Diccionario de Psicología, letra E, Estilo

Diccionario de Psicología, letra E, Estilo

s. m. (fr. style; ingl. style; al. Stil). Carácter singular de los giros que un artista o un grupo de artistas pueden dar a formas plásticas o retóricas. Si el psicoanálisis es un arte, el estilo es el modo en que toma forma en cada caso la operación propia de ese arte. Del mismo modo en que se habla del estilo de un pintor o de un escritor, se puede hablar del estilo de tal o cual psicoanalista. Freud, Jung, A. Freud, M. Klein, Winnicott, Lacan, escribieron y condujeron curas. La interrogación sobre su estilo plantea la cuestión del lazo entre su escritura, fundadora del campo psicoanalítico, y su práctica, que inventa un nuevo tipo de relación entre sujetos hablantes. Su escritura guía la experiencia clínica por la que se rigen. Esto es particularmente claro en Freud, que funda una nueva relación con el lenguaje cuya audacia proviene tanto de la escucha de sus pacientes como de la elaboración simultánea del campo del inconciente a través del estudio escrito de sus propios sueños. Por último, la enseñanza escrita u oral de un psicoanalista forma parte del lazo trasferencial que existe en las curas, y particularmente en las que conduzcan a algunos a hacerse psicoanalistas. Si la idea de estilo concierne a todos los psicoanalistas porque el psicoanálisis no es una disciplina en la que «se aplican» fórmulas científicas y porque la idea de estilo indica la materia misma de su campo, más allá de la antigua oposición entre materia y forma, hay que destacar que su pertinencia fue introducida por Lacan. Este término abre los Escritos, distintos de los seminarios dichos y trascritos. «El estilo es el hombre mismo [cita de Buffon], se repite sin ver ello ninguna malicia, ni inquietarse de que el hombre ya no sea una referencia tan cierta -escribe en efecto Lacan- El estilo es el hombre, y adheriríamos a la fórmula, sólo alargándola: el hombre al que uno se dirige». El estilo, en el campo del psicoanálisis, como lo señala Lacan, no se piensa en el registro de la expresión: no expresa ni revela al hombre, no es signo de él. Freud, como puede leerse en su obra, planteaba siempre el problema del destinatario en el desciframiento de los rebus [véase en dibujo] del sueño y de los chistes: pedía la adhesión del paciente, y la cuestión tocaba en lo más vivo al estilo cuando el asentimiento debía recaer sobre lo que Freud denominaba rigurosamente una «construcción» en el análisis. Es que Freud plantea la práctica del lenguaje en términos de proposiciones y de juicios. Esto se puede captar particularmente en la correspondencia que mantiene con Jung. Freud, racionalista, demuestra, corrige, retoma, construye, y su interlocución se basa en la idea de un intercambio científico; mientras que Jung recurre a una intuición interior y a la iluminación de la evidencia, Cuando Lacan plantea que «el inconciente está estructurado como un lenguaje» y que «el deseo es el deseo del Otro», instaura la práctica de lenguaje [langagière: «lenguajera», término usado por Lacan que empalma con su idea de «lalangue» («lalengua») y la «lingüistería»: un estatuto del lenguaje para el psicoanálisis (distinto del de los lingüistas), basado en el tesoro del lenguaje, en el caldero de la lengua que bulle multiforme en la mente de los hablantes, y especialmente en sus efectos determinantes inconcientes] del psicoanálisis en un rigor que se denominará estilo antes que ciencia, en la medida en que la lógica inconciente va a decirse según una retórica -metáfora, metonimia- que hace la textura del deseo. Lo que no significa que se pueda prescindir de lo que el discurso científico elabora, en cuanto lógica y topología. Aun si la posición de Lacan cambió en el curso de su obra y si ya no habló más del psicoanálisis como de una ciencia sino como de un arte, esta última posición se mantenía simultáneamente a la presentación de los nudos borromeos [véase topología], es decir, a lo que la radicalidad de la escritura matemática expone en el límite de su formalización: la irreductibilidad de lo real. De lo real, justamente, en juego en toda inscripción, se trata en el estilo. «Al objeto que responde a la cuestión sobre el estilo lo planteamos de entrada. A ese lugar que el hombre marcaba para Buffon, nosotros llamamos (hacemos venir al la caída de este objeto, reveladora de lo que aísla, a la vez como causa del deseo en el que el sujeto se eclipsa, y como sostén del sujeto entre verdad y saber. Queremos, con el recorrido del que estos escritos son jalones y con el estilo que su destinación comanda, llevar al lector a una consecuencia en la que le sea necesario poner de lo suyo». Hay por lo tanto una necesidad en el giro con el que se ordenan los significantes, y no sólo las palabras, y esta necesidad confluye hacia las formaciones del ínconciente. Desde 1932, en su tesis «De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad», Lacan insistía en la calidad de los escritos de Aimée [caso princeps analizado por Lacan como «paranoia de autocastigo», de una mujer que apuñala a una artista muy conocida a la entrada de un teatro], y, lejos de plantear esta escritura como un apoyo de la psicosis, destacaba sus puntos de hallazgo poético y sus atolladeros, apropiados no sólo para establecer un diagnóstico sobre nuevas bases, sino aun para considerar un texto en la apuesta misma de su inscripción. Si es verdad, como dice Giraudoux en Amphitryon 38, que los dioses no saben leer, si es verdad que para Lacan la inscripción subjetiva en los significantes no se sostiene en ningún trasmundo, el estilo es el que deviene el portador de la palabra.