Diccionario de Psicología, letra I, Iglesia

Diccionario de Psicología, letra I, Iglesia

La historia de las relaciones entre el psicoanálisis y la Iglesia Católica Romana es inseparable en sus inicios de la historia de la implantación del freudismo en Italia. Comenzó en 1921, con la campaña antipansexualista del padre Agostino Gemelli (1878-1959), gran organizador de una medicina mental adaptada a los principios religiosos, y continuó en el período de entreguerras con la cruzada antifreudiana y judeofóbica del padre Wilhelm Schmidt (1868-1954), mascarón de proa de la escuela antropológica vienesa. Después de 1945, involucró a tres papas (Pío XII, Pablo VI y Juan XXIII) y a dos países: Francia, por una parte (donde sacerdotes y numerosos intelectuales católicos crearon un vasto movimiento psicoterapéutico de ayuda a los religiosos), y por la otra México (donde un sacerdote de origen belga intentó una experiencia de análisis colectivo con monjes). Al principio, esta historia tuvo por telón de fondo el ascenso del fascismo, después la guerra fría y el desarrollo del jdanovismo en Rusia, y finalmente la expansión del lacanismo. El tema de la religión es omnipresente en la obra de Sigmund Freud, sea que se trate del origen de las sociedades, como en Tótem y tabú, o de la historia del monoteísmo, en su última obra, Moisés – v la religión monoteísta. Pero Freud era ateo y materialista. A sus ojos la religión, como práctica, era una neurosis, y él la emparentaba con la ilusión. En 1907, en su artículo «Acciones obsesivas y prácticas religiosas», compara por otra parte la neurosis obsesiva con una religión frustrada, es decir, con lo que él llama la vertiente «patológica» de la religión, y considera a esta última en general como una «neurosis obsesiva universaV. También a su juicio, la histeria era una obra de arte de formada, y la paranoia una teoría o una filosofía fracasada. Además, Freud, lo mismo que Jean Martin Charcot, se interesó apasionadamente por las posesiones demoníacas. En 1897 le encargó a su editor el Malleus Maleficarum, terrible manual publicado en latín en 1487 por Jacob Sprenger y Heinrich Krammer, utilizado posteriormente por la Inquisición , con la aprobación del papa Inocencio VIII, para mandar a la hoguera a las supuestas brujas. Más tarde, en 1909, en el curso de una discusión con Hugo Heller, en una reunión de la Sociedad Psicológica de los Miércoles, expuso sus ideas sobre la cuestión, haciendo del diablo una personificación de las pulsiones sexuales reprimidas. Finalmente, en 1923 publicó un artículo, «Una neurosis demoníaca en el siglo XVIV, en el cual estudió la historia de Christopher Haitzmann, pintor bávaro exorcizado después de haber sido seducido por el diablo y padecer convulsiones. En este asunto, Freud opuso los beneficios del psicoanálisis, capaz a su juicio de curar las neurosis, a las prácticas religiosas y ocultas de los tiempos antiguos, poco compatibles con la Aufklärung. Si Freud consideraba la religión de este modo, mientras al mismo tiempo se interesaba por las religiones y por los grandes casos de posesión demoníaca, la Iglesia tuvo de entrada una actitud hostil respecto de su doctrina, no sólo en razón de esa asimilación de la religión a una neurosis, y de la condena del exorcismo, sino sobre todo porque el psicoanálisis se basaba en una concepción de la sexualidad y de la familia inaceptable para el pensamiento eclesial. Rechazó entonces el psicoanálisis, caracterizándolo como un pansexualismo. Sin embargo, en el curso del siglo XIX la Iglesia había ido adoptando progresivamente los principios de la psiquiatría dinámica y de la revolución pineliana, dejando de considerar la locura como una posesión. Además, la encíclica Rerum novarum, promulgada en 1891 por el papa León XIII, valorizaba las investigaciones científicas en detrimento del oscurantismo. Alentó incluso a los cristianos a elaborar una racionalidad capaz de hacer frente al advenimiento en Europa de los Estados laicos modernos, cuya legitimidad tendría que reconocer finalmente. En este contexto de una oposición muy firme al freudismo, pero con aceptación de los principios de la psiquiatría dinámica, el padre Agostino Gemelli fundó en 1921 la Escuela de Psicología Experimental en el seno de la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Milán. Médico y monje franciscano, había sido discípulo de Emil Kraepelin, y quería integrar los trabajos de la psicología en la neoescolástica. Tratando de insuflar en el catolicismo una teoría realista de la conciencia, se basaba en Janet y en un vago dualismo que acordaba tanto lugar al cuerpo como al espíritu. La lucha contra el freudismo dio un giro claramente más político con intervención del padre Wilhelm Schmidt, quien entre 1927 y 1939 se desempeno como director del Museo Pontificio de Etnología de Letrán, en Roma. Encarnizándose con Tótem , y tabú y El porvenir de una ilusión, denunció al freudismo como una teoría nefasta, responsable de la destrucción de la familia cristiana, no menos que el comunismo. En adelante no cesó de atacar a las dos doctrinas, acusadas de haber pactado una «alianza cordial». En vista de tales ataques, Freud vaciló en publicar la tercera parte de su libro sobre Moisés, redactada en Viena antes del Anschluss: en efecto, temía que reavirara la hostilidad de la Iglesia Católica austríaca, en cuyo seno el padre Sclimidt tenía una gran influencia. Después de la Segunda Guerra Mundial, la experiencia de los «curas obreros» realizada en Francia por jesuitas abiertos al marxismo expresó, más en general, una aspiración a la reevaluación por la Iglesia de sus posiciones respecto de la modernidad, y en particular del psicoanálisis. Ahora bien, en esa época, a los ojos de la Santa Sede el freudismo era una doctrina tan peligrosa como el marxismo. Pero aunque condenó y prohibió las experiencias de los curas obreros, Pío XII se mostró muy prudente con respecto a las teorías freudianas. Es cierto que entre 1952 y 1956 continuó fustigando el pansexualismo freudiano, como Gemelli y Schinidt, y reafirmando la doctrina tradicional de la Iglesia de que la sexualidad se basa en «el pecado», pero nunca emitió una prohibición oficial: ni del freudismo como tal, ni de las experiencias de psicoterapia puestas en práctica por sacerdotes deseosos de tratar los problemas suscitados por el celibato y la castidad. Ahora bien: en Francia muchos cristianos se sublevaron contra Roma. Son ejemplos Maryse Choisy (1903-1979), periodista amiga de René Laforgue y ex analizante de Charles Odier, fundadora en 1946 de la revista Psyché; el padre Bruno de María Jesús, responsable de la revista Les Études carmélitaines; Albert Plé, sacerdote dominicano que creó en 1947 el Supplément á La Vie spirituelle, donde publicó artículos sobre el freudismo; Louis Beirnaert, sacerdote jesuita que se convertiría en psicoanalista y lacaniano, e incluso el abate Marc Oraison (1914-1979), que publicó en 1952 una tesis teológica dedicada a la vida cristiana y los problemas de la sexualidad. Sin haberse analizado él mismo, Oraison practicaba terapias para ayudar a los sacerdotes en dificultades, o a los creyentes expuestos a la rigidez del dogma. En su obra titulada Vie chrétienne et probléme de la sexualité, se basó sobre todo en las tesis de Angelo Hesnard para abordar de frente el triple interrogante de la castidad, el discernimiento de las vocaciones y la sexualidad «sin pecado». A través de varios estudios de casos que revelaban una fascinación evidente por la homosexualidad, Oraison relativizaba el concepto de pecado, considerando la sexualidad como una función de la existencia humana. A partir de allí, distinguía la verdadera vocación de la vocación falsa. Según él, la primera se basaba en la gracia divina y le permitía al sacerdote escoger libremente su destino de castidad, mientras que la segunda provenía de un miedo a la sexualidad que llevaba al postulante al camino de un renunciamiento neurótico. En otras palabras, Oraison trataba de introducir el peritaje psicológico en el seno de la Iglesia , a fin de eliminar del sacerdocio a los eventuales «enfermos sexuales» (neuróticos, perversos o psicóticos) que no hubieran elegido la religión por vocación, sino obedeciendo a una elección pulsional. Esta postura llevaba a una mayor laicización de la vida religiosa, y a una mejor definición de la fe en un mundo cristiano atravesado por la crisis de las vocaciones. Así como la Iglesia había terminado por aceptar una concepción no demoníaca de la locura, a juicio de Oraison también debía aplicar los principios del psicoanálisis a la experiencia sacerdotal, para captar mejor su norma y su patología, y reservar a la espiritualidad todo el lugar que le corresponde. Pero, ¿cómo definir la esencia de la verdadera fe a la luz del psicoanálisis, y distinguirla del contenido neurótico o perverso de la vocación falsa, siendo que el freudismo consideraba como neuróticea toda actitud religiosa? Apoyado por el papa Pío XII, el Santo Oficio respondió a este interrogante ordenando la inclusión en el índex de la obra del sacerdote francés, en el momento mismo en que éste, con Beirnaert y Plé, participaba en Roma en un congreso organizado por Maryse Choisy. Oraison fue obligado a «corregir sus errores- en vista de la segunda edición de su libro y, en 1955, realizó su autocrítica pública. La condena de Oraison no puso fin al conflicto. Numerosos sacerdotes franceses comenzaron a hacerse analizar, seguidos por otros de Bélgica, y más tarde de América latina, tierra de elección de una teología de la liberación de la que surgirían un nuevo examen del marxismo y nuevas formas de espiritualidad cristiana. Durante veinte años, entre 1955 y 1975, algunos sacerdotes colgaron los hábitos para convertirse en psicoanalistas, otros ejercieron el psicoanálisis sin abandonar la Iglesia , y otros, finalmente, después de una cura, comenzaron a convivir con mujeres o a practicar clandestinamente una homosexualidad hasta ese momento reprimida. En 1957, un año antes del inicio del pontificado de Juan XXIII, la Sagrada Congregación de los religiosos tomó en cuenta esta situación al promulgar su nueva Constitución, Sedes Sapietiae, sobre la formación apostólica. El artículo 33 de ese texto, dedicado a la admisión de los candidatos al noviciado, hacía obligatorio el peritaje psiquiátrico, a fin de descartar del sacerdocio a los postulantes afectados de taras y enfermedades mentales. Esta medida normativa permitió la creación de organismos destinados al discernimiento de las vocaciones. Con esa disposición se oficializaba una práctica hasta entonces clandestina. En 1959, con el impulso de Plé y Beirnaert, se creó la Asociación Médico- Psicológica de Ayuda a los Religiosos (AMAR), destinada al clero regular. Ella desempeñó un papel importante, no sólo en la orientación de los candidatos al sacerdocio hacia las órdenes que convinieran a sus personalidades, sino también difundiendo el saber freudiano entre religiosos provenientes de todo el mundo. En 1966 vio la luz otra asociación, en este caso destinada al clero secular. Hay que decir que entre octubre de 1962, fecha de inauguración del Concilio Vaticano 11, y junio de 1963, fecha del inicio del pontificado de Pablo VI, la experiencia del monasterio benedictino de la Resurrección , cerca de Cuernavaca, que se hizo rápidamente célebre, demostró que el psicoanálisis aportaba una respuesta, si no a la cuestión de la religión, por lo menos a la del celibato y de la castidad de los sacerdotes. En ese monasterio mexicano, el padre Grégoire Lemercier llevó a sesenta monjes a una terapia de grupo con dos psicoanalistas (un hombre y una mujer) de la International Psychoanalytical Association (IPA). Al cabo de dos años, el propio Lemercier y cuarenta monjes colgaron los hábitos, fuera para casarse, fuera para tener relaciones sexuales. Después de condenar la experiencia de Cuernavaca y cerrar el monasterio, en 1973 Pablo VI adoptó respecto del freudismo una posición de neutralidad hostil que sería en adelante el credo de una Iglesia respetuosa de la laicización del saber: «Nosotros estimamos a ese sector ahora célebre de los estudios antropológicos -dijo-, aunque no siempre lo encontramos coherente en sí mismo, ni siempre confirmado por experiencias satisfactorias y saludables, ni en acuerdo con la ciencia de los corazones en la que nosotros nos hemos abrevado en la escuela de la espiritualidad católica». Oskar Pfister, pastor protestante convertido en psicoanalista, había aceptado en 1909 la tesis de la primacía de la sexualidad, y postulado que la verdadera fe podía convertirse en una protección contra la neurosis. Respecto a ello, Freud había escrito: «El psicoanálisis no es más religioso que irreligioso. Es un instrumento sin partido que pueden utilizar los religiosos y los laicos al servicio de la liberación de los seres que sufren. Me sorprende mucho que yo mismo no haya pensado en la ayuda extraordinaria que el método psicoanalítico es capaz de aportar a la curación de las almas: pero esto se debe sin duda a que, siendo un villano herético, todo este ámbito de ideas me es extraño.» Este ámbito no le era extraño a Jacques Lacan, que fue tan ateo como Freud, ni a Françoise Dolto, que era una cristiana practicante. Uno y otra tuvieron una importancia considerable en las relaciones que se establecieron en Francia entre el Oatolicismo y el psicoanálisis, primero en el interior de la Société française de psychanalyse (SFP), surgida de la primera escisión del movimiento freudiano, y después en la École freudienne de Paris (EFP). Fundada por Daniel Lagache, la SFP atrajo a los universitarios y los no-médicos, entre ellos sacerdotes que encontraban en la doctrina lacaniana nociones filosóficas, incluso teológicas, ausentes en Freud. Iniciado por Alexandre Kojève (1902-1968) y Alexandre Koyré (1892-1964) en la historia de las religiones, fascinado como Georges Bataille ( 1897-1962) por la mística femenina, apasionado por el arte barroco y la grandeza del catolicismo romano, Lacan, en agosto de 1953, en el momento de la redacción de su famosa conferencia sobre la función de la palabra y el lenguaje, tenía plena conciencia de la expansión de las ideas freudianas fuera del ambiente médico. Dirigió entonces la mirada hacia las dos instituciones rivales que se abrían al psicoanálisis en la década de 1950: la Iglesia Católica y el Partido Comunista Francés. No vaciló en solicitarle a su hermano Marc-François Lacan (1908-1994), monje benedictino, que le concertara una audiencia con el Papa. Y si bien el encuentro nunca tuvo lugar, la EFP contó en sus filas con varios jesuitas que la marcaron con su sello: entre ellos, el gran historiador de la mística, Michel de Certeau (1926-1986).