Diccionario de Psicología, letra N, Narcisismo

Diccionario de Psicología, letra N, Narcisismo

Al.: Narzissmus. Fr.: narcissisme. Ing.: narcissism. It.: narcisismo. Por.: narcisismo. En alusión al mito de Narciso, amor a la imagen de sí mismo. 1. La noción de narcisismo(3) aparece por vez primera en Freud en 1910, para explicar la elección de objeto en los homosexuales; éstos «[…] se toman a sí mismos como objeto sexual; parten del narcisismo y buscan jóvenes que se les parezcan para poder amarlos como su madre los amó a ellos». El descubrimiento del narcisismo condujo a Freud a establecer (en el Caso Schreber, 1911) la existencia de una fase de la evolución sexual intermedia entre el autoerotismo y el amor objetal. «El sujeto comienza tomándose a sí mismo, a su propio cuerpo, como objeto de amor», lo que permite una primera unificación de las pulsiones sexuales. Estos mismos puntos de vista se expresan en Tótem y tabú (Totem und Tabu, 1913). 2. Vemos, pues, que Freud ya utilizaba el concepto de narcisismo antes de «introducirlo» mediante un estudio especial (Introducción al narcisismo [Zur Einführung des Narzissmus, 1914]). Pero, en este trabajo, introduce el concepto en el conjunto de la teoría psicoanalítica, considerando especialmente las catexis libidinales. En efecto, la psicosis («neurosis narcisista») pone en evidencia la posibilidad de la libido de recargar el yo retirando la catexis del objeto; esto implica que «[…] fundamentalmente, la catexis del yo persiste y se comporta, respecto a las catexis de objeto, como el cuerpo de un animal unicelular respecto a los seudópodos que emite» . Aludiendo a una especie de principio de conservación de la energía libidinal, Freud establece la existencia de un equilibrio entre la «libido del yo» (catectizada en el yo) y la «libido de objeto»: «cuanto más aumenta una, más se empobrece la otra» . «El yo debe considerarse como un gran reservorio de libido de donde ésta es enviada hacia los objetos, y que se halla siempre dispuesto a absorber la libido que retorna a partir de los objetos». Dentro de una concepción energética que reconoce la permanencia de una catexis libidinal del yo, nos vemos conducidos a una definición estructural del narcisismo: éste ya no aparece como una fase evolutiva, sino como un estancamiento de la libido, que ninguna catexis de objeto permite sobrepasar completamente. 3. Este proceso de retiro de la catexis del objeto y retorno sobre el sujeto había sido ya destacado por K. Abraham en 1908 basándose en el ejemplo de la demencia precoz: «La característica psicosexual de la demencia precoz es el retorno del paciente al autoerotismo […]. El enfermo mental transfiere sobre sí, como único objeto sexual, la totalidad de la libido que la persona normal orienta sobre todos los objetos animados o inanimados de su ambiente». Freud hizo suyas estas concepciones de Abraham: « […] ellas se han mantenido en el psicoanálisis y se han convertido en la base de nuestra actitud hacia las psicosis». Pero añadió la idea (que permite diferenciar el narcisismo del autoerotismo) de que el yo no existe desde un principio como unidad y que exige, para constituirse, «una nueva acción psíquica». Si deseamos conservar la distinción entre un estado en el que las pulsiones sexuales se satisfacen en forma anárquica, independientemente unas de otras, y el narcisismo, en el cual es el yo en su totalidad lo que se toma como objeto de amor, nos veremos inducidos a hacer coincidir el predominio del narcisismo infantil con los momentos formadores del yo. Acerca de este punto, la teoría psicoanalítica no es unívoca. Desde un punto de vista genético, puede concebirse la constitución del yo como unidad psíquica correlativamente a la constitución del esquema corporal. Así, puede pensarse que tal unidad viene precipitada por una cierta imagen que el sujeto adquiere de sí mismo basándose en el modelo de otro y que es precisamente el yo. El narcisismo sería la captación amorosa del sujeto por esta imagen. J. Lacan ha relacionado este primer momento de la formación del yo con la experiencia narcisista fundamental que designa con el nombre de fase del espejo. Desde este punto de vista, según el cual el yo se define por una identificación con la imagen de otro, el narcisismo (incluso el «primario») no es un estado en el que faltaría toda relación intersubjetiva, sino la interiorización de una relación. Esta misma concepción es la que se desprende de un texto como Duelo y melancolía (Trauer und Melancholie, 1916), en el que Freud parece no ver en el narcisismo nada más que una «identificación narcisista» con el objeto. Pero, con la elaboración de la segunda teoría del aparato psíquico, tal concepción se esfuma. Freud contrapone globalmente un estado narcisista primario (anobjetal) a las relaciones de objeto. Este estado primitivo, que entonces llama narcisismo primario, se caracterizaría por la ausencia de total relación con el ambiente, por una indiferenciación entre el yo y el ello, y su prototipo lo constituiría la vida intrauterina, de la cual el sueño representaría una reproducción más o menos perfecta. Con todo, no se abandona la idea de un narcisismo simultáneo a la formación del yo por identificación con otro, pero éste se denomina entonces «narcisismo secundario» y no «narcisismo primario»: «La libido que afluye al yo por las identificaciones […] representa su «narcisismo secundario»». «El narcisismo del yo es, un narcisismo secundario, retirado a los objetos». Esta profunda modificación de los puntos de vista de Freud es paralela a la introducción del concepto de ello como instancia separada, de la que emanan las otras instancias por diferenciación, de una evolución del concepto de yo, que hace recaer el acento, no sólo sobre las identificaciones que lo originan, sino sobre su función adaptatriz como aparato diferenciado, y, finalmente, de la desaparición de la distinción entre autoerotismo y narcisismo. Tomada literalmente, tal concepción ofrece un doble peligro: el de contradecir la experiencia, afirmando que el recién nacido carecería de una apertura perceptiva hacia el mundo exterior, y el de renovar, por lo demás en términos ingenuos, la aporía idealista, agravada aquí por una formulación «biológica»: ¿cómo pasar de una mónada cerrada sobre sí misma al reconocimiento progresivo del objeto?


Narcisismo  

s. m. (fr. narcissisme; ingl. narcissism; al. Narzißmus). Amor que dirige el sujeto a sí mismo tomado como objeto. El concepto en Freud. La noción de narcisismo está dispersa y mal definida en la obra de Freud hasta 1914, fecha en la que escribe Introducción de¡ narcisismo, artículo donde se preocupa de darle, entre los otros conceptos psicoanalíticos, un lugar digno de su importancia. Hasta entonces, el narcisismo remitía más bien a una idea de perversión: en lugar de tomar un objeto de amor o de deseo exterior a él, y sobre todo diferente de él, el sujeto elegía como objeto su propio cuerpo. Pero, a partir de 1914, Freud hace del narcisismo una forma de investimiento pulsional necesaria para la vida subjetiva, es decir, ya no algo patológico sino, por el contrario, un dato estructura] del sujeto. Desde allí hay que distinguir varios niveles de aprehensión del concepto. En primer lugar, el narcisismo representa a la vez una etapa del desarrollo subjetivo y un resultado de este. La evolución del pequeño humano lo debe llevar no sólo a descubrir su cuerpo, sino también y sobre todo a apropiárselo, a descubrirlo como propio. Esto quiere decir que sus pulsiones, en particular sus pulsiones sexuales, toman su cuerpo como objeto. Desde ese momento existe un investimiento permanente del sujeto sobre sí mismo, que contribuye notablemente a su dinámica y participa de las pulsiones del yo y de las pulsiones de vida. Este narcisismo constitutivo y necesario, que procede de lo que Freud llama primero autoerotismo, en general se ve redoblado por otra forma de narcisismo desde el momento en que la libido inviste también objetos exteriores al sujeto. Puede ocurrir entonces, en efecto, que los investimientos objetales entren en competencia con los yoicos, y sólo cuando se produce cierto desinvestimiento de los objetos y un repliegue de la libido sobre el sujeto se registrará esta segunda forma de narcisismo, que interviene en cierto modo como una segunda fase. De esta manera, el narcisismo representa también una especie de estado subjetivo, relativamente frágil y fácilmente amenazado en su equilibrio. Las nociones de los ideales, en particular el yo ideal y el ideal del yo, se edifican sobre esta base. Pueden ocurrir allí alteraciones del funcionamiento narcisista: por ejemplo las psicosis, y más precisamente la manía y sobre todo la melancolía, que son para Freud enfermedades narcisistas, caracterizadas o por una inflación desmesurada del narcisismo o por su depresión irreductible. Por ello las llama psiconeurosis narcisistas. A partir de la década de 1920 y del advenimiento de su segunda tópica, Freud preferirá distinguir netamente las dos formas de narcisismo antes mencionadas calificándolas de «primaria» y «secundaria»; pero, al hacerlo, termina casi asimilando el narcisismo primario al autoerotismo. Concepciones lacanianas. Las concepciones lacanianas del narcisismo simplifican considerablemente estas cuestiones. Lo mejor es presentarlas a través del proceso de estructuración del sujeto. Para J. Lacan, el infans -el bebé que no habla, que todavía no accede al lenguaje- no tiene una imagen unificada de su cuerpo, no hace bien la distinción entre él y el exterior, no tiene noción del yo ni del objeto. Es decir, no tiene todavía una identidad constituida, no es todavía un sujeto verdadero. Los primeros investimientos pulsionales que ocurren entonces, durante esta especie de tiempo cero, son por lo tanto en sentido propio los del autoerotismo, en tanto esta terminología deja justamente entender que hay ausencia de un verdadero sujeto. El inicio de la estructuración subjetiva hace pasar a este niño del registro de la necesidad al del deseo; el grito, de simple expresión de la insatisfacción, se hace llamada, demanda; las nociones de interior/exterior, luego de yo/otro y de sujeto/objeto sustituyen a la primera y única discriminación, la del placer/displacer. La identidad del sujeto se constituye en función de la mirada de reconocimiento del Otro. En ese momento, como lo describe Lacan en lo que llama el «estadio del espejo», el sujeto puede identificarse con una imagen global y aproximadamente unificada de sí mismo («El estadio del espejo como formador de la función del yo «je», 1949; Escritos, 1966. (Véanse espejo (estadio del) [y yo].) De allí procede el narcisismo primario, es decir, el investimiento pulsional, deseante, amoroso, que el sujeto realiza sobre sí mismo o, más exactamente, sobre esa imagen de sí mismo con la que se identifica. El problema luego es que, sobre la base de esta identificación primordial, vienen a sucederse las identificaciones imaginarias, constitutivas del «yo» [moi].Pero, fundamentalmente, este yo, o esta imagen que es el yo, es «exterior» al sujeto y no puede entonces pretender representarlo completamente en sí mismo. «Yo es un otro» [Moi est un autre], resume Lacan, parafraseando a Rimbaud [Je est un autre]. El narcisismo (secundario) sería en cierto modo el resultado de esta operación, en la que el sujeto inviste un objeto exterior a él (un objeto que no puede confundirse con la identidad subjetiva), pero a pesar de todo un objeto que se supone es él mismo, ya que es su propio yo, un objeto que es la imagen por «la que se toma», con todo lo que este proceso incluye de engaño, de ceguera y de alienación (Seminario 1, 1953-54, «Los escritos técnicos de Freud»; 1975). Se comprende entonces que el ideal (del yo) se edifica a partir de este deseo y de este engaño. Pues no hay que olvidar que el término narcisismo, tanto para Freud como para Lacan, remite al mito de Narciso, es decir, a una historia de amor en la que el sujeto termina por conjugarse tan bien consigo mismo que, por encontrarse demasiado consigo, encuentra la muerte. Ese es por cierto el destino narcisista del sujeto, ya sea que lo sepa o que se engañe: al enamorarse de otro que cree que es él mismo, o al apasionarse por alguien sin darse cuenta de que se trata de sí mismo, pierde en todas las ocasiones, y sobre todo se pierde.


Narcisismo

«El término «narcisismo» se emplea en psicoanálisis para designar un comportamiento (Verhalten) por el cual un individuo «se ama a sí mismo» o, en otras palabras, un comportamiento por el cual trata a su propio cuerpo como se trata habitualmente al cuerpo de una persona amada.» «Estar enamorado de sí mismo» sería lo que define el narcisismo según el mito griego del joven Narciso fascinado por su propia imagen; el concepto adquirió toda su importancia en la teoría psicoanalítica cuando pasó a designar una fase necesaria de la evolución de la libido antes de que el sujeto se vuelva hacia un objeto sexual exterior. Fue Havelock Ellis (1898) quien utilizó por primera vez la expresión «Narcissus like» para caracterizar en su aspecto patológico esta forma de amor dirigido a la propia persona; a continuación, P. Näcke (1899) utilizó la palabra «Narcismus» para significar ya una verdadera perversión sexual. En Freud, si bien el narcisismo (término que él habría reemplazado de buena gana por el más eufónico de «narcismo») tiene también el carácter de una perversión cuando absorbe la totalidad de la vida sexual del individuo, constituye no obstante un estadio del desarrollo de la libido, intermedio entre el autoerotismo y la elección de objeto; sólo la fijación en ese estadio y sus formas excesivas constituyen una patología. «Quizás este estadio (Pliase) mediador entre el autoerotismo y el amor objetal sea inevitable en el curso de todo desarrollo normal -escribe Freud en su trabajo sobre el presidente Schreber-. pero parece que ciertas personas se detienen en él de una manera insólitamente prolongada, y que muchos de los rasgos de esta fase (Zustand) persisten en algunas personas en estadios ulteriores de su desarrollo (spätere Entwicklungsstufen).» En la medida en que el advenimiento del estadio narcisista remite a una época anterior a la elección de objeto, se entrevé que se trata de una patología no ya relacionada con las neurosis de transferencia y el marco de la evolución de la libido, sino con otro tipo de afección: las neurosis narcisistas, y el marco de la evolución del yo.

Libido del yo (libido narcisista) y libido de objeto

Proponer entonces dos líneas de desarrollo (la de la libido y la del yo) y relacionar sus respectivos avatares con categorías nosográficas particulares (como las neurosis de transferencia y la psicosis, por ejemplo) abre una vía verdaderamente nueva para la teoría psicoanalítica, al incitarla a explorar el dominio del yo y de sus producciones sintomáticas específicas. Además, basándose en su experiencia con individualidades narcisistas y con las parafrenias (esquizofrenias), aquí reunidas por su común inaccesibilidad a la técnica psicoanalítica, Freud propondrá la idea de la libido del yo o libido narcisista, opuesta a la libido de objeto y capaz, cuando existe de ella un excedente considerable, de desbordar al yo y desamarrar al sujeto del mundo exterior. En la conferencia 26, «La teoría de la libido y el «narcisismo»», Freud señala el interés de esta investigación: «Después de habernos familiarizado con el manejo de la noción de «libido del yo», las neurosis narcisistas se nos volvieron accesibles; la tarea que se desprende de esto para nosotros consiste en encontrar una explicación dinámica de estas afecciones y, al mismo tiempo, completar nuestro conocimiento de la vida psíquica mediante la profundización de lo que sabemos del yo. La psicología del yo, que tratamos de edificar, tiene que basarse, no en los datos de nuestra introspección, sino, como en el caso de la libido, en el análisis de los trastornos y disociaciones del yo.» Desde esta perspectiva, una de las primeras exposiciones presentadas por Freud sobre el narcisismo aparece en el análisis de la paranoia del presidente Schreber, a propósito de la cual formula la hipótesis de una regresión al estadio narcisista, que llega al abandono completo del amor objetal y a la reactivación de un modo de satisfacción autoerótica infantil. Realizar una elección de objeto homosexual, como la que encuentra el análisis del presidente Schreber (en otras palabras, volverse hacia la persona más parecida a uno mismo), o bien apartarse del mundo exterior en un repliegue total sobre sí, son entonces las figuras clínicas que inducen a Freud a postular la existencia de una libido del yo, inversamente proporcional a la libido de objeto, puesto que se trata de la misma energía que la de las pulsiones sexuales, que a veces se dirige hacia el yo y otras hacia el objeto en el seno de un equilibrio cuya estabilidad define lo normal. «En líneas generales, vemos (también) una oposición entre la libido del yo y la libido de objeto. Cuanto más absorbe una, más se empobrece la otra.» Freud reitera varias veces la imagen de un animálculo protoplasmático que emite seudópodos, imprimiéndole al núcleo celular un ritmo de vaciamiento y dilatación sucesivos. Esta metáfora ilustra bien el mecanismo de repliegue sobre sí del interés antes dirigido hacia el mundo, y caracteriza el narcisismo freudiano desde el punto de vista energético. Pero si bien esta imagen sitúa nítidamente el narcisismo en el plano económico de una energía que a veces inviste al yo y otras al objeto, queda por dilucidar la naturaleza de esa energía y el mecanismo que rige su distribución. Se aborda entonces una cuestión tanto histórica como psicológica, ya que Freud, en su primera exposición sistemática sobre el narcisismo (1914), intentó a la vez aislar una libido específica del yo (libido narcisista) y responder a las críticas de Adler y Jung, de los cuales se había separado en 1911 y 1913, respectivamente. Al privilegiar el yo a expensas de la organización psíquica inconsciente, la teoría de Adler derivaba la neurosis de la «protesta viril», principal expresión de la inferioridad constitucional del ser humano; en lugar de asimilar como Freud esta reivindicación al «complejo de castración» y fundarla en una tendencia libidinal narcisista, Adler la inscribía en el registro de la valorización social, en el seno de un sistema racional que, según Freud, dependía de la elaboración secundaria («Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico», 1914). La teoría de Jung, por su parte, obligó a Freud a realizar rápidamente una verdadera puesta a punto de la teoría de las pulsiones; Jung no reconocía la especificidad de la libido, sino que le atribuía un alcance muy general. En ese contexto escribió Freud «Introducción del narcisismo», y una de las principales cuestiones allí discutidas es la necesidad de diferenciar dos grupos de pulsiones: las pulsiones de autoconservación o pulsiones del yo, con las que se relaciona el interés no sexual, y las pulsiones sexuales, con las que se vincula la libido. Sin duda no es fácil disociarlas en el yo, pero, por ejemplo, el hecho de que el hambre y la necesidad sexual lleven, en caso de frustración, a reacciones totalmente distintas, y la circunstancia de que el ser humano se encuentre ante la finitud por su individualidad (soma), y ante la supervivencia por la generación (germen), legitiman la hipótesis de dos tipos pulsionales distintos, aunque en el origen las pulsiones sexuales se apoyen sobre las de autoconservación, y vayan separándose de ellas progresivamente (Tres ensayos de teoría sexual, 1905). En apoyo de esta tesis, Freud evoca además su experiencia clínica con las neurosis de transferencia, que explica como un conflicto entre las pulsiones del yo, esencialmente conservadoras, y las pulsiones sexuales que, precisamente, llevan al individuo a desprenderse de una parte de su narcisismo en beneficio del objeto. Así esta primera distinción entre pulsiones del yo y pulsiones sexuales, aunque relativizada más tarde en favor de la última clasificación de las pulsiones en otros dos grupos, caracterizados con las denominaciones de Eros y Neikos (lucha), contribuyó considerablemente a la comprensión del narcisismo por analogía con la dinámica de las neurosis de transferencia, abriendo el camino a la explicación de una patología de la organización del yo. En efecto, considerando la movilidad variable de la libido, volcada a veces sobre el yo y otras sobre el objeto, se puede encarar fácilmente el caso extremo en el que toda la libido del yo se encontraría desplazada sobre el objeto, sin duda en completa oposición a las pulsiones de autoconservación encargadas de controlar el vaciamiento del flujo libidinal del yo, también llamado vaciamiento narcisista. Para ilustrar la posible hemorragia de la libido del yo en beneficio de la libido de objeto, y la consecuente fragilidad de un yo desprovisto de narcisismo, Freud evoca a menudo la figura bien conocida de la pasión amorosa o enamoramiento; el objeto amado, «sobreinvestido» de este modo, se convierte en todopoderoso frente a un sujeto en adelante humilde y sumiso, entregado a lo que él cree la encarnación de su ideal. «Esta sobrestimación sexual (Sexualüberschützung)», escribe Freud en «Introducción del narcisismo», «permite la aparición del estado muy particular de la pasión amorosa, que lleva a pensar en la compulsión neurótica, y que se reduce a un empobrecimiento libidinal del yo, en favor del objeto». Estos desplazamientos de la libido del yo al objeto, y a la inversa, según las satisfacciones o decepciones que obtiene el individuo de sus investiduras, suscitan una nueva cuestión que, desde la elucidación mecánica del proceso, remite más adelante a la elucidación metapsicológica de la fuente de la que el individuo extrae su energía; en otras palabras, ¿de dónde provendría la libido, y dónde residiría antes de su distribución variable entre el yo y el objeto? Este interrogante apunta al origen del narcisismo y, con él, al origen del yo, en cuanto es el yo el que padece la insuficiencia o el exceso de libido.

Narcisismo primario, narcisismo secundario

El rodeo por la patología permite a Freud deducir el estado originario de la libido; en particular, el desvío por las afecciones en las que hay una desinvestidura del mundo exterior, acompañada por un completo repliegue del enfermo sobre sí. Freud indaga el destino de la libido retirada de los objetos, basándose en la observación de enfermos esquizofrénicos, lo que le parece la mejor respuesta a este interrogante. Entrevé que los delirios de grandeza son consecuencia de la desinvestidura del mundo y manifestación del retorno de la libido sobre el yo, amenazado, en virtud de esto, por un aflujo excesivo de energía. Como para el razonamiento recurrente característico de la teoría psicoanalítica, nada aparece en las situaciones patológicas que no repita un estado psíquico anterior generalmente necesario para el desarrollo del individuo, Freud postula, tomando como ejemplo el delirio de grandeza, un estado original del yo en el cual éste, investido totalmente por la libido, ponía de manifiesto una omnipotencia absoluta. Ese estado de omnipotencia del yo define en adelante lo que se llama narcisismo primario, mientras que el narcisismo secundario designa ese mismo estado cuando reaparece por el retorno al yo de las investiduras de objeto. «La libido retirada al mundo exterior ha sido aportada al yo, de manera que aparece una actitud (Verhalten) que podemos denominar narcisismo. Pero el delirio de grandeza en sí no es creado de la nada; como sabemos, por el contrario, es la amplificación y la manifestación más clara de un estado (Zustand) que ya había existido antes. Nos vemos entonces llevados a concebir como un estado secundario, construido sobre la base de un narcisismo primario oscurecido por múltiples influencias, a este narcisismo que ha aparecido reintroduciendo las investiduras de objeto» («Introducción del narcisismo»). Tal retorno de las investiduras de objeto al yo, revelado por el proceso esquizofrénico, y que dio lugar a la hipótesis del narcisismo primario, permite al mismo tiempo ampliar el acceso al estudio del narcisismo por otras vías, a través de las cuales se puede entrever ese mismo proceso de desinvestidura del mundo exterior y de concentración en el yo, a saber: los estados provocados por el dolor orgánico, el deseo de dormir y la preocupación hipocondríaca. En efecto, en estos tres casos típicos se trata de una atención totalmente volcada al yo, como si éste obtuviera de nuevo la omnipotencia que lo caracterizó alguna vez. ¿Significa esto que el yo constituye, como dice Freud reiteradamente, el «gran reservorio» de la libido, desde el cual ésta se distribuiría sobre los objetos exteriores, con retorno al lugar de origen si estos objetos no brindan satisfacción? Se diría que es así, pero aparentemente Freud, en dos oportunidades, replantea la cuestión: en 1923, en El yo y el ello, y en 1932, en la conferencia 31 («La descomposición de la personalidad psíquica»), parece pensar que es el ello el que posee toda la libido, en razón de la excesiva debilidad del yo al principio de la organización psíquica. El ello emitiría entonces investiduras pulsionales hacia los objetos exteriores, pero el yo, cada vez con más fuerza y amplitud, reemplazaría pronto a esos objetos, recobrando la parte de libido que ellos retenían. Esta última hipótesis haría del narcisismo del yo un narcisismo secundario retirado a los objetos. «Convendría ahora aportarle a la teoría del narcisismo un desarrollo importante», escribe Freud en El yo y el ello. «En el origen, toda la libido está acumulada en el ello, mientras que el yo está aún en curso de formación o es débil. El ello envía una parte de esta libido a investiduras de objetos eróticos, y más tarde el yo, que ha tomado fuerza, trata de apoderarse de esta libido de objeto e imponerse al ello como objeto de amor. El narcisismo del yo es entonces un narcisismo secundario, retirado a los objetos.» Sin duda la indiferenciación del yo y el ello en el inicio de la vida psíquica relativiza este privilegio acordado al yo o al ello como lugar de origen de la libido; es posible imaginar con Freud que la libido, proveniente de un yo-ello aún indiferenciado, se apegará progresivamente al yo, erotizando las pulsiones de autoconservación al punto de que al principio la distinción resulta imposible. Este análisis metapsicológico permite comprender la otra definición freudiana del narcisismo, para la cual éste es el complemento libidinal del egoísmo, en cuanto las pulsiones de autoconservación, para ejercer su función, deben necesariamente estar ligadas a una cantidad mínima de libido. Pero, en la medida en que ciertos trastornos psicológicos, como la pasión amorosa, que Freud asimila, en Tótem y tabú, al prototipo normal de la psicosis, se deben a un exceso o una insuficiencia narcisista, es preciso llevar más lejos el análisis y, conociendo en adelante la fuente libidinal del narcisismo, preguntarse qué es lo que interviene en la formación de esa particular distribución libidinal, o más aún, qué es lo que permite al individuo acceder a ese estado de la regulaciôn de la libido.

El pasaje del autoerotismo al narcisismo en la constitución de la imagen de sí

Tomarse a sí mismo como objeto de amor, en la tradición del mito de Narciso, supone implícitamente la condición de que exista para el yo una representación suficiente del objeto como para atribuírsela o para reemplazarla. Ahora bien, el estado de debilidad del yo sospechado en el origen de la organización psíquica no es compatible con un reconocimiento a priori de objeto. Además Freud plantea el problema del pasaje del autoerotismo al narcisismo sabiendo que no se le puede suponer ninguna unidad a un yo que únicamente interactúa con pulsiones autoeróticas; piensa que « … algo, una nueva acción psíquica (eine neue psychische Aktion), debe sumarse al autoerotismo para dar forma al narcisismo» («Introducción del narcisismo»). Es ésta una de las cuestiones más importantes en torno al narcisismo, puesto que hace intervenir a la vez la formación del yo y la aprehensión del objeto, ofreciendo de tal modo motivo para interrogarse sobre lo que, en la patología, ofrecerá más tarde puntos de fijación y oportunidades de regresión a un sujeto víctima de la desinvestidura del mundo exterior. Sin duda, la tesis de la preeminencia de las investiduras libidinales de los objetos exteriores, antes de que ellas refluyan sobre el yo, ya permite imaginar la importancia que tiene la cualidad de esos objetos para la formación de la representación del propio yo, es decir, para lo que se llamara «imagen de sí»; tomarse a sí mismo como objeto de amor equivaldrá a retomar sobre sí la cualidad de la relación erótica mantenida con el primer objeto investido libidinalmente. La definición del narcisismo que da Freud en «La predisposición a la neurosis obsesiva» (1913) confirmaría esta explicación: «Se sabe que el análisis de la parafrenia nos ha obligado a insertar, entre estas fases [la del autoerotismo y la de la concentración de todas las pulsiones parciales en una elección de objeto], el estadio (Stadium) del narcisismo, en el cual la elección de objeto ya ha tenido lugar, pero el objeto aún coincide con el propio yo». De modo que podría suponerse que en el estadio del narcisismo un cierto tipo de aprehensión del objeto exterior se vuelve sobre el cuerpo propio, también considerado en adelante como un objeto circunscrito y distinto de los que lo rodean. En Tótem y tabú (1912), el narcisismo supone igualmente la concurrencia de las pulsiones sexuales, antes independientes entre sí, en un mismo objeto que Freud, en esa época, todavía asimila al yo. Sea esta primacía acordada al yo o al objeto exterior, el narcisismo en tanto que estadio supone necesariamente un yo que es objeto de las pulsiones libidinales, lo que implica la capacidad de un sujeto para representarse lo que más tarde designará como su yo, y que confundirá en parte con la representación de su propio cuerpo. En El yo y el ello se puede leer que el yo «es ante todo un yo corporal», en el sentido de que «se lo puede considerar como una proyección mental de la superficie del cuerpo». ¿No se podría entonces llevar más lejos esta definición, en el sentido de una mentalización del yo, haciendo de esta instancia una representación esencialmente imaginaria, que tendría a la vez algo de la impregnación del sujeto por un primer objeto exterior y algo de la cualidad del intercambio que se seguiría de ello? El narcisismo consistiría entonces no sólo en la investidura libidinal de lo que habitualmente se llama la «imagen de sí», sino también en la formación misma de esa imagen que, según la formulación del «estadio del espejo» por Lacan, sabemos que supone una identificación con la forma de la especie y con lo que, en una primera mirada, le fue dirigido al sujeto. Además el narcisismo remitirá a varios tipos de afecciones patológicas en adelante diferenciadas: desde el vasto cuadro de las depresiones subtendidas por el odio de la imagen, hasta el de las enfermedades psicóticas subtendidas por la ausencia de imagen o por su fragmentación -en otros términos, desde la más o menos buena apreciación de la imagen de sí hasta la mayor o menor precisión de su contorno-. El lugar central de la imagen en el narcisismo, lugar que quizás ha sido subestimado en beneficio del carácter egoísta y autónomo del comportamiento, se desprende ya muy nítidamente en la versión más común del mito, la de Ovidio, donde sólo se trata de una «ilusión sin cuerpo» (spem sine corpore), de una «imagen fugitiva» (simulacra fugacia) y de «reflejo» (imaginis umbra). Y cuando leemos que Narciso amaba una imagen de la que ignoraba a la vez cuál era su naturaleza y a quién pertenecía, queda claro que el reconocimiento de esa imagen dependerá de una elaboración en la cual habrá de intervenir necesariamente un juicio exterior, el único capaz de identificar la imagen con su propietario. Se lee en La metamorfosis: «…El se apasiona por una ilusión sin cuerpo [ … ] sin dudar de ella, se desea a sí mismo. ¿Qué quiere? Lo ignora, pero lo que ve lo consume; lo excita el mismo error que engaña a sus ojos. Niño crédulo, ¿por qué te obstinas verdaderamente en aferrar una imagen fugitiva? Lo que tú buscas no existe; el objeto que amas, si le vuelves la espalda se desvanecerá». Y, un poco más adelante: «… Pero este niño soy yo; lo he comprendido, y mi imagen (imago) ya no me engaña; ardo de amor por mí mismo. Soy yo quien enciende la llama que llevo en mi seno». Fascinado por su propia imagen, Narciso ilustra magistralmente el momento de captacíón del sujeto por el reflejo especular, que Lacan describe en «El estadio del espejo», pero con la diferencia de que en esa fase el infans sufre de alguna manera una doble identificación con la imagen virtual y, detrás de ella, con la de la especie-, mientras que Narciso, ignorando toda referencia exterior, se abisma en una visión amorosa cuya tonalidad pasional indica una confusión total entre el yo y su modelo. En efecto, la imagen especular circunscribe de alguna manera el lugar de proyección del yo, y éste adquiere consistencia gracias a la relación con el otro en la percepción de una forma y el afecto de una mirada. Sin esta relación, el sujeto cae en la estupefacción de una imagen «megalómana» de sí mismo, imagen que a su vez lo mira como en un juego de espejos enfrentados que se reflejan al infinito. Si bien Freud no centró explícitamente el narcisismo en torno a la problemática de la imagen de sí, la cuestión del pasaje del autoerotismo al narcisismo alude a este tema. En efecto, un artículo de Rank publicado en 1911, «Una contribución al narcisismo», presentaba ya el narcisismo como una transición necesaria entre el autoerotismo y el amor objetal; en apoyo de esta tesis, relataba los sueños de una paciente, exclusivamente organizados alrededor de la visión y la apreciación de su imagen. Sin llevar más adelante la investigación, los dos tipos de elección amorosa inventariados por Freud -la elección por apuntalamiento, según el modelo de las personas que han prodigado los primeros cuidados al niño, y la elección narcisista, según el parecido que el objeto tiene con el sujeto- implican necesariamente la proyección de representaciones mentales, entre ellas la imagen de sí, vinculada más particularmente a la elección narcisista. «Amarse a sí mismo» o «tomarse a sí mismo como objeto de amor» equivale en consecuencia a enamorarse de la propia imagen, e implica que ésta responde al interrogante freudiano sobre el pasaje del autoerotismo al narcisismo; esta «nueva acción psíquica» que se sumaría al autoerotismo remitiría a las condiciones mismas de la construcción de la imagen de sí, cuya dinámica aparece ahora claramente explicada por la experiencia del estadio del espejo. Además, Lacan, comentando el artículo de Freud en el Seminario 1, Los escritos técnicos de Freud, pudo escribir: «El Urbild, que es una unidad comparable al yo, se constituye en un momento determinado de la historia del sujeto, a partir de lo cual el yo comienza a tomar sus funciones. Es decir que el yo humano se constituye sobre el fundamento de la relación imaginaria. La función del yo, escribió Freud, debe tener eine neue psychische… Gestalt. En el desarrollo del psiquismo, algo nuevo aparece, cuya función es dar forma al narcisismo. ¿No es esto indicar el origen imaginario de la función del yo?

Del narcisismo a los ideales del yo

Indisociable de la constitución de la imagen de sí, el narcisismo figura su modalidad de investidura en el sentido en que puede decirse de un sujeto, no sólo que se ama a sí mismo, sino también que se ama a sí mismo a través del otro, en particular cuando este otro se presenta como la proyección de un complejo desprendido del sujeto. Este último cae en consecuencia en un amor casi obsesivo del que no puede deshacerse con facilidad; por ejemplo, el que el estudiante Nathaniel, en «El hombre de la arena», de Hoffmann, siente por la muñeca Olympia, y cuyo análisis realiza Freud en «Lo ominoso» (1919). El amor narcisista, en todas sus variantes, se caracterizará por no dirigirse al objeto más que en función de las semejanzas que éste tiene con el sujeto, semejanzas que resultarían de la proyección de un complejo patológico, un modelo ideal o una representación nostálgica, y que determinarían, dice Freud, que «quien lo padece se vuelva extraño al objeto de amor real». Sin duda se vislumbra allí el proceso proyectivo que le permite al sujeto evitar la confrontación con la diferencia radical del otro; el narcisismo del que el sujeto no logra desprenderse sino difícilmente, implicaría una disminución en la economía necesaria para la transformación efectiva de la realidad (Wirklichkeit), tarea que Freud asigna a los seres humanos. Pero el abandono de la omnipotencia narcisista bajo la coacción de esta misma realidad no se produce sin sufrimiento; se concibe que un sujeto entregado al mundo sólo lo aborde tratando de reencontrar en él (o incluso de imprimir en él) su propia imagen, con el fin de salvaguardar ese estado de plena autonomía del que obtenía toda la satisfacción. También se aborda con esta paradoja existencial el último gran interrogante de Freud acerca del narcisismo, que concierne a la salida posible de ese estado o, en otras palabras, a lo que incita al sujeto a investir un mundo que en adelante lo obligará a respetar coacciones y límites. Freud responde a esta cuestión sólo desde el punto de vista económico, invocando el carácter nocivo que tiene para el yo un estancamiento (Stauung) libidinal capaz de provocar la aparición de síntomas neuróticos y de desencadenar la dinámica regresiva propia de los síntomas parafrénicos. «Se dirá que, más allá de cierta medida, la acumulación de libido resulta insoportable», escribe Freud en la conferencia XXVI. «Es lícito suponer que, si la libido se apega a los objetos, lo hace porque el yo ve en ello un modo de evitar los efectos mórbidos que produciría una libido acumulada en él en exceso.» Una vez más, como en el caso de la explicación económica de la formación del narcisismo, queda por encarar el punto de vista dinámico, y dilucidar la causa de esta incitación a salir de las fronteras del narcisismo, siendo que el sujeto no pide más que prolongar la situación de autarquía que lo colma. Así como Lacan encontró respuesta a la cuestión del pasaje del autoerotismo al narcisismo, también la encontrará para la necesidad de abandonar el estricto universo narcisista por la coacción ante la cual coloca al sujeto esta imagen singular, cuya constitución él (Lacan) ha puesto de manifiesto: se trata de imprimir en la realidad esa misma imagen, soporte obligado de la estructuración del mundo y de las actividades voluntarias. «Esta furiosa pasión que especifica al hombre, de imprimir en la realidad su imagen», escribe Lacan en «La agresividad en psicoanálisis», «es el fundamento oscuro de las mediaciones racionales de la voluntad». Será entonces la doble pertenencia de la imagen del cuerpo al mundo de las representaciones psíquicas del sujeto y al mundo de las percepciones exteriores, pertenencia explicitada por el estadio del espejo, lo que permitirá comprender este modo ulterior del sujeto de inscribir su imagen en el mundo y con ello darle a este último toda su significación. Lacan resume como sigue esta dinámica a la vez existencial y metapsicológica en el Seminario 11, El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica: «la imagen de su cuerpo es el principio de toda unidad a percibir en los objetos. Ahora bien, de esta misma imagen él sólo percibe la unidad afuera, y de una manera anticipada. Por esta relación doble que él tiene consigo mismo, todos los objetos de su mundo se estructuraran siempre en torno a la sombra errante de su propio yo». Se comprende que la investidura del mundo exterior no puede realizarse sin las satisfacciones narcisistas que aportan los reencuentros con la imagen singular, y que ésta, en su omnipresencia, permite que se establezcan las relaciones humanas. Freud lleva entonces más lejos la investigación, y se pregunta si es concebible que toda la libido pase a las investiduras de objeto, y si ése es su destino. Las explicaciones precedentes, relativas a las consecuencias de una desinvestidura excesiva del mundo exterior en favor de un yo desbordado por una demasía de libido, y la veríficación de la dificultad que experimenta el sujeto para abandonar su universo narcisista, no son coherentes con la hipótesis emitida. Volviéndose entonces hacia la psicología de la represión, Freud aísla una instancia yoica ideal que parece incluida entre las condiciones esenciales del proceso y que permite al yo derivar sobre ella una parte de su libido. Esta instancia ideal hacia la cual el yo no cesa de tender se presenta, desde «Introducción del narcisismo», como un yo ideal (ideal Ich) dotado de la antigua omnipotencia de la que gozaba el yo real (wirkliche Ich), o bien como un ideal del yo (Ich-ideal), dotado de un estatuto de modelo y cuya finalidad hace intervenir necesariamente la función del juicio. La distinción de esta instancia ideal en yo ideal e ideal del yo se puede advertir ya en Freud cuando evoca por un lado la exaltación de las cualidades de un yo en posición de superlativo absoluto (yo ideal), y por otro la perfecta conformidad de un yo con los valores heredados de las instancias parentales y de la sociedad en general (ideal del yo). «Lo que él proyecta ante sí como su ideal -escribe Freud- es el sustituto del narcisismo perdido de su infancia; en aquel tiempo, él mismo era su propio ideal.» En la línea del desarrollo del yo, «El desarrollo del yo consiste en alejarse del narcisismo primario, y engendra una aspiración intensa (Sehnsucht) a recobrar ese narcisismo. Ese alejamiento se produce por medio del desplazamiento de la libido hacia un ideal del yo impuesto desde el exterior; la satisfacción se obtiene por la realización de ese ideal». En consecuencia, la respuesta al interrogante sobre el destino de la libido aparece claramente y concierne a todas las desviaciones posibles que encuentra la pulsión sexual en el camino hacia la investidura de objeto, si se considera a este último sólo en tanto objeto sexual. No obstante, falta aún disociar lo que ocurre con el objeto a título de idealización, y lo que sucede con la pulsión como sublimación, sabiendo que la primera (la idealización) puede llevar al sujeto a la catástrofe pasional que resulta de la proyección del ideal del yo sobre el objeto en sí. Comparando el amor pasión o enamoramiento con la hipnosis, en el sentido de que el enamorado, como el hipnotizado, se desprende de todo su narcisismo en favor del objeto (y ello porque éste ocupa el lugar del ideal del yo del sujeto), Freud subraya, en Psicología de las masas y análisis del yo (1921), la fragilidad enfermiza de un sujeto que hubiera abandonado su yo en favor del objeto, o que incluso haya introyectado el objeto con un modo de identificación llamado, precisamente, «identificación narcisista». Para Lacan, esa identificación narcisista aparece en la fuente de la relación imaginaria y libidinal del hombre con el mundo en general; en efecto, si el sujeto ve su ser en una reflexión con relación al otro, según nos lo enseña el estadio del espejo, sólo puede asignarse un lugar en el mundo gracias a la introyección de lo que él percibe en el otro, y esto en una mirada que se le dirige, Introyectar la mirada del otro contribuye entonces a verse a sí mismo y a fundar un yo originario (Ur-Ich) que dará lugar a la vez al ideal del yo como referente simbólico que gobierna todo el juego de las relaciones con el otro, y al yo ideal como representación imaginaria cuya apariencia se inscribe en el marco trazado por el ideal del yo. La dinámica que así se instaura entre las dos instancias ideales del yo es además explicitada por el esquema óptico llamado «del ramo invertido» en la «Observación sobre el informe de Daniel Lagache», dinámica que depende de que el sujeto se sitúe más o menos cerca de los bordes de su imagen real forjada en los términos de la experiencia de Bouasse, y de la inclinación más o menos pronunciada, que se imprima al espejo plano añadido a la experiencia. «En esta representación se traza la distinción entre el idealIch y el Ich-Ideal, entre el yo ideal y el ideal del yo. El ideal del yo gobierna el juego de relaciones del que depende toda la relación con el prójimo. Y de esta relación con el prójimo depende el carácter más o menos satisfactorio de la estructuración imaginaria», dice Lacan en Los escritos técnicos de Freud. Diferencia entonces un primer narcisismo, que se ubicaría en el nivel de la imagen real del esquema e indicaría una cierta cantidad de marcos preformados de la realidad, y un segundo narcisismo, reflejado por el espejo, que tendría que ver con la relación con el otro. Ahora bien, una vez descrita de este modo esta organización psíquica, se identifica mejor, en la prolongación directa de la perspectiva freudiana, lo que puede llevar a un individuo a despojarse de su propia estima en favor de la idealización del otro-objeto o, en otras palabras, lo que verdaderamente puede hipnotizarlo al punto de que se produzca una especie de vaciamiento mortífero que lo entregue totalmente a la voluntad del otro. Se evoca además la presencia del doble, efectivizada por la visión en el otro de la propia imagen especular, cuando el sujeto ve bruscamente surgir ante él su propia mirada, que entonces afirma que le ha sido robada. Los tiempos de la dinámica especular -tiempo de impregnación de la imagen (marco genérico) y tiempo de captación por la imagen (unidad corporal)- se encuentran a la vez confundidos y suspendidos en un momento regresivo de estupefacción, ese momento que provoca la imagen especular cuando ella, más allá del espejo, alcanza un punto de reconocimiento familiar (Heim) situado en el Otro. Dejarse tomar por la imagen especular antes de haber podido develar la carencia radical de ese Otro que precede al sujeto: tal sería, para Lacan, la trampa narcisista, captura indefinidamente repetida del sujeto por su imagen, en el curso de la cual resplandece el fuego de un goce borrado desde mucho antes. En este asunto, explica Lacan en el seminario sobre la angustia, el sujeto se debate con su agresividad primera que, esencial para la constitución de su imagen y para su proyección sobre el mundo, se vuelve entonces en su contra, de una manera tanto más peligrosa cuanto que él continúa abismándose, como Narciso, en la fascinación de su doble. Sin duda, el sujeto así captado resuelve, de cierta manera, la discordancia primordial entre el yo imaginario y el ser inaccesible, que entonces se funden; de no ser así, él tendría que trabajar en la resolución de esa discordancia, sin jamás alcanzarla. Y si la alcanza, lo hace, para citar a Lacan en «Acerca de la causalidad psíquica», «Por una coincidencia ilusoria de la realidad con el ideal [que] resonaría hasta en las profundidades del nudo imaginario de la agresión suicida narcisista». De modo que, como estadio específico o como permanencia de cierto tipo de investidura, el narcisismo atraviesa el campo psicoanalítico participando a la vez de la teoría de la libido y de la constitución del yo. Lugar de la imagen especular, le permite al sujeto dirigirse al objeto sin perderse en él, y si bien la proyección de la imagen especular sobre la realidad o el reflejo que ésta devuelve legitima en parte el interés que el hombre tiene por los asuntos del mundo, la finalidad no es tanto saciarse como tratar de confundir la imagen y la realidad en una búsqueda imposible. Esta búsqueda se traduce como una aspiración hacia un ideal sublimado que, de manera desviada, entregará al sujeto a las aspiraciones narcisistas de la civilización. Sigue no obstante muy presente el escollo de caer en la fascinación de la imagen descubierta y, si la desinvestidura del objeto conduce a veces a las enfermedades del yo que Freud agrupa en la categoría de las «neurosis narcisistas», esto ocurre sin duda porque lo irreductible desconocido que habita la respuesta que el otro da al sujeto, devuelve a este último a la pendiente regresiva de las satisfacciones infantiles abandonadas, las mismas que ubicaban al niño en el centro del mundo. El narcisismo presenta así un doble rostro: como investidura libidinal, contribuye a la salvaguardia del yo y a las obras de la civilización; como estadio infantil de la evolución del yo y de la libido, se inscribe en un sistema energético de economía reducida, cuyo modelo fantasmático provendría de la organización autárquica absoluta. No están lejos entonces las huellas de la pulsión de muerte, que lleva a la anulación de las tensiones para reencontrar un antiguo goce otra vez sospechado. Esencial para la definición del ser humano, el narcisismo da además forma a la realidad en cuanto, ocupando el lugar del espejo, ésta recubre para el sujeto los elementos de seducción indispensables para su investidura; Lacan formula su poder como sigue: « … esta pasión de ser un hombre, diría yo, que es la pasión del alma por excelencia, el narcisismo, el cual impone su estructura a todos los deseos, incluso a los más elevados» («Acerca de la causalidad psíquica»).