Diccionario de Psicología, letra L, Locura

Diccionario de Psicología, letra L, Locura

Alemán: Wahnsinn. Francés: Folie. Inglés: Madness. Fuera que se la llamara furor, manía, delirio, rabia, frenesí, alienación, o que al insensato se lo designara con un término popular (chalado, chiflado, tocado, piantado), la locura siempre fue considerada lo otro de la razón. Extravagancia, pérdida del sentido, trastorno del pensamiento, divagación del espíritu, dominio de la pasión: tales son las figuras de ese mal que afecta a los hombres desde la noche de los tiempos, y cuyo origen se buscó a veces en la magia (posesión diabólica o divina), otras veces en el cerebro o los humores (medicina hipocrática), y otras en los movimientos del alma (psicología). Con Descartes, en la célebre primera frase de las Méditations, se concretó en el siglo XVII la idea de que la locura podría ser interna del pensamiento mismo: «Y ¿cómo podría yo negar que estas manos y este cuerpo son míos, a menos que me compare con ciertos insensatos cuyo cerebro está a tal punto turbado y ofuscado por los negros vapores de la bilis que constantemente aseguran que son reyes cuando son muy pobres, que están vestidos de oro y púrpura cuando están totalmente desnudos, o que se imaginan que son cántaros o que tienen un cuerpo de vidrio? Pero ¡vaya!, son locos, y yo no sería menos extravagante si siguiera su ejemplo.» Hay tres maneras de pensar el fenómeno de la locura, una vez arrancado al universo de la magia o la religión. La primera consiste en hacerla entrar en el marco nosológico construido por el saber psiquiátrico, y considerarla una psicosis (paranoia, esquizofrenia, psicosis maníaco-depresiva); la segunda apunta a elaborar una antropología de sus diferentes manifestaciones en las distintas culturas (etnopsiquiatría, etnopsicoanálisis, sociología, psiquiatría transcultural); la tercera, finalmente, propone abordar la cuestión desde el ángulo de una escucha transferencial de la palabra, del deseo o la vivencia del hombre loco (psiquiatría dinámica, análisis existencial, fenomenología, psicoanálisis, antipsiquiatría). De hecho, estas tres maneras de concebir la locura siempre se han cruzado. Es difícil concebir la verdad de la locura con independencia de la razón que la piensa, aunque esta verdad desborde la razón. Y si el psicoapálisis nació de un gran deseo de atender y curar las enfermedades nerviosas, siempre se implantó al mismo tiempo en el terreno del tratamiento de la locura, como reacción al nihilismo terapéutico de una psiquiatría más ansiosa por clasificar las entidades clínicas que por escuchar el sufrimiento de los enfermos. Lo atestigua, si acaso es necesario, la experiencia princeps de Eugen Bleuler en la Clínica del Burghölzli en Zurich. Los discípulos y sucesores de Freud (en especial Karl Abraham, Melanie Klein y sus alumnos) fueron los primeros en elaborar una clínica de la locura. Jacques Lacan, por su lado, ha sido el único de los herederos de Freud que realizó una verdadera reflexión filosófica sobre el estatuto de la locura. En 1932 preconizó en su tesis que se repensara el saber psiquiátrico según el modelo del inconsciente freudiano y, en 1946, comentó la famosa frase de las Méditations, señalando que la fundación por Descartes del pensamiento moderno no excluía el fenómeno de la locura. Hacia 1960, la generalización de la farmacologfa en el tratamiento de las enfermedades mentales puso fin a la nosografía proveniente de Emil Kraepelin y al enfoque freudo-bleuleriano, reemplazando el asilo por el chaleco de fuerza químico, la clínica por el diagnóstico conductal, y la escucha del sujeto por la «tecnologización» del cuerpo. De allí el estallido del vínculo dialéctico y crítico que unía las tres antiguas maneras de pensar la locura. De esta crisis y de esta ruptura da cuenta el libro de Michel Foucault (1926-1984), Histoire de lafólie ú Páge classique: «Este libro no ha querido hacer la historia de los locos al lado de las personas razonables, frente a ellas, ni la historia de la razón en su oposición a la locura. Se trataba de hacer la historia de su partición incesante pero continuamente modificada.» Basándose en esta idea de partíción, tomada de la «parte maldita» de Georges Bataille (1897-1962), Foucault le inventó de algún modo la escena primitiva: partición entre la sinrazón y la locura; entre la locura amenazante de los cuadros de Bosch y la locura domesticada M discurso de Erasmo; entre una conciencia crítica (en la que la locura se convierte en enfermedad) y una conciencia trágica (en la que se abre a la creación, como en Goya, Van Gogh o Artaud); partición, finalmente, interna al cogito cartesiano, en la que la locura es excluida del pensamiento en el momento en que deja de poner en peligro los derechos de este último. A propósito del cogito, Foucault adoptó una posición inversa a la de Lacan, lo que le valdría una crítica argumentada de Jacques Derrida. Al mismo tiempo que precipitaba el ocaso de la psiquiatría clásica mediante un acto «psiquiatricida», como dijo Henri Ey, este libro abrió el camino a un nuevo enfoque historiográfico de la locura, cuyo impacto puede medirse por la acogida negativa que tuvo, y por las múltiples resistencias suscitadas. Fue sin duda alguna el punto de partida de una inversión de la perspectiva sobre la razón y la locura, tomada en cuenta en la casi totalidad de los trabajos ulteriores acerca del tema, fueran o no foucaultianos. No obstante, este enfoque no tuvo ningún efecto sobre el tratamiento psiquiátrico de la locura que, a fines del siglo XX, evoluciona cada vez más hacia un nihilismo terapéutico y un organicismo comparables a los que combatió Freud hace cien años.