Diccionario de Psicología, letra M, Masoquismo y sadismo

Diccionario de Psicología, letra M, Masoquismo y sadismo

Cuando Krafft-Ebing propuso en 1886 el término «masoquismo» para caracterizar una conducta sistemática de búsqueda del placer en la condición de víctima sufriente, no pretendía ver en el propio Sacher-Masoch la figura ejemplar de esta perversión (como tampoco en Sade la figura ejemplar del sadismo), sino solamente la de alguien que en sus obras propugnó ese ideal y condensó, en sus contratos sucesivos con las mujeres (en particular con la llamada Wanda), la esclavitud en la que se les entregaba. El autor de La venus de las pieles, en efectol escribió de modo muy explícito: «Encuentro un atractivo extraño en el dolor, y nada puede atizar más mi pasión que la tiranía, la crueldad y sobre todo la infidelidad de una mujer hermosa». Freud, seguido por toda la literatura psicoanalítica, adoptará pronto el neologismo de Psychopathia sexualis para calificar este extraño deseo de sufrir, del que sin embargo uno de los principales avatares le parece más bien específico de la posición femenina. Pero, sobre todo, encuentra muy paradójico el hecho de que esa conducta parezca hacer fracasar la tendencia profunda de la vida pulsional a procurarse satisfacción: «En efecto -escribe en 1924-, si el principio de placer domina los procesos psíquicos de manera tal que la meta inmediata de éstos consiste en evitar el displacer y obtener el placer, el masoquismo resulta ininteligible. Si el dolor y el displacer pueden ser metas en si mismos, y ya no advertencias, el principio de placer está paralizado, el guardián de nuestra vida psíquica está como bajo el efecto de un narcótico» («El problema económico del masoquismo»).

El masoquismo de la primera tópica

Podemos preguntarnos en qué medida la conducta masoquista es perversión, qué tipo de goce procura, qué partes tienen en ella el fantasma y la realidad, si la relación que establece entre la víctima y su verdugo es verdaderamente de naturaleza sexual, etc. Siempre, por el hecho de que consiste en buscar de otro el dolor y la humillación, o en infligírselos uno mismo, el masoquismo aparece como perfectamente simétrico al sadismo, sea que se trate del sadismo del partenaire o del que uno encuentra en sí mismo y del que uno se sirve contra sí mismo. Queda por saber si, en el par que forman esas dos conductas recíprocamente necesarias, par que designamos con el nombre de sadomasoquismo, todo se basa en el masoquismo, siendo que el sadismo (del partenaire o del propio sujeto) sólo parece sostenerse en una identificación con esa parte de la naturaleza humana a la que tanto le gusta sufrir. En el texto de 1915 donde presenta la pulsión como uno de los «conceptos fundamentales convencionales» del saber analítico y define la «meta» de la pulsión como siendo en toda circunstancia la satisfacción, Freud formula una primera teoría que su nueva tópica lo llevará a modificar cinco años más tarde: al principio niega la existencia de un «masoquismo originario que no derive del sadismo». Este último es entonces considerado como primero en la pareja de opuestos que forma con aquél. Es una agresividad que se ejerce «contra otra persona tomada como objeto». Después, «ese objeto es reemplazado por la propia persona». Y, «al mismo tiempo que la inversión sobre la propia persona, se cumple una transformación de la meta pulsional activa en meta pasiva». Finalmente, en un tercer momento, «de nuevo se busca como objeto una persona extraña que, en razón de la transformación de meta que se ha producido, debe asumir el rol del sujeto». Ésta es la situación común del masoquismo: la satisfacción pasa «por la vía del sadismo originario, en cuanto el yo pasivo retorna, de modo fantasmático, su lugar anterior, que es ahora cedido al sujeto extraño» («Pulsiones y destinos de pulsión»). Según la primera tópica freudiana, el comportamiento sádico- masoquista se basa entonces en un sadismo originario activo que se dirige normalmente a un objeto exterior, pero que puede sufrir, por una parte, una inversión de la actividad del sujeto en pasividad y, por la otra, una transformación de la agresividad contra el objeto en agresividad contra el propio sujeto. De modo que el masoquismo no sería constitutivamente más que una sadización de sí. Esta concepción de Freud (que volverá a encontrar un lugar en la segunda tópica, bajo la forma de un «masoquismo secundario») tiene por corolario una interpretación particular del comportamiento de la pulsión sádica en la neurosis obsesiva: «Se encuentra en ella una vuelta sobre la propia persona sin que haya pasividad ante otra persona [ … ] la necesidad de atormentar se convierte en tormento infligido a uno mismo, autopunición y no masoquismo. De la voz activa, el verbo no pasa a la voz pasiva, sino a la voz media reflexiva».

Masoquismo y sadismo en la nueva teoría de las pulsiones

En el texto titulado «Pegan a un niño» (1919), donde sin embargo se anuncian esas profundas modificaciones de la teoría de las pulsiones, Freud declara todavía que «parece necesario confirmar que el masoquismo no es una manifestación pulsional primaria sino que proviene de una vuelta del sadismo contra la propia persona». La segunda tópica, introducida explícitamente con Más allá del principio de placer (1920), no dedica mucho espacio a la cuestión del masoquismo, pero ésta sin embargo aparece, con la corrección que se le introduce, como si constituyera la piedra de toque de la nueva teoría de las pulsiones: «El masoquismo -declara ahora Freud- puede ser primario, posibilidad que otrora creí tener que refutar». En efecto, el dualismo pulsional se ha transformado radicalmente: el conflicto entre pulsiones sexuales y pulsiones del yo (o de autoconservación) ha sido reemplazado por otro en el que se oponen la pulsión de vida y la pulsión de muerte. Se sigue de ello que la relación entre sadismo y masoquismo ya no tiene su fuente en el primero sino en el segundo: la pulsión de muerte se ejerce de manera inmediata en dirección al sujeto, y después, al encontrar la libido en el momento de la organización sexual de este sujeto, ella determina dos tipos de actitudes agresivas-activas, una vuelta hacia el objeto exterior (en el sadismo originario), y la otra vuelta hacia el sujeto (en el masoquismo erógeno o primario); sólo entonces el sadismo primario puede volverse contra el sujeto (en el masoquismo secundario). Las principales consecuencias sobre esta cuestión de la nueva teoría de las pulsiones se desarrollan con claridad en la breve comunicación titulada «El problema económico del masoquismo» (1924). Los modos denominados masoquismo erógeno, masoquismo femenino y masoquismo moral se encuentran erigidos sobre el masoquismo primario, concebido como resultante de la intrincación de las pulsiones eróticas con una parte de las pulsiones agresivas y destructivas dirigidas hacia el yo. El primero, el masoquismo erógeno, que consiste en «placer en el dolor» y representa un «modo de excitación sexual», sigue el desarrollo de la libido y reviste formas específicas en los diferentes estadios de esta última: la organización oral es la fuente de una «angustia de ser devorado por el animal totémico», el padre; la fase sádica-anal engendra el deseo de ser golpeado por el padre; el estadio fálico introduce el fantasma de la castración, y el estadio genital, «las situaciones características de la feminidad, sufrir el coito y dar a luz». De este modo se reúnen las condiciones necesarias para la aparición de otros dos modos del masoquismo: el femenino y el moral. El masoquismo «femenino», que no hay que entender como una conducta específica de la mujer, define en realidad la posición femenina tal como se manifiesta en el fantasma de los hombres masoquistas perversos. Acerca de la exacta pertinencia explicativa de esta actitud (de la cual Sacher-Masoch da un testimonio excelente), Freud ya se había explayado con claridad en «Pegan a un niño»: «Parece, en efecto -escribe-, que tanto en sus fantasmas masoquistas como en las puestas en escena que permiten su realización, ellos [los hombres masoquistas] adoptan regularmente roles de mujeres; en otras palabras, su masoquismo coincide con una posición femenina […] las personas que infligen los malos tratos son siempre mujeres, tanto en los fantasmas como en las puestas en escena». El tercer modo en que aparece el masoquismo, y que Freud, desde cierto punto de vista, considera el más importante, desempeña un papel esencial en el sentimiento, generalmente inconsciente, de culpabilidad. Este masoquismo, denominado moral, se caracteriza sobre todo por una relación aparentemente cortada con la sexualidad, y por una indiferencia a la causa del sufrimiento: sólo importa su intensidad, provenga de una persona amada (como en los otros casos) o de un poder impersonal. El masoquismo moral, cuyo proceso Freud estudió particularmente en la reacción terapéutica negativa, puede analizarse como una agresividad feroz del superyó contra el yo; yo y superyó forman entonces una verdadera pareja sadomasoquista, en la cual, por la mediación del sentimiento inconsciente de culpa, la moral, observa Freud, se encuentra «resexualizada», siendo que no había podido surgir como conciencia moral más que una vez superado, es decir desexualizado, el complejo de Edipo. Así, bajo la acción de una potencialidad autoerótica que consiste en saborear la tortura interior, el sujeto se encuentra devuelto al período anterior al Edipo, en una posición pregenital, en la cual la pulsión de muerte trabaja con el superyó que agrede al yo, y a la vez junto a este último, que se alimenta de su propia destrucción, mientras que también Eros encuentra lo suyo en la satisfacción libidinal procurada al yo. Por otra parte, es paradójico que, en razón de la conciencia de culpa tan típica de la neurosis obsesiva, el masoquista moral adquiera, en tanto que víctima, una fuerza narcisista tal que llega a imaginarse perfecto e irreprochable: «Los sistemas que forman los obsesivos -escribe Freud- halagan su amor propio proporcionándoles la ilusión de ser mejores hombres que otros, puesto que son particularmente puros y concienzudos». De este modo, en virtud de tal tortura en última instancia narcisizante, el masoquismo vuelve a ser un aliado de ese «guardián de la vida» que es el principio de placer, al que en un primer abordaje sólo cabía oponerlo.

Agresividad y pulsión de muerte

La segunda tópica se caracteriza también por la novedad de la noción de pulsión de muerte (esencial para la concepción del sadismo) con relación a la de agresividad. En efecto, a menudo se tiende a asimilarlas, como lo hace precisamente Melanie Klein, y a pensar que antes de 1920 Freud no tenía una teoría de la agresividad. En realidad, ya en la época en que rechazó la autonomía de la «pulsión de agresión» de Adler, le había hecho lugar a las tendencias agresivas, fueran ellas «hostiles» o incluso «sádicas», sobre todo en sus análisis de Juanito y del Hombre de las ratas. La pulsión de agresión propia de la teorización de 1920 se define (en contra de la concepción nietzscheana de agresividad como voluntad de poder, es decir, de autoconservación ilimitada) por la especificidad de su meta, concebida de manera radical como destrucción. Así, lejos de tener una función de vida, pertenece a la esfera de las pulsiones de muerte. Esta importante modificación permite comprender, por una parte, el sadismo que asocia la excitación sexual con la violencia ejercida sobre el prójimo, y por la otra, la economía de la génesis del superyó, esta instancia que vuelve contra el yo una agresividad impedida de desplegarse contra el mundo exterior. En este sentido, la noción de agresividad y de sadismo inscrita en la segunda tópica es, como lo observa Lacan, totalmente distinta de «la agresión que uno imagina en la raíz de la lucha vital». Responde, añade Lacan, en conformidad con las del «masoquismo primordial» y del instinto de muerte, a la imagen de un yo fragmentado, «al desgarramiento del sujeto contra sí mismo, desgarramiento cuyo momento primordial él ha conocido al ver la imagen del otro, aprehendida en la totalidad de su Gestalt, anticipada sobre el sentimiento de su discordancia motriz, que ella estructura retroactivamente en imágenes de fragmentación» (Escritos). La vuelta del sadismo contra el yo en el masoquismo secundario nos conduce entonces sin cesar desde el juego intersubjetivo del sadomasoquismo hasta sus avatares intrasubjetivos. Pero la relación entre los dos perversos que son el sádico y el masoquista posee, también ella, su propia complejidad fenomenológica. El segundo, como lo piensa Deleuze a propósito de Sacher-Masoch, ino ejerce sobre su partenaire una verdadera coerción para llevarla a una práctica perversa que ella no ha escogido por sí misma? El primero, que por lo común conoce tan bien la falla donde está la vulnerabilidad del otro, ¿podría entregarse a las sevicias que lo excitan sin identificarse de alguna manera con su víctima? En realidad, incluso si sus roles respectivos no son fundamentalmente intercambiables, el sádico y el masoquista persiguen por igual al partenaire con la presión de una demanda, exorbitante en su perversidad, que los pone a ambos, en virtud de sutiles e incesantes inversiones, en la posición conflictual de un perpetuo perseguidor-perseguido.