Diccionario de Psicología, letra E, Etnopsicoanálisis

Diccionario de Psicología, letra E, Etnopsicoanálisis

Alemán: Ethnopsychoanalyse. Francés: Ethnopsychanalyse. Inglés: Ethnopsychoanalysis. El etnopsicoanálisis, cuyo iniciador fue Geza Roheim, se inspira en los principios del psicoanálisis para estudiar tanto los trastornos psicopatológicos ligados a culturas específicas como la manera en que esas diferencias culturales clasifican y organizan las enfermedades psíquicas. Históricamente, el etnopsicoanálisis nació de la etnopsiquiatría fundada por Emil Kraepelin, definida como el estudio de la locura y la clasificación de los trastornos mentales en las diferentes culturas. Desde los trabajos de Georges Devereux, que unificó los dos dominios, la palabra etnopsicoanálisis tiene el mismo sentido que etnopsiquiatría. Ya en la Antigüedad se planteó la cuestión de la existencia de enfermedades específicas en las diferentes culturas, y en la colección hipocrática del Tratado de los aires, las aguas y los lugares se encuentra la famosa descripción de la «enfermedad de los escitas» (habitantes de la Escitia, región de Europa al norte del Mar Negro), que iba a servir de modelo para la constitución en Occidente de un discurso de la psicopatología basado en la división entre la racionalidad y la magia: «Cuando fracasan en sus relaciones con las mujeres, la primera vez [los escitas] no se inquietan por ello, y conservan la calma. Al cabo de dos, tres o varios intentos que no terminan mejor, creyendo haber cometido alguna falta con la divinidad a la cual atribuyen la causa del trastorno, se ponen vestidos de mujer y confiesan su impotencia. Después hablan con voz de mujer y realizan junto a las mujeres los mismos trabajos que ellas.» Para describir esta conducta mágica, el autor del tratado hipocrático buscaba argumentos racionales, y rechazaba cualquier idea de un origen divino del mal. A la creencia de los escitas en una «enfermedad sagrada», él oponía causas físicas. Constando que el síntoma afectaba a los jinetes ricos, dedujo que la práctica cotidiana de la equitación alteraba los vasos seminales y en el largo plazo provocaba impotencia sexual. A esta explicación por causas físicas, Herodoto opuso otra, que afirmaba el origen sagrado del mal, pero sin derivarlo de la magia. A sus ojos, la diosa Afrodita había infligido esa enfermedad «femenina» a los descendientes de ciertos escitas culpables de haber saqueado el templo de Asealón en Palestina. La «culpa» se había transmitido de generación en generación. En cuanto a los descendientes de las familias malditas, que en otro tiempo habían provocado la cólera divina, ellos sufrían un destino trágico. Esta línea divisoria entre las causas naturales y las causas genealógicas, entre la mirada médica y la mirada histórica, entre Hipócrates y Herodoto, se volverá a encontrar con formas nuevas en la historia de la psiquiatría dinámica del siglo XIX, y sobre todo en los debates que enfrentaron a los partidarios de la organogénesis con los de la psicogénesis. El trastorno mental, ¿tiene por origen una historia familiar, un destino (fatum), una novela familiar, o es producido por una deficiencia fisiológica, funcional u orgánica? En el mismo momento en que Sigmund Freud retomaba la antorcha de Herodoto para hacer entrar la tragedia antigua en el corazón del drama burgués de la familia occidental, Emil Kraepelin recorría Europa, y después viajaba a Singapur y Java, para verificar la validez de los criterios nosológicos elaborados por la psiquiatría moderna. En otras palabras, para la psicopatología se trataba de renovar el gesto hipocrático, y traducir las clasificaciones exóticas y religiosas de las enfermedades del alma a un vocabulario coherente de tipo científico. Por ejemplo, la «enfermedad de los escitas» podía asimilarse a un transexualismo, o incluso a una paranoia. Del mismo modo, el «furor de los Berserks» (entre los antiguos guerreros escandinavos) o la «rnaldición de AmoV (entre los malayos) encontraban su lugar bajo los rótulos de «estados maníacos», «accesos delirantes» o incluso «psicosis alcohólicas». En 1904, Kraepelin publicó los resultados de su investigación, dándole a este dominio el nombre de psiquiatría comparada. De él nació la etnopsiquiatría, y después la psiquiatría transcultural, que se desarrolló en los Estados Unidos y Canadá, sobre todo en la Universidad MeGill de Montreal, donde iba a trabajar Henri F. Ellenberger. Durante el siglo XIX, los principios de la psiquiatría dinámica, derivados de Philippe Pinel (1745-1826) y Franz Anton Mesmer, se impusieron no sólo en todos los países de Europa, sino en el conjunto del mundo occidental judeocristiano, y después en Japón, lo que más tarde justificó la implantación progresiva del psicoanálisis en esos mismos países. Esta expansión fue posible gracias a la instauración de un modo de ver la locura capaz de conceptualizar la noción de enfermedad mental, en detrimento de cualquier idea de posesión divina. En este sentido, el empleo del término etnopsiquiatría permite ver con claridad los obstáculos con que tropezó el saber psiquiátrico cuando quiso universalizarse. En efecto, la etnopsiquiatría coincidió al principio con la psicología de los pueblos, después con la psiquiatría colonial, y finalmente con el desarrollo de la antropología y la etnología. Según las épocas, favoreció la universalización del discurso científico sobre la enfermedad mental, o bien la renovación tácita del diferencialismo étnico (imponiéndose entonces como una especie de departamento de la psiquiatría para el uso de los pueblos no civilizados, atendidos por brujos y todavía convencidos del origen religioso de la locura). Las tesis de la etnopsiquiatría fueron aprovechadas durante la primera mitad del siglo XX por la medicina colonial militar, fuera ella inglesa (como en la India , donde dejaron una huella profunda en los debates acerca del psicoanálisis), o francesa (como en la mayoría de los países de África, donde las ideas Freudianas no se implantaron nunca). Con el gran movimiento mundial de descolonización de las décadas de 1950 y 1960, los principios de la psiquiatría colonial inglesa fueron impugnados por los diferentes artífices de la antipsiquiatría, con Ronald Laing y David Cooper, a la cabeza, ayudados en esta tarea por los culturalistas norteamericanos, en particular Gregory Bateson. En cuanto a los principios de la psiquiatría colonial francesa, en el período de entreguerras los atacaron violentamente los surrealistas, en especial el escritor Michel Leiris (1901 -1990), quien participó en la primera gran misión etnológica francesa de 1931, Dakar Djibouti, impulsada por Marcel Griaule (1898-1956). Después de la Segunda Guerra Mundial, fue la psicología de la colonización, otro tipo de enfoque del fenómeno mental, la que constituyó el objeto de un prolongado debate entre Frantz Fanon y Octave Mannom, mientras que en Dakar se desarrollaba la experiencia de Henri Collomb, y Edimond y Cäcile Ortigues se aplicaban a la búsqueda de un Edipo africano. En el período de entreguerras, Geza Roheim le dio un contenido nuevo al ámbito de la etnopsiquiatría. Discípulo kleiniano de Freud, se convirtió en etnólogo por pasión y para responder a las críticas formuladas por Bronislaw Malinowski contra Tótem y tabú. Vinculando el psicoanálisis, la antropología y la experiencia de campo australiana y melanesia, supo tratar las patologías indígenas desde una perspectiva universalista, sin servir nunca a los intereses del colonialismo. Más tarde, Georges Devereux, discípulo de Marcel Mauss (1872-1950), psicoanalista y etnólogo de campo, reunió las dos disciplinas (la etnopsiquiatría y el psicoanálisis), asociando las teorías Freudianas con las de Claude Lévi-Strauss. De tal modo estableció los cimientos de una especie de antropología de la locura basada a la vez en el psicoanálisis, la psiquiatría y la etnología. Definitivamente emancipado de la psicología de los pueblos y de la psiquiatría colonial, el etnopsicoanálisis se separó después de la antropología, para convertirse en una disciplina hostil a todo universalismo; se lo utilizó para atender a las minorías urbanas y a las poblaciones inmigrantes de los países occidentales con la ayuda de sus propias técnicas chamánicas. En este enfoque evolucionó hacia un culturalismo radical, hostil al psicoanálisis del que provenía, y valorizador de la identificación del curador con el grupo. Al respecto hay que observar que ni Roheim ni Devereux formaron discípulos, y que la antropología psicoanalítica, en el sentido en que se la entendía, dejó de existir con ellos, para deslizarse hacia el lado de la magia y de las medicinas paralelas, o bien hacia el lado del compromiso militante antioccidental. En cambio, el estudio de la naturaleza de la enfermedad y de la locura en función de las diferencias culturales continuó siendo objeto de múltiples trabajos, sobre todo por parte de antropólogos. Lo atestiguan, en Francia, la obra de Roger Bastide (1898-1974) titulada Le Réve, la transe, lafólie, publicada en 1972, y las investigaciones realizadas por Marc Augé, con el mismo enfoque que Devereux. Ellas tienden a mostrar que todo desorden biológico es el signo de una alteración o un desorden sociales. Desde este punto de vista, no sólo interesa comparar la medicina tradicional con la medicina biomédica (occidental), sino estudiar el pluralismo de la mirada médica en cada sociedad, la heterogeneidad de las interpretaciones y, finalmente, los itinerarios de los enfermos, las familias y los terapeutas. Con esta óptica, lo que ha terminado por imponerse, en lugar de la etnopsiquiatría o el etnopsicoanálisis, demasiado cargados de etnicismo, es la denominación «psiquiatría transcultural»‘.