Diccionario de Psicología, letra N, Narcisismo I

Diccionario de Psicología, letra N, Narcisismo I

Narcisismo Alemán: Narzissmus. Francés: Narcissisme. Inglés: Narcissism. Término empleado por primera vez en 1887 por el psicólogo francés Alfred Binet (1857-1911) para designar una forma de fetichismo que consiste en tomar la propia persona como objeto sexual. La palabra fue utilizada en 1998 por Havelock Ellis para designar un comportamiento perverso relacionado con el mito de Narciso. En 1899, en su comentario del artículo de Ellis, el criminólogo Pan¡ Niicke (1851-1913) introdujo este término en el idioma alemán. En la tradición griega, se llamaba narcisismo al amor a sí mismo. La leyenda y el personaje de Narciso se hicieron célebres gracias al libro tercero de las Metamorfosis de Ovidio. Hijo del dios Cefiso, protector del río del mismo nombre, y de la ninfa Liríope, Narciso era de una belleza inigualada. Se atrajo el amor de más de una ninfa, entre ellas Eco, a la que rechazó. Desesperada, ésta cayó enferma y le imploró a la diosa Némesis que la vengara. En el curso de una partida de caza, el joven hizo un alto cerca de una fuente de agua clara: fascinado por su propio reflejo, Narciso creyó ver otro ser y, en pleno estupor, no pudo ya desprender su mirada de ese rostro que era el suyo. Enamorado de sí mismo, Narciso hundió entonces los brazos en el agua para estrechar esa imagen que no cesaba de sustraerse. Torturado por ese deseo imposible, lloró y terminó por tomar conciencia de que el objeto de su amor era él mismo. Quiso entonces separarse de su persona, y se golpeó hasta sangrar antes de decirle adiós al espejo fatal y entregar el alma. En signo de duelo, sus hermanas, las Náyades y las Dríadas, se cortaron los cabellos. Al querer cremar el cuerpo de Narciso en una hoguera, comprobaron que se había transformado en una flor. Hasta fines del siglo XIX la palabra fue utilizada por los sexólogos para designar de manera selectiva una perversión sexual caracterizada por el amor que un sujeto se dirige a sí mismo. En 1908, Isidor Sadger habló de narcisismo a propósito del amor a sí mismo como modalidad de elección de objeto en los homosexuales. De tal modo se distinguió de Havelock Ellis, al considerar que el narcisismo no era una perversión, sino un estado normal de la evolución psicosexual en el ser humano. El término narcisismo apareció por primera vez en la pluma de Freud en una nota añadida en 1910 a los Tres ensayos de teoría sexual. Hablando de los «invertidos», y por lo tanto sin utilizar aún la palabra homosexual, Freud escribe que ellos «se toman a sí mismos como objetos sexuales» y que, «partiendo del narcisismo, buscan a hombres jóvenes semejantes a su propia persona, a quienes quieren amar como sus madres los amaron a ellos mismos—. En 1910, en su ensayo Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci, y en 1911, en el estudio sobre el caso Schreber, Freud, a semejanza de Sadger, considera que el narcisismo es un estadio normal de la evolución sexual. En 1914, en «Introducción del narcisismo», el término adquirió el valor de concepto técnico. Como fenómeno libidinal, el narcisismo ocupó entonces un lugar esencial en la teoría del desarrollo sexual del ser humano. La elaboración de ese texto se basó en el estudio de las psicosis, y principalmente en el aporte de Karl Abraham. Aunque sin utilizar la palabra, el berlinés, en un texto de 1908 acerca de la demencia precoz, había descrito el proceso de desinvestidura del objeto y el repliegue de la libido en el sujeto: «El enfermo mental consagra a sí mismo, como único objeto sexual, toda la libido que el hombre normal vuelca en el entorno vivo o animado. La sobrestimación sexual sólo le concierne a él» Freud adoptaría esta definición de la psicosis en la vigésimo sexta de las Conferencias de introducción al psicoanálisis. En el texto de 1914, la observación del delirio de grandeza en el psicótico llevó a Freud a definir el narcisismo como la actitud resultante de la reconducción sobre el yo del sujeto de las investiduras libidinales antes dirigidas a objetos del mundo externo. Freud señaló entonces que ese movimiento de repliegue sólo podía producirse en un segundo momento, precedido de una investidura de los objetos exteriores por una libido procedente del yo. Se podía entonces hablar de un narcisismo primario, infantil, confirmado por la observación de los niños, y también de los «pueblos primitivos», caracterizados en ambos casos por su creencia en la magia de las palabras y en la omnipotencia del pensamiento. El narcisismo primario tendría que ver con el niño y con la elección que él realiza de su persona como objeto de amor, etapa anterior a la plena capacidad para volverse hacia objetos externos. De tal modo (y éste es uno de los puntos fuertes del texto) Freud se ve llevado a considerar la existencia permanente y simultánea de una oposición entre la libido del yo y la libido de objeto, y a formular la hipótesis de un movimiento de balanceo entre una y otra, de modo que si una se enriquece la otra se empobrece, y recíprocamente. Desde esta perspectiva, la libido objetal en su máximo desarrollo caracteriza el estado amoroso, mientras que a la inversa, la libido del yo en su mayor expansión da fundamento al fantasma del fin del mundo en el paranoico. El desarrollo teórico constituido por este texto implica una primera revisión de la teoría de las pulsiones; desaparece la separación entre pulsiones del yo y pulsiones sexuales, y el yo es definido como «un gran depósito de libido». Pero, por debajo de este avance teórico, Freud encuentra un obstáculo a propósito de ese narcisismo primario cuando se trata de definir su relación con el autoerotismo identificado en los Tres ensayos de teoría sexual. Postula entonces un desarrollo del yo en dos tiempos; para alcanzar el estadio del narcisismo primario, a continuación del autoerotismo aparece «una nueva acción psíquica». Si se quiere establecer una correspondencia entre ese desarrollo y la evolución pulsional, el pasaje de las pulsiones sexuales parciales a su unificación, uno se ve llevado a considerar que el narcisismo infantil o primario es contemporáneo de la constitución del yo. Como se puede constatar, y el propio Freud lo reconoce, la cuestión de la ubicación del narcisismo primario suscita numerosas dificultades. Freud dice que en este punto es menos fácil observar que deducir. No obstante, con el carácter de observación indirecta, retiene la admiración parental por «his majesty the baby», como una manifestación del propio narcisismo primario abandonado de los progenitores, en cuyo lugar se ha constituido progresivamente su ideal del yo. «El amor de los padres -escribe Freud-, tan conmovedor y, en el fondo, tan infantil, no es más que su narcisismo que renace y que, a pesar de su metamorfosis en amor objetal, manifiesta inequívocamente su antigua naturaleza.» En el marco de la elaboración de la segunda tópica, Freud vuelve sobre esta cuestión de la ubicación del narcisismo primario, que sitúa entonces como el primer estado de la vida, anterior a la constitución del yo, característico de un período en el que el yo y el ello están indiferenciados, y cuya representación concreta podría concebirse con la forma de la vida intrauterina. Como lo han observado Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis, esta nueva formulación borra las distinciones entre el autoerotismo y el narcisismo, y «desde el punto de vista tópico no se advierte qué es lo que está investido en el narcisismo primario entendido de este modo». La definición del narcisismo secundario es menos problemática, y la formación de la segunda tópica no modificó su concepción, aunque, a partir de Más allá del principio de placer, Freud abandonaría cada vez más este concepto, ausente por completo en el Esquema del psicoanálisis. De modo que el narcisismo secundario o narcisismo del yo, a principio de la década de 1920, seguía apareciendo como el resultado manifiesto, en la clínica de la psicosis, del retiro de la libido de todos los objetos externos. Pero no sólo era propio de tales casos extremos, puesto que la investidura libidinal del yo coexiste en todo ser humano con las investiduras objetales; Freud había postulado la existencia de un proceso de balanceo energético entre las dos formas de investidura que participan del eros, la pulsión de vida, y de su combate contra las pulsiones de muerte. Por otra parte (y esto atestigua el carácter ineludible que este concepto tuvo en la evolución de la teoría freudiana del desarrollo psíquico), desde el texto de 1914 el narcisismo aparece como el primer bosquejo de lo que se convertirá en el ideal del yo. A pesar de sus insuficiencias y de su estatuto ambiguo, el concepto de narcisismo sirvió de punto de partida a numerosos desarrollos posfreudianos. Efectuando un análisis espectral del concepto del narcisismo, André Green siguió en 1976 las huellas del «destino del narcisismo» después de Freud, subrayando que los psicoanalistas se dividieron «en dos campos, según su posición respecto de la autonomía del narcisismo». Entre los defensores de esta autonomía, hay que destacar el aporte del psicoanalista francés Bela Grunberger, para quien el narcisismo es una instancia psíquica a igual título que las instancias freudianas de la segunda tópica, y el del psicoanalista norteamericano Heinz Kohut, el cual, a partir de la clínica de los trastornos narcisistas, contribuyó al desarrollo de la corriente de la Self Psychology. Opuesta a estas concepciones, Melanie Klein, al postular la existencia primera de las relaciones objetales, se vio llevada a rechazar la idea del narcisismo primario, así como la de estadio narcisista; ella sólo habla de estados narcisistas vinculados a la retracción de la libido sobre objetos interiorizados. La concepción lacaniana del estadio del espejo, desarrollada en 1949, se basó en ese punto confuso de la ubicación del narcisismo primario y su relación con la constitución del yo. Para Jacques Lacan, el narcisismo originario se constituye en el momento de la captación por el niño de su imagen en el espejo, imagen a su vez basada en la del otro (en particular la madre), constitutiva del yo. El período del autoerotismo corresponde entonces a la primerísima infancia, al período de las pulsiones parciales y del «cuerpo fragmentado», signado por ese «desamparo original» cuyo posible retorno constituye una amenaza, en el fundamento de la agresividad. Articulada con la teoría lacaniana que reconoce la existencia del narcisismo primario incluso antes del estadio del espejo, la reflexión de Françoise Dolto ubica las raíces del narcisismo en el momento de la experiencia privilegiada constituida por las palabras maternas más centradas en la satisfacción de los deseos que en la respuesta a necesidades.