Diccionario de Psicología, letra L, Letra

Diccionario de Psicología, letra L, Letra

Si el significante se sitúa del lado de lo simbólico, inaugurándose la cadena significante por intermedio del falo como significante-amo, la letra, por su parte, se encuentra del lado de lo real (D’un discours qui ne serait pas du semblant, Seminario XXIII, 1970-1971): entre «escripción» [scription], escritura y después lectura. En efecto, continuando con su metáfora del paisaje (cf. «Significante»), Lacan definirá la letra como «tierra de litoral», «tachadura de alguna huella que esté desde antes». Bordeando el tiempo, en un mismo movimiento ella funda la negatividad. Esta «escripción» ante lo real sería el gesto simbólico que conduce al cuerpo de Robinson Crusoe a aprehender lo que va a demarcar, manipular, clasificar y ligar como signos del mundo (L’Identification, seminario IX, 1961-1962); en esta escritura gestual se percibe la idea de la repetición de un acto cuyas apariciones nunca se originan en el impulso anterior que permite su renovación -una «dansidad», dirá Lacan (Escritos)– Al garabatear esos trazos, Robinson postula ya, sin saberlo, que ellos son del Otro, y su gesto intenta producir tiempo en un espacio que él se inventa: es eso, la letra, ese gesto «originario» semejante a una «raspadura», lo que se encontrará en la salida sublimatoria, una «disponibilidad» ante la página blanca. Por ello dirá Lacan que «la existencia de la carta [lettre] la sitúa en una cadena simbólica extraña a la que constituye su fe» (Escritos, «El seminario sobre La carta robada», 1966). Venga de donde viniere, vaya adonde vaya, la letra es ruptura (Les non-dupes errent, seminario XXI, 1974-1975). La escripción se convertirá en inscripción, luego escritura: en síntesis, la letra tiene por destino ser tomada a la letra. Ante lo real «impensable» (R.S1), el sujeto, en un proceso de anticipación (imaginario), será llevado hacia lo simbólico, donde en adelante lo espera la alteridad; su inconsciente localizado en el lugar del Otro constituirá la instancia de su propia letra inconsciente, lo no-sabido que obra en su gesto ante lo real. Así, al borde de lo simbólico, la letra es ya, radicalmente, «efecto de un discurso», «surgida de mercado» (Aun, seminario XX, 1972-1973). Sólo en este segundo tiempo, el de lo simbólico, una vez asociada al significante, la letra se convertirá en «el soporte material que el discurso toma al lenguaje» (Escritos), punto de vista congruente con los trabajos de Freud sobre el aparato psíquico (La interpretación de los sueños). Las huellas mnémicas sólo pueden operar asociadas: el deseo alucinado en SI debe ser traducido en S2 en forma de pensamientos (cf. «Cadena significante»): la letra participa de una pérdida y de una condición de goce, y se revela (imposible de traducir) tal cual. La escritura gobierna toda lógica: lo imposible del goce conduce al sujeto a lo posible; todo sujeto se inscribe como sujeto por la castración; en consecuencia, «las letras hacen los conjuntos, las letras son (y no designan) esos ensamblajes, son tomadas como funcionando como tales conjuntos. El inconsciente trabaja en tanto que letra como esos ensamblajes de la teoría de los conjuntos» (Aun). En este orden lógico, la mujer como objeto absoluto del deseo será también asemejada a la letra en los seminarios lacanianos de los años 1975-1977: en efecto, puesto que no hay Otro del Otro, y no hay metalenguaje que pueda ser hablado (Escritos), la mujer «como Otro sólo puede seguir siendo siempre Otro» (Aun). Enunciado de un Otro radicalmente ausente, la mujer es letra en cuanto «recuerda» que el inicio del ser hablante en el lenguaje se funda en una escritura. Otro momento del pensamiento de Lacan consiste en asociar a menudo la letra con el significante. Esto ocurre en el seminario sobre La carta robada; en la interpretación lacaniana de cuento de Poe, la carta es investida como significante que condiciona los desplazamientos de los sujetos, salvo que «para cada uno ella es su inconsciente, es decir que en cada momento del circuito simbólico cada uno se vuelve otro hombre» (El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, Seminario II, 1954-1955). De hecho, se puede sostener que en ese relato es el espacio el que hace de la carta un significante, en cuanto es el significante que permite la circulación de la carta; es lo dado del espacio lo que urde una carta, como si lo reprimido de cada uno recordara lo indecible originario de¡ espacio donde está fundada la «escrípción»; en el fondo, es al tornarse significante, que la carta es robada y velada [vo(i)lée].

Letra

s. f. (fr. lettre). En el sentido de carácter o en el de misiva [tanto en francés como en inglés, el término correspondiente significa las dos cosas: letra y carta], la letra es a la vez el soporte material del significante y lo que se distingue de él como lo real se distingue de lo simbólico. Aunque la letra y la escritura no devienen términos psicoanalíticos sino con Lacan, ya existen en Freud numerosas referencias a la escritura, desde el Proyecto de psicología (1895) y las cartas [lettres] a Fliess hasta el texto titulado Nota sobre la «pizarra mágica» (1924). La pizarra mágica ilustra la oposición entre el sistema percepción-conciencia y el inconciente. De un lado tenemos la hoja de celuloide, siempre dispuesta a recibir nuevas inscripciones o percepciones, y del otro la pizarra de cera, que guarda indefinidamente todas las huellas escritas, es decir, todas las huellas mnémicas. Esta utilización metafórica de la escritura no prejuzga en nada sobre el papel de la escritura concreta en el funcionamiento psíquico tal como Freud lo pone en evidencia. En primer lugar, en los mecanismos del sueño, que compara de buen grado con el rebus o la escritura egipcia, la imagen tiene valor de significante y no de significación. Si bien el jeroglífico es un dibujo simplificado, no está para representar allí por ejemplo un buitre o un instrumento agrícola. El dibujo es de hecho utilizado por su valor de letra, porque el nombre del objeto representado participa fonéticamente en la composición de un significante que no tiene nada que ver con un pájaro. Del mismo modo, en un sueño, [la imagen del un águila se podrá leer como una liga. Si bien no se trata de la escritura alfabética usual, se trata de una escritura fonemática, ciertamente privada y fuertemente dependiente de la lengua del soñante. En ocasiones, el sueño no se priva de usar la escritura común, como en el sueño del «Hombre de las Ratas», donde las letras «p, e» (para condolencias) [en el texto de Freud, en francés: «potir condoléances»], se trasforman mientras escribe en «p, f» (para felicitar) [ibid., «pour féliciter»]. En lo concerniente al lapsus calami , en el nivel de la interpretación Freud no lo distingue del lapsus linguae . Sin embargo, hay ejemplos que interesan específicamente a la escritura y no al fonema. Hay que concluir de ello que el inconciente sabe leer [afirmación de Lacan en el Seminario XX, 1972-73, «Aún»]. Numerosos ejemplos clínicos lo demuestran. En el « Hombre de los Lobos », la letra V o W juega un papel central. Freud la encuentra en la V del reloj que marca la hora de la escena primaria, en la apertura de las piernas de las muchachas, en el batir de las alas de la mariposa o en las alas arrancadas de la avispa (Wespe), que el «Hombre de los Lobos» pronuncia «espe», castrándola de su W para encontrar allí las iniciales de su nombre, S. P., arriesgándose a verla resurgir en los lobos (Wölfe), a los que debe su sobrenombre. En el «Hombre de las Ratas», Freud, como el Saussure de los anagramas, descompone la fórmula conjuratoria Glejisamen, que debía proteger a su bienamada, en Gisela y Samen (semen), donde la fusión de las letras realiza lo que estaba evitando. Melanie Klein, partiendo de los análisis de niños, descubre tras las faltas de ortografía innumerables fantasmas sobre las letras, por ejemplo la imagen fálica vinculada a la letra i o a la cifra 1. Formula la hipótesis de que la escritura pictográfica [véase en dibujo] antigua, fundamento de nuestra escritura, volvería a encontrarse en los fantasmas inconcientes de cada uno. Esto ilustra la vertiente imaginaria de la letra. La carta robada [ lettre = carta/letra]. Para Lacan, el significante está en esencia soportado por la voz y se modula en la palabra. Si en «La instancia de la letra en el inconciente» (1957: Escritos, 1966) Lacan se apoya en la letra y la escritura del algoritmo saussureano S/s, es para mostrar que en el significante hay una estructura localizada, la del fonema entendido como unidad diferencial. Esta estructura localizada de la palabra estaba predestinada a colarse en los caracteres de la escritura, y la escritura, como veremos, esperaba por su lado ser fonetizada. Por ejemplo, cuando Lacan, releyendo a Freud, dice que el sueño se aborda a la letra, precisa que entiende la estructura fonemática como estructura literante. En el «Senimario sobre «La carta robada»» (1955; Escritos, 1966), Lacan se apoya en el cuento de Edgar Poe [«The purloined letter»] para demostrar el poder del significante. La letra es el sujeto verdadero del cuento y, sin que su contenido sea revelado nunca, regula las evoluciones de todos los personajes; la expresión «estar en posesión de una carta [letra]» revela entonces ser admirablemente ambigua. La letra escapa a la investigación minuciosa de la policía, cuyo error consiste en tomarla como un objeto de la realidad, una basura según el juego de palabras joyceano: a letter/a litter . En lo real, en efecto, nada está escondido; lo que está escondido es del orden de lo simbólico, como lo muestra el ejemplo del libro perdido aunque presente en la biblioteca, simplemente porque no está en su sitio alfabético, es decir, simbólico. Esta carta/letra pone en cuestión el orden simbólico, la ley que el rey encarna; pero, de hecho, también lo constituye puesto que este orden se basa en la exclusión de una letra. Esto basta para situar la letra como objeto a y, más precisamente, como el falo mismo. En su Introducción al «Seminario sobre «La carta robada»» (Escritos), Lacan presenta la construcción formal de una cadena significante elemental. Esta cadena de letras da cuenta del automatismo de repetición freudiano, de la sobredeterminación simbólica en tanto se distingue de lo real y de la existencia de una represión primaria que funda la ley. Letra, rasgo unario y nombre propia. Hay en Lacan una teoría de la génesis de la escritura, expuesta en el seminario La identificación (1961-62). La escritura no es primaria, es el producto del lenguaje, pero la escritura esperaba ser fonetizada. Así, las marcas distintivas sobre las cerámicas egipcias se volvieron signos de escritura. Lacan establece el lazo entre el einziger Zug, el «rasgo unario» freudiano, es decir, una de las tres formas de la identificación, la identificación con uno de los rasgos del objeto, y esta génesis de la escritura. En el pretendido ideograma, el rasgo es «lo que resta de lo figurativo que es borrado, reprimido, rechazado». El rasgo retiene algo del objeto, su unidad, que hace uno. Este resto por lo tanto es del orden del rasgo unario y puede desempeñar el papel de marca entrando en relación con la emisión vocal. Por ejemplo, el carácter que en sumerio se dice «an» y designa al cielo o dios es una representación deformada de un astro tomada por los acadios, que dicen cielo y dios de otra manera; tanto más funcionará este carácter entonces por su valor fonético «an». La toma en préstamo de un material de escritura a un pueblo extranjero favorece el proceso de fonetización. El nombre propio juega entonces un papel esencial. A causa de su afinidad con la marca, el nombre propio se conserva de una lengua a otra y permite descifrar una escritura desconocida. Hay un lazo privilegiado entre el nombre propio, el sujeto y el rasgo unario. El sujeto se nombra, y esta nominación equivale a la lectura del rasgo uno, pero enseguida se coagula en ese significante uno y se eclipsa, de tal manera que el sujeto se designa por el borramiento de este trazo, como una tachadura [rature, término que en francés se asocia fácilmente con rater: errar el blanco, verbo muy usado y popular, y con la división del sujeto por la barra -sujeto tachado-]. El corte a la vez simple y doble de la banda de Moebius le da a esto su soporte topológico. Lo real de la letra. En Lituraterre (1971), Lacan, tomando sin duda como interlocutor a Derrida, insiste en decir que la escritura no es de ningún modo primaria. La letra «haría de litoral entre goce y saber». Lacan sitúa así el significante del lado de lo simbólico y la escritura del lado de lo real; «es el surco del torrente del significado…», es decir, de lo imaginario; la letra es una precipitación del significante. Hay en esta precipitación de la escritura una oposición entre la no identidad consigo del significante y la identidad consigo de la letra, un movimiento del sentido al sinsentido. Existe en el saber del inconciente un agujero que hace incompleto el goce, y Lacan utiliza la letra a para marcar la frontera de ese agujero. El sinsentido radical de la letra obedece a lo real. La letra, distinta del significante, es susceptible de marcar su límite, la intrusión del objeto a como radicalmente otro. La letra y el inconsciente. La escritura no es primaria, es el significante el que es primero y el que condiciona el inconciente y, por lo tanto, la función de la letra. Hay que distinguir por una parte el río del lenguaje, el significante y la estructura gramatical que participa del sentido, y, por otra parte, los aluviones que se depositan, el inconciente, lugar de las representaciones de cosa, puro encadenamiento literal, al fin de cuentas, sinsentido radical que funciona gracias a la exclusión de la letra. El análisis es una lectura, las producciones del inconciente se prestan a esta lectura y el psicoanalista lee de una manera distinta en lo que dice el analizante con cierta intención. Por supuesto, esta lectura es equívoca con la ortografía. Pero esto supone entonces una escritura en el inconciente. En cuanto al síntoma, «si puede ser leído, es porque ya está inscrito en un proceso de escritura», dice Lacan en «El psicoanálisis y su enseñanza» (1957; Escritos). Lo que es importante en un síntoma no es la significación «sino su relación con una estructura significante que lo determina». Después definirá el síntoma como lo que no cesa de escribirse. El síntoma es una verdadera función matemática donde la letra inconciente hace oficio de argumento. El análisis es una lectura de este inconciente textual e insensato, una lectura que por lo tanto hace equívoco con la ortografía y que, por las cesuras que introduce, hace sentido hasta el extremo de descubrir su sinsentido radical. Esta dialéctica de la escritura y la lectura ha sido explotada por Lacan hasta en los títulos de sus seminarios: Les non-clupes errent o L’insu que sait de l’une bévue s’aile à mourre, que pueden leerse de múltiples maneras [por ejemplo, el primero: los no engañados yerran, o los nombres del padre, el segundo: lo no sabido que sabe de la equivocación «se alea» (es el alero, el aleteo, el aleas) de la morra, o lo no sabido que sabe del Unbewußt (inconciente) es el amor]. Del mismo modo, la escritura de los matemas intenta tocar un real de estructura y se ofrece a múltiples lecturas. La escritura nodal. Con el nudo borromeo, en sus últimos seminarios, Lacan introduce una lectura nueva, precisamente la de los nudos, lo que invierte el sentido de la escritura. En efecto, el nudo borromeo es una verdadera escritura primaria, no una precipi -tación del significante sino un soporte del significante, puesto que lo simbólico viene a engancharse allí. Así, Lacan analiza la obra de Joyce, su escritura, como la reparación de un error en la escritura de su nudo borromeo.