Diccionario de Psicología, letra I, Interpretación de los sueños

Diccionario de Psicología, letra I, Interpretación de los sueños

Obra de Sigmund Freud publicada en noviembre de 1899 con el título de Die Traumdeutung, pero fechada en 1900 por el editor. Traducida por primera vez al francés en 1926 por Ignace Meyerson (1888-1983) con el título de La Science des réves. Traducción revisada y aumentada en 1967 por Denise Berger, y reeditada con el título de l’Interprétation des réves. Traducida al inglés por primera vez en 1913 por Abraham Arden Brill con el titulo de The Interpretation of Dreams, y en 1953 por James Strachey, sin cambio de título.

Expresando su admiración por este “libro extraordinario», Henri E Ellenberger lamentaba que nosotros no pudiéramos representarnos la impresión» que produjo en el momento de su aparición. En su búsqueda de la génesis de Die Traumdeutung, recorriendo el laberinto de los sueños, los hallazgos y los atolladeros de los que dan testimonio las cartas a Wilhelm Fliess, Didier Anzieu señaló que el título alemán lleva a pensar en la interpretación popular de los sueños, en las adivinas que dicen la buena ventura, y en la astrología (Stertideutung), mucho más que en un tratado científico.

La interpretación de los sueños, y no del sueño en general, como lo precisó Freud en 1935, en una nota agregada a su autobiografía (Presentación autobiográfica), es un libro-bisagra, que opera a la manera de un barquero. Abandonando como a pesar suyo las orillas pobladas de sabios locos y artistas visionarios del romanticismo alemán, Freud se dirige hacia las costas todavía emergentes del modernismo científico, el de la sexualidad revelada y la palabra sin frenos.

El interés de Freud por sus propios sueños era ya antiguo en el momento en que se lanzó a esa aventura. Lo documentan las cartas a la novia, Martha Bernays (Freud), en especial la del 19 de julio de 1883, en la cual habla de un “cuaderno de notas personales sobre los sueños» compuesto a partir de su experiencia. Este interés se desarrolló escuchando a sus pacientes. Liberados de las coacciones de la hipnosis y la sugestión, ellos hablaban y narraban sus sueños. En 1894 le anunció orgullosamente a Josef Breuer que sabía interpretar los sueños. En una carta del 4 de marzo de 1895 le confió a Wilhelm Fliess su tesis sobre el sueño como realización de un deseo, narrándole el sueño de Rudi Kaufmann, un joven médico sobrino de Breuer que detestaba levantarse temprano, y una mañana alucinó un cartel de hospital con su nombre. Entonces volvió a dormirse, convencido de estar ya en su trabajo.

A mediados de julio de 1895, mientras se encontraba con la familia en las alturas de Viena, Freud tuvo un sueño, el llamado de “la inyección a Irma», del cual da una interpretación parcial en el “Proyecto de psicología». Ése fue el ejemplo inaugural, uno de los más importantes de su libro.

El año 1896 estuvo signado para él por la muerte del padre, Jacob Freud. En el prefacio a la segunda edición de Die Traumdeutung, en 1908, Freud dice que ese trabajo fue un modo de reaccionar al episodio, «la parte más desgarradora de una vida de hombre». En los meses siguientes, ese tema de la muerte del padre y los recuerdos ligados a él aparecen como fuente de varios sueños, y sobre todo los que él llama 1os sueños de Roma». Entre estos recuerdos, el de la humillación como judío que, según se la había narrado, el padre sufrió sin reaccionar, estaba vinculado al cuarto de los sueños romanos, en el cual se manifestó su deseo de que un encuentro previsto con Fliess se realizara en Roma, y no en Praga. «Mi nostalgia de Roma -escribió Freud en una carta a Fliess del 3 de diciembre de 1897- tiene un carácter profundamente neurótico. Está vinculada con mi amor de colegial por Aníbal, el héroe semita; de hecho, este año, lo mismo que él, yo tampoco he podido ir a Roma desde el lago Trasimeno.» El relato de la humillación paterna había provocado en el joven Sigmund una relación admirativa con el personaje de Aníbal. Didier Anzieu subraya que esa identificación con Aníbal fue la primera de las identificaciones heroicas de Freud, «al mismo tiempo identificaciones masoquistas», de lo cual se dará cuenta algunos meses más tarde, en ocasión de su encuentro con el mito edípico. Fliess, continúa Anzieu, representa entonces una imagen paterna que frustra un deseo de Freud, deseo que se realiza en el sueño.

El progreso de su reflexión sobre la dinámica de las psiconeurosis y la etiología de la histeria se acompañó de sus primeras dudas sobre la teoría de la seducción. El sueño le parece entonces a Freud el único medio para avanzar hacia la solución que presiente. El 16 de mayo de 1897 le escribió a Fliess: «Todo hierve y fermenta en mí, y no hago más que esperar nuevas oleadas [ … ] me he sentido obligado a trabajar la cuestión de los sueños: allí me siento muy seguro de mí, tanto más cuanto que tú me alientas».

Progresivamente, la teoría del sueño como realización de un deseo inconsciente se amplió a la elaboración de los fantasmas y la aparición de los síntomas. El proyecto de un libro sobre los sueños incluía «una psicología total de las neurosis», según le escribió a Fliess el 7 de julio de 1897. En el otoño de ese año, de vuelta del viaje a Italia en cuyo transcurso no pudo llegar a Roma, Freud dirigió a su amigo berlinés su célebre declaración «Ya no creo en mi neurótica». No obstante, al final de esta misma carta deja asentada una constatación no menos esencial: «En este derrumbe general, sólo la psicología sigue intacta. El sueño conserva por cierto su valor, y cada vez valoro más mis inicios en la metapsicología. ¡Qué lástima, por ejemplo, que la interpretación de los sueños no baste para ganarse la vida!»

En las semanas siguientes Freud tomó nota de los que habían sido sus sentimientos amorosos respecto de la madre, y descubrió la universalidad del mito edípico como realización de deseos infantiles inconscientes, lo mismo que el sueño; de todo esto dejó un registro en el capítulo V de Die Traumdeutung.

A principios de 1898, Freud puso manos a la obra en una primera versión del libro. Se sumergió sin reservas en el trabajo, pero en julio tropezó con lo que aún llamaba la «psicología del sueño», el futuro capítulo VII. Su atención se vio entonces retenida por otros fenómenos, extrañamente comparables al sueño: los olvidos, los actos fallidos, los recuerdos encubridores, que constituyen la materia del libro siguiente, Psicopatología de la vida cotidiana. En el otoño, víctima de la duda, lo inundó un sentimiento de muerte, y el 23 de octubre le anunció a Fliess el abandono de su proyecto: «El libro sobre los sueños ha quedado irremediablemente a un lado. Me falta estímulo para preparar su publicación, verdaderamente sus lagunas en psicología y también las que subsisten en el ejemplo analizado a fondo obstaculizan mi conclusión. Aún no puedo superar estos obstáculos.- La esperanza renació a principios de 1899. El 3 de enero, siempre dirigiéndose a Fliess, escribió: «…ha aparecido una luz, algo distinto surgirá seguramente en los próximos días. [ … ] El esquema del sueño puede tener una utilización muy general y [ … ] la clave de la histeria se encuentra verdaderamente incluida en el sueño. Ahora comprendo también por qué, a pesar de todos mis esfuerzos, no he podido solucionar la cuestión del sueño. Si aguardo un poco más, llegaré a descubrir el proceso psíquico de los sueños, de manera que incluya el proceso de la formación del síntoma histérico. Por lo tanto, esperemos.-

A partir de mayo de 1899 se consagró totalmente a la escritura del libro, al precio de un trabajo agotador. El 11 de septiembre de ese año pudo finalmente escribirle a Fliess: «He terminado; es decir que envié el manuscrito. Te puedes imaginar en qué estado estoy: en el de una gran depresión, lo que es normal después de toda exaltación.» Terminado de imprimir aproximadamente el 20 de octubre, Die Traumdeutung fue puesto en venta el 4 de noviembre de 1899.

Freud inauguró en este libro un método al que siguió fiel en sus obras siguientes, la dedicada a la psicopatología y la que tituló El chiste y su relación con lo inconsciente. Se trataba de construir la teoría de su objeto a partir de la experiencia clínica y de observaciones recogidas en su entorno. En este caso, estudió a partir de ejemplos la formación del sueño, el trabajo del sueño, su interpretación, examinando el fundamento de la tesis de la realización de un deseo inconsciente; los ejemplos eran alternativamente puntos de partida, fuente de interrogantes y puntos de llegada e ilustración de la justeza de las hipótesis propuestas.

Las múltiples modificaciones a las que el libro fue sometido (Peter Gay observa que al cabo de varias ediciones el capítulo sexto adquirió por sí solo tanta extensión como los cinco primeros) a veces dificultan su lectura; por otra parte, las traducciones sólo reflejan imperfectamente los múltiples aspectos del trayecto de Freud, sea que se trate de ciertas sutilezas teóricas, de alusiones a las diversas culturas de las que Freud estaba impregnado, o de detalles que remiten a la vida vienesa de la época.

A pesar de estos obstáculos, Die Traumdeutung sigue siendo un libro excepcional, cuyo autor es a la vez el soñante, el intérprete, el teórico y el narrador. Para llevar a cabo su empresa, Freud utiliza doscientos veintitrés sueños: cuarenta y siete son suyos, ciento setenta y seis provienen de pacientes o allegados. Si bien es cierto que en el análisis de sus propios sueños Freud revela muchos más detalles concernientes a su vida íntima que, por ejemplo, en su autobiografía, sería sin duda abusivo ver en este libro (como lo han hecho algunos comentadores) «una forma ingenua y retorcida de autobiografía» (Peter Gay) o «una autobiografía disfrazada» (Henri F. Ellenberger). Octave Mannoni cambia con justicia el enfoque, explicando que ninguno de los sueños utilizados por Freud, tanto los suyos como los de otras personas, puede ser objeto de una interpretación exhaustiva, porque «todo sueño tiene un ombligo, a través del cual se comunica con lo desconocido». Además, señala Mannoni, cuando Freud analiza sus propios sueños respeta la misma discreción que les debe a los otros. «Así, el análisis del sueño de la inyección a Irma se detiene en el momento en que Freud nos ha dicho lo bastante al respecto como para que comprendamos que estaba en juego su propia esposa.»

No es un azar que Die Traumdeutung haya sido la primera de las veintitrés obras publicadas por el autor. Freud explica esta prioridad en las primeras paginas de su análisis del caso «Dora» (Ida Bauer), publicado en 1905. Era imposible -dice Freud- avanzar en la comprensión de las psiconeurosis sin haber efectuado previamente «un estudio laborioso y profundo sobre los sueños».

En La interpretación de los sueños se pueden discernir tres partes. El capítulo inaugural, reseña bibliográfica detallada de los trabajos sobre el sueño realizados antes de Freud, forma la primera parte. El método de interpretación de los sueños, la teoría de la formación del sueño, su función, el trabajo del sueño, compone la segunda parte, o sea cinco capítulos esenciales, modificados varias veces. Finalmente, la tercera parte está constituida por el célebre capítulo VII, dedicado a la teoría del funcionamiento del aparato psíquico, y en él Freud describe las instancias de su primera tópica: consciente, preconsciente e inconsciente.

Freud escribió el primer capítulo de su libro en razón de los consejos insistentes de Fliess. Por otra parte, durante ese verano de 1899 no dejó de hacerle saber a su amigo hasta qué punto lo irritaba esa tarea impuesta, ni le ocultó tampoco sus dudas en cuanto a la utilidad de esa compilación ingrata. Este ligero desacuerdo fue resuelto rápidamente. El 6 de agosto de 1899 Freud reconoció que el problema no era el lugar acordado a esa literatura sobre el sueño, sino ante todo el de esa literatura en sí, la cual, escribió, «nos disgusta». La inserción de esa reseña era un mal necesario, destinado a «no proporcionarles a los pontífices un hacha para hendir este desdichado libro». En realidad, este incidente y los intercambios agridulces a los que dio lugar formaban parte, junto con otros, contemporáneos, de la degradación ya iniciada de la relación entre los dos amigos.

Desde el principio del segundo Capítulo, Freud tiene el cuidado de subrayar la originalidad de su enfoque. Distingue en primer término las concepciones que ignoran hasta la idea misma de interpretación (porque no consideran el sueño como un acto mental, sino como un hecho somático) y las otras, derivadas del buen sentido popular y de las creencias tradicionales, a las cuales les reconoce una verdadera prioridad, porque ciñen «la verdad más estrechamente que nuestras doctrinas actuales». Para esas concepciones antiguas, el sueño tiene una significación oculta que hay que descubrir. Freud discierne en ello una preocupación de interpretación que, a través de los siglos, permitió el desarrollo de dos métodos.

El primero, la interpretación simbólica, trata al sueño como un todo al que intenta reemplazar por otro contenido, análogo pero más inteligible. Este método, observa Freud, conviene para los sueños artificiales, los inventados por los novelistas y los poetas. En tal sentido, cita en una nota la novela de Wilhelm Jensen (1837-1911) titulada Gradiva, a la cual dedicaría en 1907 un estudio particular, con el título de El delirio y los sueños en la » Gradiva » de W Jensen. La interpretación simbólica exige dones especiales, de los que ya había hablado Aristóteles, pero no tiene ninguna utilidad cuando se trata de sueños confusos. Un segundo método, denominado por Freud de desciframiento, aborda el sueño como un escrito codificado o «cifrado», del cual puede traducirse cada signo o elemento si uno tiene una clave fija, «la clave de los sueños”. Este método, a diferencia del anterior, no considera el sueño como un todo, sino como un conjunto de elementos que hay que tratar separadamente.

La dificultad propia de estos dos métodos, su fiabilidad precaria, la falta de garantía en cuanto a las «claves», sean cuales fueren, le restan crédito a la idea misma de interpretación.

Tomando nota de este atolladero, Freud anuncia que él «ha podido dar un paso adelante». Escuchar a los pacientes, que le narran sus sueños del mismo modo que sus síntomas mórbidos, lo ha llevado a pensar que el sueño, al igual que el fantasma y el síntoma, es un estado psíquico también capaz de constituirse en punto de partida de asociaciones libres.

Por razones de comodidad, relacionadas con la naturaleza de una exposición escrita, Freud escoge sus propios sueños como material de trabajo, aunque esto implica para él momentos de malestar difíciles de asumir. A fin de presentar su método de interpretación, se refiere sin rodeos a uno de sus sueños, el llamado de «la inyección a Irma»: el primero, recuerda, que ha sido objeto de un análisis detallado. En ese momento establece un protocolo que no cambiará a lo largo del libro.

Antes del sueño propiamente dicho, aparece el “relato preliminar», evocación más o menos detallada del contexto, reciente o antiguo, y de los lugares, acontecimientos, personas a las cuales el sueño hace referencia. El relato del sueño constituye el segundo tiempo del protocolo. El análisis del sueño, basado en las asociaciones atraídas por cada uno de sus elementos, es el tercer tiempo, puntuado por observaciones teóricas y metodológicas.

El análisis del sueño sobre Irma le permite a Freud afirmar que el sueño «…tiene un sentido [ … ] que no es en absoluto la expresión de una actividad fragmentaria del cerebro», y que constituye siempre la realización de un deseo del día precedente.

Pero, ¿solamente hay sueños de deseo? ¿Qué pensar de los sueños con contenido penoso, en los cuales no se advierte la menor huella de realización de un deseo, y que parecen contradecir la tesis sostenida?

Para responder a esta objeción, Freud enuncia una distinción esencial entre el contenido manifiesto del sueño, el relato del sueño por el soñante despierto, y el contenido latente, progresivamente revelado por el análisis de ese sueño, es decir, por el relacionamiento de las asociaciones suscitadas por cada uno de los elementos del contenido manifiesto. ¿Por qué entonces los sueños que en el análisis se revelan totalmente como sueños de deseo no lo expresan con más claridad? Porque el sueño es el lugar de una deformación. El contenido manifiesto es una deformación del contenido latente, lo que equivale a decir que el contenido latente está disimulado detrás del contenido manifiesto. Esta deformación es la marca de una defensa contra el deseo vehiculizado por el sueño. Freud compara la deformación del sueño con la cortesía, que muy a menudo consiste en disfrazar los pensamientos agresivos o negativos con fórmulas amables. De modo que en el sueño se realiza la censura inconsciente de una moción descante: «cuanto más severa es la censura -escribe Freud-, más completo será el disfraz».

Un sueño de contenido penoso puede ser entonces la realización de un deseo: el contenido penoso es el producto de un disfraz, la deformación de lo que el soñante anhelaba. Para ilustrar esta tesis, Freud analiza algunos sueños cuyo contenido manifiesto es explícitamente penoso. Es el caso del sueño llamado de “la bella carnicera», que ilustra el proceso de la identificación histérica, y que será comentado por Jacques Lacan en 1958. Estos diversos análisis confirman que la deformación del sueño es obra de la censura, y Freud puede entonces afinar su tesis sobre la esencia del sueño: «El sueño es la realización (disfrazada) de un deseo (refrenado, reprimido)».

¿Cuáles son las fuentes del sueño, y de dónde proviene su material? Estos interrogantes son abordados en el capítulo V, dividido en cuatro secciones, respectivamente consagradas a la antigüedad del material onírico, las fuentes de origen infantil, las fuentes somáticas y, finalmente, a lo que Freud denomina «sueños típicos».

La cuestión de la antigüedad del sueño es la más importante de las tratadas en ese capítulo. Freud afirma que nuestros sueños son siempre provocados «por un acontecimiento después del cual no hemos todavía dormido una noche». Más precisamente, las fuentes de nuestros sueños pueden inscribirse en un pasado más o menos lejano, pero para que el sueño se produzca es necesario que esas fuentes se vinculen a una impresión o a un acontecimiento del día. Como ilustración de esta tesis, Freud recurre en particular a su sueño llamado de «la monografía botánica—, que relata como sigue: «He escrito una monografía sobre cierta planta. El libro está ante mí, vuelvo precisamente una página donde hay insertada una lámina en colores. Cada ejemplar contiene un espécimen de la planta desecada, como un herbario.»

Este sueño será de nuevo utilizado en el mismo capítulo, a propósito del material infantil. Permite entonces establecer que un deseo refrenado de la víspera sólo puede dar lugar a un sueño si está asociado con un deseo refrenado de la infancia. Finalmente, Freud lo utiliza de nuevo en el capítulo VI, para ilustrar el mecanismo de la condensación.

«Nosotros somos los únicos -escribe Freud en el umbral de ese capítulo VI tantas veces revisado- que hemos tenido en cuenta algo distinto», sin contentarse con el relato manifiesto del sueño para interpretarlo. Si el sueño es un acto psíquico cargado de sentido, a fin de demostrarlo es necesario ir más allá de su contenido manifiesto, y llegar hasta su contenido latente. De allí el interrogante central, objeto de ese capítulo: ¿de qué naturaleza es la relación entre el contenido manifiesto y los pensamientos latentes?. Mediante qué procesos «estos últimos han producido el primero”, de qué está hecho ese «trabajo del sueño”?

El sueño es un jeroglífico; nuestros predecesores han cometido el error de querer interpretarlo como dibujo. Por ello les pareció absurdo y sin valor.»

Se podría decir del contenido manifiesto que es una traducción de los pensamientos latentes, un texto original escrito en otro idioma? Freud emplea el verbo traducir (Übertragen), pero Octave Mannoni señala que esa representación del trabajo del sueño es un tanto reductora. Propone la idea de reconstitución, ilustrada por una hermosa imagen: se trataría, explica el autor, de reconstituir el latín original (los pensamientos latentes) a partir de la versión, el contenido manifiesto, de un «mal alumno», y de recobrar, por ejemplo, el texto latente, summa diligentia (suma diligencia), a partir del texto manifiesto en francés «le sommet de la diligence» («el techo de la diligencia»). Este trabajo permitiría sacar a luz las leyes según las cuales los malos alumnos traducen el latín, del mismo modo que el análisis del sueño nos da a conocer el trabajo del inconsciente.

Estas leyes son cuatro, pero el acento está en las dos fundamentales: el trabajo de condensación y el de desplazamiento, dos procesos intrínsecos del funcionamiento del inconsciente que también se encuentran en otras formaciones.

La hipótesis del proceso de condensación le fue sugerida a Freud en 1898 por la constatación del laconismo y la pobreza del contenido manifiesto de ciertos sueños, en comparación con la riqueza de los pensamientos latentes de esos mismos sueños analizados. Examinando diversos ejemplos, Freud demuestra que la condensación se organiza en torno a ciertos términos del contenido manifiesto, especies de puntos de anudamiento que fusionan varios pensamientos latentes muy distintos entre sí. El mecanismo de la condensación, cuando actúa con palabras o nombres, puede desembocar en la formación de palabras o nombres nuevos, de resonancia a veces cómica.

Freud identifica un segundo mecanismo en la formación del sueño, y lo denomina desplazamiento. El desplazamiento resulta de la transferencia de las intensidades psíquicas de ciertos elementos a otros, de tal manera que algunos, ricos, pierden interés y pueden de tal modo sustraerse a la censura, mientras que otros se encontrarán sobrevalorados.

A continuación estudia un tercer mecanismo: los procedimientos oníricos de figuración. Demuestra que el sueño, camino real de acceso al inconsciente, no puede representar las relaciones lógicas entre los elementos que lo componen (alternativas, contradicciones o causalidades), pero sí modificarlas o maquillarlas, la interpretación tiene por tarea el restablecimiento de esas relaciones borradas por el trabajo del sueño. En esa misma sección, Freud vuelve sobre el tema de la importancia de la identificación en el sueño, medio por el cual dos personas pueden convertirse en una, o ser representadas por una sola cosa que les es común. Por otra parte, la identificación funciona en el sueño como una manera de disfrazarse para el propio soñante: «Es la persona misma del soñante -subraya Freud- la que aparece en cada uno de sus sueños, no he encontrado ninguna excepción a esta regla. El sueño es absolutamente egoísta.»

El cuarto proceso responsable de la formación del sueño es la elaboración secundaria. Freud constata que, en ciertos casos, el contenido no proviene únicamente de los pensamientos del sueño, sino que una función psíquica, a través de nuestros pensamientos conscientes, de nuestros fantasmas, puede proveer otros elementos. Esta instancia psíquica tiene habitualmente una función de censura, parece poder producir en tales casos añadiduras o crecimientos del sueño, fácilmente reconocibles por el hecho de que en general son tímidamente presentados con la expresión -como si. ..».

En 1914 Freud introdujo un agregado sustancial en su sexto capítulo. Retornando una sección del capítulo anterior dedicada a los sueños típicos, categoría en la cual agrupa sueños que supuestamente tienen la misma significación para todo el mundo, consagra un largo desarrollo, ilustrado con numerosos ejemplos que debe a Wilhelm Stekel, a lo que él denomina «la figuración mediante símbolos». De inmediato parece haber advertido el peligro de este enfoque, que podía desembocar en la constitución de una nueva «clave de los sueños» y abolir el alcance de la ruptura generada por su propio método de interpretación. Por otra parte, demuestra prudencia: si bien es cierto que, ante ciertos sueños, los sujetos no pueden asociar nada, o no encuentran más asociaciones que símbolos catalogados e impersonales, «No es posible, por razones de crítica científica, remitirse al capricho de quien interpreta, como lo hizo la Antigüedad y como proceden las extrañas explicaciones de Stekel. Por ello nos veremos llevados a combinar dos técnicas: nos basaremos en las asociaciones de ideas del soñante, y completaremos lo que falte con el conocimiento de los símbolos que tiene el intérprete.»

Pero, «ya formulados estos límites y estas reservas…», Freud se embarca en la enumeración comentada e ilustrada de un verdadero catálogo, sólo atemperado por una llamada de cautela, en el sentido de que, si bien ambas técnicas deben complementarse, Ia traducción a símbolos sólo interviene a título auxiliar. Esta sección de Die Traumdeutung ha sido muy pocas veces comentada por los analistas, salvo para quejarse de Freud. Sin duda, habría que ir más lejos para indagar el sentido de esta especie de deriva, identificable ya en la época del “Proyecto», pero también en otros momentos y con otras formas, sea que se trate de tentaciones interpretativas, de aplicaciones aproximadas, o incluso de “Fantasías filogenéticas».

El último capítulo de Die Traumdeutung constituye un libro por sí mismo, un tratado cuya fuerza y alcance recuerdan los de las obras de la refundición de la década de 1920: Más allá del principio de placer o El Yo y el ello. Allí plantea Freud su concepción del aparato psíquico, retornando numerosos elementos contenidos en los «manuscritos» enviados a Fliess en el transcurso de los años precedentes. Por primera vez desarrolla su concepción del inconsciente, la oposición entre proceso primario y proceso secundario, prefiguración de la oposición entre principio de realidad y principio de placer, y su idea de la represión.

Durante mucho tiempo se ha creído en general que Die Traumdeutung fue mal acogida. Acreditada por el propio Freud, esta presentación de las cosas fue retomada por Ernest Jones y por generaciones de analistas. En su prefacio a la segunda edición, en 1908, Freud recuerda el «silencio de muerte» que había recibido a su obra. En 1909, en el primer post scriptum añadido al capítulo primero, de nuevo habla de su amargura y se queja de que su trabajo no sea citado por otros autores, ni tomado en cuenta por los críticos. En cuanto a quienes sí lo habían reseñado, sus artículos estaban «tan llenos de incomprensión y malentendidos que no podría responder a los críticos más que rogándoles que releyeran el libro. Quizá debería decir simplemente que lo leyeran.» Todavía en 1925, Freud escribió en su autobiografía: «La interpretación de los sueños, aparecida en 1900, casi no fue mencionada en las revistas especializadas».

Basándose en trabajos de norteamericanos, Henri F. Ellenberger ha cuestionado radicalmente esta leyenda. El estudio atento de los hechos realizado por Norman Kiell invita a la moderación. Las cifras no confirman los dichos de Freud: según Kiell, hubo veintidós recensiones de la obra entre 1899 y 1902, y veinte entre 1903 y 1915. Indudablemente, algunos de estos artículos fueron negativos, incluso desagradables, lo que Ellenberger ignora o silencia. En realidad, parece que en el origen de estas apreciaciones antagónicas había un malentendido. Los ambientes apreciados por Freud, aquellos de los cuales esperaba entusiasmo, fueron incuestionablemente los que menos se preocuparon por saludar el acontecimiento. Pero otros círculos, filosóficos, literarios o artísticos, a los cuales Freud no atribuía una gran importancia, expresaron su aprobación. Este malentendido queda ilustrado del mejor modo por lo que sucedió entre Freud y el movimiento surrealista francés. Como lo atestigua sobre todo el relato de la visita que le hizo André Breton (1896-1966) en 1921, Freud no comprendió nunca el sentido de la «revolución surrealista» para la cual La interpretación de los sueños era un libro de culto, el emblema de la revolución freudiana».