Diccionario de Psicología, letra J, Japón

Diccionario de Psicología, letra J, Japón

«En quince años, entre 1853 y 1868 -escribe Maurice Pinguet-, Japón atravesó la crisis más severa de su historia, comparable por su intensidad y profundidad con la Revolución Francesa. » En ese período, la era Meiji, así llamada por el emperador que fue uno de sus iniciadores, se derrumbó el orden feudal después de dos siglos de gobierno de los shogunes de la dinastía Tokugawa. El orden feudal era simbolizado por el personaje del samurai. En él se encarnaban los ideales del Japón atávico y, entre sus múltiples prerrogativas, figuraba el seppukú: el derecho de darse muerte con un sable, mediante la eventración de izquierda a derecha, siguiendo un ritual inmutable. Ahora bien, con la instauración de los principios del Código Napoleónico, y de los valores del capitalismo occidental, esta práctica de la muerte voluntaria fue moralmente proscrita de la sociedad japonesa. Pero, sobre todo, en el momento mismo en que se implantaba en las nuevas universidades imperiales la nosografía psiquiátrica alemana proveniente de la enseñanza de Emil Kraepelin, fue progresivamente asimilada a una enfermedad del alma, o considerada la expresión melancólica de un nihilismo individual. Menos de un siglo después de la revolución pineliana, Japón entró en la era de la psiquiatría dinámica, al considerar que el heroísmo feudal (una de sus tradiciones) era una psicopatología. Como en otros lugares, el psicoanálisis se estableció en Japón a principios del siglo XX en el terreno del saber psiquiátrico. A diferencia de la India , segundo de los países del continente asiático que se interesaron por las ideas freudianas, Japón no había conocido la colonización ni el repliegue sobre sí mismo. Allí la psiquiatría (lo mismo que el pensamiento psicoanalítico) se desarrolló gracias a los viajes de estudio de algunos pioneros a los Estados Unidos, a Viena, a Londres, y a través de la asimilación de las tesis occidentales por la cultura japonesa. Kenji Otsuki, hombre de letras y traductor de literatura alemana, fue el primero que mencionó el nombre de Sigmund Freud, en un artículo de 1912 dedicado al olvido y la memoria. Dos años más tarde, Yoshihide Kubo (1883-1942), profesor de psicología en la Universidad de Hiroshima Bunri, publicó una serie de artículos sobre el sueño, antes de viajar a la Universidad Clark de Worcester, donde Stanley Grandville Hall, que había recibido a Freud en 1905, lo inició en las tesis freudianas. A su vuelta, en 1917, publicó el primer gran libro japonés de introducción al psicoanálisis. Allí habló de la sexualidad infantil, del chiste, de los actos fallidos, de los lapsus, del psicoanálisis aplicado, sin olvidar a quienes habían criticado a Freud: Pierre Janet, Alfred Adler. Para traducir la palabra «psicoanálisis», él propuso seishinbunseki: seishin contiene dos caracteres (o kanji) y significa alma, y b unseki, también con dos caracteres, quiere decir análisis. Como Kubo, el psiquiatra Kiyoyasu Marui (1886-1953) viajó a los Estados Unidos en 1916, y con Adolf Meyer pudo constatar el impacto del psicoanálisis sobre el saber psiquiátrico norteamericano de la época. En 1919 fue designado profesor de psiquiatría en la Universidad Tohuku de Senda¡, al noreste de Japón, donde desempeñó un papel principal en la implantación del freudismo. Mientras tanto, el psicólogo Yaekichi Yabe viajó a Gran Bretaña, donde realizó una pasantía bajo la dirección de Ernest Jones. En 1928, con Kenji Otsuki, creó en Tokio el primer instituto psicoanalítico japonés, que se afiliaría a la International Psychoanalytical Association (IPA) en 1932, en el Congreso de Wiesbaden. En mayo de 1930, Yabe visitó a Freud en Viena y comprobó el interés del maestro por los objetos chinos y asiáticos: dos kannón, tres budas, camellos, caballos, estatuillas, etcétera. Los dos hombres examinaron las analogías entre la idea de pulsión de muerte y la enseñanza del budismo. Yabe volvió más tarde a Gran Bretaña para analizarse con Edward Glover, mientras que en 1933 fue Marui quien viajó a Viena para realizar una cura de un mes con Paul Federn. Durante ese período de expansión, las resistencias al psicoanálisis fueron las mismas que en los otros países. Se basaban en el supuesto pansexualismo de Freud. Así como en Francia se consideró que la teoría de la sexualidad era demasiado «germánica» para adaptarse a la cultura llamada «latina», y en Suecia demasiado «latina» como para que la asimilaran los países nórdicos, en Japón se la juzgó demasiado «occidental», lo que impedía que la aceptara una sociedad de tradición budista. Mientras que en Tokio el psicoanálisis tomaba vuelo gracias primero a Yabe, y después a Otsuki, que lo sucedió en la jefatura de grupo, Marui organizó en Senda¡ un círculo de jóvenes psiquiatras, del cual surgió el que iba a ser el padre fundador del freudismo japonés: Heisaku Kosawa. En 1932, éste viajó a Viena, donde permaneció un año, el tiempo de su análisis con Freud y con Richard Sterba. De vuelta a Japón creó con Marui, en Sendai, en 1933, un grupo de estudio que muy pronto se afilió a la IPA. En especial, emprendió una vasta reflexión sobre las condiciones de la implantación del freudismo en Japón, postulando el complejo de Ajás, una especie de complejo de Edipo revisado y corregido a la luz del budismo. Se trataba de tomar en cuenta las diferencias de organización entre la familia occidental (donde el niño está destinado a convertirse en un sujeto emancipado de la madre a través de una identificación con el padre) y la familia japonesa (en la cual la pertenencia al clan prevalece sobre la identidad individual). De allí la dependencia culpable (o amae) del hombre japonés respecto de la madre (complejo de Ajás) y una simbiosis específica a través de la cual ese vínculo se convierte en una especie de «valor moral», como lo subrayaría más tarde Maurice Pinguet: «Nuestra escuela [occidental] de padres -dice Pinguet- culpabiliza la dependencia (captación, castración) y atribuye la culpa a la madre posesiva y al padre abusivo. La tendencia japonesa es establecer una intimidad estrecha y culpabilizar la independencia, atribuyendo la culpa al hijo infiel y frívolo [ … ]. En una palabra, el superyó japonés es la conciencia del vínculo, y el superyó occidental, la conciencia de la ley.» A partir de mediados de la década de 1930, en la historia del psicoanálisis en Japón prevaleció la figura de Kosawa, quien hizo escuela, formó discípulos y organizó el movimiento freudiano en el país. Después de 1935, en reacción contra la era Meiji y el ascenso del movimiento comunista internacional, en Japón se pensó en un retorno al antiguo orden. La instauración de un régimen militar de tendencias fascistizantes fue favorecida por la implantación de los regímenes dictatoriales europeos, y por la crisis económica que se apoderó del país a continuación del crash bursátil de Wall Street. Fue entonces cuando el nacionalismo patriotero preconizó el renacimiento de las virtudes guerreras del antiguo samurai. Aliado a Alemania, Japón entró en guerra en 1941, lo que generó un completo letargo de las actividades freudianas. Fue necesaria la aniquilación de ese sueño feudal, y que los principales responsables militares se dieran muerte (según el rito del antiguo seppukú, bajo los muros del palacio imperial, después del bombardeo de Hiroshima), para que Japón adoptara definitivamente los principios de la democracia, con un espíritu de apertura a Occidente semejante al de la era Meiji. El movimiento freudiano retomó entonces su vuelo. Después de que Otsuki sucediera a Yabe en la jefatura del instituto de Tokio, sus miembros se dispersaron, por no haber podido integrar a los psiquiatras. En 1953, al morir Marui, Kosawa asumió la dirección del grupo de Senda¡ y, con el acuerdo de Anna Freud y Ernest Jones, desplazó su centro a Tokio. Dos años más tarde formó la Nippon Seishin-Bunseki Kyokai (Sociedad Japonesa de Psicoanálisis, NSPK), que pasó a ser una sociedad componente de la IPA. A fines de la década de 1990 sólo reúne a una treintena de miembros. Paralelamente, siempre con Kosawa a la cabeza, se creó la Asociación Psicoanalítica Japonesa, no afiliada a la IPA, y abierta a todas las tendencias de la psiquiatría dinámica: desde el neofreudismo hasta la farmacología, pasando por las diversas terapias y el análisis existencia¡. Termino por reunir a mil quinientos miembros. Todo este período fue signado por una intensa actividad de traducción. Los japoneses pudieron entonces leer en su propio idioma las obras de los grandes autores de la saga freudiana: Wilfred Ruprecht Bion, Anna Freud, Heinz Hartmann, y sobre todo Melanie Klein y Donald Woods Winnicott (quienes tuvieron un éxito particular en razón del interés con que habían considerado la cuestión del vínculo arcaico con la madre). La obra de Carl Gustav Jung ganó también numerosos adeptos, gracias a la actividad pionera de H. Kawai. Éste, formado en Zurich, se convirtió en 1965 en el primer psicoterapeuta junguiano de lengua japonesa. Lo mismo que los freudianos, se interesó muy particularmente por esa célebre neurosis de dependenc¡a (amae), que él consideraba una especificidad de la sociedad japonesa llamada matriarcal. Esta cuestión del amae tomó por otra parte una extensión considerable en todos los discípulos formados por Kosawa, sobre todo en sus dos principales herederos: W Takeo y Keigo Okonogi. A partir de 1956, W Takeo retomó las tesis de su maestro sobre el complejo de Ajás, pero con una inflexión culturalista. Así como Kosawa se había inscrito en una perspectiva universalista, mostrando que el complejo de Ajás era una variante del complejo de Edipo propia de la organización específica de la familia japonesa, Takeo se interesó principalmente por la problemática de la diferencia cultural. En 1950, durante su primera estada en la Costa Oeste de los Estados Unidos experimentó un verdadero choque: si bien lo deslumbró la riqueza de América, de inmediato se sintió extraño a ese pensamiento que privilegiaba la ética individualista en detrimento del sentimiento de pertenencia. Después de haber pasado por la clínica de Karl Menninger en Topeka, Kansas, recibió una formación psicoanalítica en San Francisco, y posteriormente se orientó hacia la psiquiatría transcultural. Más tarde, Doi Takeo trató de explicar las razones del fracaso relativo de la implantación del freudismo en Japón. Según él, el freudismo, doctrina judeocristiana, era inasimilable para una sociedad de tradición budista y sintoísta, en la cual el deseo de emancipación subjetiva no tenía ningún lugar. Sin dejar de ser freudiano, él adoptó de tal modo, en ese debate clásico, la posición de la escuela culturalista angloamericana, desde Bronislaw Malinowski hasta Ruth Benedict (1887-1948). Por su lado, Keigo Okonogi continuó la reflexión sobre el complejo de Ajás, basándose en la obra de Marianne Krüll dedicada a Rebekka Freud, la segunda esposa de Jacob Freud, y en los trabajos de los kleinianos y de Heinz Kohut. Trató de demostrar la especificidad de la amae japonesa, no tanto en su diferencia cultural como en su relación con todas las formas de simbiosis materna descritas por los posfreudianos. A fines de la década de 1960, cuando el ambiente psiquiátrico japonés era atravesado por los interrogantes surgidos de la antipsiquiatría, un joven filósofo, Tagatsuku Sasaki, alumno de Do¡ Takeo, comenzó a interesarse por la obra de Jacques Lacan. En 1969 emprendió la traducción integral de los Escritos, y a través de ese inmenso trabajo de reflexión sobre la lengua teórica del psicoanálisis, y sobre la manera de trasponer los conceptos freudianos a una cultura nueva, el lacanismo se implantó en tierra japonesa. Lacan, contrariamente a Freud, estaba fascinado por Japón. En 1963 había descubierto con admiración las grandes obras de la estatuaria budista en los templos de Kyoto y Nara. En el corazón del Oriente extremo, donde Alexandre Kojève (1902-1968), su maestro de filosofía, había creído encontrar el concepto hegeliano del «fin de la historia», Lacan fue seducido por el refinamiento de esa cultura atávica. En su búsqueda de lo absoluto, privilegiando el matema y los nudos borromeos quiso dar cuerpo a una representación formalizada del lazo social, a fin de construir un modelo de libertad humana basada en la primacía de la estructura y de lo colectivo». También él, de alguna manera, como antes Kosawa, se sintió cautivado por la reflexión sobre la amae. En 1971 volvió a Japón en un viaje de estudio, en el momento en que Sasaki terminaba la traducción de la primera parte de los Escritos. A su retorno se impuso la obligación de definir Ia cosa japonesa», ese modo específico de goce que él atribuía al «sujeto japonés», y cuya manifestación identificaba en la escritura. Con un simple trazo horizontal transcribió la pureza de esa caligrafía, según él imposible de alcanzar para el sujeto occidental. A ese rasgo, o «letra», le dio el nombre de litoral. En el fondo, Lacan no hacía más que actualizar la tesis de la famosa «diferencia» japonesa, basada en el vínculo materno, tal como había sido expuesta en 1932 por Kosawa. Pero en lugar de situar esa diferencia en la organización de las identificaciones, Lacan la ubicó en el significante. Por ello Sasaki, su discípulo y traductor, hizo escuela aplicándose a transcribir en términos lacanianos lo que Kosawa ya había señalado como la característica de la identidad japonesa: una relación específica de dependencia respecto de la madre y el grupo. En un libro publicado en 1980, Chichioya hahaoya okite (El padre, la madre y la ley), presentó al sujeto japonés como un ser desgarrado entre la omnipotencia llamada imaginaria de la madre, y la debilidad aparente del padre, reducido a una función de simulacro. Ese mismo año, cuando terminaba la traducción integral de los Escritos, publicó otra obra, Kai no uchidenokozuchi (El martillito mágico del placer), en la cual vulgarizaba los principales temas del pensamiento lacaniano. A lo largo de los años fueron constituyéndose varios grupos lacanianos en Japón. Como los otros lacanianos de todas las tendencias, no cesaron de examinar las condiciones específicas de la organización mental del sujeto japonés. Sea que se la piense bajo la categoría de la amae, o de la expresión «cosa japonesa», esta cuestión remite sin duda menos a la diferencia real de la familia nipona que al modo en que los psicoanalistas japoneses, conscientemente o no, trataron de adaptar el freudismo a una cultura no occidental. Al formular ese paradigma de la dependencia y del vínculo materno, ellos plantearon los mismos interrogantes que el freudismo occidental. En efecto, entre 1896 y 1920, Freud y sus discípulos de la primera generación tomaron como objeto de reflexión la función paterna y la paternidad, y, a partir de 1920, bajo el impulso de Melanie Klein, la reflexión se desplazó hacia el estudio de la relación con la madre.