Diccionario de Psicología, letra G, Grafo

Diccionario de Psicología, letra G, Grafo

El grafo es un esquema construido por Lacan en el curso de sus seminarios V (les Formations de l’inconscient, 1957-1958) y VI (le Désir et son interprétation, 1958-1959), donde continúa su introducción de la función simbólica en psicoanálisis: desarrolla así el discurso programa constituido por el escrito «La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud», y ordena el conjunto de los términos por los cuales el sujeto se inscribe como efecto del significante. De este modo realiza una «relectura» de Freud (sobre todo del chiste, del complejo de Edipo, de la función del falo en los dos sexos, del deseo y del fantasma), y propone un avance relacionado con algunos puntos de la teoría freudiana. Paralelamente aporta una crítica de las prácticas analíticas entonces en boga, mostrando las simplificaciones teóricas o los deslizamientos que las sostienen y sus inconvenientes en la clínica. Aquí no podemos sino retomar de modo muy sucinto ciertos puntos de la enseñanza de Lacan, y sobre todo mostrar de qué manera el grafo se fue construyendo por etapas, justificadas con mucho cuidado, todas ellas relacionadas con problemas de la clínica psicoanalítica: esos dos seminarios incluyen muy numerosas referencias a casos clínicos y a aspectos de la «técnica» psicoanalítica. Se verá que el grafo constituye de hecho la primera topología completa de Lacan, cuya elaboración abarcó una decena de años (1956-1966). Sólo la función simbólica puede dar cuenta de la aparición del sentido en el discurso concreto: «algo semejante a la palabra ha sido anudado, y por ello el discurso puede desanudarlo». El sujeto es aquel que habla, y su palabra se produce en necesaria referencia al Otro (cf. el esquema L). «El objeto es siempre metonímico»: es objeto del deseo del Otro, y el deseo es siempre deseo de otra cosa (de lo que le falta al objeto primordialmente perdido). «El sentido es siempre metafórico», resultante de la sustitución de un significante por otro en la cadena significante.

Constitución metonímica del objeto En primer lugar, Lacan construye el esquema mínimo de la producción de sentido: sólo un esquema tal puede explicar el mecanismo del chiste (Witz) según Freud. En Freud, el chiste tiene la misma estructura que el lapsus y el olvido de nombre propio, y más en general, Freud subraya su homogeneidad con lo que encuentra en los síntomas en tanto que modelados por el proceso primario. El chiste es un mensaje incongruente, insólito en la lengua, y que hace reír. Lacan toma como primer ejemplo el chiste metafórico que Freud recoge en Heine: Salomón Rotschild lo ha recibido «por entero famillonarmente» (Heine: Reisenbilder). La explicación exige el esquema siguiente: Dos líneas se cruzan en sentido inverso. DS es la cadena significante, «permeable a los efectos de la metáfora y la metonimia, es decir, constituida en el nivel de los fonemas». d’d es la línea de los empleos ya recibidos del significante (semantemas): es el discurso concreto, con la mayor frecuencia vacío de sentido. Esas dos líneas se cortan en A (el lugar del código existente, el diccionario) y en y (donde aparece el mensaje: allí el discurso se une con el significante, y «el sentido puede surgir y la verdad alojarse en el mensaje»). Pero lo más frecuente es que el discurso esté vacío de sentido (molino de palabras) y que se permanezca en un cortocircuito b b’. b indica en el discurso el lugar del que habla. b’ corresponde al objeto metonímico del Otro sobre el que se acomoda el yo [je], pues es su imagen en el otro representable por i(a). En g el inconsciente puede hacer surgir un sentido inédito cuya conexión está en relación con la subjetividad como tal. Freud elabora el chiste como una técnica verbal, significante, analizable en el plano más formal. «Famillonario» muestra una condensación (Verdichtung) en la que se embuten en el material significante «familiar» y «millonario». Ese mensaje puede componerse en cuatro tiempos o segmentos significantes: 1) El discurso va del yo [je] al código en uso A. 2) El significante no figura en el código recibido: el discurso se refleja desde el Otro hacia el yo [je], y vuelve a pasar por el Otro para ir a constituir retroactivamente el mensaje. En, g el trazado «quiebra la cadena significante», pero se refleja sobre el objeto metonímico, pues el mensaje no puede ser sancionado en ese nivel. 3) En efecto, lo que es soportado por la línea b b’ es el «millonario» que posee el propio Heine. 4) En el cuarto tiempo, característico del chiste, «millonario» y «familiar» vuelven a pasar por el código, se combinan y son ratificados en y bajo la forma «famillonario». El mensaje incongruente «viola el código» y sólo puede ser sancionado por un tercero, en este caso el Otro (esta sanción del Otro es figurada por la línea de puntos). El chiste apunta «hacia un sentido profundo, enigmático», pero trae consigo como contragolpe el surgimiento de un «sin-sentido», de un «objeto de irrisión» (el «famillonario»). Las ligaduras significantes implican dos dimensiones distintas: -La combinación, continuidad, concatenación, que emana de la diacronía de la batería significante o de la función metonímica; es la Entstellung (desplazamiento) de Freud. -La posibilidad de sustitución implicada por cada fonema: función metafórica en relación con la sincronía; es la Verdiclitung (condensación) freudiana. El sentido del chiste estudiado surge de la represión de «familiar», que supone algo demasiado insoportable para Heine. Hay pues aspiración hacia un sentido, pero correlativamente, en el circuito de retomo, aparición de un objeto metonímico siempre fragmentado, «presentificando aquello que, de necesidad, pulula en torno de un objeto» (en este caso, fama, fámulo, infamia, faim [hambre], femme-illonnaire [mujer-illonario]): no hay metáfora, entonces, sin el correlato de una descomposición metonímica, y ese movimiento doble supone siempre un resto reprimido (familiar) que circula entre código y mensaje y puede volver a surgir en ocasión de un lapsus o de un sueño (o de un síntoma). «La metáfora es la operación esencial de la inteligencia, cuya propiedad consiste en poder concebir el correlativo de la x de una proporción.» Hay por ejemplo un chiste metonímico en el diálogo con el poeta Frédéric Soulié, también relatado por Heine, y citado por Freud en El chiste y su relación con lo inconsciente: «Ya lo ve usted, el siglo XIX adora al becerro de oro. -iOh! Éste ya no debe ser tan joven». Una misma palabra aparece en dos contextos diferentes: «el chiste emplea aquí combinaciones horizontales que asocian elementos ya conservados» en el «tesoro de las metonimias»; una ligera transposición a nivel del código hace aparecer un nuevo valor, «dirigiendo el dicho del Otro hacia la captación de un sentido nuevo». f (S … S’) S -= S (-) s (notación de la metonimia en «Instancia … ») El chiste tiende a la anulación de la ambigüedad propia de la metáfora, puesto que parte de un término ya metafórico (el becerro de oro), pero como efecto de sentido aparece una caída del valor metafórico al valor metonímico, o de lo simbólico a lo imaginario: el becerro de oro es de pronto reducido al precio de una res en el mercado. De modo que corresponde diferenciar la agudeza metafórica como creación de sentido, y la agudeza metonímica, que «juega sobre una caída de valor, yendo más allá de las equivalencias de valor, lo que marca el abandono de una parte importante del sentido», y esboza la cuestión que el sujeto le plantea al Otro acerca de lo que aloja todo ese discurso.

De la necesidad al deseo: posición del Otro

Esto ilustra la relación entre la demanda y el deseo: ningún deseo puede ser recibido por el Otro sino al precio de «transformaciones que hacen de él algo distinto de lo que es», que hacen de él un objeto de intercambio; ello permite advertir que el proceso de la demanda está sometido a una «necesidad de rechazo por parte del Otro» (sobre lo cual volveremos). «Freud ha captado las leyes primordiales del discurso en nivel del proceso primario: ese campo circunscrito, lo que está más allá de todas nuestras conquistas conceptuales.» Freud puso de manifiesto la distancia que media entre la estructuración de nuestros deseos y la de nuestras necesidades, las que sólo llegan fragmentadas por mecanismos del proceso primario que Lacan elabora como leyes del significante. El placer que genera el chiste es esencialmente ambiguo; está ligado al aspecto formal, puramente significante, del Witz. Según Freud, el chiste haría resurgir el placer por oposición a las coacciones de la educación, pero al mismo tiempo y en otro aspecto «evoca la estructura de toda formación del inconsciente: hay autonomía de las leyes del significante con relación a la aparición del sentido», y el sentido se produce siempre sobre un fondo de sin-sentido. Mediante un sin-sentido inicial, el chiste anonada durante un lapso suficiente para hacer aparecer un sentido secreto siempre difícil de definir. «El significante como tal sirve para expresar una demanda»: ahora bien, no hay que res- ponder a esa demanda pues ella entra en el lenguaje para ser en él remodelada. Por otra parte, la relación del significante con el deseo implica que «el deseo sea subvertido, sufra un cambio de acento por el hecho de su pasaje por el significante»: la satisfacción sólo es acordada en nombre de cierto registro que hace intervenir al Otro más allá de aquel que demanda: la demanda supone algo que hace que el Otro deba oponerse a ella y rehusarla. Pensemos en el llamado del niño: al encontrar el lugar del código, «demanda siempre más y menos de lo que cree». En g aparece el sentido de la demanda, donde «el Otro coexiste con su realización de mensaje». Admitamos un tiempo ideal en el que la demanda encontraría en g lo que podría prolongarla, como si el Otro ratificara plenamente el mensaje: eso no sena en absoluto una satisfacción de la demanda, pues la necesidad ha pasado por el significante y se ha transformado en él; en el significado ha entrado algo que remodela la necesidad, y hay allí «creación de un deseo, que es la necesidad más o menos un significante». El chiste encuentra efectivamente algo de un pleno acuerdo del Otro, y «el uso real del significante se realizará sobre el fondo de esa referencia a un primer éxito mítico». Más exactamente, el juego verbal conduce a un placer original, pero contiene también «una novedad enmascarada que se opone a él»: la demanda verbalizada hace aparecer la dimensión del deseo como desfasada de toda necesidad; ella interesa en el significado a lo simbólico como tal. «El deseo pasa entonces al inconsciente»: por su conexión con el símbolo, «conserva de la estructura de la cadena significante su forma como huella indestructible; se ha convertido en deseo inusable» del cual el significante circula entre código y mensaje. Correlativamente, el circuito de retorno ubica al objeto metonímico como correlativo del yo [je] y como objeto admisible por el Otro. La meta del chiste es entonces «volver a evocar el deseo en tanto que él trata de recuperar todo lo que ha perdido en el camino». Esta pérdida nos remite a la metonimia: la cadena metonímica tiende sin cesar a «igualar, a reducir a equivalencias», lo que implica una reducción de la dimensión del sentido; «se dirige al equívoco, hacia el poco de sentido», y por ello el yo [je] es llevado a interrogar al Otro acerca de ese poco sentido, «a requerir que realice la dimensión del valor como tal». Ahora bien, en el chiste, en esa pregunta sobre el poco de sentido, el Otro oye una demanda de sentido o la evocación de un sentido más allá de lo que queda de él. Sin autentificar el no sentido como tal, «el Otro hace de él un sin sentido-paso de sentido [pas de sense] o, para decirlo desde el punto de vista del sujeto, la intención o la necesidad crean aquí una metáfora: el chiste «introduce el paso [pas] vaciado de toda necesidad, apto en adelante para soportar lo que resta necesariamente latente del deseo del sujeto». Referencia al falo

La revisión del mito edípico es lo que va a introducir ahora la necesidad clínica de un redoblamiento del grafo que permitirá captar de qué modo se constituye para el sujeto el término esencial del ideal del yo. El primer Otro del niño es la madre. Desde sus primeros llamados él la ha simbolizado, como presencia sobre un fondo de ausencia y como potencia dadora. Pero la madre no puede responder a su demanda, que es siempre demanda de otra cosa, y por otro lado la relación madre-niño no es nunca dual: supone ese tercer término imaginario que es el falo. La madre desea algo que está más allá del niño. M E j En esa relación ya triple (esbozo de simbolicidad), el deseo de la madre está referido al padre, que se introducirá como cuarta función para dar al niño su lugar en el mundo simbólico y situarlo a él mismo como efecto del símbolo. «Toda aspiración de satisfacción del deseo dependerá del acuerdo entre el sistema significante como articulado en la palabra del sujeto y el sistema como reposando sobre el código»: conviene ver aquí de qué modo el Otro instaura la legitimidad del código. Ésta es la función del padre en el complejo de Edipo, en cuanto él adquiere para el niño el valor estructurante de ser el más allá del deseo de la madre. Al término del complejo de Edipo, «algo da autoridad a la ley: hay un Otro en el Otro que puede promulgar la ley como ley del significante». El mito freudiano del asesinato del padre indica que el que promulga la ley está muerto: es el símbolo del Padre, es decir, en el nivel del significante, el Nombre-del-Padre. El chiste ha hecho surgir la evocación de una satisfacción ideal: para el deseo no se trata de esto, pues él ha pasado por el Otro y sólo llega transformado, en g. Lo legitimante en el Otro es lo que constituye al Otro, no sólo como lugar del código, sino como «pudiendo escuchar el más allá de lo que hay en un llamado»: hay llamado al Otro como llamado a «escuchar más de lo que puedo significar». El otro tiene que poder en este caso «señalar que es el Otro como Otro, es decir, que él también tiene un más allá» -dimensión significante que hace pasar del padre real al Nombre-del-Padre que se articula en el significante como una metáfora- Lacan construye aquí los dos ternarios del esquema R y utiliza la serie privación, frustración, castración. El niño simboliza a la madre pero es preciso introducir todo el orden simbólico del que la madre misma depende y que permite que se emplace la función del deseo: se demostrará que esto es impensable sin la prevalencia del término fálico. «El complejo de Edipo está ligado a esta génesis que hace de la posición del padre en lo simbólico el fundamento de la posición del falo para el niño en el plano imaginario.» El padre priva a la madre de ese objeto (el falo) de su deseo, y allí está la clave de bóveda de complejo de Edipo: «todo sujeto tiene que tomar partido ante el hecho de que la madre no tiene el falo y que el padre tiene un rol»; el sujeto debe aceptar, simbolizar la privación real de que es objeto la madre: «ésta es la cuestión crucial del desarrollo humano; ser o no ser el falo materno». Si el niño permanece identificado con el falo materno, según la importancia de ese sostén identificatorio, habrá neurosis o perversión. El niño habrá de reconocer que se puede no tenerlo, y el complejo de castración representará el paso [pas] que le permita la asunción de su sexo. El deseo del sujeto es portado por su discurso, su mundo es un mundo de palabra, y su deseo está sometido al deseo del Otro. El grafo muestra la necesidad de su redoblamiento:   el Otro en el Otro oye más allá En 1, la demanda atraviesa la cadena significante en A: el niño puede hacerse valer ante su madre pero está sometido a la voluntad de ella, que es la ley que lo sujeta: el niño está aquí sometido. Pero la madre tiene una relación con el padre, y normalmente «emplaza al padre como mediador del más allá de su propia ley»: de este modo introduce la ley como tal y al padre como Nombre-del-Padre. El Edipo masculino puede así inscribirse en tres tiempos: 1) El niño como yo [Je] introduce su demanda con referencia a un yo [Je] que es el objeto del deseo materno: busca ser la otra cosa que la satisface. La cuestión del falo se plantea en el mas allá del deseo de la madre. 2) Si el nombre del padre tiene su función en el discurso, el padre interviene en el plano imaginario como privador de la madre: lo que se dirige al Otro como demanda es «relevado, reenviado a un tribunal superior». La demanda encuentra aquí al Otro del Otro, es decir, a la ley que llega al niño como ley del padre que priva a la madre: aparece en y como mensaje a la madre: «no» («no reintegrarás tu producto»); «momento negativo y nodal que desprende al sujeto de su objeto» apoyándose en el lazo entre dos puntos: -«La madre es remitida a una ley que no es la suya». -En la realidad, el objeto es el de ese mismo Otro del Otro. 3) Ese tiempo negativo gobierna la salida: el padre puede dar el falo en tanto que portador de la ley, pero tiene que demostrar que «si él no es el falo, lo tiene». La identificación con el padre puede realizarse como identificación con el ideal del yo (expresión a precisar). En el ocaso del complejo de Edipo, el niño parece destituido, pero «tiene sus títulos en el bolsillo: la metáfora paterna actúa como un significante con significaciones a desarrollar más tarde y que el niño tendrá que descubrir». De ello resulta además que, en tanto que viril, «el hombre es más o menos su propia metáfora, lo que implica una sombra de ridículo». M Realidad N P IV SY La salida del Edipo es más simple para la niña, que no tiene necesidad de una garantía fálica: ella sabe dónde él está y dónde ir a tomarlo, en paralelo con «una dimensión de coartada o de extravío». A partir de estas consideraciones se puede aclarar «la cuestión de la génesis y el estatuto del objeto». El niño se interesa espontáneamente por todo tipo de objetos antes de hacer «la experiencia privilegiada del estadio del espejo, que le abre posibilidades nuevas»: la de situar al falo como objeto imaginario se encuentra «enriquecida por esta cristalización del yo bajo la forma de imagen del cuerpo»; a partir de esa demarcación, el niño emprende una serie de identificaciones «que utilizan la imagen como significante». En tanto la intervención del Nombre-del-Padre lo ha desunido del objeto materno, la búsqueda se realiza en la dirección simbólica en la que el yo se convierte en elemento significante. «La introducción en la realidad no podría realizarse en términos de frustración.» El deseo está alienado de entrada en el significante: los objetos primordiales reconocidos por Melanie Klein como buenos o malos «constituyen una especie de batería en la que se dibujan varias series de equivalencias»; la relación con el objeto materno se realiza desde el origen «sobre los signos, y sobre la moneda del deseo del Otro». La relación con lo real es dominada por la localización del sujeto por relación al deseo del Otro; hay allí una dependencia primordial, y «el deseo es modelado por las condiciones de la demanda: es una demanda significada». Más allá de la relación dual cautivante se introduce un tercer término, por el cual el sujeto demanda ser significado: el símbolo de lo que falta del deseo que hace que el significado esté siempre al lado es el falo. Su función podrá precisarse a propósito del complejo de Edipo femenino. Se sabe que Freud siempre sostuvo que al principio la niña desea a la madre, lo mismo que el varón, pero la decepción inherente a la fase fálíca hará que ella tome al padre como objeto de amor, y así será introducida en el Edipo. «Es por el fracaso de la relación con la madre por lo que la niña descubre la relación con el padre, y la equivalencia resultante del pene que ella no tiene con el niño que anhela del padre.» El Penisneid, articulación esencial de la entrada de la mujer en el Edipo, «tiene varios sentidos según que se lo encare desde el ángulo de la privación, de la frustración o de la castración». Se recordará el rigor estructural de lo que Freud designa como correspondiente en la niña a la castración en el varón: «una relación con un fantasma en tanto que ella adquiere valor significante». La niña es llevada a una posición normativa por la experiencia de la decepción: prevalece aquí la dimensión del deseo y de la demanda, y el falo entra en función como «significante de la falta o de la distancia entre la demanda del sujeto y su deseo». El término del Edipo, en los dos sexos, resulta de una identificación muy particular, que es la del ideal del yo, identificación que se puede decir «orientada hacia lo que en el deseo desempeña un papel tipificante en la asunción de su sexo por el sujeto»: hay que captarla como puesta en relación del sujeto, no con la persona del padre, sino con «ciertos elementos significantes de los que él es el soporte y que se pueden denominar las insignias del padre». Esta identificación incluye la relación con la privación, puesto que el deseo se dirige al pene del padre en tanto que puede ser demandado, simbolizado: el sujeto, confrontado al objeto del que está privado, lo constituye como significante, es decir, como su propia metáfora. Al mismo tiempo, «la castración no es real: está ligada a un deseo y concierne a un órgano». El deseo sigue su camino en cuanto «el falo debe estar marcado por haber atravesado la amenaza de castración»: es «en la relación del deseo con la marca» donde corresponde finalmente buscar lo esencial de la castración (ritos de circuncisión o de pubertad, por ejemplo). El descubrimiento freudiano puso el acento en el deseo, pero en el deseo «tal como aparece en el síntoma o en el sueño, problemático, ligado a una apariencia, a una máscara». El síntoma va hacia el reconocimiento del deseo bajo la forma de una máscara, de algo ilegible. Supone la dimensión del «reconocimiento del deseo, pero reconocimiento por nadie»; es entonces «deseo de reconocimiento, pero reprimido, excluido y, finalmente, deseo de nada». La intervención del analista es por lo tanto «siempre más que una simple lectura». Se pierde la dimensión del deseo al designar el objeto al analizante. Lacan se refiere a Freud cuando le dice a Elizabeth von R.: «Usted ama a su cuñado». La interpretación es un tanto forzada y no surte efecto, pues esta histérica se interesa por su cuñado desde el punto de vista de su hermana, y a la inversa. «El deseo no es deseo de un objeto, sino deseo de esa falta que en el Otro designa un otro deseo.» «¿Por qué, en la evolución del deseo, encontramos ese desfiladero necesario que es la relación con el falo, en tanto que amenazado en el hombre, faltante en la mujer?» Lo que caracteriza al significante no es que sustituya a un objeto que satisfaría una necesidad, sino «poder ser reemplazado él mismo, lo que supone una concatenación, una ley que ordena los significantes». El significante no es la huella: supone como propiedad esencial «poder siempre ser tachado, anulado, destituido de su función». Así se precisa la función del falo, que no es imagen ni fantasma, sino el significante del deseo (formulacion aun provisional). En la intrusión del impulso vital como tal, el falo representa «lo que no puede entrar en el dominio del significante sin ser anulado, recubierto por la castración». Es en el nivel del Otro, en el lugar donde se manifiesta la castración en el Otro, es en la madre donde se instaura el complejo de castración: es el deseo del Otro que está marcado por la raya y tendrá que escribirse A/. ¿Por qué hay un deseo más allá de la demanda? La demanda al articularse «transpone la necesidad tan radicalmente que sólo se tiene que ver con una necesidad refractada por los mecanismos del significante»: el deseo es por lo tanto el residuo irreductible de la distancia entre la exigencia de la necesidad y la demanda articulada, «que es fundamentalmente demanda de amor»; algo se pierde que hay que volver a encontrar más allá de la demanda. Ahora bien, la demanda se dirige al Otro, se suspende a su respuesta. El deseo que está más allá de la demanda «anula esa prevalencia del Otro y se convierte en condición absoluta con relación al Otro»: el deseo en tanto que está en cuestión no puede articularse en demanda. Por ello se plantea la cuestión del significante del deseo: «el falo es ese significante pero, en tanto que tal, siempre velado, enmascarado, mortificado». El deseo es la esencia del hombre, ha dicho Spinoza, y es también el problema fundamental, tanto de la teoría como de la práctica psicoanalíticas. Si el falo, significante del deseo, es el objeto central de la economía libidinal, se advierte que la necesidad de construir un segundo piso del grafo, en primer lugar motivado por la consideración de la ley del Otro como instaurando el registro simbólico, tiende ahora a resultar de la dimensión misma del deseo: esto va a ser acentuado en el Seminario VI y radicalizado en el escrito «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano»: «El deseo es autónomo con relación a esta mediación de la Ley, puesto que invierte lo incondicional de la demanda de amor y lo lleva a la potencia de la condición absoluta: por esta razón él mismo origina la ley».

Presentación global. Del grafo a las superficies (subversión del sujeto)

He aquí cómo introduce Lacan el grafo completo en tres tiempos. Se trata de una progresión no psicológica, sino puramente lógica. El esquema 1 fue planteado al principio: es la topología de la relación del sujeto con el significante, reducida a lo observable en el campo lingüístico. El sujeto parte de un estado informulado à se compromete en la demanda en el lugar del código, y la cadena intencional termina en 1, precursor del ideal del yo. Esquema 2: el estudio del complejo de Edipo preparó el segundo piso del grafo, al mostrar la necesidad de algo que, en el Otro, lo autentifique como Otro. El lugar del código se escribe aquí A à D: el sujeto «encuentra primero a su madre en el capricho de su buena voluntad e inicia allí su referencia al deseo». El punzón à es primero presentado por Lacan en el lugar de la Z del esquema L. Más tarde se descompone en una serie de operadores lógicos: mayor que, menor que, que incluye, que excluye (inclusión, exclusión, disyunción), antes de leerse, «corte de». La línea D’S’ representa el inconsciente. «Una demanda puede persistir en su sucesión articulada sin ninguna intención consciente.» Es la línea de la enunciación, siendo DS la del enunciado. El encuentro del sujeto con D’S’ supone ese lugar del código redoblado que designa lo que el sujeto no sabe. El deseo del sujeto es alcanzado como el margen de lo que hace surgir la demanda en tanto que ella aliena la necesidad, pero la demanda hace pasar al Otro a la potencia de lo simbólico y «perfila por lo tanto más allá de toda satisfacción la presencia del Otro y el amor como signo de esa presencia». El deseo se organiza en la retroacción de la demanda sobre la necesidad, y se identifica primero con «el enigma que constituye para el sujeto la decisión del Otro en el lugar del mensaje», en el significante S(A). Ese puro significante es muy distinto del efecto de significado s(A): entre estos dos puntos hay una distancia que permite a la conmutación del significante «profundizar su dimensión metafórica»; lo que atraviesa la raya de S s – como efecto sintomático (los síntomas) es del orden de la metáfora. Asimismo, la prevalencia del discurso del Otro entraña una atomización de la demanda en elementos discretos abiertos a los efectos metonímicos. Esquema 3: el grafo así modificado figura el conjunto de los efectos subjetivos ligados a la cadena significante. El discurso del Otro funciona ahora como el inconsciente del sujeto: que la demanda le sea acoplada en $àD «le confiere una intencionalidad cuyo efecto se ve en una especie de respuesta anticipada a toda interrogación del sujeto concerniente a la realización de su deseo». En esta vía, el Otro le dirige el temible «Che vuoi?» que Lacan extrae de «El diablo enamorado» de Cazotte: ¿qué quieres tú entonces, qué puedes decir de tu deseo? De modo que el sujeto recibe su propio mensaje en forma invertida. Las dos líneas de retorno de orientación inversa indican los puntos de referencia imaginarios con los cuales se identifica el sujeto. Sobre la línea del enunciado, y designa al yo del sujeto como identificándose con el otro imaginario i(a) (identificación especular ligada al estadio del espejo). Sobre la línea de la enunciación, àE’ representa el lugar del inconsciente del sujeto que no puede «abrirse al otro más que en la transferencia». Se puede ahora precisar la función del deseo en su relación con el fantasma y con el objeto a. La función del deseo aparece en el trayecto donde el yo [Je] se constituye en el lugar del Otro bajo la forma «de una respuesta que sigue siendo pregunta»: el «Che vuoi?» del Otro es «una respuesta antes de la pregunta» en el momento en que el sujeto es confrontado a la pendiente deseante de su propia vivencia. «El deseo está ligado a ese punto problemático en que el sujeto responde a un llamado del ser con una forma opaca después de no haber podido decir lo que anhela y lo que quiere»: el deseo (d) va por lo tanto a situarse en un punto de retrogradación homóloga a la del punto y en el piso inferior. El correlato imaginario que regula su nivel es el fantasma $àa, que hay que definir como «la relación en eclipse del sujeto con un objeto cuya función simbólica se caracteriza por su aspecto de parcial»: es el objeto designado por Freud como el objeto de las pulsiones parciales (pecho, escíbalo, a los cuales Lacan añade la mirada y la voz, y después el nada, en el Seminario XI), caracterizado en todos los casos por su vínculo con un orificio del cuerpo, y por lo tanto con un trazo de corte simbolizado aquí por el à (Lacan produce una lectura de la teoría de las pulsiones en el Seminario XI). En el Seminario IX, Lacan teoriza al sujeto como siendo él mismo el corte del objeto a. Aquí, el trayecto del discurso intencional forma una especie de signo de interrogación del cual «el fantasma representa el tope enigmático». Sólo «una reconstitución interpretativa de la cadena significante» permite definir en el punto del código la relación $àD que «liga ese momento de eclipse o de fading del sujeto en el fantasma con una demanda oral o anal» escópica o invocante. Ahora bien, encontramos aquí un punto esencial: el mensaje del Otro como respondiendo a $àD hace aparecer en ese Otro «un defecto del significante para revelar el ser del que sin embargo ha hecho surgir la pregunta»: S(A/) significa como mensaje que «el significante no produce más que efectos de sentido, que no define ninguna relación con el ser». No hay ninguna posibilidad de metalenguaje, no hay matematización concebible del lenguaje más allá de sus propias leyes intrínsecas. Ante esta falta en ser del Otro (escrito A/), el sujeto queda sin recursos, hilflos dice Freud, y allí está la dimensión del trauma. El deseo es esencialmente «el movimiento que organiza en su fuga metonímica el ser que llama el lenguaje»: es aquí donde el falo adquiere su función de significante, especialmente destinado a designar las relaciones del sujeto con el significante; más precisamente aún, es el significante encargado de organizar el conjunto de las relaciones del significante con el significado y «por ello representa la metonimia del sujeto en el ser». Precisaremos estos puntos evocando el deseo en el sueño. El sueño de la pequeña Anna (fresas, fresas silvestres, huevos, papilla) representaría un estado espontáneo del sueño, antes de la intervención de la censura. Pero Anna sueña con todo lo que le ha sido prohibido, lo cual hace ya aparecer al sueño como mensaje que depende del significante. Lacan se refiere a continuación al sueño mencionado por Freud en «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psiquico». Un hijo ha cuidado al padre durante toda su enfermedad. Después de su muerte, sueña que [su padre] «estaba muerto y él no lo sabía». El sueño es enigmático, dice Freud, a menos que a su texto se añada «según su deseo». Ahora bien, ese anhelo de muerte ha sido consciente en el soñante. «Es la sustracción significante en sí» (del «según su deseo») lo que da el sentido del sueño, y se ve que ella tiene lugar en el nivel mismo de la enunciación. Al mismo tiempo, se advierte que la interpretación está fundada en una elisión del significante que produce un efecto metafórico. Si la línea DS es la del enunciado, los progresos de la represión y el establecimiento de la censura en el sueño marcan la distancia entre el enunciado y la enunciación àE’: «la represión apunta al proceso de la enunciación, y hay que reconocer un hecho fundamental: hay lo no-dicho por el sujeto en el nivel de su enunciación». Ésta es una paradoja, y sólo se la puede resolver postulando que «la represión está ligada al borramiento del sujeto en el proceso de la enunciación». Lacan apela a la Verneinung freudiana: «no digo que … » [«je ne dis pas que … »]. El «ne» discordancial francés, señalado como tal en la gramática de Damourette y Pichon, muestra la propiedad más esencial del significante: «el ne marca el lugar del sujeto de la enunciación en tanto que éste puede ser borrado de la cadena del significante y subsistir por ese mismo borramiento». Correlativamente, el objeto parcial es «lo que da soporte al sujeto en el momento mismo en que él tiene que ver con su existencia y en el que él ex-siste en el lenguaje no pudiendo sino borrarse detrás de un significante»: en el momento pánico del «Che vuoi?» se aferra al objeto parcial del deseo para responder falsamente a la pregunta del Otro sobre el deseo. El sueño del padre muerto se ubica en el grato como sigue: -«Él no sabía»: de hecho, el sujeto tiene que constituirse completamente como no sabiendo. -Pero no ve que al asumir la muerte del padre en el nivel del enunciado («estaba muerto»), apunta a mantener ante sí en ese momento de angustia aquello que lo separa de su propia muerte (y es allí donde puede ubicarse la resurgencia del conflicto infantil con el padre y los fantasmas ligados a aquél): en síntesis, el soñante «vuelve a rechazar y a echar sobre el Otro su propia ignorancia». Se puede así abordar la función de la castración en el deseo humano. El deseo está siempre alienado en «una anticipación que implica una pérdida posible», y por ello el sujeto puede, si llega el caso, «temer ante la satisfacción de su deseo, pues teme que el Otro lo marque con los signos de su capricho». Ahora bien, no existe ningún signo de ese tipo, sino la totalidad de los signos que constituyen al Otro, cuya presentificación lo aboliría como sujeto. Pero él no confiere al Otro ninguna consistencia de ser: allí reside el sentido del algoritmo S(A) que vamos a encontrar más adelante. En el sueño evocado, el sentido es que «el Otro está muerto y no es necesario decírselo», y de allí el repliegue sobre un objeto imaginario que sirve de soporte al deseo. En análisis, «se le posibilita al sujeto reconocer el código correspondiente a ese repliegue, pero no se responde sobre el deseo, pues, de ser eficaz, una respuesta semejante borraría al sujeto como tal». De allí además la prevalencia de las fases pregenitales que suponen un objeto amovible. El falo no lo es después de la fase fálica y el complejo de castración, y la realización del deseo es justamente lo que no puede demandarse. También por ello en las neurosis «todo lo que se dice del orden del deseo se formula en el registro de la demanda». Siempre «el sujeto intenta reconquistar su originalidad de ser más allá de aquello que la demanda ha coagulado en él»: lo que se articula en los significantes reprimidos que retornan es del registro de la demanda. Pero el deseo es aquello en virtud de lo cual el sujeto se sitúa en fantasma allí donde suspende su relación con el ser: allí reside el enigma que constituye el fantasma y el llamado a su interpretación». «El falo es el significante del deseo en tanto que es deseo del Otro: el deseo no tiene otro objeto que el significante de su reconocimiento.» En su escrito «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano», Lacan realiza en 1960 una relectura del grafo, utilizando los términos que ha desarrollado, en particular los concernientes a la pulsión y la dimensión del goce. En el Seminario IX ha demostrado además de qué modo el grafo puede integrarse a la topología desarrollada en ese año de enseñanza. El grafo es «una topología que muestra la cinética significante». Por tratarse de la relación del sujeto con el significante, el grafo se presta para mostrar «la diferencia esencial entre el mensaje y la pregunta que se inscribe en la hiancia en la que el sujeto se empalma al discurso». Topológicamente, si el discurso universal es figurado por un plano infinito, en ese plano se puede recortar un agujero circular y suturar allí la parte central: Se obtiene entonces un túnel, es decir un asa que transforma el plano infinito en toro, y el grafo implica esa topología tórica. La hiancia de la que se trata, concerniente a la demanda hecha al Otro para que responda sobre el deseo, «oscila en una serie de reenvíos entre función de esa demanda «por la mediación del el ¿nada quizás? y el quizás nada». «Quizás nada» es un mensaje «abierto por la entrada del sujeto en lo real». Es el nivel (le las posibilidades, fundadas en el lugar del código sobre la nada que es el sujeto en tanto que se constituye como excluido por la repetición del rasgo unario. Este mensaje no es la respuesta a la pregunta «¿nada quizás?». En el nivel de la enunciación, el quizás «se sitúa en el nivel de la demanda puesta en pregunta» (¿qué quiero al interrogar al Otro?); el nada [le rien] se sitúa en el nivel del mensaje S(A): «hay no lugar de concluir, sustantivación de la nada [du néant] de la pregunta misma». ¿Nada [Rien] quizás?, en el nivel de la pregunta, «sólo da una metáfora, a saber: que toda potencia de ser es del más allá, y que sólo hay efecto de sentido, remisión indefinida del sentido al sentido». La posibilidad del nada [rien] en A debe ser preservada para mantener «la hiancia que encarna el pasaje del signo al significante». Lo que allí distingue al sujeto es «que él no es signo de nada [rien]»: «El significante representa al sujeto para otro significante, y esto significa algo porque lo que el significante significa, es esa cosa privilegiada que es el sujeto en tanto que nada [rien]» (seminario del 22 de marzo de 1962). Se advertirá además, en el sentido de una topologización del grafo, que Lacan pudo indicar que éste se organiza en torno de un agujero real (el objeto a como imposible) enmarcado por la línea de enunciado (imaginario) y la de la enunciación (simbólica): En su relación con el Otro, el sujeto trata de hacerse reconocer más allá de su demanda «en un punto donde intenta afirmarse como ser»; pero lo que finalmente encuentra es sólo S(A/): el Otro está también marcado por el significante y hay que decir que, muy exactamente, le falta un significante. Este punto importantísimo de la teoría era ya perceptible cuando Lacan, en el Seminario 1, formulaba, en lugar de la represión primaria de Freud, una forclusión estructura], que ponía en el mismo plano la alucinación del dedo cortado del Hombre de los Lobos y el olvido de Signor en Signorelli, de Freud. En el escrito «Subversíón del sujeto … », ese punto es formulado como «la inmanencia de un menos uno en el conjunto de los significantes». Ese testimonio es después desarrollado con la forma de «no hay relación sexual inscribible RxY como tal». En el Seminario XX, es referido a los matemas de la sexuación femenina con la forma de «la mujer es no toda [n’est pas toute] (goce fálico); el «la» de la mujer debe escribirse lá: allí está el significante que falta. En el masoquismo (cf. el artículo de Freud titulado «Pegan a un niño») se ve con claridad que el ser del sujeto reside en «una posibilidad de anulación subjetiva» (ser tratado como un objeto). En el sadismo, «el sujeto es idéntico al objeto de la sevicia»: es bajo ese significante como puede abolirse en tanto que se capta en su ser de deseo. La trilogía R.S.I. aparece claramente implicada en la construcción del grafo en sus diferentes tiempos, como se lo ha podido señalar al pasar. Lo que produce el pasaje del grafo a las superficies topológicas es la profundízación de la cuestión de lo real. Finalmente, hay que señalar que el grafo contiene los elementos de lo que Lacan presentó después como la escritura de los cuatro discursos (Seminario XVII). A partir de la introducción de par ordenado SI -S2 convertido en la implicación significante SI –&gtS2, se puede mostrar que los cuatro discursos representan de algún modo una escritura nueva cuyos gérmenes están en el trabajo de Lacan sobre el grafo.

Un grafo es una terna G = (V,A,j ), en donde V y A son conjuntos finitos, y j es una aplicación que hace corresponder a cada elemento de A un par de elementos de V. Los elementos de V y de A se llaman, respectivamente, vértices y aristas de G, y j asocia entonces a cada arista con sus dos vértices. Esta definición da lugar a una representación gráfica, en donde cada vértice es un punto del plano, y cada arista es una línea que une a sus dos vértices. Si el dibujo puede efectuarse sin que haya superposición de líneas, se dice que G es un grafo plano. Por ejemplo, el siguiente es un grafo plano: puesto que es equivalente a este otro: