Diccionario de Psicología, letra I, Inhibición

Diccionario de Psicología, letra I, Inhibición

Originalmente reservado por el uso francés al vocabulario jurídico, donde designa (generalmente en plural) la oposición a una defensa, el término «inhibición» fue incorporado a la neurología como transcripción del inglés, siguiendo la iniciativa de Brown-Sequart. Apunta al tipo de proceso cuyo estudio fue iniciado en 1845 por el descubrimiento, debido a los hermanos Weber, de la lentificación del corazón bajo la influencia de una excitación periférica del nervio vago, proceso que, según Claude Bernard, se explica por fenómenos de interferencia. Más tarde, y por extensión progresiva, la inhibición designará un rasgo común a afecciones neuróticas muy diversas: la suspensión de un proceso en estado naciente. El psicoanálisis, aunque heredero del concepto, está sin embargo lejos de haberle asignado, en relación con sus propias necesidades, una definición rigurosa. Menos aún lo ha aprovechado en la delimitación de ciertos dominios originales de investigación, concernientes al sueño, el desarrollo, la melancolía, la creación, la ambivalencia, la transferencia y, de manera general, a toda traba interpuesta al despliegue de un proceso en estado naciente. Así, entre una y otra concepción, continúa una elaboración en la cual puede bosquejarse, de una manera muy aproximativa, una demarcación doble. Inicialmente, el modo como el sueño representa la contradicción, como traba a un desplazamiento físico. El sueño, escribió Freud en el capítulo de La interpretación de los sueños basado en el material y las fuentes del sueño, se sirve de la sensación de estar paralizado para indicar el conflicto de voluntades. Esto ocurre en los sueños de exhibición. En este caso, «según nuestro proyecto inconsciente, la exhibición debe continuar, y según las exigencias de la censura, tiene que ser interrumpida. Más en general, la sensación de no llegar a hacer algo sirve en el sueño para expresar la contradicción (Widerspruch), el no». Segunda demarcación, terminal en la carrera de Freud. En efecto, en 1938, en una nota póstuma, Freud escribirá: «En reemplazo de la envidia del pene, identificación con el clítoris, la mejor expresión de la minusvalía fuente de todas las inhibiciones (Henunungen). Con ella en los dos casos, renegación (Verleugnung) del descubrimiento de que las otras mujeres tampoco tienen pene» (12 de julio de 1938). Y además, el 3 de agosto de 1938, «el fundamento último de todas las inhibiciones intelectuales y de las inhibiciones en el trabajo parece ser la inhibición del onanismo infantil. Pero quizás esto va más lejos: no se trataría de su inhibición por influencias exteriores, sino de su naturaleza insatisfactoria en sí. Siempre falta algo para que la descarga y la satisfacción sean completas… «esperando siempre algo que jamás llegaba»» (cita de Germinal de Zola). Si bien estos puntos de referencia no bastan para sostener una construcción sistemática del concepto de inhibición, no dejan de designar la característica principal de las experiencias que parecen venir al caso. Además, de la primera tópica a la segunda, los empleos sucesivos del término nos remiten a los contextos diversificados de una condena al fracaso de la capacidad de producción (Leistungsfdhigkeit) del sujeto debida a la carencia de su relación con el Otro. Desde el punto de vista clínico, un caso privilegiado es la melancolía. Pero la noción tiende igualmente a constituirse como complemento de construcciones puramente teóricas. En las cartas 46, 52 y 75 a Fliess, la referencia a la inhibición aparece en efecto asociada a la teoría de la represión, en la perspectiva de la estratificación de las capas de «inscripciones» en correspondencia con el desarrollo de las fuentes erógenas. Así, la carta número 46 encara el caso del exceso de excitación sexual en una de las capas como la condición de una inhibición en un estadio ulterior, por imposibilidad de transposición de la huella. De ahí la extensión del concepto a todas las formas de inhibición del desarrollo (Entwicklungshenunung) en los Tres ensayos de teoría sexual. Un viraje decisivo se produce cuando en el análisis del Hombre de las ratas, es reconocida la posición central, en la génesis de la inhibición, del conflicto del amor y el odio, y el rol que en su determinación adquiere el concepto de pulsión. En efecto, si se encara la inhibición en relación con una distribución de la energía psíquica, la distribución de las cargas entre el dominio narcisista, y el objeto aparecerá como característica de los fenómenos de amor y odio, y el concepto de pulsión tendrá un valor operatorio privilegiado para designar la fuente energética a cuyo desplazamiento consagra el trabajo. En esta perspectiva se podrán sistematizar sobre todo los procesos de inhibición de la histeria de angustia (suspensión de la puesta en marcha agresiva de la pulsión), de la neurosis obsesiva (suspensión del proceso agresivo por amor), de la melancolía (vuelta de la agresividad contra sí mismo). Pero lo mejor de las adquisiciones psicoanalíticas sobre la teoría de la inhibición será extraído por Freud de una fuente mucho más profunda: la construcción y la interpretación de las vicisitudes de la creación de Leonardo da Vinci. Sin duda el desarrollo de la segunda tópica tuvo que ver con ello. El interés de sacar partido de la segunda tópica en este caso se aclara bastante curiosamente con un episodio biográfico cuyo desconocimiento ha desvirtuado la comprensión de esta contribución fundamental de Freud. En efecto, lo que está en juego es la determinación de la inhibición por el superyó. Para ello se considerarán dos cuestiones. Por una parte, la génesis del deseo invocado por Freud en tanto que materia sujeta a inhibición, y por la otra, el texto mismo en el cual ese deseo se inserta. Desde este punto de vista, el conjunto de la investigación de Freud se encontró expuesto a la crítica inaugurada por Meyer Shapiro -y dócilmente retomada desde entonces-, en relación con el fantasma del buitre, considerado por Freud como esencial para la interpretación. Freud, en efecto, habría sido culpable de un error de traducción, al verter el italiano nibbio (que significa «milano») por el alemán Geier, que designa al buitre. Y este error comprometería al conjunto de la interpretación de Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci. Pero se tendría que haber interpretado ese «error», acto fallido en verdad singularmente esclarecedor. Pues milano se dice en alemán Weihe, y esta palabra no es sólo el nombre del pájaro del que se trata, sino que también significa «consagración», y este segundo sentido nos remite al pasaje de Dichtung und Wahrheit [Poesía y verdad] en el que Goethe narra el episodio relativo a Frédérique Brion. «Después que una niña apasionada hubo maldecido y santificado mis labios (pues toda consagración hace ambas cosas), yo me abstuve, bastante supersticiosamente, de besar a una niña, por miedo a ejercer sobre ella alguna influencia fatal. Superé por lo tanto la voluptuosidad por la que el joven se siente acuciado a arrebatar a una niña encantadora este favor, que dice tanto de ella, o tan poco. Pero, en el seno mismo de la sociedad más decente, he aquí que me esperaba una experiencia penosa. Precisamente esos pequeños juegos, más o menos espirituales, que reúnen y unen un círculo joven y alegre, se basan en gran parte en las prendas, para cuyo rescate los besos tienen un valor que no es insignificante. Yo, de una vez por todas, me metí en la cabeza la decisión de no dar besos, y como una privación o un obstáculo excitan en nosotros una actividad a la cual no nos habríamos inclinado sin ello, puse todo lo que tenía de buen humor y habilidad en salir adelante, ganando más de lo que perdía a los ojos de la sociedad y para ella. Si, para rescatar una prenda, se pedían versos, por lo general se dirigían a mí. Yo siempre estaba dispuesto y, en esos casos, me las arreglaba para componer algún fragmento en alabanza de la dueña de casa o de una mujer que había sido particularmente amable conmigo. Si se me imponía un beso sin dejarme escapatoria, yo trataba de salvarme con un subterfugio, con lo cual también se contentaban, y como yo había tenido tiempo de reflexionar de antemano, encontraba en mi bolso algunas gentilezas: no obstante, las improvisadas siempre tenían más éxito que las otras.» Ahora bien, el término utilizado por Goethe para referirse a esa consagración ambivalente que en adelante marca al beso, ese término es precisamente Weihe. Y resulta fácil comprender el acto fallido de Freud: al leer el italiano nibbio, le habría efectivamente dado por equivalente el Weihe con el que lo había familiarizado su interés por el pasaje citado de Goethe; sustituye entonces el Weihe (milano) por el alemán Geier (buitre), exponiendo uno de sus descubrimientos más profundos a la incomprensión de algunos de sus comentadores influidos por Meyer Shapiro. No obstante, el Leonardo de Freud habría podido favorecer el aporte del análisis de la inhibición a una teoría psicoanalítica de la creación, del que Freud, por su parte, decidió abstenerse. La cuestión en este caso consistiría en seguir las vicisitudes de la categoría de la falta a través de las acepciones diversas que le confiere el desarrollo de la alteridad. El mejor testimonio al respecto fue el de la definición del artista propuesta en 1914 en el artículo «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico». Al derivar la creación artística de la comunidad que instituye entre los hombres la figuración de su respectiva carencia, es decir, de su dependencia singular con respecto al principio de realidad, Freud abre camino al análisis de las condiciones en las cuales el arte se revela capaz de remontar la inhibición, concebida como la sanción del narcisismo de la nostalgia. Así se comprende que el estudio de 1924, Inhibición, síntoma y angustia, haya podido considerar la inhibición como síntoma, en tanto que ella cuenta con el yo para enmascararle al sujeto la angustia de su desamparo. El seminario de Lacan sobre la angustia, así como la representación borromea de la inhibición en el seminario R.S.L, confirmarán la fecundidad operatoria de estas anticipaciones freudianas.

Inhibición s. f. (fr. inhibition; ingl. inhibition; al. Hemmung). Limitación funcional del yo, que puede tener orígenes muy diversos. El psicoanálisis no trata solamente síntomas «positivos», en el sentido de procesos patológicos que vienen a injertarse en un funcionamiento normal (por ejemplo, obsesiones). También ha puesto en evidencia perturbaciones funcionales que se definen, de manera negativa, por el hecho de que una actividad no puede tener lugar. Estas perturbaciones funcionales, expresión de una limitación del yo, constituyen lo que se llama «inhibiciones». El término inhibición se toma a veces en un sentido muy amplio: así, S. Freud recuerda que se puede dar el nombre de inhibición a la limitación normal de una función. Por otra parte, el síntoma mismo puede tener valor de inhibición, como en el caso de la parálisis motriz, que en ciertos casos de histeria impide la locomoción. Pero sin duda es preferible reservar el uso de este término a los fenómenos que implican una verdadera renuncia a una función, renuncia que tiene por sede al yo y de la que es un buen ejemplo la inhibición en el trabajo. En esta perspectiva se puede intentar una descripción más precisa: la función que un órgano cumple al servicio del yo se ve inhibida cuando su significación sexual se incrementa. «Cuando la escritura, que consiste en hacer correr el líquido de un tubo sobre una hoja de papel en blanco, ha tomado la significación simbólica del coito, o cuando la marcha se ha convertido en sustituto del pataleo en el cuerpo de la madre tierra, ambas, escritura y marcha, son abandonadas porque es como si se ejecutara el acto sexual prohibido» (Freud, Inhibición, síntoma y angustia, 1926). Aquí, dice Freud, el yo renuncia a ciertas funciones para no tener que emprender una nueva represión, para no entrar en conflicto con el ello. Otras inhibiciones están al servicio del autocastigo, como en el caso en que el yo renuncia a un éxito profesional, éxito que un superyó feroz puede prohibirle. No es raro que, antes que enfrentar ciertas situaciones ansiógenas (salir de casa en la agorafobia, etc.), el sujeto se las arregle para evitar lo que podría confrontarlo con su angustia. Cuando las evitaciones se multiplican de manera demasiado evidente, cuando las inhibiciones tienden a limitar demasiado masivamente la actividad, la cura psicoanalítica aparece a menudo como un recurso indispensable.