales ha sido y es aún, a partir de qué se constituyó su yo corporal inconsciente como trozo de real inespecularizable. Desde allí se separa como analista de las transferencias imaginarias de las que él ha sido el objeto real a pesar suyo» (P. Delaunay). «El goce en la psicosomática es del orden de lo congelado.» «Es por la revelación del goce específico que hay en su fijación como hay siempre que tratar de abordar lo psicosomático», decía Lacan en Ginebra en 1975. Y un poco antes, una especificación: «en ciertos «seres» el encuentro con su propia erección no es en absoluto autoerótico [Juanito … ]. El goce que es resultado de ese Wiwi-Macher le es extraño, al punto de estar en los inicios de su fobia … ». Lo que nos interesará en los «sujetos de epilepsia», si se considera que lo que para ellos se convierte en «extraño» es su propia existencia corporal. ¿Qué volver a poner en movimiento en esta galería de espejos donde todo se atropella sin jamás unirse? a) Nuestra tarea más clásica consiste en despertar el equívoco: Imágenes que ya están ahí fijan las imagos familiares. Del silencio pueden emerger palabras emocionadas, se pueden desprender las enunciaciones, se puede reanimar la coreografía de los personajes, los deseos pueden circular por lugares otros que los márgenes: los sueños, los compromisos sintomáticos, los cuerpos impedidos. b) La tarea del analista «en crisis» consistirá más bien en evocar lo abolido: El mundo está en pedazos, las imágenes-palabras no han emergido de un caos tan estrepitoso como helado. La tarea del analista consiste en instaurar (directa o indirectamente) la enunciación princeps que crea tiempos y lugares: Hay… Precipitación en la que el analista es útil en persona, y no solamente en efigie. Despertar el lugar del muerto entre los tramposos, pasar por encima del decoro de los secretos, construir sobre las ruinas y los hundimientos (únicas maneras de amonedar el tesoro de lo no sabido, la caverna de Alí Babá de los monstruos, en pequeños «cortes» aptos para el comercio psíquico). únicas maneras de que los decires se particularicen y se quiebren las formaciones de supervivencia, las llamadas «neurosis narcisistas», en su gran retorno a la escena analítica, al registro llamado «psicosomático» (¡enfermedades o necedad!) al registro llamado «psicopático» (crímenes, accidentes, prueba del destino), al llamado «perverso» (abuso de goces, sin duda, pero también «tomas de cuerpos, indebidas, la paidofilia «normal» de las familias, la coherencia de los clanes), al registro llamado «psicótico» (construcciones y destrucciones totalitarias e inadecuadas, el hecho de un solo «delirante» designado, o de todo un grupo sellado). Entre esas formaciones de supervivencia, el estado de crisis como puesta en cuerpos, toma en masas (recuérdese la Massen – Psychologie), manifiesta que hay ocultamiento de bien simbólico (P. Delaunay) que ha tenido efecto de asesinato. únicas supervivencias: mitos, documentos, lenguas muertas. Debemos tener en cuenta, a veces sin comprender, nuestro lugar de traductores, «establecido» en el curso de ese atravesamiento repartido. Y sobre todo no erigir con ello un estado, un nuevo cierre (forclusión) teórico. Tenemos que balbucear, cojear, engañar y desengañar. 

continuación del término Epilepsias