Diccionario de Psicología, letra H, Hipnosis

Diccionario de Psicología, letra H, Hipnosis

(fr. hypnose; ingl. hypnosis; al. Hypnose). Estado modificado de conciencia, transitorio y artificial, provocado por la sugestión de otra persona, llamada «hipnotizador», que se caracteriza por una susceptibilidad acrecentada a la influencia de este último y una disminución de la receptividad para otras influencias. Este cambio en la conciencia y la memoria se acompaña de ideas y reacciones que no son habituales en el sujeto, que son en parte sugeridas por el hipnotizador. Fenómenos como el letargo, la anestesia, la parálisis, la rigidez muscular y modificaciones vaso-motoras de localización a veces muy precisa pueden ser provocadas, mantenidas o suprimidas en tal estado, independientemente de la libre voluntad del sujeto. A. M. J. de Chastenet, marqués de Puységur, discípulo de F. A. Mesmer, tiene el mérito de haber sido el primero en describir, en 1784, este estado de «sonambulismo provocado» por el magnetismo animal. Y J. Braid, un dentista de Manchester, utilizó este «sueño artificial» como método para anestesiar a sus pacientes, y lo llamó «hipnosis» en 1843, cuando elaboró una primera teoría del hipnotismo. Esta sería profundizada por A. Liébault y H. Bernheim, de Naney, que pusieron en primer plano el papel de la sugestión, y por J. M. Charcot, quien, en París, en la misma época, la asimiló, sin duda abusivamente, a los fenómenos de la histeria. S. Freud sería el primero en mostrar que la hipnosis permitía la manifestación de la actividad del inconciente, y desde su práctica de la hipnosis descubriría el psicoanálisis.

Hipnosis. Alemán: Hypnose. Francés: Hypnose. Inglés: Hypnosis.

Término derivado del griego hypnos (sueño) y sistematizado entre 1870 y 1878 para designar un estado modificado de conciencia (sonambulismo o estado hipnoide) provocado por la sugestión de una persona por otra persona. La palabra hipnotismo fue creada en 1843 por el médico escocés James Braid (1795-1860) para caracterizar el conjunto de las técnicas que permiten provocar un estado hipnoide en un sujeto, con fines terapéuticos. La sugestión se produce entonces entre un médico hipnotizador y un enfermo hipnotizado. Las dos palabras -hipnosis e hipnotismo- se utilizan a menudo con la misma acepción. En 1784, en el momento mismo en que la teoría del magnetismo animal de Franz Anton Mesmer era condenada en París por los expertos de la Academia de Ciencias y por la Sociedad Real de Medicina, el marqués Armand de Puységur (1751-1825) demostraba en su aldea de Buzancy la naturaleza psicológica, y no «fluídica», de la relación terapéutica, reemplazando la cura magnética por un estado de «sueño despierto» o «sonambulismo». Sobre todo, observó que Vicor Race (su «paciente»), lejos de cumplir sus órdenes, se adelantaba a ellas e incluso imponía su voluntad al magnetizador, con palabras, con la verbalización de sus síntomas, sin experimentar crisis convulsivas. Fue así como, en vísperas de la Revolución de 1789, nació la idea de que un amo (un científico, un médico o un noble) podía ser limitado en el ejercicio de su poder por un sujeto capaz de hablar, aunque fuera inferior a él (un criado, un enfermo, un campesino, etcétera). En 1813, el abate José Custodio de Faria (1756-1819) retomó esta idea, después de haber participado en el movimiento revolucionario. Criticando todas las teorías del «fluido», abrió en París un curso público sobre el «sueño lúcido», y demostró que se podía dormir a sujetos haciendo que concentraran su atención en un objeto o una mirada. De modo que el sueño no dependía del hipnotizador, sino del hipnotizado. En 1845, Alejandro Dumas (1802-1870) convirtió al abate Faria en un personaje de leyenda, con su novela El Conde de Montecristo. Antes de que esta hermosa idea de la libertad de palabra, propia de la filosofía de la Ilustración , se abriera camino y fuera retomada por Sigmund Freud, fue necesario que, sobre las ruinas del magnetismo, se desarrollara la prolongada aventura de la hipnosis. Progresivamente liberados del «fluido», los magnetizadores de la primera mitad del siglo XIX empezaron a practicar un hipnotismo espontáneo, provocando estados sonambúlicos en los enfermos nerviosos. Este método de exploración favorecía el develamiento de los secretos patógenos nocivos enterrados en el inconsciente y responsables del malestar psíquico de los sujetos. A partir de 1840 se desencadenó en Europa y los Estados Unidos una gran ola de espiritismo. Entre las mujeres que se transformaban en videntes, dotadas de personalidades múltiples, y los médicos que dudaban de una posible comunicación con el más allá, el hipnotismo permitía darle un estatuto racional a la relación terapéutica. James Braid, que introdujo la palabra, refutó definitivamente la teoría fluídica, en beneficio de una explicación de tipo fisiológico, y reemplazó la técnica mesmeriana de los «pases» por la fijación de la mirada en un objeto brillante, en lo cual ya había pensado Faria. La enseñanza de Braid fue retomada por Auguste Liébeault, y a continuación por Hippolyte Bernheim. En 1884 los dos fundaron la Escuela de Nancy, que se convirtió en la gran rival de la Escuela de la Salpêtrière , en la que prevalecía la enseñanza de Jean Martin Charcot. La disputa entre ambas escuelas, en la que estaba fundamentalmente en juego la cuestión de la histeria, duró una década. Mientras que Charcot asemejaba la hipnosis a un estado patológico, a una crisis convulsiva, y utilizaba el hipnotismo para sustraer la histeria a la simulación y darle el estatuto de una neurosis, Bernheim la consideraba un proceso normal. Veía en el hipnotismo una técnica de sugestión que permitía curar a los enfermos. Al retomar el proyecto de una terapia basada en una pura relación psicológica, abrió el camino al florecimiento de las diversas psicoterapias de la segunda psiquiatría dinámica. Por ello acusó a Charcot de «fabricar» histéricas mediante la sugesión. La querella que opuso a estas dos escuelas y movilizó a todos los especialistas europeos en enfermedades del alma indicaba hasta qué punto la hipnosis era portadora de una nueva esperanza de curación, mientras la nosografía psiquiátrica de fines del siglo XIX se agotaba en el nihilismo terapéutico a fuerza de preconizar tratamientos inútiles (chaleco de fuerza, baños, electricidad, etcétera) y construir clasificaciones rígidas que excluían el sufrimiento del sujeto. Marcado a la vez por la enseñanza de Charcot y la de Bernheim, Freud abandonó muy pronto la hipnosis por la catarsis, como surge de los Estudios sobre la histeria. Las razones de ese abandono y ese desinterés han sido objeto de múltiples comentarios contradictorios. Sin embargo, son muy simples. Si a Freud no le gustaba la hipnosis, y consideraba el hipnotismo como una técnica bárbara que sólo podía aplicarse a una cantidad restringida de enfermos, ello se debía a que el psicoanálisis, como técnica de verbalización de los síntomas mediante la palabra, permitía finalmente que el enfermo hablara con libertad y plena conciencia, sin necesidad de entregarse a un sueño artificial. Un siglo después de Puységur, y en la más pura tradición de las Luces, Freud reactualizaba de tal modo la gran idea de la libertad del hombre y su derecho a la palabra, demoliendo simultáneamente las tesis de Charcot y las de Bernheim. El primero sólo utilizaba la hipnosis con fines de demostración, y el segundo sólo curaba al precio de encerrar al enfermo en la sugestión. Apartándose de estas dos escuelas, Freud fue el único científico de su época con una propuesta terapeútica que, liberando al enfermo de los últimos restos de un magnetismo convertido en hipnotismo y sugestión, proponía una filosofía de la libertad basada en el reconocimiento del inconsciente y de su camino real: el sueño. Con el florecimiento M freudismo se perfiló la decadencia del hipnotismo. Pero su práctica no desapareció. Se volvió a recurrir a él entre 1914 y 1918, en el momento de la primera conflagración mundial, para atender los síntomas histéricos de los soldados afectados de neurosis de guerra. Además, en cada una de las crisis del movjmiento psicoanalítico se planteó de nuevo la cuestión de la hipnosis y de su posible retorno. Obsesionados por sus orígenes, diversos psicoterapeutas formados en el freudismo tendieron a lo largo de todo el siglo XX a volver al hipnotismo, o para demostrar la existencia de un resto de sugestión en el interior de la relación transferencial, fuera para denunciar los atolladeros terapéuticos de la cura freudiana clásica, fuera finalmente para afirmar, con un enfoque revisionista, que Freud no había inventado nada nuevo, y que se había dejado engañar por simuladoras en estado hipnótico. Sea como fuere, se continuó practicando la hipnosis, sobre todo en Rusia, después de la extinción del movimiento psicoanalítico. Proliferó en la tierra fértil de la teoría pavloviana. En los Estados Unidos experimentó una renovación a partir de 1960 con los trabajos del psiquiatra Milton Erickson (1901-1980), quien la volvió a ubicar en el lugar de honor, con un enfoque de eficacia y empatía, tanto para curar pacientes afectados de trastornos de la personalidad como en el marco de las terapias familiares breves. En Francia, la técnica M «ensueño dirigido» de Jacques Desoille fue un derivado del hipnotismo y la sugestión, lo mismo que el entrenamiento autógeno de Johannes Schultz en Alemania.