Diccionario de Psicología, letra E, Escrito

Diccionario de Psicología, letra E, Escrito

Si tanto la lengua del sueño como el dialecto del síntoma le recuerdan a Freud una escritura, es porque la escritura está implicada en el análisis de las repeticiones, los desfallecimientos y las transposiciones que constituyen la trama de la actividad psíquica inconsciente. En efecto, para Freud el fantasma es la puesta en escena de una frase («Sobre los recuerdos encubridores», 1899) y «el sueño es un rebus» (La interpretación de los sueños, 1900), una escritura en imágenes que él relacionará con los jeroglíficos, el efecto de un proceso o de un juego de intensidades que se corresponden con las cursivas o negritas de un texto. En cuanto a la memoria inconsciente, Freud, en «Nota sobre la «pizarra mágica»», de 1925, la relaciona con la inscripción de huellas duraderas, que no desaparecen aun cuando se borren en la superficie. No obstante, la escritura es ella misma lugar del síntoma: lo atestiguan los lapsus cálami, las deformaciones u omisiones de palabras y de nombres, los olvidos de firmas, los errores de cálculo, etc. Erotizada, puede representar un sustituto del acto sexual; agresiva, puede equivaler a un ataque. Por lo tanto, puede producir una inhibición o bien convertirse en sublimación. Así, en el Hombre de los Lobos basta la supresión de una letra en una palabra para traducir la amenaza de mutilación o castración. Pero en Leonardo da Vine¡ la escritura invertida es tomada en un movimiento de investigación en el cual el conflicto no excluye la invención. Y no es posible subestimar la influencia de las obras literarias en la elaboración psicoanalítica, desde Sófocles hasta Shakespeare, o desde Goethe hasta Joyce. Por otra parte, en Estudios sobre la histeria, de 1895, Freud declara: «A mí mismo me sorprende que las observaciones de enfermos que escribo se lean como novelas». Después, en su obra el pasaje al análisis queda indicado como realizándose desde «Ein Fall» («un caso» , a «Einfall» (la «idea que sobreviene» en el curso de la asociación libre). Ahora bien, lo que sucede entonces es reconocido por Freud como proveniente de la alusión o la metáfora, o sea de una dimensión poética de la lengua, según lo subrayan Lou Andreas-Salomé (Carta abierta a Freud) y Ella Sharpe (Dream Analysis, 1937). A Lacan, que encontró el psicoanálisis a partir de estudio de escritos «inspirados» o delirantes, le ha tocado seguir los rodeos de «La carta robada» en el cuento homónimo de Poe, y después afirmar la existencia de «La instancia de la letra en el inconsciente» (1957, Escritos). «Soporte material que el discurso concreto, toma del lenguaje», la letra no tiene nada de un ser sustancial, pero localiza al significante, se desplaza, queda en suspenso o llega a destino. Por cierto puede ser tratada como un objeto, perdida o rechazada, incluso convertirse en fetiche allí donde falta el falo. Pero en tanto que ella se refiere al goce, constituye un soporte de la repetición y es puesta en juego en el cifrado de los mensajes donde se significan los deseos inconscientes. Literalmente, hace de borde entre el saber y el goce. Puesto que va a considerar que la relación sexual no puede escribirse de manera formalizada, Lacan, en la década de 1970, contará con lo escrito para delimitar ese imposible. A los grafos les sucederán los matemas, y después el apego a las investigaciones topológicas, con el objeto de llegar a la exposición de un escrito sin autor. Por otra parte, él recordará que la consistencia es en este caso la del fantasma (cf. «l’Étourdit», 1973). Es que hay lo real que «no cesa de no escribirse», aun cuando el escrito mismo es «saber supuesto sujeto». Entre visible y audible, la letra permite así una transmisión cuya parte de enigma no es anulada. En efecto, la voz sólo hace oír las resonancias de lo escrito, lo cual es necesario para diferenciar las palabras homófonas y encontrar lo que se articula a través de las asonancias. Así, en psicoanálisis, surge que las palabras son a leer, como los escritos a oír.