Diccionario de Psicología, letra M, Mito familiar

Diccionario de Psicología, letra M, Mito familiar

Definición

En el origen Mythos y Logos nacen juntos del lenguaje. Como Logos, Mythos significa palabra, discurso. Luego, el desarrollo del racionalismo científico moderno y del pensamiento filosófico los distinguirá primero y los opondrá después, al punto de que para un cierto pensamiento científico será mitológico todo lo que no se pueda verificar mediante la experiencia. Lo que importa aquí destacar es ese origen etimológico para rescatar el valor de la palabra en el discurso mítico, y el hecho de que nada hace suponer que ese discurso sea poco fiable o pura invención. Los mitos pueden ser definidos como aquellos relatos que narran acontecimientos primordiales a consecuencia de los cuales el hombre a llegado a ser lo que es y, en este sentido, la temporalidad mítica no es cronológica. Se hace necesario distinguir en la presentación de la temporalidad en la narrativa mítica, el tiempo narrado en el mito del tiempo productor del mito. Parto de un sentido del término mito familiar que lo define como un relato o narración colectiva acerca de cómo una familia se ha constituido a partir de una pareja. Al hacerlo pone en palabras un drama original y singular, y en escena sus personajes, decorados y objetos simbólicamente valorizados. Cada familia porta objetos heredados, materiales o inmateriales donde aparece inscripta su historia. Dichos objetos ilustran el relato familiar, el que, a su vez, puede ser segmentado en secuencias o unidades más pequeñas (los mitemas). Toda familia inviste con significaciones su mundo y su propia vida en el mundo, produciendo como efecto una modalidad familiar de certidumbre que de algún modo dice, explica, justifica, acontecimientos, aspiraciones y deseos de ese conjunto. Esa producción de certidumbre familiar tiende a eliminar la complejidad de los actos de sus integrantes confiriéndoles la simplicidad de las esencias, organizando un mundo sin contradicciones, un espacio donde los objetos parecen significar por ellos mismos. Sin embargo, detrás de su apariencia de simplicidad, se esconde una complejidad que suele dificultar la percepción de la indiscutible omnipresencia del mito familiar. Histórica y colectivamente construido, configura un habla, representa un saber, permeabiliza las prácticas familiares. Se puede afirmar que el hombre está constituido por esos acontecimientos de los cuales habla y por los cuales es hablado. Origen e historia del término La idea de que los otros hablan a través del sujeto, y de que el habla, aquello que parece más propio del ser humano, es de pronto lo más alienado del mismo, ha sido trabajada desde varios lugares teóricos. Desde la lingüística, M. Bajtín (1935) habla de «dialoguismo», que sería la obtención de una verdad a partir de la lucha entre dos voces que se oponen hasta lograr una síntesis. Desde el psicoanálisis, J. Lacan (1975) distingue la «propiedad de entrecruzamiento» presente en los llamados «Escritos Técnicos de Freud», y defiende la tesis de la polifonía del discurso: «el Sujeto dice más de lo que cree decir». I. Berenstein (1990) propone la designación de «locutor» para aquel que, a través del relato familiar, habla un discurso y da a conocer una trama que desconoce un autor, Desde la semiótica, J. Kristeva (1970) define la «intertextualidad» como aquello producido en los textos actuales que es resultado de la combinación, de los textos anteriores con los textos que porta cada sujeto en sí mismo. O. Ducrot (1984) propone que para describir el sentido de un enunciado es preciso suponer que «en su interior hablan muchas voces». El propio O. Ducrot (1984), cuando establece su «estructura de la teoría polifónica», va a defender la tesis de que hay que distinguir tres nociones, habitualmente confundidas en la de «sujeto hablante»: «sujeto empírico», «locutor» y «enunciador», y concluye, de modo muy semejante a lo propuesto por I. Berenstein (1990), que el locutor designado por «je» no es necesariamente el sujeto empírico, siendo el «sujeto empírico» el autor efectivo del enunciado. Un autor, en tanto sujeto de la narración, no puede hablar de su texto si no habla de sí mismo, no es que piense y luego exista, sino que existe allí donde no piensa. A mediados de la década del cincuenta R. Barthes (1956) hacía una afirmación que coincidía con la original etimología del término: «El mito es un habla», y postulaba que los mitos ni hacen público ni ocultan, deforman, transforman «la historia en naturaleza» al naturalizar sus contenidos. Un sistema semiológico es entonces considerado como un sistema de hechos. Cercana a esta noción del mito como un habla distorsionadora es la que, en la década siguiente, propone A. Ferreira (1966) para definir, concretamente, el concepto de mito familiar y sostener que dicho concepto hace referencia «a un número de creencias bien sistematizadas y compartidas por todos los miembros de la familia y apoyadas por éstos como si se tratara de verdades a ultranza, más allá de todo desafío o investigación». Agrega, más adelante, algunos elementos que le otorgan un valor económico al mito familiar al afirmar que, por el hecho de ser «compartido sin discusión por todos los miembros, promueven rituales y proveen áreas pacíficas de acuerdo automático… son verdaderos programas de acción que ahorran cualquier pensamiento o elaboración posterior». En la propuesta de A. Kornblit (1984), los mitos familiares son ubicados como parte de las «estructuras profundas de los sistemas ideológicos familiares» mientras que las creencias forman parte de las «estructuras superficiales» del mismo sistema. Ella considera los mitos familiares desde la semántica y los define como «un intento de contención de las contradicciones inherentes a la dinámica de las relaciones familiares» que se expresa en la forma de un relato. Propone, considerar las creencias como «construcciones cognitivas» producidas por un sujeto como resultado de su necesidad de interpretar ciertos fenómenos de tal manera que esa interpretación no admita dudas. En la propuesta de A. Eiguer (1987), también se define el mito familiar como «un relato, una historia que supone un conjunto de creencias compartidas por toda la familia y eventualmente transmitidas de generación en generación. La historia relatada -agrega- sirve para confirmar las creencias». Según este autor, el mito familiar «viene a resolver contradicciones y antinomias atinentes a lo vivido, a las ideas y a las dificultades de la familia… ayuda a mantener el equilibrio homeostático» y le atribuye al mito familiar el carácter de «una convicción compartida», lo que según él, le da estabilidad y eficacia. Para Merea y colaboradores (1987) los mitos familiares son la vía regia» para el acceso al inconsciente en la familia, concebido éste como un «tramado inconsciente relacional identificatorio» sobre el cual la familia se asienta. Para estos autores, las familias despliegan su «mitología familiar» cuando expresan un conjunto de creencias compartidas por todo el conjunto pero irreductibles a una comprensión lógica. Sin embargo, de esas creencias no existe un «relato explícito sino que deben ser inferidas por el terapeuta». I. Berenstein (1990) va a proponer tanto a la creencia como al mito familiar como integrantes del conjunto fantasmático familiar, pero establece entre ellos una distinción. Si el conjunto fantasmático «…tiene como sus componentes elementos históricos, conforma un mito familiar, si tiene elementos actuales constituye una creencia». Aquí estamos bordeando lo que se podría denominar la dimensión mítica de lo histórico familiar, quizás una zona intermedia entre el mito y la historia. Como lo señala C. Levi-Strauss (1978) a propósito de ciertas lecturas donde se puede descubrir «que la oposición simplificada entre mitología e historia… no se encuentra bien definida… La mitología es estática… por contraposición a la historia, que, evidentemente, es un sistema abierto. El carácter abierto de la historia está asegurado por las innumerables maneras de componer y recomponer las células mitológicas o las células explicativas que originariamente eran mitológicas, lo que nos demuestra que usando el mismo material… una persona todavía puede conseguir elaborar un relato original». Si bien el mito cuenta cómo una realidad ha venido a la existencia, sea esta realidad total o solamente un fragmento, las vicisitudes edípicas que sufre cada uno de los integrantes de un conjunto familiar están tejidas en la historia familiar, una historia que no es solamente la de la actual configuración vincular sino que abarca varias generaciones. Ello implica entrecruzamientos; la combinación de cosas vistas y oídas que conforman un conjunto de representaciones que pueden ser relatadas, al menos, de tantas maneras y con tantas versiones como integrantes compongan la familia. Cuando S. Freud (1909) propone lo que designa como «novela familiar de los neuróticos» está proponiendo una herramienta de acceso a los conflictos familiares, pero que él enfoca a partir de una perspectiva indiscutiblemente intrasubjetiva. «El pequeño fantaseador» organiza su novela partiendo del cuestionamiento de la autoridad de sus padres, dudando de su paternidad, sustituyéndolos por otros de posición social más elevada. El interés particular del niño puede orientar la producción novelesca, cuyas múltiples facetas y su vasta aplicabilidad la tornan accesible a toda clase de tendencias y así poder eliminar «el vínculo de parentesco con una hermana, que acaso lo atrajo sexualmente». Lo que Freud parece mostrarnos es el conflicto al que están sujetas las estructuras de parentesco en el espacio intrasubjetivo del «pequeño fantaseador», pero nos dice poco a propósito de los fantasmas de sus padres, de los deseos de estos y de los de los padres de los padres, transmitidos en un proceso intersubjetivo y transgeneracional marcado por la discontinuidad. Propongo extender la noción de novela familiar al campo de la intersubjetividad como tina vía de acceso a ese otro espacio de producción. Desarrollo desde la perspectiva vincular Los mitos familiares como forma expresiva y comunicativa tienen su origen en una situación analógica y transferida de sucesos, de imágenes, de situaciones, de las que son, a veces, un registro inconsciente y, otras veces, una transcripción metafórica, sumergidos siempre en un halo de indeterminación racional. Cuando una pareja unida en matrimonio se pregunta para qué se juntó, esa pregunta remite a los deseos y anhelos que seguramente abrigaban en el tiempo de su fundación, el tiempo de la inauguración de su proyecto, el tiempo de la fundación de ese vínculo. Al traducir en palabras ese u otros momentos míticos, no se habla de lo que ha sucedido efectivamente, pero se lo considera como una historia verdadera produciendo así eso que antes denominé modalidad familiar de certidumbre. No olvidemos que todos los mitos son portadores de algún tipo de saber. Así, los mitos familiares dan cuenta y hablan de la familia sin que sus integrantes lo sepan. A su vez cada uno de ellos habla y es hablado por esos mitos, de tal manera, que los mitos familiares impregnan ese relato polifónico propio de la intersubjetividad que he llamado novela familiar. En tanto los mitos familiares vertebran con su presencia todo lo que es la estructura familiar, al emerger a través de la novela quedan incluidos dentro de un proceso y sujetos a las resignificaciones propias M encuentro con las voces del conjunto, abiertos a una multiplicidad de sentidos. Asimismo, la novela familiar -ese relato producido a múltiples voces y que intenta dar cuenta de la historia familiar y sus mitos- está construida con elementos heterogéneos compuestos de recuerdos que comprenden, por lo menos, tres generaciones. Esa novela legitima el conjunto, le otorga pertenencia, y aquí la novela familiar se acerca a los mitos, ya que, si un conjunto familiar no puede dar cuenta de sus orígenes; la cadena genealógica se rompe. Esta construcción genealógica precipita en la sesión a través de un conjunto de relatos que produce ese campo discursivo que, siguiendo a J. Kristeva (1966 y 1970) llamo «intertextual», ya que, se trata de un diálogo de textos en el que varios contextos familiares son recreados. El campo discursivo familiar entraña esa pluralidad de relatos y le exige al analista vincular una escucha abierta a una historia, una escucha que distinga al mito de la historia y a ambos de la novela familiar, así como le propone la compleja tarea de discriminar, en ese interjuego de relatos, cuales son los mitos familiares que componen esa novela. Problemáticas conexas En términos generales los autores aquí citados parecen acordar en el valor de la creencia compartida como parte integrante del mito familiar. Agrego que los mitos familiares confieren pertenencia, identidad, cohesión y singularidad a una configuración vincular familiar. Reducir el valor de los mitos familiares a una «convicción compartida», ¿no equivaldría a patologizar un fenómeno que en si mismo tiene carácter productivo? En cuanto a la distinción entre «elementos actuales» y «elementos históricos», me pregunto ¿cuáles serían los «elementos actuales» que distinguirían un mito de una creencia?; ¿no sería necesaria una definición del término «actual» que precisara la distinción? De ser válida y posible dicha distinción, ¿a partir de cuando, en qué momento, una creencia deja de ser tal para transformarse en mito? También he pensado en los acuerdos inconscientes presentes en toda familia. Si partimos de la idea de que tanto los mitos familiares como dichos acuerdos son construcciones familiares que ilusoriamente se establecen para siempre y pueden manifestarse como incuestionables para una familia, ¿cuáles serían los elementos diferenciales y distintivos entre unos y otros? Por último, he propuesto que los mitos familiares se refieren siempre a ciertos acontecimientos de la vida familiar que son deformados por y en el proceso de producción del mito, dando como resultado la construcción de una modalidad de certidumbre propia de esa familia. ¿Se los puede pensar como «relatos encubridores y al mismo tiempo vías de acceso a la verdad inconsciente», como lo propone M. C. Rojas (1991) cuando la función de los mitos es deformar? No parece lo mismo encubrir que deformar. Asimismo, cuando se propone a los mitos familiares como «vía-regia» de acceso al inconsciente familiar», o como «vías de acceso a la verdad inconsciente», me parece entender que se está proponiendo un inconsciente para la familia. Me pregunto si será necesario postular un «inconsciente familiar» para acceder a las producciones inconscientes propias de los conjuntos intersubjetivos, en el campo de la clínica psicoanalítica vincular.