Diccionario de Psicología, letra J, Judeidad

Diccionario de Psicología, letra J, Judeidad

Se llama judaísmo a la religión monoteísta de los judíos, así como a la doctrina y las instituciones judías. En el judaísmo se distinguen varios grandes movimientos: la emancipación, que comenzó en el siglo XVII con el reconocimiento de los derechos civiles; la Haskalah , o movimiento judío de la Ilustración, que se afirmó a fines del siglo XVIII y fue acompañado por una asimilación progresiva; el judaísmo ortodoxo, nacido en 1795, hostil a la Haskalah y a la emancipación; el jasidismo, movimiento judío pietista de renovación de la fe, surgido en la Europa oriental en la misma época; el judaísmo reformado, inspirado por el protestantismo (primero en Alemania, y después en los Estados Unidos), que induce a la práctica liberal de la religión. A éstos se añaden los movimientos que se originaron a fines del siglo XIX: el judaísmo humanista y laico, definido por el abandono de la religión y la tendencia al ateísmo; el sionismo, que desde 1890 perfiló una ideología y un movimiento político cuyos objetivos eran el renacimiento y la independencia del pueblo judío en la tierra de Israel; el judaísmo conservador, forma norteamericana del judaísmo ortodoxo, surgido en 1886, que insiste en la renovación ética, y, finalmente, el judaísmo reconstruccionista (también norteamericano), surgido en 1922, un judaísmo concebido como una cultura religiosa basada en un nacionalismo espiritual. Se llama judeidad al hecho y la manera de sentirse o ser judío, independientemente del judaísmo. El sentimiento de judeidad o identidad judía es un modo de seguir pensándose judío en el mundo moderno a partir de fines del siglo XIX, mientras también se es incrédulo, agnóstico, humanista, laico o ateo. Esta reivindicación de la judeidad rechaza la noción de pertenencia enunciada por la jurisprudencia rabínica ( la Halajá , derivada de la Torah ), que designa como judía a toda persona nacida de madre judía, o convertida al judaísmo en las condiciones prescritas por la ley religiosa. Como lo ha subrayado Jacques Le Rider, los intelectuales judíos vieneses se encontraron en una particular situación de crisis a fines del siglo XIX, cuando enfrentaron el choque del antisemitismo, que reemplazaba la antigua judeofobia religiosa por una forma llamada «científica» de jerarquía de las «razas». Provenientes de comunidades diseminadas en los imperios centrales, emancipados del judaísmo tradicional desde mucho antes, e identificados con la cultura y la lengua alemanas, sus enemigos les recordaron brutalmente su identidad: sobre todo Houston Stewart Chamberlain (1855-1927), Georg von Schoenerer (1842-1921) y Karl Lueger (1844-1910), quienes querían excluirlos del cuerpo social. También les recordaron su identidad los diferentes movimientos de renovación judía que se desarrollaron como reacción al antisemitismo: en particular, el de Theodor Herz1 (1860-1904). Debieron entonces reinventar la definición de la palabra judío, y el sentido de su judeidad. A esta necesidad respondieron una pluralidad de actitudes: convertirse, renegar, el auto-odio, el sionismo, el rechazo de la asimilación y la ilustración, el retorno al judaísmo, el culto del comunitarismo y del diferencialismo, o incluso continuar con el ideal universalista. Contrariamente a numerosos intelectuales judíos vieneses como Karl Kraus u Otto Weininger, Sigmund Freud detestaba el auto-odio judío (Jüdischer Selbsthass) y la huida a la conversión. Incrédulo y hostil a las prácticas religiosas, rechazaba las tradiciones, los ritos y las fiestas, y en el seno de su propia familia combatió las actitudes religiosas de su mujer (Martha Freud). Sin embargo, no renegó nunca de su judeidad, y la reivindicó cada vez que se vio enfrentado al antisemitismo, Si acaso fuera necesario, lo atestigua el recuerdo de infancia relacionado con su padre (Jacob Freud), que narró en La interpretación de los sueños. Si bien adoptó una actitud de científico universalista y judío spinozista (característica de lo que se denomina la Aufklärung oscura), como lo ha señalado Yirmiyahu. Yovel, Freud padeció también las oscilaciones y las ambivalencias propias de la crisis de la identidad judía de fines de siglo. Ésta se reflejó en el vocabulario que empleaba. En efecto, no vacilaba en hablar de «raza judía», de «pertenencia racial» o de diferencias entre los judíos y los «arios». Además, a menudo llamaba «arios» a los no-judíos. Nada lo obligaba a retomar por cuenta propia la terminología de su época, y habría podido distanciarse de semejante vocabulario. No obstante, la utilización de estas expresiones nunca desembocó en él en un diferencialismo teórico como el de Carl Gustav Jung. En una carta a Sandor Ferenczi del 8 de julio de 1913, adoptó por otra parte una posición clara contra toda psicología de los pueblos o de las mentalidades: «Por cierto, existen grandes diferencias entre el espíritu judío y el espíritu ario. Las observamos cotidianamente. De allí surgen, seguramente, aquí y allá, pequeñas distancias en el modo de concebir la vida y el arte. Pero la existencia de una ciencia aria y una ciencia judía es inconcebible. Los resultados científicos deben ser idénticos, sea cual fuere el modo de presentarlos. Si estas diferencias se reflejan en la aprehensión de los parámetros científicos objetivos, hay algo que no funciona.» Consciente del hecho de que sus primeros discípulos vieneses eran todos judíos, Freud temió que su nueva ciencia fuera asimilada a una «cuestión judía», es decir, a un particularismo sometido a las leyes del genius loci. Nada lo horrorizaba mas que oír a sus adversarios reduciendo el psicoanálisis a un producto del «espíritu judío» o de la «mentalidad vienesa». Pero, en lugar de afirmar claramente esta posición, iba a oscilar entre dos actitudes que estaban en contradicción con su concepto de la cientificidad del psicoanálisis. Hasta 1913, ubicó a Jung a la cabeza de la International Psychoanalytical Association (IPA), y reivindicó la «desjudaización» del movimiento, en nombre de la ciencia: «Nuestros camaradas arios nos son absolutamente indispensables -le escribió a Karl Abraham el 26 de diciembre de 1908-; sin ellos, el psicoanálisis sería víctima del antisernismo». Después de la ruptura con Jung cambió de opinión, y afirmó que la judeidad del movimiento no podía obstaculizar la creación de una ciencia universal. A Enrico Morselli (1852-1929) le escribió lo siguiente: «Yo no sé si usted tiene razón al ver en el psicoanálisis un producto directo del espíritu judío, pero, si éste fuera el caso, yo no me sentiría en absoluto avergonzado de ello. Aunque ajeno desde hace mucho tiempo a la religión de mis antepasados, nunca he perdido el sentimiento de pertenencia y solidaridad con mi pueblo, y pienso con satisfacción que usted mismo se define como alumno de uno de mis compañeros de raza, el gran Lombroso.» único no-judío de la primera generación freudiana después del alejamiento de Jung, Ernest Jones, que era galés y pertenecía (como él dijo) a una «raza oprimida», se sentía próximo a los judíos vieneses de esa primera generación, que Carl Gustav Jung trataba a menudo de «bohemios». Pero, como no era judío, durante el período del Comité tuvo que enfrentar el fanatismo «antiario» que se puso de manifiesto contra Jung: Todos ellos, incluso Freud, eran extremadamente sensibles al antisemitismo -le narró a Vincent Brome-. Él [Freud] me miraba a veces con un aire burlón: ¿qué hace usted entre nosotros, un no-judío cuya lengua materna no es el alemán? Y, como judío, Freud no había escapado a la persecución, muy por el contrario, y se veía llevado a invertir el movimiento. En una o dos oportunidades, se dudó de mí, incluso se desconfió; de tal modo, me encontré en conflicto con los otros y, por lo menos una vez, pensé que el hecho de que no fuera judío era hasta cierto punto culpa mía.» Jones fue acusado de antisemitismo por sus adversarios, a causa de una conferencia, «La psicología de la cuestión judía», pronunciada en un coloquio dedicado a los judíos y los «gentiles» en 1945. En esa oportunidad, elli efecto, declaró que los judíos eran tan responsables del antisemitismo como los propios antisemitas, en razón de su arrogancia y de su idea de que eran el pueblo elegido. Y añadió que tienen una particularidad: «La nariz hitita, que tanto evoca una deformidad, y que los judíos han adquirido lamentablemente en sus vagabundeos; por desgracia, está asociada a un gene dominante». De hecho, Jones se alineó en esa ocasión con las posiciones clásicas de la psicología de los pueblos, que casi siempre lleva a este tipo de despiste (como en el caso, mucho más grave, de Jung). Cuando el nazismo presentó el psicoanálisis como una «ciencia judía», Freud reivindicó su propia judeidad. Recordemos que casi todos los psicoanalistas judíos que no llegaron a emigrar perecieron en los campos de exterminio nazis. En 1938, en Moisés y la religión monoteísta, Freud expuso su tercera tesis sobre la cuestión judía, al afirmar la existencia de una posible transmisión hereditaria del sentimiento de judeidad. La obra dio lugar a múltiples interpretaciones. La cuestión de la judeidad atraviesa toda la historia del psicoanálisis, lo mismo que la del culturalismo y el universalismo. Está en el origen de muchas escisiones en el seno de las sociedades psicoanalíticas.