Diccionario de Psicología, letra M, Metapsicología

Diccionario de Psicología, letra M, Metapsicología

s. f. (fr. métapsychologie; ingl. metapsychology; al. Metapsychologie). Parte de la doctrina freudiana que se presenta destinada a aclarar la experiencia sobre la base de principios generales, constituidos a menudo como hipótesis necesarias antes que como sistematizaciones basadas en observaciones empíricas. Si la obra de Freud le otorga el lugar más grande al abordaje clínico, si partió de la cura, y especialmente de la cura de las histéricas, sin embargo pronto llega a la idea de que es absolutamente indispensable elaborar cierto número de hipótesis, de conceptos fundamentales, de «principios» sin los cuales la realidad clínica permanecería incomprensible. Estas hipótesis conciernen especialmente a la existencia del inconciente y, más en general, de un aparato psíquico dividido en instancias, a la teoría de la represión, a la de las pulsiones, etcétera. Por otra parte, Freud tenía el proyecto, que sólo realizó parcialmente, de dedicar a la metapsicología una obra importante. En este conjunto de artículos indica que se puede hablar de metapsicología cada vez que se logra describir un proceso en el triple registro dinámico, tópico y económico.

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Metapsicología Al.: Metapsychologie. Fr.: métapsychologie. Ing.: metapsychology. It.: metapsicologia. Por.: metapsicologia. Término creado por Freud para designar la psicología por él fundada, considerada en su dimensión más teórica. La metapsicología elabora un conjunto de modelos conceptuales más o menos distantes de la experiencia, tales como la ficción de un aparato psíquico dividido en Instancias, la teoría de las pulsiones, el proceso de la represión, etc. La metapsicología considera tres puntos de vista. dinámico, tópico y económico. El término «metapsicología» se encuentra episódicamente en las cartas de Freud a Fliess. Es utilizado por Freud para definir la originalidad de su propia tentativa de edificar una psicología « […] que conduzca al otro lado de la conciencia», con respecto a las psicologías clásicas de la conciencia . Se apreciará la analogía existente entre los términos «metapsicología» y «metafísica», analogía que probablemente fue intencional por parte de Freud, puesto que se sabe, por su propio testimonio, hasta qué punto era intensa su vocación filosófica: «Espero que querrás prestar atención a algunas cuestiones metapsicológicas […]. Durante mi juventud, sólo aspiraba al conocimiento filosófico, y ahora estoy a punto de realizar este deseo, al pasar de la medicina a la psicología» . Pero la reflexión de Freud acerca de las relaciones entre la metafísica y la metapsicología va más allá de esta simple comparación; en un pasaje significativo, define la metapsicología como una tentativa científica de rectificar las construcciones «metafísicas»; éstas, como las creencias supersticiosas o ciertos delirios paranoicos, proyectan hacia fuerzas exteriores lo que es en realidad propio del inconsciente: «[…] gran parte de la concepción mitológica del mundo, que se extiende hasta las religiones más modernas, no es otra cosa que psicología proyectada hacia el mundo exterior. El oscuro conocimiento (podríamos decir la percepción endopsíquica) de los factores psíquicos y de lo que acaece en el inconsciente, se refleja […] en la construcción de una realidad suprasensible que la ciencia debe transformar en psicología del inconsciente […]. Cabría en lo posible dedicarse […] a convertir la metafísica en metapsicología» . Freud volverá a utilizar, mucho después, el término «metapsicología», para dar de él una definición precisa: «Propongo que se hable de exposición [Darstellung] metapsicológica cuando se pasa a describir un proceso psíquico en sus relaciones dinámicas, tópicas y económicas(119)» . ¿Deben considerarse como metapsico- lógicos todos los estudios teóricos que hacen intervenir conceptos e hipótesis inherentes a estos tres registros, o sería preferible designar así los textos que, de un modo más fundamental, elaboran o explican las hipótesis subyacentes a la psicología psicoanalítica: «principios» (Prinzipien), «conceptos fundamentalIes» (Grundbegriffe), «modelos» teóricos (Darstellungen, Fiktionen, Vorbilder)? Así, un cierto número de textos más propiamente metapsicológicos jalonan la obra de Freud, especialmente el Proyecto de psicología científica (Entwurf einer Psychologie, 1895), el capítulo VII de La interpretación de los sueños (Die Traumdeutung, 1900), Formulaciones sobre los dos principios del funcionamiento psíquico (Formulierungen über die zwei Prinzipen des psychischen Geschehens, 1911), Más allá del principio de placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920), El yo y el ello (Das Ich und das Es, 1923), Esquema del psicoanálisis (Abriss der Psychoanalyse, 1938). Por último, en 1915, Freud concibió y realizó parcialmente el proyecto de escribir unos Elementos para una metapsicología (Zur Vorbereitung einer Metapsychologie) con la intención «[…] de esclarecer y dar profundidad a las hipótesis teóricas que pueden servir de fundamento a un sistema psicoanalítico(120)».

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Metapsicología Breve historia del proyecto metapsicológico La palabra «metapsicología» fue usada por primera vez por Freud el 13 de febrero de 1896, en una de sus cartas a Fliess: «Me ocupa sin cesar la psicología -la metapsicología, propiamente hablando-». El 2 de abril, el término aparece ya como adjetivo: «Espero que quieras también prestar oídos a algunas cuestiones metapsicológicas». El 17 de diciembre, se ha convertido en su «ideal» y su «hija dolorosa» (Schmerzenskind). Se trata por lo tanto de un término que desde muy pronto le sirvió para designar lo que él consideraba lo más original de sus descubrimientos, construcciones y elaboraciones; desde ese punto de vista, es significativo el destino de la palabra a través de su obra. Freud continúa empleándola aquí y allá en esa correspondencia, pero el 10 de marzo de 1898 pide una confirmación de la legitimidad de su empleo: «te pregunto seriamente, por la misma causa, si puedo utilizar el nombre de metapsicología para mi psicología, que conduce a lo que está más acá de la conciencia». El prefijo «meta» debe por lo tanto entenderse como en metafísica, voz que constituye el modelo del nuevo empleo: si los psicólogos hacen de la conciencia un umbral infranqueable, una psicología que toma en cuenta lo inconsciente deberá llevar ese prefijo. La ruptura con Fliess parece haber asestado un serio golpe al empleo del término por Freud; en la mayor parte de sus escritos publicados antes de la guerra no encontramos huellas de la palabra (sólo una mención en Psicopatología de la vida cotidiana). Su empleo queda limitado a los iniciados, lo que tiende a indicar hasta qué punto el «meta» podía también parecerle a Freud una confesión narcisista demasiado brutal. No obstante, al principio de la guerra, cuando Freud se acercaba a los sesenta años y encaraba la redacción de una especie de síntesis de sus concepciones psicológicas más profundas, la «metapsicología» ocupó el primer plano de la escena: «Zur Vorbereitung einer Metapsychologie». Desde ese momento, el término tuvo para él una triple acepción: -de una manera muy vaga, es un calificativo que le sirve para reunir sus hipótesis y especulaciones, por lo menos aquellas que considera sistematizables; -de modo más preciso, la palabra designa en 1915 una serie de textos que entonces se propone escribir, agrupándolos bajo ese título; -por último, el adjetivo «metapsicológico» designa toda descripción de un proceso mental en las tres dimensiones identificadas como dinámica, tópica y económica. Los textos escritos en 1915 llevan consigo un enorme signo de interrogación: Freud anuncia a sus corresponsales del momento (Jones, Abraham, Ferenczi, Andreas-Salomé) que tiene doce originales; ahora bien, solamente cinco nos han llegado directamente de su mano («Pulsiones y destinos de pulsión», «La represión», «Lo inconsciente», «Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños» y «Duelo y melancolía»). ¿Escribió realmente los otros siete? Jones parece no dudarlo, pero tropieza con el enigma de su desaparición después de la guerra, puesto que Freud casi no vuelve a hablar de ellos. A la inversa de esta suposición de Jones -que se maravilla de que Freud haya podido escribir doce ensayos de esta amplitud entre el 15 de marzo y principios de agosto del mismo año-, en una carta a Abraham del 11 de noviembre de 1917 Freud señala que acaba de realizar la última corrección de dos de los cinco textos conocidos: «Complemento … » y «Duelo y melancolía». Su mención de los «otros» textos no permite de ningún modo llegar a la conclusión de que hayan existido realmente. Por lo contrario, cuando el 18 de marzo de 1919 Lou Andreas-Salomé le pregunta dónde están los «otros» escritos metapsicológicos, «los que ya estaban terminados», él le responde sin ambages el 4 de abril: «¿Dónde está mi metapsicología? Para empezar, no está escrita». De manera que las hipótesis de Jones sobre la supuesta «destrucción» de esos textos parecen ser más propias del «culto del héroe» que de una indagación histórica fiable. El descubrimiento reciente, en la correspondencia Freud-Ferenczi, de un manuscrito que sin duda formaba parte de la serie «Metapsicología» («Sinopsis de las neurosis de transferencia»), lejos de modificar esta perspectiva, la precisa: Freud no terminó los doce textos que se proponía escribir. Pero es preferible no soñar nostálgicamente con esa mitad suplementaria de la que, finalmente, su mano nos habría privado. La factura de los textos que tenemos es bastante notable, incluso aunque se inscriban con claridad en la línea del «Proyecto», del famoso capítulo VII de La interpretación de los sueños, o de las «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico». Su audacia especulativa se revela constantemente cuidadosa del suelo clínico, y la escritura escapa a la jerga, al punto de que un texto como «Duelo y melancolía» pudo alcanzar, con el transcurso de los años, a un público que desborda en mucho a los círculos freudianos. Un trabajo condenado a no terminarse Está excluido que resumamos aquí textos que se proponen explícitamente «clarificar y profundizar las hipótesis teóricas sobre las cuales podría fundarse un sistema psicoanalítico». Es en cambio posible entrever hasta qué punto esta anécdota de un proyecto inacabado -y por lo tanto de una publicación «parcial»- toca a la esencia misma del proyecto metapsicológico freudiano. Freud nunca estableció una lista de sus «hipótesis teóricas» u otros «conceptos fundamentales»; el carácter heteróclito de los títulos de sus cinco artículos «metapsicológicos» casi bastaría para atestiguarlo. Esa falta de acabamiento debe considerarse reveladora de la consistencia particular del saber freudiano, que siempre ambiciona establecerse como un saber «científico» y no cesa de fallar ese objetivo, a pesar de su rigor intrínseco. Freud, y con él la primera generación de freudianos, quisieron ver, en este estado de hecho, el resultado de la juventud del psicoanálisis y de las resistencias exteriores que suscitaban los planteos sobre el Edipo, la sexualidad infantil, la «herida narcisista» infligida por la noción de inconsciente, etc. Es cierto que hubo -y hay todavía- resistencia al análisis, pero este árbol oculta el bosque desde hace mucho tiempo; oculta esa consistencia específica del saber analítico, en ruptura con los otros saberes científicos académicamente recibidos. Estos últimos, construidos más o menos sobre un modelo hipotético-deductivo, presentan una especie de axiomática a partir de la cual se elaboran los enunciados reconocidos como verdaderos en el marco de la teoría considerada. Desde luego, también puede haber trastornos en el nivel de esta axiomática, pero, según la expresión de Kuhn, en los períodos de «ciencia normal» esta axiomática varía muy poco; en consecuencia, es posible presentarla de manera globalizante y jerarquizada. En su preocupación por hacer reconocer el psicoanálisis como ciencia, Freud enfatizó a veces el ideal de una presentación conceptual «completa»; sólo su respeto a las imposiciones inherentes al objeto de su indagación lo apartó regularmente de este ideal (que hoy en día no tenemos ninguna razón para confundir con la cientificidad). El proyecto «metapsicológico» es quizás el mejor testimonio de esta tensión presente en la obra de Freud entre un completamiento conceptual que llevaría al psicoanálisis a alcanzar un cierto Olimpo de la cientificidad, y una no clausura conceptual que atestigua un rasgo fundamental de su objeto, rasgo que ningún concepto particular llega a subsumir, y que no obstante sería fatal ignorar. Esto resulta particularmente claro en el caso del tercer sentido del adjetivo «metapsicológico», que califica la descripción de un proceso mental desde el triple punto de vista dinámico, tópico y económico. Según la palabra de Freud, una descripción tal constituye el cumplimiento o «acabamiento» (Vollendung) de la investigación psicoanalítica. Ahora bien, si la dinámica trata de dar razón a los conflictos en juego en el síntoma, y la tópica intenta establecer los intercambios entre las diferentes instancias de un aparato psíquico necesariamente clivado, el punto de vista económico, «que se esfuerza en seguir los destinos de las cantidades de excitación y obtener una evaluación al menos relativa de éstas», aparece en seguida como singularmente opaco. No obstante, esta trinidad tiene de entrada una función precisa: responder a un cierto modelo científico, así como las tres unidades (de tiempo, de lugar y de acción) pudieron servir para definir la tragedia clásica. Una vez descritas las fuerzas en acción (dinámica), sus intensidades (económica) y sus puntos de aplicación (tópica), uno puede creer que ha completado la descripción de un sistema, sobre todo si éste es concebido según el modelo de los sistemas físicos. Pero para alcanzar ese «completamiento» es todavía imperativo que se cumpla otra condición: el sistema así descrito debe ser declarado «aislado». Éste es uno de los principales requisitos de la cientificidad de la descripción en la mecánica clásica: que pueda haber una sustitución del observador sin ninguna modificación de la descripción. Es porque los sistemas descritos son aislables que su descripción puede atribuirse a un observador «cualquiera». (La física cuántica ha desenmascarado este vínculo secreto entre aislamiento del sistema y completud de la descripción, al mostrar que ciertos sistemas físicos no pueden aislarse de los instrumentos de observación y de medida, y que por lo tanto en este caso no existe el «observador cualquiera», incluso aunque las experiencias sigan siendo fundamentalmente reproducibles.) En tanto que apunta a una completud de la descripción, la metapsicología trata de inscribir el psicoanálisis en el centro del paradigma clásico de la cientificidad, en esa combinación de descripción completa y observador cualquiera. Tal ambición freudiana es claramente identificable en este caso, pero también es cierto que después de Freud otros psicoanalistas siguieron aportando ladrillos al gran templo de la completud por no haber captado que esa ambición era un ideal. Los sostenedores de la teoría del yo autónomo (Hartmann, Kris y Loewenstein) observaron que a las tres dimensiones freudianas se les suma el punto de vista genético, mientras que Rapoport, yendo aún más lejos, añadió por su parte el punto de vista de la adaptación. ¡Si uno quiere estar completo, más vale no mezquinar! Freud, en cambio, en el momento en que proclamaba esta ambición de cientificidad que se atenía al modelo clásico de la descripción completa, dejaba su metapsicología notoriamente incompleta y, hasta donde sé, por afinada que haya sido la escritura de algunos de sus «casos», nunca pretendió que fueran ejemplos de descripción en los que la dinámica, la tópica y la económica se tomaran de las manos para bailar la ronda del «acabamiento». Ocurre que el ideal científico no obstaculizó en él la marcha, tanto clínica como especulativa, y podemos saber por qué. Una doble tensión Freud, en efecto, se explica parcialmente en la primera página del primero de los textos metapsicológicos («Pulsiones y destinos de pulsión»), verdadera declaración epistemológica. En las ciencias, afirma, nunca se empieza por los conceptos fundamentales; por el contrario, a veces se llega a inferirlos después de un largo trayecto, a partir de todo un fárrago de observaciones y especulaciones estrechamente entremezcladas. «Es entonces -continúa- cuando puede haber llegado el momento de encerrarlos en definiciones.» Al acercarse a los sesenta años -él creía que le iban a ser fatales (último avatar de los «cálculos» fliesseanos)-, estimó que ese momento había llegado para él. Pero, mientras enunciaba ese juicioso pragmatismo epistemológico, se cuidaba bien de pretender alcanzar cualquier completud: dejó planteada la cuestión, y pasó al primer concepto de la serie, la pulsión. Ahora bien, no habrá último término. Freud termina por dar explícitamente la razón de esta ausencia, en uno de sus últimos textos, «Análisis terminable e interminable», cuando tropieza con la difícil cuestión de lo que podía ser el «domeñamiento» de una pulsión. Citando Fausto, de Goethe, escribe entonces: «Hay que decirse: «Es preciso que intervenga la bruja». Entiéndase: la bruja metapsicología. Sin especular ni teorizar -por poco digo fantasear- metapsicológicamente , aquí no se avanza ni un paso. Por desgracia, las informaciones de la bruja tampoco son esta vez ni muy claras ni muy explícitas…». La bruja de la que se trata toma el relevo de la observación cuando ésta es demasiado insuficiente, o imposible. Aparece para sugerir hipótesis, proporcionar elementos teóricos a fin de construir explicaciones que servirán a la vez para volver racionales fenómenos incomprensibles, y conectarlos así con otros fenómenos ya descritos. De ese modo la bruja tapona ciertos agujeros del discurso explicativo racional; es la parte de imaginario que permite asegurar la consistencia del tejido simbólico -lo que el verbo «fantasear» dice crudamente, a pesar de las precauciones oratorias-. Se advierte ahora que, en este sentido, no se supone que haya de lograrse ningún agotamiento, puesto que se recurrirá a la metapsicología cuando ya no sea posible «avanzar un paso». Lo que está en juego en todo momento es el equívoco del prefijo «meta»: a veces indica un grado supremo, algo así como una «superpsicología», y entonces hay omnipresencia del ideal científico clásico de acabamiento y completud; en otros casos designa un mas allá, un punto fuente, una especie de ombligo del que podría brotar una psicología, y entonces entra en escena la «bruja», la que realiza el prodigio de hacer algo con nada. Al desarrollar esta doble acepción, el término «metapsicología» atestigua por sí solo una de las tensiones más fuertes del texto y la práctica de Freud: la tensión entre el ideal de un acabamiento en la completud y la claridad científica, y la preocupación permanente de hacerle lugar y reconocerle su función al hormigueo del que surgen, además, las formas superiores de la inteligibilidad.


Metapsicología Alemán: Metapsychologie. Francés: Métapsychologie. Inglés: Metapsychology. Término creado por Sigmund Freud en 1896 para designar el conjunto de su concepción teórica, y distinguirla de la psicología clásica. El enfoque metapsicológico consiste en la elaboración de modelos teóricos que no están directamente vinculados a una experiencia práctica o a una observación clínica; se define por la consideración simultánea de los puntos de vista dinámico, tópico y económico. Freud utilizó por primera vez el término metapsicología, sin otra explicación, en una carta a Wilhelm Fliess del 13 de febrero de 1896: «La psicología -O más bien la metapsicología- me preocupa sin cesar. Menos de dos meses después, el 2 de abril de 1896, siempre dirigiéndose a Fliess, proporcionó una primera precisión acerca de «algunas cuestiones metapsicológicas» que le parecían propias de un «nivel superior» al de Ia psicología de las neurosis»: reconocía que, al pasar de la medicina a la psicología, se trataba para él de realizar su deseo inicial de dedicarse a los estudios filosóficos; la actividad de terapeuta era sólo una consecuencia anexa e imprevista de ese cambio de orientación. La psicología clásica, la psicología de la conciencia, no podría por lo tanto constituir el objeto de una empresa intelectual cuya realización exigía un marco teórico y una forma de cientificidad que, apropiándose del método filosófico, llevaran a pensar la articulación de los procesos psíquicos con los fundamentos biológicos. En otra carta a Fliess, la del 10 de marzo de 1898, Freud se refirió a su trabajo en curso sobre la interpretación de los sueños, y escribió: «Nle parece que la explicación por la realización de un deseo da una solución psicológica, pero ninguna solución biológica, más bien metapsicológica». Y añadió entre paréntesis: «Por otra parte, es preciso que me digas seriamente si puedo darle a mi psicología, que desemboca en el segundo plano del consciente, el nombre de metapsicología». Estas anotaciones encontraron una forma de expresión más elaborada en la Psicología de la vida cotidiana: si bien la metafísica constituía una especie de modelo formal para la metapsicología futura, el objetivo no era encerrarse en ella, sino calibrarla y establecer que las construcciones filosóficas (mitológicas, religiosas), del mismo modo que todas las formas de creencias y delirios que pueden derivar de ellas, sólo constituyen «una psicología proyectada en el mundo exterior». Y Freud precisa de inmediato: «El oscuro conocimiento de los factores y hechos psíquicos del inconsciente (en otras palabras, la percepción endopsíquica de esos factores y esos hechos) se refleja [. .. ] en la construcción de una realidad suprasensible que la ciencia retransforma en una psicología del inconsciente. Ubicándose en este punto de vista, uno podría aplicarse a descomponer los mitos relativos al paraíso y el pecado original, al mal y el bien, la inmortalidad, etcétera, y traducir la metafísica a la metapsicología.» Unos quince años más tarde, en el artículo dedicado al inconsciente, Freud da una definición precisa de la palabra metapsicología: «Propongo hablar de presentación metapsicológica cuando logramos describir un proceso psíquico en sus relaciones dinámica, tópica y económica. Es previsible que, en el estado actual de nuestros conocimientos, sólo lo consigamos en puntos aislados.» Ésta es la misma definición, aunque enunciada con más fuerza, que encontramos en las primeras líneas de Más allá del principio de placer: » Pensamos que un modo de exposición en el que se intente apreciar el factor económico además de los factores tópico y dinámico es el más completo que podemos representarnos actualmente, y que merece ser puesto de manifiesto con el término metapsicología». Ateniéndonos a estas definiciones, tendríamos que agrupar bajo el rótulo de la metapsicología una gran parte de la obra freudiana. El empleo un poco más restringido retiene como escritos metapsicológicos el «Proyecto de psicología», el séptimo capítulo de La interpretación de los sueños, las «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico», «Introducción del narcisismo», Más allá del principio de placer, El yo y el ello y el Esquema del psicoanálisis. Otro uso introducido por Freud consiste en agrupar bajo esta denominación las cinco exposiciones metapsicológicas a las que él se abocó en 1915. Esos cinco textos («Pulsiones y destino de pulsión», «La represión», «Lo inconsciente», «Complernento metapsicológico a la doctrina de los sueños», «Duelo y melancolía»), publicados entre 1915 y 1917, formaban parte del proyecto de Elementos para una metapsicolo gía, doce ensayos que habrían constituido una especie de testamento. La primera redacción del conjunto concluyó a principios de agosto de 1915. Cartas enviadas a Lou Andreas-Salomé, en el otoño de 1915 y la primavera de 1916, así como una a Karl Abraham del 11 de noviembre de 1917, atestiguan que, a juicio de Freud, los últimos siete textos debían ser revisados seriamente antes de la impresión. Se podría formular la hipótesis de que en ese momento Freud comenzó a concebir un enfoque diferente, el cual, en los años de posguerra, daría origen a lo que se ha denominado «la gran refundición», caracterizada por la introducción de una nueva dualidad pulsional y una nueva tópica, que marcaban una ruptura con las ideas del proyecto metapsicológico. Como los manuscritos de los siete ensayos no publicados no se habían encontrado se impuso la hipótesis de que los destruyó el propio Freud. Pero, en 1983, cuando catalogaba en Londres los documentos dejados por Sandor Ferenczi al cuidado de Michael Balint, llse Grubrich-Simitis halló un manuscrito de Freud que era el bosquejo del último de los doce ensayos metapsicológicos, dedicado a la neurosis de transferencia. Una carta a Ferenzci anunciaba el envío del texto y dejaba librada al destinatario la elección de «tirarlo o conservarlo». La primera parte del manuscrito examina los seis factores -la represión, la contrainvestidura (investidura), la formación sustitutiva, la formación de síntomas, la relación con la función sexual, la predisposición a la neurosis -que intervienen en las neurosis de transferencia-, la histeria de angustia (fobia), la histeria de conversión y la neurosis obsesiva. En la segunda parte, Freud abandona el terreno clínico y la perspectiva ontogenética para estudiar las predisposiciones heredadas en la etiología de las neurosis. Es el inicio de lo que llse Grubrich-Simitis denomina «la aventura de la reconstitución filogenética», cuya lógica llevó a Freud a desbordar su tema inicial, para incluir las «neurosis narcisistas» (psicosis). En el curso de esa «aventura», Freud se deja llevar al desarrollo de hipótesis que él considera otras tantas «fantasías». Encuentra en este punto la cuestión de la herencia de los caracteres adquiridos, y la famosa ley llamada de la recapitulación, atribuida a Ernst Heinrich Haeckel, referencias éstas de las que ya había hecho un uso considerable en los Tres ensayos de teoría sexual y en Tótem y tabú. En el momento en que redactaba el bosquejo de ese duodécimo ensayo, su reflexión filogenética fue alentada por Ferenczi, quien por su lado se entregaba a una especulación «bioanalítica». Los dos hombres desarrollaron ampliamente estas cuestiones en su correspondencia, entre 1915 y 1917. Prestaron sobre todo atención a las tesis de Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829), al punto de que surgió la idea de una obra común consagrada al tema de «el lamarckismo y el psicoanálisis»; a principios de 1917, Freud le envió a Ferenczi un «esquema para el trabajo Lamarck». Muy pronto, sin embargo, y sin abandonar las referencias a la filogénesis, a Haeckel y a Lamarck, cuyas huellas se encuentran en sus últimos trabajos (Moisés y la religión monoteísta, el Esquema del psicoanálisis), Freud abandonó esos proyectos para dejarle el timón a su discípulo húngaro, que les dedicó un desarrollo en su obra Thalassa. Ensayo sobre la teoría de la genitalidad, publicada en 1924. La fragilidad de algunas referencias freudianas, sea que se trate del principio de constancia de Gustav Theodor Fechrier o, más en general, de los datos de la psicofísica de su tiempo (que por lo demás sólo trata como hipótesis), o bien de las especulaciones lamarckianas (que está menos dispuesto a poner en duda), a un gran número de psicoanalistas (y esto desde mucho antes de la publicación de ese manuscrito extraviado) les ha parecido un argumento válido para cuestionar la validez y la utilidad de la metapsicología. Esos cuestionamientos dieron lugar a un debilitamiento de la teoría psicoanalítica, ilustrado principalmente por la corriente norteamericana de la Ego Psychology. Y fue como reacción a esas derivas que Jacques Lacan emprendió su «retorno a Freud», el cual concluiría en el reemplazo del apuntalamiento biológico freudiano por el recurso a la lingüística moderna y, más tarde, a la lógica formal y a la topología matemática. Freud tenía perfecta conciencia de que su objetivo asintótico, la teorización de la articulación del psiquismo con el sustrato biológico, ponía al conjunto de su trabajo a merced de los descubrimientos futuros de la biología, que quizá demolieran ese edificio pacientemente construido por él. Pero en lugar de desalentarse por semejante perspectiva, parece haber considerado que la reflexión metapsicológica, con sus inevitables especulaciones, constituía el único bastión epistemológico capaz de obstaculizar las derivas psicologistas u organicistas que, ya en su tiempo, representaban el principal peligro para esa ciencia nueva. Es así como puede entenderse su declaración tardía en forma de profesión de fe: «Sin especular ni teorizar -casi preferiría decir fantasear- metapsicológicamente, aquí no se avanza ni un paso».