Diccionario de Psicología, letra E, Estados Unidos

Diccionario de Psicología, letra E, Estados Unidos

A la historia del psicoanálisis en los Estados Unidos se han dedicado excelentes trabajos; entre ellos, el de Nathan G. Hale. Esta obra monumental en dos tomos permite seguir todas las etapas de la implantación del Freudismo en el país que de algún modo «salvó» al psicoanálisis del nazismo, transformando radicalmente sus ideales, su práctica, su esencia y su técnica. Sin la potencia norteamericana, sin la emigración masiva en el período de entreguerras de la casi totalidad de los terapeutas de Alemania, Austria (Viena), Hungría, Italia y Europa central, nunca el Freudismo habría alcanzado tal renombre en la historia universal. Fue en los Estados Unidos donde se desarrollaron la mayor parte de las grandes corrientes Freudianas (Ego Psychology, annaFreudismo, Self Psychology, neoFreudismo, culturalismo), así como todas las psicoterapias inspiradas o no en la doctrina vienesa: la terapia guestáltica, la terapia familiar, el análisis directo, el análisis transaccional, etcétera. A ellas hay que añadir la corriente representada por la Escuela de Chicago, centrada en Franz Alexander y en la medicina psicosomática. Fue también en el continente americano donde se encontraron todos los grandes disidentes europeos del movimiento psicoanalítico: Karen Horney, Wilhelm Reich, Otto Rank, Erich Fromm. No sorprenderá entonces que el psicoanálisis llamado «norteamericano» haya marcado tanto, primero a países de lengua inglesa -Canadá y Australia-, y después al resto del mundo, en particular Japón, así como a todas las naciones que salieron del comunismo a partir de 1989 y se abrieron de nuevo a la práctica psicoanalítica: Rusia, Hungría, etcétera. No obstante, tres grandes corrientes del Freudismo han seguido extrañas a esa pujanza norteamericana: los Independientes, el kleinismo y el lacanismo. Símbolo de la gran fuerza clínica de la escuela inglesa (Gran Bretaña), el kleinismo se implantó sobre todo en los países latinoamericanos (Argentina, Brasil), mientras que los representantes del grupo de los Independientes, desde Michael Balint hasta Donald Woods Winnicott, han hecho fructificar en todo el mundo una tradición ejemplar: ni demasiado enfeudada a la psiquiatría, ni demasiado extraña a la medicina, ni demasiado centrada en el fantasma y la realidad psíquica (como el kleinismo). En cuanto al lacanismo, nacido en Francia, ha seguido la misma vía que el kleinismo, y sólo se ha implantado en los países latinos y latinoamericanos. En los Estados Unidos, la obra de Jacques Lacan se enseña fundamentalmente en la universidad, en los departamentos de literatura. Considerablemente utilizada por las feministas y los diferencialistas, ha insuflado un nuevo vigor, a partir de la década de 1970, a todos los debates norteamericanos sobre la sexualidad femenina y la diferencia de los sexos. Observemos que los principales debates concernientes a la historiografía se han desarrollado también en los Estados Unidos, debido a que los Archivos Freud están depositados en la Library of Congress de Washington. Para captar las modalidades específicas de la implantación del psicoanálisis en el otro lado del Atlántico, hay que remontarse a fines del siglo XVIII y comparar tres concepciones de la democracia: la francesa, la inglesa y la norteamericana. Nacida en la Nueva Inglaterra , y fundada por los descendientes de los puritanos, la democracia norteamericana se basa en la Declaración de Independencia firmada por los ,.padres fundadores- el 4 de julio de 1776, y en la creación, diez años más tarde, de los estados federados, reunión de comunidades con un proyecto de inspiración religiosa. De esencia filantrópica y política, la Revolución Norteamericana tiene sus cimientos en la preeminencia de los poderes locales, contrariamente a la Revolución Francesa , que construyó un Estado centralizador y se quiso universalista, preocupada por instituir una nueva organización social. A través de sus «padres fundadores», el pueblo norteamericano se considera fundamentalmente el nuevo intérprete de la Biblia , y heredero de la antigua alianza divina con Israel. El advenimiento de una nueva teoría del derecho individual permitió instituir el asilo moderno, y dar el primer impulso al denominado tratamiento moral de la locura. Inspirándose en un ideal filantrópico que en la misma época también se encuentra en el inglés William Tuke (1732-1822), creador de la casa de salud en York, y en el francés Philippe Pinel (1745-1826), reformador del asilo de Bicétre, Benjamin Rush (1746-1813) comenzó luchando por la abolición de la esclavitud, antes de firmar la Declaración de Independencia. Después realizó investigaciones sobre la enfermedad mental, que lo llevaron a fundar la psiquiatría norteamericana. Durante toda la primera mitad del siglo XIX, la expansión de la psiquiatría coincidió con el desarrollo de los state mental hospitals, verdadero sistema de asistencia que se hacía cargo de los alienados indigentes, mientras se creaban múltiples fundaciones y establecimientos privados dedicados al tratamiento de la locura. En el relevo de Rush, Dorothée Dix (1802-1887) se hizo célebre en Massachusetts por su piedad protestante y su cruzada activa en favor del mejoramiento de la suerte de las mujeres alienadas. Sus múltiples actividades desembocaron en la creación, en 1923, de la poderosa American Psychiatric Association (APA), que iba a desempeñar un papel importante en la organización de los cuidados prodigados a los enfermos mentales. Entre 1870 y 1908 se perfilaron tres grandes orientaciones que más tarde permitirían una vasta implantación del psicoanálisis. Se trató primero de las «curas de alma» realizadas por los pastores y practicadas espontáneamente en las comunidades aldeanas o urbanas. Transición hacia el tratamiento psicoanalítico, proliferaron con la moda del espiritismo; mezclaban el canto, la plegaria y los hechizos, desembocando más tarde en la hipnosis y la sugestión. Herederas de la técnica de la confesión, cara a los puritanos, vehiculizaban un ideal de purificación del espíritu que debía llevar al sujeto a dominar sus pasiones y a la adopción de una moral basada en la tolerancia y el respeto de las diferencias. Por otra parte, la neurología y la psicología influyeron en el desarrollo de la psicoterapia. Mientras que el psiquiatra Edward Cowles (1837-1907) se basaba en una concepción funcionalista de la enfermedad mental, Morton Prince, contemporáneo de Pierre Janet y de Théodore Flournoy, dio prioridad a la teoría asociacionista de Huglings Jackson para imponer el «estilo somático» en el estudio de los casos de personalidad múltiple. Atribuyó entonces a los trastornos psíquicos un origen neurológico, y propugnó un educational treatment (tratamiento educativo). Disciplina médica, la neurología sirvió entonces de sustrato a un vasto despliegue de la psiquiatría dinámica. A pesar de su antiFreudismo, Morton Prince participó en la creación de la prestigiosa escuela bostoniana de psicoterapia, donde se elaboró, entre 1895 y 1909, en torno a William James (1877-1910), el método de tratamiento psíquico más racional del mundo angloamericano. Fue en ese grupo, y en particular con Stanley Grandville Hall, Josiali Royce, y sobre todo James Jackson Putnam, donde la doctrina Freudiana fue acogida con un entusiasmo formidable. A la manera de Eugen Bleuler, y en línea recta con la tradición suiza de la higiene mental, Adolf Meyer criticó el estilo somático y perpetuó el espíritu de Benjamin Rush, introduciendo en los Estados Unidos el estudio y el tratamiento de la esquizofrenia. En este sentido, contribuyó considerablemente, lo mismo que Bleuler, a la extensión de la clínica psicoanalítica al dominio de la psicosis, aunque rechazando la concepción Freudiana del inconsciente. Con un enfoque a la vez más Freudiano y más abierto a las cuestiones sociales, también William Alanson White (en Washington) aplicó el psicoanálisis al tratamiento de las psicosis, subrayando la necesidad de tomar distancia respecto de la doctrina original. Formó a toda una generación de psiquiatras, entre ellos Smith Ely Jelliffe, así como al culturalista antibleuleriano Harry Stack Sullivan. Todas estas actividades, limitadas a la Costa Este , contribuyeron al florecimiento de los métodos de psicoterapia, en seguida popularizados por los pastores, los trabajadores de la salud mental, los médicos y los educadores. En 1904 y 1906, Pierre Janet realizó giras de conferencias en la Nueva Inglaterra, y obtuvo un éxito excepcional ofreciendo a los norteamericanos el prestigio de la cultura europea. De modo que estaba abierto el camino para que Sigmund Freud emprendiera su famoso viaje. Acompañado por Carl Gustav Jung y Sandor Ferenczi, el maestro vienés llegó a Nueva York a bordo del paquebote George Washington el 27 de agosto de 1909. Después de haber vacilado largo tiempo, aceptó dar cinco conferencias (Conferencias de introducciôn al psicoanálisis) en la Clark University de Worcester, invitado por Stanley Hall. Obtuvo un éxito enorme, pero sin llevarles la peste a los norteamericanos, como diría más tarde Jacques Lacan. Igual que en todos los otros países, la doctrina Freudiana de la sexualidad fue entonces asimilada a un pansexualismo. A partir de 1910 se iniciaron en todas partes discusiones sobre el estatuto de esa famosa libido. Siempre muy prácticos, los norteamericanos trataron de—medir-la energía sexual, probar mediante estadísticas la eficacia de la cura psicoanalítica y realizar investigaciones sociológicas, para saber si los conceptos Freudianos eran aplicables empíricamente a los problemas psíquicos de los individuos. En esas condiciones, en América del Norte el psicoanálisis tendió a convertirse en instrumento de una formidable adaptación del hombre a la sociedad. La idea de que el psicoanálisis puede ser subversivo proviene del propio Freud, quien se consideraba un sabio spinozista que había infligido a los hombres una herida profunda. Esa idea fue retomada por los surrealistas, quienes fueron los primeros en hablar de la «revolución Freudiana», con referencia a la tradición francesa de la Revolución de 1789. En los Estados Unidos, lo que invadió el campo de la cultura y la medicina fue más bien una visión terapéutica del psicoanálisis, que acordaba menos importancia a su sistema de pensamiento que a su poder curativo. El psicoanálisis se impuso entonces como un nuevo ideal de felicidad, capaz de aportar una solución a la moral sexual de la sociedad democrática y liberal: el hombre no está condenado al infierno de sus neurosis y sus pasiones. Por el contrario, puede curarse de ellas. El sistema Freudiano reemplazó así al «estilo somático» de la neurología, al punto de colonizar todo el campo de la psiquiatría. Muy pronto, la palabra psicoanálisis se convirtió en sinónimo de psiquiatría, en un país donde la idea misma de análisis profano no tenía ningún significado. Entre 19 10 y 1917, el período del idealismo de Putnam dejó paso al pragmatismo de Ernest Jones, por una parte, y sobre todo de Abraham Arden Brill. El psicoanálisis se organizó entonces como un verdadero movimiento profesional y corporativo en torno a varias instituciones. En 1911, Jones fundó la American Psychoanalytic Association (APsaA); ese mismo año, Brill, junto con Horace Frink, creó la New York Psychoanalytical Society (NYPS); dos años más tarde, White y Jelliffe editaron la Psy choanalytic Review , primer periódico norteamericano de difusión del Freudismo. En 1914, Putnam e Isador Coriat crearon la Boston Psychoanalytic Society (BoPS). Los tratados de Versailles y del Trianon, firmados en 1919 y 1920, marcaron el derrumbamiento de la cultura austro-húngara en el movimiento psicoanalítico internacional. En Europa, Alemania llevó aún durante diez años la bandera del Freudismo, mientras que a los austríacos, arruinados por la guerra y la derrota, les costaba sobrevivir. En ese contexto, Freud, ya célebre, vio afluir a Viena a numerosos norteamericanos deseosos de analizarse con él. A Freud no le gustaban, los encontraba a menudo groseros e incapaces de comprender verdaderamente sus ideas. Pero no era insensible a los grandes éxitos logrados por su doctrina en el Nuevo Mundo. Y además necesitaba dinero para dar de comer a su familia, y ayudar a sus amigos en dificultades. No vaciló entonces en formar a los futuros analistas del movimiento norteamericano que le llevaban dólares. Adolph Stern fue el primero en llegar, en 1920. Lo siguieron Clarence Oberndorf, Horace Frink, Monroe Meyer (1892-1939), Leonard Blumgart (1881-1959), Joseph Wortis, Abram Kardiner, Roy Grinker, Ruth Mac-Brunswick. El ascenso al poder de Adolf Hitler (1889-1945) aceleró un proceso de emigración ya activo, y provocó la partida hacia el continente americano (entre 1933 y 1938) de la casi totalidad de los pioneros del movimiento psicoanalítico europeo. Ese exilio masivo reforzó el poder norteamericano en el seno de la International Psychoanalytical Association (IPA). Dominada por la APsaA , puso sus estructuras burocráticas al servicio de la definición de las modalidades del análisis didáctico en función de criterios cada vez más adaptativos, en todo caso muy alejados del impulso del Freudismo original. Entre 1930 y 1951, la implantación del psicoanálisis (sociedades e institutos) progresó de manera considerable en el conjunto del territorio: Chicago (1931), Filadelfia (1931 y 1949), Topeka (1938), Detroit (1940), San Francisco (1941), Los Angeles (1946), Baltimore (1946), California del Sur (1950). A cada sociedad había ligado un instituto de formación (organizado según el modelo del Instituto de Berlín) y a veces un «padre fundador- que había tomado la ruta del exilio: Siegfried Berrifeld, Georg Simmel, Franz Alexander, por ejemplo. En 1932, miembros de la NYPS , entre ellos Gregory Zilboorg, editaron otra gran revista con el nombre de Psychoanaytic Quarterly. Mucho más liberal que el International Journal of Psychoanalysis (IJP), iba a tener una gran audiencia y contribuyó a acentuar aún más la pujanza del psicoanálisis en la Costa Este. A partir de 1925, la cuestión del análisis profano dividió al movimiento psicoanalítico internacional en el momento mismo en que se establecían en la IPA las normas del análisis didáctico obligatorio. Brill, presidente de la NYPS , se opuso firmemente a los europeos y al propio Freud, negando la admisión a los no-médicos en el cuerpo profesional de los psicoanalistas. Al año siguiente, con el procesamiento iniciado a Theodor Reik y la publicación de. ¿ Pueden los legos ejercer el análisis?, el conflicto adquirió una amplitud considerable. En 1929, en el Congreso de la IPA de Oxford, se logró un acuerdo, y la NYPS aceptó la afiliación de analistas profanos. Pero se votó una cláusula que permitía a las sociedades norteamericanas rechazar las solicitudes de afiliación de los psicoanalistas formados en Europa. De modo que se obligaba a todo inmigrante, no sólo a repetir sus estudios de medicina según las leyes en vigor en el territorio norteamericano, sino también a reiniciar su cursus psicoanalítico. Mientras el idioma inglés se imponía en los congresos de la IPA , las sociedades norteamericanas, agrupadas en la APsaA , dominaban el movimiento internacional. En 1934, en el Congreso de la IPA en Lucerna, se anuló la cláusula de Oxford. Pero ese reconocimiento del valor del cursus psicoanalítico europeo no impidió que continuara el proceso de medicalización del pensamiento Freudiano. En esa época, en los Estados Unidos, el psicoanálisis, para decirlo en los términos de Freud, se convirtió en «la criada para todo servicio de la psiquiatría». Elaborada por europeos ansiosos de integración (sobre todo Heinz Hartmann), la Ego Psychology es la corriente que mejor encarna el ideal de adaptación propio del pragmatismo norteamericano. Sigue apegada al universalismo Freudiano, y rompe con la terapia de la felicidad de los pioneros protestantes. Frente a esa psicología del yo, impugnada a fines de la década de 1960 por los partidarios de la Self Psychology , el culturalismo es al contrario portador de la disidencia y el cuestionamiento. Critica todos los modelos dogmáticos, normativos y adaptativos, con riesgo de disolver lo universal en lo particular. Como en todos los lugares del mundo, la expansión del movimiento Freudiano llevó a las sociedades psicoanalíticas a conflictos internos que se tradujeron en una sucesión de escisiones. Se produjeron cinco entre 1941 y 1950. Las dos primeras, en el seno de la NYPS : una en torno a Karen Horney en 1941, y la otra centrada en Sandor Rado, seis años más tarde. Ellas dan testimonio de la fuerte posición ocupada por el psicoanálisis en la Costa Este , gracias a la afluencia de inmigrantes masivamente instalados en Nueva York. Dirigido al principio por Monroe Meyer y Dorothy Ross, el Instituto de Nueva York, fundado en 1931, alcanzaba con su enseñanza a numerosos estratos de la población: magistrados, policías, asistentes sociales, profesores. En 1946, la influencia de la NYPS se extendió aún más con la creación de un centro de tratamiento (treatmen center) dependiente del instituto, que recibió a traumatizados de guerra, y más tarde a adultos y niños. La tercera escisión se produjo en la región de Washington, donde predominaban a la vez la tradición de la higiene mental y la de White, representada por Sullivan, fundador de la William Alanson White Foundation (Nueva York). En 1914, Adolf Meyer habfa creado la Washington Psychoanalytic Society (WPS). Diez años más tarde vio la luz otra sociedad, la Washington Psychoanalytic Association. De pronto, en 1926, la WPS cambió de nombre, para convertirse en la Washington Psychopathological Society. Los dos grupos rivalizaron entre sí por el ingreso en la APsaA , y finalmente, en 1930, se creó una tercera sociedad, mucho más amplia, la Washington-B alti more Psychoanalytic Society, en la cual se agruparon terapeutas provenientes de Kansas y Virginia, sin afiliación europea. En el seno de esta sociedad iban a encontrarse, en torno a Sullivan, numerosos Freudianos disidentes o discípulos de White que trabajaban en los tres grandes hospitales de la región, especializados en el tratamiento de las psicosis: St. Elizabeth, Chesnut Lodge, Sheppard-Pratt. Fue en la Washington Baltimore Psychoanalytic Society donde, en 1947, se produjo la tercera escisión norteamericana. De manera característica, ella puso en juego disputas personales, intereses locales y problemas de formación. Según Donald Burnham, el conflicto principal opuso a Sullivan con Jenny Wälder-Hall (1898-1989), emigrada vienesa cercana a Anna Freud. Jenny Wálder reunió a la Sociedad de Filadelfia antes de instalarse en Florida, mientras que los partidarios de Sullivan se agruparon en la Fundación White , que nunca sería reconocida por la IPA. Finalmente quedaron integradas en la APsaA : dos sociedades distintas (y un instituto que manejaban en común), la Washington Psychoanalytic Society (WPS) y la Baltimore Psychoanalytic Society (BaPS). La cuarta escisión afectó en 1948 a la Philadelphia Psychoanalytic Society (PPS), fundada en 1931. Tenía que ver con la formación didáctica, y también opuso a inmigrantes vieneses, como Robert Wälder (1900-1967), con analistas de origen norteamericano. En 1949 se creó una segunda sociedad, la Philadelphia Association for Psychoanalysis (PAP), integrada asimismo en la APsaA. Finalmente, hubo una quinta escisión en California, después de la muerte de Otto Fenichel y Ernst Simmel. Ambos habían defendido el análisis profano en el seno de la Los Angeles Psychoanalytic Society (LAPS). En 1950, sus alumnos se vieron obligados a crear un nuevo grupo favorable a los no-médicos: la Society for Psychoanalytic Medicine of Southern California, que más tarde se convertiría en la Southerri California Psychoanalytic Society (SCPS), integrada en la APsaA. Ella iba a formar más analistas profanos que todos los otros grupos del país. Contrariamente a las otras sociedades, la de Chicago, fundada por Alexander, llegó a superar sus conflictos. Especializada en psicología psicosomática, acogió a una corriente de la que habría de emerger, con Heinz Kohut, una clínica de los trastornos narcisistas basada en la teoría del self. A partir de 1945, el cine de Hollywood se apropió de la epopeya Freudiana para dar de ella una imagen muy diferente de la que presentaban las sociedades psicoanalíticas norteamericanas. Pero, había un elemento que acercaba a los terapeutas y cineastas del Nuevo Mundo interesados en la doctrina vienesa: casi todos provenían de la vieja Europa. El saber Freudiano les servía para criticar los ideales de la sociedad norteamericana. En este sentido, su posición respecto del psicoanálisis era diferente de la de los profesionales practicantes, también emigrados. En efecto, del cine de Hollywood de la posguerra no se desprende ninguna teoría de la adaptación, y ello se debe a que, a través de las películas de Alfred Hitchcock (1899-1980), Charlie Chaplin (1889-1977), Elia Kazan, Vicente Minelli o Nicholas Ray (1911-1979), se despliega una representación del Freudismo antagónica de la vehiculizada por los institutos de la APsaA: una especie de retorno al psicoanálisis vienés. Nacido en América y después instalado en la Irlanda de sus padres, John Huston realizó de tal modo una película sobre el joven Freud (Freud, pasiones secretas) a partir de un magnífico guión de Jean-Paul Sartre (1905-1980). Esta obra profunda chocó, no obstante, con la sensibilidad de los representant~s de la ortodoxia annaFreudiana, y Marianne Kris impidió que la actriz Marilyn Monroe (1926-1962) desempeñara el papel de Bertha Pappenheim. Finalmente, a partir de 1960, el despliegue de las tesis de la Self Psychology permitió renovar el debate clínico y dio un segundo aliento al Freudismo norteamericano. A fines de la década de 1990, la APsaA y las otras sociedades de la IPA tenían tres mil quinientos miembros (o sea, más de un tercio de la IPA ), repartidos en cuarenta y cuatro sociedades, cinco grupos de estudio y veintinueve institutos. A esto se sumaban aproximadamente ocho mil psicoanalistas Freudianos, distribuidos en diversas asociaciones, y una cantidad importante de terapeutas agrupados en múltiples escuelas de psicoterapia implantadas en todo el territorio. El sociólogo francés Robert Castel, para reflejar esta expansión de la psiquiatría dinámica, ha calificado a la sociedad norteamericana de «sociedad psiquiátrica avanzada». Entre 1965 y 1970 se inició la declinación del psicoanálisis, tanto en la opinión pública como en los altos niveles de difusión del saber psiquiátrico. Este movimiento se vio acompañado por el renacimiento de un antiFreudismo más virulento aun que el de principios de siglo. Varios factores explican esa situación de crisis. A pesar de la fuerza inaudita de su movimiento institucional, a pesar de la potencia terapéutica de sus clínicos y del talento de sus representantes, inmigrantes o no, el Freudismo norteamericano siempre padeció una fragilidad extrema: por una parte, debida a su enfeudamiento a un saber psiquiátrico de naturaleza empírica, y por la otra, en razón de su ideal adaptativo. Contrariamente a Francia y Gran Bretaña, los Estados Unidos nunca produjeron en el ámbito del psicoanálisis un sistema de pensamiento capaz de oponer sus reglas, sus criterios y sus métodos, a los argumentos cientificistas de las diferentes corrientes organicistas de la psicología y la psiquiatría biológica. El psicoanálisis llamado norteamericano no sólo siguió siendo una psicoterapia entre otras, sino que no ha generado una teoría fuerte, comparable con el kleinismo, el poskleinismo, los Independientes o el lacanismo. Desplegado en diversas corrientes, ha terminado por destruir la unidad misma del pensamiento Freudiano. En otros términos, como lo subraya Nathan G. Hale, los partidarios del antiFreudismo norteamericano de los años 1970-1990, y en particular el filósofo Adolf Grünbaum, no tendrían ningún inconveniente, en nombre de un materialismo puro y duro, en recurrir a los mismos argumentos que los Freudianos entusiastas de principios de siglo. También propondrán evaluaciones, pruebas, encuestas: en síntesis, un arsenal tecnológico incapaz de dar cuenta de la realidad conceptual de la práctica y la teoría psicoanalíticas. De modo que esta desaparición silenciosa del psicoanálisis se produjo en el país que había sido la tierra más hospitalaria para los judíos Freudianos de Europa. Desde luego, esto no se debió a que no existiera un Estado de derecho, como bajo el comunismo, sino a un exceso de juridicidad y a la psiquiatrización de los fenómenos mentales, con el telón de fondo de la expansión de un nuevo comunitarismo. Nacido de la crítica a la asimilación, este modelo recobró su vigor en 1985, para impugnar el ideal de la integración, en nombre de una defensa de las minorías, de las víctimas y de los excluidos (los negros, las mujeres, los homosexuales). Ese ideal reduce el sujeto a sus raíces, a su grupo (el negro a lo negro, la mujer a la mujer, y cada uno a su género). En lugar de pensar las diferencias con una perspectiva universal, como lo habían hecho los antropólogos Freudianos, desde Geza Roheim hasta Georges Devereux, en lugar de vincular dialécticamente lo universal y lo particular, vuelve a formas primitivas de psicoterapia, contra el modelo Freudiano, considerado «imperialista» o «abusivo». De allí el culto a las terapias menores: la hipnosis contra el psicoanálisis, la magia contra la ciencia, las medicinas llamadas paralelas contra la medicina, la búsqueda del trauma real (teoría de la seducción) contra la del fantasma demasiado inasible, demasiado impalpable, demasiado diluido en lo universal. Este fenómeno es de la misma naturaleza que el que opone la secta a la Iglesia. En el dominio de la psiquiatría dinámica, el comunitarismo va de la mano con el desarrollo de un nuevo organicismo, que tiende a derivar todos los comportamientos mentales de un sustrato genético o biológico, en el que el sujeto está excluido y reducido a un cuerpo en busca de pharmakos (droga). Por ello las terapias menores, en ruptura con el universalismo, se nutren del cientificismo farmacológico. Es posible que este doble movimiento (comunitarismo, organicismo) alcance, en el siglo XXI, a otros países Freudianos.