«Donde Ello era, Yo debo devenir»: Una lectura posible de El yo y el ello

«Donde Ello era, Yo debo devenir»: Una lectura posible de El yo y el ello

La estructura molecular de los textos

Psicoanálisis y conocimiento

«Las siguientes elucidaciones retoman ilaciones de pensamiento iniciadas en mi escrito Más allá del principio de placer, y frente a las cuales mi actitud personal fue, como ahí se consigna, la de una cierta curiosidad benévola» (GW, 13, pág. 235).

¿Unos pensamientos de Freud frente a los que él mismo se muestra curioso y benévolo? ¿El los tiene, o lo tienen a él? Es la frase con que empieza el «Prólogo» de El yo y el ello. Hay algo ahí que requiere esclarecimiento; como el autor no lo proporciona, procuremos hacer hablar al texto mismo. «ilaciones de pensamiento» traduce Gedankengang hemos sido sistemáticos en esto. Más espontáneo y natural sería verterlo, en el pasaje que acabamos de citar, por «temas», «argumentos», etc. Pero la apariencia forzada es aquí la marca del sentido. Veamos: en ningún lugar de la obra de Freud hallamos una definición explícita de «ilaciones de pensamiento». Aparecen expresiones como «series» (Reihe), «cadenas» (Kette), «itinerarios» (Zug) de pensamiento. Las hemos vertido diferenciadamente, pues decidir que son sinónimas sería introducir una arbitrariedad. Ya nos hemos extendido sobre la dimensión epistémica de «series»; concentrémonos ahora en «ilaciones» e «itinerarios» de pensamiento. Escogimos la primera expresión para Gang porque este término significa curso, proceso, una marcha que supone una trayectoria tópica, pero admite una dirección intencional. En cambio, Zug es más material, se refiere más al trazado del camino y a un tirón o arranque automáticos. Pues bien: en La interpretación de los sueños asistimos al pasaje de un término al otro: cuando un deseo inconsciente se transfiere a los restos psíquicos no investidos por el preconciente, el resultado es que dentro del preconciente se establece un itinerario de pensamiento que, abandonado por la investidura de sistema, ha encontrado investidura de parte del deseo inconsciente (GW, 2-3, pág. 600). Freud introduce de pronto «itinerarios», cuando antes venía hablando de «ilaciones». Conjetura inmediata: estas se refieren a procesos preconscientes, aquellos a procesos inconscientes. Lo mismo se advierte en «Fragmento de análisis de un caso de histeria» (el caso «Dora»), donde la imagen tópica de los itinerarios inconscientes se refuerza por la introducción del vocablo «vías» (de ferrocarril); y entre esos itinerarios se producen «cambios de vía». Entonces, esas expresiones no son sinónimas, por más que en ciertos textos se traslapen. Ahora bien, esa actitud de dejar que las ilaciones preconcientes suban a la conciencia es expuesta por Freud en La interpretación de los sueños. Cita una carta de Schiller del 1º de diciembre de 1788:

«En un pasaje de su epistolario con Korner, que me fue indicado por Otto Rank, Schiller responde a un amigo que se quejaba de su falta de productividad: La explicación de tu queja está, me parece, en la coacción que tu entendimiento impone a tu imaginación. Debo aquí esbozar un pensamiento e ilustrarlo con una metáfora. No parece bueno, y aun es perjudicial para la obra creadora del alma, que el entendimiento examine con demasiado rigor las ideas que le afluyen, y lo haga a las puertas mismas, por así decir. Si se la considera aislada, una idea puede ser muy insignificante y osada, pero quizás, en una cierta unión con otras, que acaso parezcan también desdeñables, puede entregarnos un eslabón muy bien concertado: de nada de eso puede juzgar el entendimiento si no la retiene el tiempo bastante para contemplarla en su unión con esas otras. Y en una mente creadora, me parece, el entendimiento ha retirado su guardia de las puertas; así las ideas se precipitan por ellas péleméle, y entonces -sólo entonces- puede aquel dominar con la vista el gran cúmulo y modelarlo. Vosotros, señores críticos, o comoquiera que os llaméis, sentís vergüenza o temor frente a ese delirio momentáneo, pasajero, que sobreviene a todos los creadores genuinos y cuya duración mayor o menor distingue al artista pensante del soñador. De ahí vuestras quejas de infecundidad, porque desestiman demasiado pronto y espigáis con excesivo rigor-» (GW, 2-3, págs. 107-8).

Si ahora consideramos que la cita de Schiller introduce, en La interpretación de los sueños, la noción de observación de sí, en que no se desestima ninguna de las ocurrencias que acuden a la conciencia, a diferencia de la reflexión, que supone una crítica de ellas, habremos ganado un espesor significativo para la frase inicial de El yo y el ello: Freud suspende la crítica, no reflexiona, sino hace introspección para bucear en lo interior, en lo profundo del alma, como si se tratase de un psicoanálisis o de la interpretación de un sueño. Por uno de sus costados, El yo y el ello se presenta como un autoanálisis orientado a la creación científica. Y ese movimiento circular del texto acaso sea la genuina justificación de la circularidad de su traducción: Sí, como veremos, el preconsciente es el lugar de la representación-palabra, ¿no es coherente que las palabras en que se vierte el pensamiento científico posean ellas mismas una lógica interna, una prístina adherencia a lo objetivo? El juicio crítico actuará después sobre ese fluir del lenguaje, y así se constituirá la ciencia. Mejor dicho: una ciencia de lo humano. Es que en psicología el sujeto y el objeto, cognoscente y conocido, son el mismo. He ahí la misma circularidad, en un plano más profundo: es preciso averiguar el sentido del sentido.

En las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (GW, 5, pág. 64), Freud nos enfrenta con el problema: Si el yo es el sujeto más genuino, ¿cómo devendría entonces objeto, cómo -podría ser conocido? Pero no hay duda de que ello es posible. El yo puede tomarse a sí mismo como objeto, tratarse como a los otros objetos, observarse, criticarse. Una parte del yo se contrapone a la otra, se le pone enfrente. El yo es divisible, escindible. Pero se divide por líneas de fractura preexistentes, que constituyen su articulación interna: la que se muestra, se evidencia, en la desarticulación y la falsa unidad de la neurosis y la psicosis, susceptible de observación científica.

Es, pues, el yo de Freud quien conoce al yo de Freud. Y la primera sección de El yo y el ello comienza así: «En esta sección introductoria no hay nada nuevo que decir. . . » (GW, 13, pág. 239). El impersonal es deliberado, es un recurso estilístico significativo. Yo, que escribo para el lector, digo que eso en que se expresa mi yo preconsciente no dice -nada nuevo a mi yo crítico. Y los tres sujetos se enlazan a lo largo del discurso, se separan, vuelven a unirse. Es el estilo, inseparable del sentido, el que así se muestra para engendrar el discurso científico en frases como «En el acto nos vienen a la memoria aquí … »; «Sólo que con igual rapidez caemos en la cuenta … »: las marcas de la ocurrencia, «Pero no se nos ocurra, acaso en aras de la simplificación … »: la marca del juicio crítico.

Lo conciente y lo inconsciente

El análisis de los términos epistémicos, que presentamos en un capítulo anterior, nos ayudará a comprender lo que Freud llama la premisa básica del psicoanálisis: «La diferenciación de lo psíquico en consciente e inconciente es la premisa básica del psicoanálisis, y la única que le da la posibilidad de comprender, de subordinar a la ciencia, los tan frecuentes como importantes procesos patológicos de la vida anímica» (GW, 13, pág. 239).

Vayamos primero a los términos «conciente» e «inconciente». Sin ninguna duda son buenas traducciones para bewusst y unbewusst, pero no recubren todo su significado. Una digresión filológica: bewusst proviene de un verbo en desuso: bewissen; no tenemos entonces un verbo para la actividad de conciencia, y cabe preguntarse si en los textos no aparecerá otro que, aproximadamente, haga sus veces. En «A propósito de un caso de neurosis obsesiva» (el caso del «Hombre de las Ratas») leemos que cierto afecto sentido por el paciente está justificado, pero pertenece a otro contenido, der nichi bekannt (vizbewusst) ist (GW, 7, pág, 400). He ahí asimilados en el texto, siquiera parcialmente, dos términos con forma de participio. Ese contenido no es «notorio» (es inconciente). Sabemos que el segundo participio no tiene verbo en uso; el del primero es bekennen: lo bekannt es lo sabido, notorio, familiar, consabido. Esta aclaración que obtenemos en el «Hombre de las Ratas» se reafirmará en El yo y el ello, y se encuentra implícita en numerosos trabajos. La asimilación de lo consciente a lo sabido, notorio, familiar, se sitúa, por así decir, en un plano descriptivo. Ya habíamos visto, en Haeckel, que los procesos del universo, todos ellos, son «inconscientes» en tanto no suponen una causa final. Por eso, entendiendo a Freud a través de Haeckel, discerníamos ahí la operación de las causas eficientes. Ahora, esta nueva puntualización terminológica nos permite individualizar ciertas constantes de los textos: el sueño aparece como algo extraño, ajeno, no consabido; esos caracteres son la marca de lo inconsciente en tanto es unbekannt en las acepciones dichas (un – señala privación, negación). Eso consabido, consciente, es algo en lo cual se cree; cuando el paciente desautoriza al analista a raíz de una comunicación de este, ello significa que no le cree, que no presta creencia a lo comunicado: no le es familiar, evidente, notorio. Lo contrario es el convencimiento. Y en la sesión de análisis, el convencimiento cierra el círculo epistémico. Convencerse de algo equivale al brusco devenir notorio, sabido, consciente, con toda la fuerza de una percepción. La conciencia es un hecho; es o no es. Además, es evidente. El verbo en cuestión puede significar también «profesar» (p. ej., un credo).

En el mismo caso del «Hombre de las Ratas» leemos que una reacción muy frecuente frente a lo reprimido que ha devenido notorio (bekannt geworden Verdrángte) es el «no» de la desautorización (Ablehnung); pero pronto sobreviene la corroboración, el convencimiento (GW, 7, pág. 406n.). Si, para Freud, lo psíquico es en sí y por sí no consabido, inconsciente, la tarea del analista consiste en hacer conciente eso inconciente; en ayudar a que devenga conciente. Hay una causalidad eficiente, fundadora, productora, que opera a espaldas de la conciencia del enfermo; a raíz del conflicto patógeno, él había desistido de la síntesis del objeto pulsional en la representación; la falla en la movilidad permanente del silogismo deseo-yo-objeto engendró una inercia, una pesantez, que deprimió toda la vida psíquica, efectivamente, aquella movilidad presupone el reconocimiento del deseo y la síntesis del objeto mantenida en lo preconsciente. Y lo preconsciente es el lugar de encuentro de lo somático con la intencionalidad, eso mismo que acredita a la pulsión como concepto-frontera. Por algo dice Freud en La interpretación de los sueños que la palabra está destinada a la multivocidad: es el movimiento de la pulsión que se espeja en el mundo por la mediación del yo. Entonces, el «hacer conciente» señala la ayuda del analista; el «devenir conciente», el proceso objetivo. Retengamos esto, porque al comienzo de El yo y el ello partimos del devenir conciente lo inconciente, en tanto que al final, en una suerte de repliegue interiorizante, averiguaremos las condiciones del devenir-inconsciente lo consciente.

Nada nuevo que decir, por tanto; es la observación psicoanalítica la que tiene la palabra, el círculo epistémico se juega entre dos «yo», presupuesto cierto corrimiento: de lo conciente del analista, quien colige lo inconsciente del paciente, al devenir-conciente en este, que cierra el círculo en el convencimiento. La «diferenciación » que menciona la frase trascrita al comienzo de esta sección se sitúa, todavía, en la diferencia de personas. Ella permite comprender las patologías. Recordemos que el comprender (Verschieben) se obtenía por identificación-proyección en el complejo del prójimo. Pero toda ciencia opera por comprensión; de ahí que toda ciencia, aun la de la naturaleza, sea lenguaje de imágenes: se inscribe en una fantasía humana. La cosa se conoce, se discierne, comprendiendo: así se subordina a la ciencia

(Wissenschaft).

«Ser consciente (Bewusst sein) es, en primer lugar, un término puramente descriptivo, que invoca la percepción más inmediata y segura» (GW, 13, pág. 239). Retengamos la inmediatez y seguridad: son las de una evidencia. Y más adelante, siempre dentro de la primera sección, se nos dice que el distingo entre inconciente y conciente es, en definitiva, asunto de la percepción, y se lo ha de responder por sí o por no; el acto mismo de la percepción no nos anoticia de la razón por la cual algo es percibido o no lo es. De ahí se sigue que el fenómeno, todo fenómeno, es dado en la percepción. Por tanto, describir es contar, referir lo percibido: las cualidades; y la conciencia misma es cualidad. Es en este punto donde se sitúa la diferenciación descriptiva de conciente e inconciente.

Ahora bien, en un capítulo anterior vimos que, para Freud, al menos conjetural o indicativamente, la cosa interna, los procesos psíquicos, eran más fáciles de conocer que la cosa en sí del mundo externo. «Hemos llegado al término o concepto de lo inconsciente por otro camino: por procesamiento de experiencias en las que desempeña un papel la dinámica anímica» (GW, 13, pág. 240). Segundo movimiento, que presta espesor al primero. Tal como lo describimos, el círculo epistémico parecía el de una pura actividad cognoscitiva. No hay tal; en la sesión de análisis juegan fuerzas, hay trabajo y esfuerzo pulsional desde ambos lados (por eso siempre hemos traducido Wissbegierig por «apetito de saber», que puede ser el del analista). Hay una experiencia con el objeto, en cuyo trascurso se registra la presencia de una causalidad eficiente en el enfermo. Recordemos la noción fichteana de «materia intensiva», constituida después que el yo se sintió limitado, sintió su no-poder frente al objeto. Lo dinámico atañe a fuerzas; toda la primera sección apunta a mostrar que en el yo hay una parte no sabida, no familiar, inconsciente. Y, por lo tanto, que el yo es cosa (toda cosa es inconsciente) y posee su propia causalidad eficiente. Hay algo intenso (por ende, es fuerza) que el yo esforzó al desalojo y eliminó (beseitigen) no sólo de la conciencia, sino de las otras modalidades de vigencia (Geltung) y de quehacer (Betätigung). Es lo inconsciente dinámico. Pero el analista palpa, siente, que eso reprimido quiere abrirse paso, irrumpir en la conciencia, y se encuentra con la resistencia del yo.

«Nos hemos formado la representación de una organización coherente de los procesos anímicos en una persona y la llamamos su yo» (GW, 13, pág. 243). Una representación: vale decir, para nosotros, en la ciencia, el yo es un objeto que sintetizamos sobre la base de un proceso de experiencia. Es una organización: por tanto, forma; y es coherente: por tanto, materia. Si esto último, ¿no tendrá el yo una «fuerza interna» en el sentido de Fichte? ¿No habrá en él cierta elasticidad, una inercia que se exterioriza como resistencia activa? El analista palpa la resistencia del yo a ocuparse de lo reprimido. Percibe la «exteriorización» (Ausserung) de aquella. Algo que se exterioriza es algo que era interno, replegado sobre sí, que ahora se despliega: en el uso de Freud, «exteriorización» convoca «fuerza». Se descubre, entonces, que el yo no es mera forma; también es materia. El paciente «no sabe nada» de la resistencia, no es el fruto de su voluntad consciente, no la produce con arreglo a fines; él no podría nombrarla, no podría decir «esto, aquí». Hay una contradicción en el objeto, en el yo ajeno incluido en el trabajo de la sesión de análisis; así la ciencia obtiene una «intelección». En efecto, «percibe» la intensidad de las fuerzas, pero sólo una intelección de nexos le permite conjeturar una determinada articulación (Gliederung) del alma. Conclusión: «Hemos hallado en el yo mismo algo que es también inconsciente, que se comporta exactamente como 10 reprimido, vale decir, exterioriza efectos intensos sin devenir a su vez consciente y se necesita de un trabajo particular para hacerlo conciente» (GW, 13, pág. 244).

De esta manera, la «condición de inconciente» (Unbewusstheit) se vuelve multívoca. No puede decirse que el conflicto se libre entre lo conciente y lo inconciente, pues no se trataría de dos fuerzas, sino de dos cualidades. Pero hay que guardarse de desdeñar estas, que son la única antorcha en las tinieblas de la psicología de las profundidades. Antorcha, luz: en toda una tradición de pensamiento, luz es sabiduría, conocimiento. Y este último, en Freud, progresa de la intelección a la evidencia.

Explicación tautológica y explicación causal

En «Algunas lecciones elementales sobre psicoanálisis», Freud explicará que la psicología no es más conjetural que la física en el supuesto de las fuerzas básicas con que opera. Tampoco la física las conoce interiormente, en su génesis causal. Pero una explicación de fenómenos mediante la contradicción de unas fuerzas que actúan según una ley general es una tautología. La explicación tautológica, formal, es empero instrumento del conocer. Establecida ella, acaso se pueda discernir la génesis, la causalidad productora. La explicación formal no es explicación, sino esclarecimiento. Pero indispensable, si se atiene a la observación y la experiencia, describiéndolas adecuadamente. A este tipo pertenece -diríamos- el análisis del conflicto como fuerza represora-fuerza reprimida. En cambio, la dimensión de lo «primordial», como en «represión primordial», se sitúa en una estrategia conceptual genético-explicativa.

Bien; en la primera sección de El yo y el ello se expone una situación sujeto-objeto, analista-paciente. A través de la dialéctica de fuerzas palpada por él, el analista intelige una articulación estructural en la psique del otro. En la segunda sección asistiremos a un movimiento de compenetración: el yo cognoscente penetra en el objeto por el lado del yo conocido. Ambos son un mismo yo que se conoce. El texto es, desde ahí, el del autoconocimiento del yo.

La primera frase retoma el desarrollo de la sección anterior: «La investigación patológica ha dirigido nuestro interés demasiado exclusivamente a lo reprimido» (GW, 13, pág. 246). Una característica permanente del texto Freudiano es la repetición de ciertas frases, a veces con variantes, de una obra a otra. Freud supone que sus escritos son leídos con extremo cuidado, pues no puntualiza las remisiones (las hallamos, casi siempre, en la Standard Edition, determinadas por James Strachey, en nota a pie de página). Entonces, la repetición señala el engarce de la nueva argumentación. En «La represión» había dicho que el estudio de las psiconeurosis llevó a sobrestimar el contenido psicológico de la represión. Parece entonces que podríamos discernir tres momentos en la obra Freudiana, que configuran una «experiencia» con el objeto: la experiencia es este ser remitido de un polo al otro por las fuerzas que gobiernan al objeto mismo. Estarían marcados por «Las neuropsicosis de defensa», «La represión» y El yo y el ello.

En la primera de las obras mencionadas, la represión consistía en segregar algo de la organización yoica. La segregación misma no era formal; en un capítulo anterior vimos que se trataba de un proceso esforzante. Pues bien: en «La represión», Freud se refiere a los «efectos sustantivos» de lo reprimido. Esta expresión se presenta en un párrafo que anticipa todo el desarrollo de ese trabajo, formando una suerte de nudo argumental. Si hubiésemos vertido bedeutsam Wirkungen por «efectos importantes», el lector acaso se deslizaría por la superficie sin penetrar en la conceptuación profunda. Sustantivo vale por eficiente, material. Y en efecto, enseguida Freud introduce la noción de los dos componentes del representante de pulsión: la representación misma (determinación formal) y el monto de afecto (determinación material). Lo reprimido tiene investidura propia (investidura: esa suerte de vector energético). Es, por tanto, esforzado-esforzante. Ahora bien, en El yo y el ello hallamos otro paralelismo expresivo: el yo se comporta como lo reprimido, «vale decir, exterioriza efectos intensos» (starke Wirkungen). Estos efectos intensos equivalen, categorialmente, a aquellos efectos sustantivos. A través de la resistencia se conoce que el yo, también, es esforzante-esforzado. Ahora se ha completado la dialéctica de las fuerzas: ella no va, meramente, de lo esforzante (el yo organización) a lo esforzado (lo reprimido, segregado de la organización), sino de lo esforzante-esforzado a lo esforzado-esforzante. Ambos polos son, si recurrimos a la terminología de Fichte, «materias intensivas», atracción-repulsión.

Parece que así tenernos delineada una tautología en el sentido indicado al comienzo. Desde ella, el texto de la segunda sección inicia el movimiento hacia la causalidad productora. Y lo hace siguiendo las peculiaridades del objeto que, como dijimos, es sujeto-objeto. Ahora, cada uno de los polos es materia y forma. Entraremos al objeto, por el polo del yo: «Hasta ahora, en el curso de nuestras investigaciones, el único punto de apoyo que tuvimos fue el signo distintivo de la condición de conciente o de inconsciente … ». Y «todo nuestro saber está ligado siempre a la conciencia». Nuestro saber, el de la ciencia; y entramos al objeto por la conciencia. El discurso, ahora, empieza a andar por el círculo epistémico.

La conciencia es la superficie del aparato anímico. Desde este lugar, El yo y el ello debe leerse en paralelo con Más allá del principio de placer. El yo es intensivo-extensivo. Entramos a él por lo extensivo, por la cualidad. Ya desde el «Proyecto de psicología» sabemos que en un universo concebido como materia en movimiento, es decir, energía y cantidad, la cualidad nace donde la cantidad se suprime; es el registro de ciertas peculiaridades de ella, de sus ritmos. Y el nacimiento de la cualidad es un punto de giro de importancia cósmica. Consignamos desde ya, para retenerlo: Las propiedades de la vida «se suscitaron en la materia inanimada. Quizá fue un proceso parecido, en cuanto a su modelo, a aquel otro que más tarde hizo surgir la conciencia en cierto estrato de la materia viva» (Más allá del principio de placer, GW, 13, pág. 40). Entonces, la serie de lo vital culmina en la conciencia (momento de la adaptación, teleología), pero ese es un punto de inflexión en la realidad: de la conciencia arranca una serie nueva. Ahora bien, en nuestro saber partimos de la conciencia, y acaso podamos devenir en el saber lo que una vez devino en la realidad.

Ya vislumbramos que conoceremos mejor el mundo interior que el exterior. Leemos, en efecto, en esta segunda sección: «También nuestro investigar tendrá que tomar como punto de partida esta superficie percipiente». Esa superficie pertenece a un sistema, el sistema percepción-conciencia, «que contando desde el mundo exterior, es espacialmente el primero». Aunque -consignemos- es el último en la serie filogenética. Ello es evidente en el análisis de la «vesícula viva» que ofrece Más allá del principio de placer. Pero podemos estudiarlo también en la Antropogenia, de Haeckel. En el capítulo «Historia de la formación de nuestro sistema nervioso» leemos que el aparato sensorial resulta de dos elementos principales muy diversos, que, en apariencia, no tienen nada en común: del tegumento externo o derma, y del sistema nervioso. Este último comprende el sistema nervioso central, los nervios periféricos cerebrales y los de la médula, y los órganos de los sentidos. El tubo medular nace de la hojuela cutánea del embrión. «Aquellos órganos de nuestro cuerpo de los cuales dependen las más perfectas funciones del cuerpo animal -las funciones de la sensibilidad, de la voluntad, del pensamiento; en una palabra, los órganos de la psique, del alma- se desarrollan desde el tegumento externo». Por otra parte, «si se piensa en el desarrollo histórico de las actividades psíquicas y sensoriales, necesariamente se debe admitir la idea de que las células que están a su servicio tienen que haberse encontrado primitivamente en la superficie externa del cuerpo animal. Sólo tales órganos elementales colocados superficialmente podían recibir de manera directa las impresiones del mundo externo. Más tarde, bajo la influencia de la selección natural, el complejo de células cutáneas que devino preferentemente «sensible» se retiró a la parte interna, más protegida, del cuerpo, y ahí formó la primera base de un órgano nervioso central». He ahí el horizonte científico que utiliza Freud en Más allá del principio de placer, y retoma en El yo y el ello. De pasada, mencionaremos algo que facilitará mucho la lectura del «Proyecto de psicología». Las células que sirven a la percepción son, según Haeckel, las más diferenciadas y recientes en la serie filogenética. De ahí que el «sistema fi» del «Proyecto», el del arco reflejo percepción-reacción, sea el más diferenciado.

Sobre la base de lo consignado, recordemos que en Más allá del principio de placer hay una exposición en dos tiempos: primero, la conciencia; después, la protección antiestimulo. Ambas provienen del ectodermo, pero son diferenciaciones de él. Y Freud dice que las células del sistema percepción-conciencia están «cribadas» por el bombardeo de la energía de que está cargado el mundo externo; por eso no ofrecen resistencia al paso de la energía, y no la retienen, no resultan alteradas: ya han sufrido la alteración o diferenciación máxima (recuérdese: lo más diferenciado es lo más reciente). Esas células están protegidas por la piel. Ahora bien: «cribadas» traduce el participio de durchbrennen. Tanto López-Ballesteros como Strachey traducen «recocidas», otro significado de ese verbo. Para la traducción adoptada por nosotros, que creemos la correcta, tomamos como base el horizonte haeckeliano del pensamiento de Freud, y nos remitimos al «sistema fi» del «Proyecto de psicología». Esto último sería arbitrario sí no fuera porque en un texto posterior aun a El yo y el ello, cual es «Nota sobre la «pizarra mágica»», analiza el problema de la conciencia en los mismos términos.

Sigamos con la segunda sección de El yo y el ello. Se retoma aquí el movimiento de Más allá del principio de placer. Primero, Freud estudia la conciencia; después, el dolor, la perforación de la protección antiestimulo.

«De antemano, son conscientes todas las percepciones {Wahrnehmung} que nos vienen de afuera (percepciones sensoriales); de adentro, lo que llamamos sensaciones (Empfindung} y sentimientos {Gefühl}». Bien; pero ¿qué ocurre con los procesos de pensamiento? ¿Suben hasta la superficie, hasta la conciencia, o esta va hacia ellos? Freud dice que no puede ocurrir ninguna de ambas cosas, que esta es una aporía de la «representación» tópica. Y páginas más adelante propondrá remplazarla por una «representación» estructural. Nos recompensa ser cuidadosos en la traducción de Vorstellung. En el segundo volumen de las Conferencias de introducción al psicoanálisis, Freud mismo expresa sus dudas -acerca de la «representación tópica»; dice que el psicoanálisis ya le está preparando el remplazo. Ese texto está escrito poco después que los artículos que integran la «Metapsicología», y cabe preguntarse si en estos no estaba implícita la idea de la «representación estructural», aunque fuera como vislumbre. Considérese que «De la historia de una neurosis infantil» (el caso del «Hombre de los Lobos») es contemporáneo de esos trabajos, y contiene desarrollos que parecen prefigurar los de El yo y el ello. Este último parte de nociones desarrolladas en «La represión», «Lo inconsciente» y «Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños»; y sobre la base de la reformulación de las pulsiones, pasa al punto inicial (narcisismo) y final de aquella serie («Duelo y melancolía»), donde se había establecido, al menos, la noción de una densidad del yo. Comoquiera que fuere, la literalidad del discurso nos remite a las Conferencias de introducción al psicoanálisis, y esta representación estructural parece el recambio de aquella otra.

La representación inconsciente se consuma en un material que permanece no-conocido (unerkennen) . Recurriendo a nuestro diccionario epistémico, interpretamos: no la discernimos como a una cosa. En cambio, en la representación preconciente, se añade la conexión (Verbindung; más constitutivo y material que Verknüpfung, enlace) con representaciones-palabra. Esa conexión es, justamente, la condición del devenir-conciente. Pero la palabra, esa multivocidad en acto (indicación múltiple), es el punto de encuentro de dos procesos de devenir. Ciertamente, las representaciones-palabra son restos mnémicos. Si el pensamiento puede devenir consciente es porque la palabra devino desde afuera. Y aquí «nos parece vislumbrar una nueva intelección: sólo puede devenir conciente lo que ya una vez fue percepción cc (consciente); y, exceptuados los sentimientos, lo que desde adentro quiere devenir conciente tiene que intentar trasponerse en percepciones externas». Retengámoslo: se nos dice que esto es una intelección; lo es de un nexo de la realidad.

Ahora bien: los restos mnémicos están contenidos en sistemas inmediatamente contiguos al sistema percepción-conciencia, por lo cual sus investiduras fácilmente pueden trasmitirse hacia adelante. Sistema: el término por sí solo remite al lector al capítulo VII de La interpretación de los sueños. Los restos de palabra provienen, en lo esencial, de percepciones acústicas, a través de lo cual es dado (ist gegeben; en Kant, las sensaciones nos son dadas) un particular origen sensorial, por así decir, para el sistema Prcc (preconciente)». Y agrega: «Pero no se nos ocurra olvidar la significatividad {Bedeutung} de los restos mnémicos ópticos». Ocurrencia, como de alguien que está en la disposición de análisis; mejor dicho, que alterna la observación de -sí con la reflexión crítica. «Pero no se nos ocurra» significa, acaso, que se le ocurrió o a alguien se le podría ocurrir ligar todo lo preconciente con la representación palabra; pero no: es posible una alucinación directa de los restos ópticos. A diferencia del recuerdo, la alucinación tiene evidencia y vividez plena; es como una sensación autoproducida por el aparato psíquico. Las palabras del discurso. mediante las cuales deviene consciente el pensamiento, son también alucinaciones. Tras considerar la otra cara de la superficie percipiente, la que mira hacia el mundo interno, Freud nos dice que «el papel de las representaciones-palabra se vuelve ahora enteramente claro. Por su mediación, los procesos internos de pensamiento son convertidos en percepciones. Es como si hubiera quedado evidenciada la proposición: «Todo saber proviene de la percepción externa»». ¡Se evidencia lo que antes -recordemos- fue intelección! La palabra es mediación; y por la mediación de ella, se evidencia esa proposición en el acto mismo de pronunciarla, vale decir: alucinar como una sensación. Y si anotamos que el capítulo de Haeckel dedicado a los órganos de los sentidos empieza con esa frase («Nada hay en el intelecto que no provenga de los sentidos»), nos vemos remitidos a una génesis, la del sistema percepción-conciencia. Esta génesis se duplica en la génesis del discurso cognoscente, y ahí se produce una primera fusión entre cognoscente y conocido: la evidencia de algo que fue intelección. Acaso podría decirse que no hay evidencia de nexos pensados entre las cosas del mundo exterior, y en cambio la hay para el mundo interno. Y quizá por eso sea más fácil de conocer el objeto interno.

Mencionamos el capítulo VII de La interpretación de los sueños. En El yo y el ello, leemos que el preconsciente se apuntala en los restos mnémicos, lo cual sugiere que el pensar visual, «más antiguo que el pensar en palabras tanto ontogenéticamente cuanto filogenéticamente», recibe una determinación más precisa que en aquel capítulo VII, ahora que el aparato psíquico se concibe en sus dos polos de esforzante-esforzado y esforzado-esforzante. Lo insinúa Freud cuando dice, en El yo y el ello, que hasta ahora el psicoanálisis se había ocupado sólo de las articulaciones más próximas a la superficie, Con formulación extrema: acaso ahora hay algo más inconsciente que lo inconciente del capítulo VII; sería el nivel constitutivo de lo psíquico, el de las pulsiones.

Y en efecto, la sensación interna nos permite conjeturar la existencia, dentro, de una cosa. Mientras tanto, «inconsciente» pasó a ser una cualidad. «Si a lo que deviene conciente como placer y displacer lo llamamos un otro cuantitativo-cualitativo en el decurso anímico, nos surge esta pregunta. ¿Un otro de esta índole puede devenir conciente en su sitio y lugar, o tiene que ser conducido hacia adelante, hasta el sistema P {percepción}?» (GW, 13, pág. 249). La experiencia clínica zanja la cuestión en favor de lo segundo.

Eso otro tiene que ser percibido como sí fuera una cosa del mundo externo, que somos nosotros mismos, o de la cual somos la continuación. Strachey trivializa la frase citada. Dice «llamémoslo un «algo» {something} cualitativo y cuantitativo». De manera semejante procede en el «Proyecto de psicología», como lo señala Ludovico Rosenthal en una nota a pie de página de su versión castellana (SR, 22, pág. 391n.). El pasaje (AdA, pág. 393) introduce la noción de «cualidad» en el modelo de aparato psíquico. La conciencia nos da cualidades. Nos da sensaciones, «que son algo otro {anders sínd} dentro de una gran diversidad {Mannigfaltigkeit} y cuya alteridad {Anders} es distinguida según nexos con el mundo exterior». Y en eso otro hay series, semejanzas, no cantidades. En el «Proyecto de psicología», la tendencia al cero parece no expresarse sólo en el nivel neuronal (las neuronas tienden a devolver la cantidad que recibieron), sino en el de los sistemas de neuronas: en la cúspide del aparato, en lo más diferenciado de él, surge la cualidad como por aniquilación de la cantidad.

La expresión «diversidad» viene de Kant. Eso diverso es lo que se intuye en el mundo, lo que es dado en la sensación como concepto-límite anterior a la síntesis del objeto en la representación. Sí ahí se discierne algo, es porque un algo se distingue (cualitativamente) de un otro. Y en el texto de El yo y el ello, la expresión «otro» es la marca de la cualidad. Recuérdese que el paciente no tenía conciencia de la resistencia, no sabía indicarla ni nombrarla, como tampoco podía hacerlo respecto de lo reprimido. Freud todavía no sabe nombrar lo otro esforzante que se comporta como lo reprimido (en el displacer), pero lo indica al menos categorialmente: eso ahí, eso otro. Eso otro es cualitativo porque se proyecta en la conciencia en la serie placer – displacer. Pero -y en esto radica la novedad- es cualitativo-cuantitativo: se lo siente como algo que esfuerza, como algo intenso; y la cantidad intensiva se sitúa en el punto de tránsito a la cualidad (a diferencia de una cantidad extensiva).

La serie yoica como correspondiente de la serie vital

Hay algo discernido como «otro»; y lo es a justo título, pues es un otro que el yo. Deviene conciente cuando choca con una resistencia, pero puede permanecer inconsciente, no notorio. También puede serlo el dolor, esa cosa intermedia entre una percepción interna y una externa. Veremos después que al dolor le está reservado un importante papel en la génesis del yo. Ahora el texto se dispone a moverse junto con el yo, a partir de aquel punto de fusión: la evidencia de que toda representación viene de afuera. El movimiento será de la percepción hacia lo otro indicado, que recibirá su nombre: «ello».

A diferencia de lo que sucede con lo otro, meramente indicado, al yo «lo vemos partir del sistema P, como de su núcleo, y abrazar primero al Prcc, que se apuntala en los restos mnémicos». La Standard Edition distorsiona; le traducimos literalmente la frase: «Parte, como vemos, del sistema P, que es su núcleo, y empieza por abrazar al Prcc, que es adyacente a los residuos mnémicos». En realidad, dice «lo vemos partir»; la frase no es un mero adverbial. Vemos la génesis del yo; vemos el ver del yo, en una suerte de visión platónica de una esencia que nosotros somos. Y no dice que la percepción o el ver sean su núcleo, sino que parte de ella como de su núcleo. Recordemos que cuando conocemos, discernimos un núcleo-cosa, que tiene propiedades. A lo «otro», que después será el «ello», no lo conocemos, no lo discernimos; por tanto, no tiene, para nuestro conocer, un núcleo. Pero ese núcleo-percepción del yo está relativizado en la frase de Freud porque, probablemente, el yo no tenga un solo núcleo: nos recuerda, a continuación, que el yo también es inconsciente. Además, no dice que el preconciente es meramente «adyacente» a los restos mnémicos, sino que se apuntala en ellos, lo cual sugiere una génesis, no una mera contigüidad.

Freud destaca una vivencia mencionada por Groddeck: nuestro yo se comporta de manera pasiva, «somos «vividos» por poderes ignotos {unbekannt}, ingobernables. Todos hemos recibido {engendrado} esas mismas impresiones, aunque no nos hayan avasallado hasta el punto de excluir todas las otras { … }. Propongo {llamar} el «yo» a la esencia que parte del sistema P y que es primero prcc, y el «ello», en cambio, según el uso de Groddeck, a lo otro psíquico en que aquel se continúa y que se comporta como icc» (GW, 13, pág. 251).

Por orden: los tales poderes son inconscientes, no consabidos, no familiares, en el sentido ya indicado. El avasallamiento total es lo que se produce en la enfermedad psíquica, que Freud conjura aquí; se lo evita mediando esas impresiones con las otras, y por ende, concibiéndolas en tanto provienen de algo otro. «Impresiones» (Eindrücke) podría traducirse también «improntas». No son representaciones, no parecen suponer una síntesis. Son como la impresión directa de una forma por parte de una fuerza. Y en ciertos textos parece implícito que ellas son posibles, cuando vienen de afuera, porque hay una cierta prefiguración de su forma en el aparato psíquico. Así en el caso «Dora», donde a raíz de cierta «impresión» externa se produjo un «ímpetu subvirtiente» (Umschwung) que determinó en ella cierta forma típica del complejo de Edipo. Recordemos que Freud se pregunta, en otras obras, si las existencias yoicas, en cuanto formaciones, no pueden devenir «ello» y hacerse hereditarias.

Bien; propone, pues, llamar «yo» a la primera esencia, y «ello» a la segunda. Esencia es Wesen, y puede traducirse por «ser» o «entidad». Acaso convenga aquí «esencia», puesto que el «lo vemos partir» era el ver esencial, platónico – schellinguiano. Una visión de la fantasía, pieza esencial de todo conocer. Ya hemos citado a Kant: de un concepto puro del entendimiento puede haber un esquema; de un concepto empírico, un símil, una analogía. Todo conocer viene de la percepción, y en el conocer autoproducido, alucinatorio (en la representación-palabra) se «ve» idealmente algo. Por otra parte, notaremos que la noción de «existencia» se presenta en esta obra en un lugar significativo. Traducimos aquí «esencia» para convocar, por oposición, «existencia».

El yo -leemos- «es primero prcc»; por tanto, sólo después es icc. Asistimos al devenir-inconciente, estamos en marcha desde la luz de la conciencia hacia la oscuridad de lo otro psíquico, así como antes, en el sentido inverso, habíamos estudiado las condiciones del devenir-conciente. Y se nos dice que «ello» es lo otro psíquico; no, como en la Standard Edition, «la otra parte de la mente». Lo otro cuantitativo-cualitativo ha sido bautizado; en lo sucesivo, lo podremos alucinar en la representación-palabra.

«Un individuo es ahora para nosotros un ello psíquico, no conocido {no discernido} e inconciente, sobre el cual, como una superficie, se asienta el yo, desarrollado desde el sistema P como si fuera su núcleo. Si tratamos de obtener una figuración gráfica, agregaremos que el yo no envuelve al ello por completo, sino sólo en la extensión en que el sistema P forma su superficie, como el disco germinal se asienta sobre el huevo, por así decir» (GW, 13, pág. 251).

Un Individuum; Freud usa la expresión latina: algo indiviso, una totalidad existente, que nos representamos. Para nosotros (el «nosotros» de la representación-palabra) es un ello psíquico: cobra sentido la frase anterior, en que la percepción era «como» el núcleo del yo. Parece ahora que su núcleo es el ello psíquico. El yo se asienta sobre él como una superficie (en castellano se podría traducir «superficialmente», aunque daría lugar a confusión), y no, según dice la Standard Edition, «un ello psíquico sobre cuya superficie se asienta el yo». ¿Qué superficie tendría el ello, antes? Un par de páginas más adelante leemos que el yo no es sólo superficie, sino también cuerpo. En la versión inglesa la frase queda descolgada, puesto que antes no tradujo bien, no dijo que el yo se asienta como una superficie. Y ahora esto alucinado en la palabra puede serlo visualmente, en una figuración gráfica. La figuración, en el uso kantiano difundido en el pensamiento alemán, es la actividad de la fantasía, de la imaginación. ¿Y el gráfico? Otra vez nos ayudará la Antropogenia, de Haeckel.

Ya mencionamos, para retenerlo, lo que se nos dijo en Más allá del principio de placer: que la conciencia, esa superficie de la que parte el yo, era el correspondiente del surgimiento de la vida. Veamos con algún detalle esta analogía. Haeckel explica que Von Baer construyó la teoría fundamental de las hojuelas blastodérmicas. En el embrión de todos los vertebrados se forman primero dos y luego cuatro hojuelas; de su trasformación en tubos resultan los primeros órganos fundamentales del cuerpo. En el huevo fecundado, el primer esbozo del cuerpo es un disco oval que primero se divide en dos hojuelas o estratos. Del externo, se desarrollan las funciones de la sensibilidad, del movimiento, de la protección del cuerpo. Del interno u hojuela vegetativa, los órganos de la nutrición, circulación, respiración, reproducción. El primero se divide en un estrato cutáneo, origen del tegumento y del sistema nervioso central, y en un estrato carnoso, del que se forman los músculos y huesos. El segundo se divide en un estrato vascular (glándulas sexuales, etc.) y en un estrato mucoso (hígado, pulmón, etc.). Según expone Haeckel, filogenéticamente el último estrato mencionado es el más antiguo, y el primero, el más reciente.

En el proceso embriogenético terciario, el de los vertebrados superiores, ocurre que el disco germinativo chato, que en principio es circular y después oval, yace externamente sobre un punto de la gran esfera de vitelo nutritivo. Luego se curva hacia el exterior, y hacia el interior se separa de la esfera vitelina. Las hojas chatas se convierten en tubos al plegarse sus márgenes y soldarse. El embrión crece a expensas del vitelo nutritivo, y este termina envuelto por las hojuelas germinativas.

Detengámonos aquí, agregando solamente que ese proceso terciario es cenogenético, producto de la adaptación del embrión al ambiente; y que esa superficie externa, el disco germinal, no es entonces la forma palingenética, sino, según explica Haeckel, un producto de diferenciación.

Continúa Freud: «Es fácil inteligir que el yo es la parte del ello alterada por la influencia directa del mundo exterior, con mediación de prcc {percepción-conciencia}: por así decir, es una continuación de la diferenciación de superficies» (GW, 13, pág. 252). Dice «inteligir», no «ver», como en la Standard Edition; es que no vemos eso con evidencia, como sí veíamos partir al yo de la percepción, paradigma de toda evidencia. El yo es una «alteración» del ello: un devenir otro, diferenciación cualitativa; también, proceso citogenético. Por último, la conciencia es «mediación» (síntesis actuante) entre el mundo externo y el interno.

Lo que Freud llama aquí figuración gráfica, en otros textos recibe el nombre de esquema. Después establecerá un «símil» de las relaciones entre el yo y el ello. Ya sabemos que el símil era la figuración, la presentación intuitiva de un concepto empírico, no producto del puro «inteligir». El símil es el del caballo y su jinete, quien a veces, para no ser desmontado, tiene que obedecer. La diferencia es que el yo procura enfrenar a su cabalgadura con fuerzas prestadas. ¿De dónde le vienen? La percepción es eficiente para el yo, y promueve su génesis. Pero inteligimos que el yo es una parte del ello, y acaso también sea movido por las pulsiones.

«El yo es sobre todo una esencia-cuerpo, no es sólo una esencia-superficie, sino, él mismo, la proyección de una superficie. Si uno le busca una analogía anatómica, lo mejor es identificarlo con el «homúnculo del encéfalo» de los anatomistas, que está cabeza abajo en la corteza cerebral, extiende hacia arriba los talones, mira hacia atrás y, según es bien sabido, tiene a la izquierda la zona del lenguaje» (GW, 13, págs. 253-4).

En realidad, cuando comparó al yo con el disco germinal ya estaba implícito que era un cuerpo, mejor dicho: el esbozo de un cuerpo, según se vio en nuestra cita de HaeckeI. La superficie deviene cuerpo. Recordemos que el disco formaba tubos (un cuerpo en sentido geométrico) y que se extendía hasta recubrir por entero al vitelo nutritivo; la segunda superficie era el tegumento, y justamente la piel, al tacto, proporciona simultáneamente percepciones externas e internas. Si la palabra era algo interno que devino tal (pues tenía su origen afuera), el cuerpo propio es, en acto, interno-externo. Y es visto «como un objeto otro»: si es «visto», es «percibido-evidente»; si es «objeto», es producto de una síntesis, que lo recorta, como algo diferenciado cualitativamente, de la diversidad dada a la sensación (es un objeto otro).

Y llegamos a un punto decisivo: la analogía con el homúnculo del encéfalo. ¿No parece el símil de un trastorno, tal como lo dilucidamos en el capítulo anterior? Si así fuera, la «novedad evolutiva» del ser humano en la naturaleza podría definirse, en su esencia, como trastorno. Y las «represiones» de dimensión filogenética se situarían como sus jalones.

«Si uno le busca una analogía … »: la marca, en el estilo, de una generalización del sujeto del discurso. Y enseguida ese «uno» se trasforma en el «nosotros» de una escala de valoraciones. Prestemos atención: «nosotros», hasta aquí, venía indicando al científico frente a su objeto. Era una ciencia en devenir, que duplicaba el devenir del yo. Ahora se intelige que el yo es un yo-cuerpo. Y aparece un nuevo nosotros, cuya presencia el texto «registra»: hay una escala social-cultural de valores, y se piensa que lo más alto tiene que estar a disposición del yo. La experiencia (Erfahrung), en el análisis, nos enseña que en ciertas personas la autocrítica y la conciencia moral son inconscientes, y, como tales, exteriorizan los efectos más importantes. Si «exteriorizan», ellas mismas son fuerzas, poseen una causalidad eficiente, no se agotan en el finalismo de los valores de la cultura.

«No sólo lo más profundo; también lo más alto en el yo puede ser inconsciente. Es como si de este modo nos fuera demostrado {demonstriert} lo que antes dijimos del yo consciente, a saber, que es sobre todo un yo-cuerpo» (GW, 13, pág. 255).

La analogía con el homúnculo trastornado se introdujo a raíz de la intelección de que el yo era un yo-cuerpo. Aquí no hay problema de traducción; dice Korper. Pero Koper (a diferencia de Leib), lo mismo que en castellano, significa también «cuerpo» de la geometría y cuerpo real. En este sentido: todo lo que existe tiene cuerpo. Un cuerpo posee tres dimensiones, y no sólo dos como una cualidad o una superficie. Posee un núcleo-cosa. Es susceptible de altura y profundidad, como la tierra y el aire en la cosmología de

Empédocles. Y en tanto cuerpo, es algo cohesionado por una fuerza eficiente. Si asimilamos lo eficiente a lo inconsciente, ese cuerpo es esto último. Si lo más alto puede ser lo más profundo, hay un trastorno: la escala social de valores se trastorna en el yo; eso profundo es causalidad eficiente, sustraída de la finalidad consciente: el sentimiento de culpa de muchos neuróticos, un obstáculo para la cura. Es lo que Freud, páginas más adelante, llamará «reacción trastornada». Y el hecho de que los valores sociales más altos puedan operar como una causalidad eficiente, según se percibe en el análisis, aporta la evidencia a la intelección apuntada: que el yo es sobre todo un yo-cuerpo.

Lo es el yo consciente individual (esbozo de cuerpo en el disco germinal, que deviene en la conciencia del cuerpo propio). Pero hagamos el intento de retraducir «conciente»: lo es, entonces, el yo de los fines. La cultura, con sus valores, es un fenómeno de la adaptación acorde a fines, dentro de la dialéctica filogénesis-adaptación. Es fruto de la voluntad consciente, de la anticipación del futuro que, como vimos en Kant, llevaba a consagrarse al trabajo y constituir la familia. Pero ese finalismo revierte sobre el individuo en desarrollo, y deviene causalidad productora. Parece el triunfo de la cetogénesis en el sentido haeckeliano. Esa causalidad, claro está, tiene que fundarse de algún modo en las pulsiones. El yo se sitúa entre mundo externo y mundo interno, entre» lo objetivo y lo subjetivo, lo real y lo ideal. Pero -leemos al comienzo de la tercera sección- no es simplemente «el subrogado del mundo exterior real en lo anímico» (GW, 13, pág. 256). En tanto partía de la percepción, él mismo era la imagen del mundo real en el alma; la materia viva, como en un espejo, inicia un proceso de duplicación de sí. He ahí un primer trastorno; el segundo se sitúa en un hecho histórico-biológico: la era de las glaciaciones obligó a los seres humanos a un enorme esfuerzo de adaptación para sobrevivir. Según una hipótesis psicoanalítica -nos dice Freud más adelante-, en eso tiene su origen el retardo de la maduración sexual (proceso cenogenético); al mismo tiempo, se anticipa el desarrollo del yo: alteración del proceso ontogenético que constituye la base del complejo de Edipo. Parece haber aquí un segundo trastorno: el complejo de Edipo se convierte en la base del desarrollo individual, en lo que le da nueva cohesión; deviene cuerpo. Lo final-eficiente constituye el fundamento de una nueva serie, la serie ideal. Recordemos, otra vez, que en Más allá del principio de placer la aparición del yo tenía la misma jerarquía, a escala cósmica, que el surgimiento de la serie vital. Así, desde este cuerpo que se ha vuelto evidente, y desde el nosotros de la valoración señalado en el discurso, Freud pasa al tercer movimiento expositivo, el del superyó.

El sepultamiento del complejo de Edipo

Retomemos en este punto nuestra exposición de las series schellinguianas, ya comenzada en un capítulo anterior, y que nos servirá después para el análisis del complejo de Edipo. Concentrémonos en las dos series, la real y la ideal. Como se recordará, todo ente es real-ideal. Por tanto, todo ente de la serie ideal presentará también cierto grado, cierta proporción de realidad. Lo real es principio contractivo, lo ideal, expansivo. Lo real es, según eso, einziehendes Prinzip, principio de recogimiento. (Así hemos traducido ese término en Freud, por ejemplo, en la expresión «recogimiento» de las investiduras.) Es principio de la movilidad hacia adentro, poder de la concentración, es lo que esfuerza hacia el interior, Es el poder del cual necesita todo ente, pues todo ente es corporal (korperhaft), algo compacto en el interior de sí; vale decir, un individuo (Individuum) y, como tal, un ente que es por sí. Este principio de la contracción proporciona el fundamento (Grund) de la existencia (Existenz), sobre el cual reposa (ruhen) todo ser individual.

Pero al mismo tiempo todo ser está amenazado desde su fundamento; librado a sí mismo, el principio de la pura contracción lleva a la destrucción de la totalidad. El ser-ahí, la existencia fáctica, sólo es posible por la acción contraria (Gegenwirkung) de un segundo principio, el de lo ideal, que es expansión, un salir fuera de sí, amor (Debe). Es luz; sólo lo ideal, como poder del amor, puede arrancar al ser de la oscuridad. Sólo la acción conjunta y la acción contraria (Miteinander, Gegenwirkung) de ambos poderes permite la existencia individual. En el hombre, la existencia sana sólo es posible cuando el principio de la contracción, en sí necesario, reside en el fundamento y permanece ahí.

Parece que debemos recurrir a la conceptuación schellinguiana para entender a fondo lo que expresa el final de la segunda sección de El yo y el ello. Es que lo más elevado que deviene lo más profundo, y así nos evidencia que el yo es un yo-cuerpo, podría decirse que deviene fundamento, se va al fundamento. Una y otra vez hallarnos en las obras de Freud la declaración de que la pulsión de muerte es muda y trabaja en el fundamento. A Eros se debe todo el alboroto de la vida. Las palabras que cierran esta obra de Freud son: «Eros y pulsión de muerte luchan en el ello; { … } Podríamos figurar como si el ello estuviera bajo el imperio de las mudas pero poderosas pulsiones de muerte, que tienen reposo y querrían llamar a reposo a Eros, el perturbador de la paz… » (GW, 13, pág. 289). Sería posible asimilar reposo a inercia, a fuerza cohesiva interna en el sentido de Fichte. Y a raíz del sentimiento de culpa inconsciente, nos enteramos de que es mudo, no le dice nada al enfermo, no le dice que es culpable. Vemos, en Schelling, que lo corporal implica un repliegue, un recogimiento en sí. En Freud, el cuerpo del yo sería también recogimiento. Y lo es, en efecto, según se explica en la tercera sección de El yo y el ello. Cuando el complejo de Edipo es sepultado bajo la presión adaptativa del medio (que impone el recogimiento de las investiduras libidinosas), cuando se va al fundamento, nace para el yo un cuerpo, con esta particularidad: el ideal del yo, un ideal cultural que fue el padre mismo (véase el final de «Introducción del narcisismo»: el niño debe ser lo que el padre deseó ser), se va al fundamento. Entonces, lo ideal deviene real. Es la temática del mal y de la historia en Schelling. En el hombre, aquellos principios de todo ente se han invertido. Lo ideal deviene fundamento de existencia junto a lo real. Hay cierto abismo o grieta entre ambas series, y ahí, en esa fractura, se sitúa el ser humano, como trastorno y posibilidad de trastorno en la enfermedad y la perversión. El fundamento -dice Schelling- amenaza siempre. Y cuando prevalece, cuando ese fundamento que es el complejo de Edipo sepultado en lo profundo del ello prevalece sobre el yo, sobreviene la enfermedad. El principio ideal, devenido real y en cuanto tal, se descentra y se disloca. Ello es posible por el desplazamiento citogenético ya mencionado.

Entonces el yo parece el punto de encuentro tendencial, no consumado, entre dos procesos de devenir. La serie real, por diferenciación de superficie del ello, lo engendra como un esbozo de repliegue de la materia en la imagen de la percepción. Por otro lado, la serie ideal, desde ese fenómeno de adaptación que es la cultura, deviene real como cuerpo -mejor: como el otro cuerpo- del yo. Dos puntualizaciones: a) En «Neurosis y psicosis», Freud señala que el superyó es potencialmente la reconciliación que el yo querría ser entre mundo externo y mundo interno. En efecto, es algo actual (el padre de la prehistoria personal) que deviene potencial, algo presente que deviene pasado, algo ideal que deviene real. Diríamos que es unión de materia y forma. Pero esa reconciliación tiene en el superyó sólo su principio de existencia, no se ha desarrollado de la existencia hacia la esencia. Por otro lado, el yo mismo tiene un «carácter»: es el sedimento de todas sus identificaciones con los objetos, y sobre todo de la primera identificación, la que recayó sobre el padre primordial. Hay cierta vacilación en los textos, pues a veces. el superyó se presenta como integrante del yo, y otras como entidad o esencia separada. La vacilación misma es indicativa. Inferiríamos que el proceso de reconciliación está abierto hacia el futuro en una historia concebida como crisis. El ser humano, en Schelling, era la crisis misma, porque los dos principios básicos habían llegado a su máxima tensión contradictoria al punto de invertirse. b) En «El problema económico del masoquismo», Freud diferencia entre la ética y el masoquismo moral. Recordemos que a raíz del masoquismo introdujo, en «Pulsiones y destinos de pulsión», el trastorno hacia lo contrario, y después sustituyó esta categoría por la de pulsión de muerte. La meta del masoquista era sufrir dolor en su cuerpo; la del masoquista moral, será sufrirlo en el cuerpo proyectado del cuerpo, vale decir, el yo mismo. Lo que debía permanecer en el fundamento, en reposo, se subvierte. El fundamento o suelo del yo se había formado por sublimación (digámoslo así, sumariamente) del complejo de Edipo. Ahora este «cuerpo» se res exualiza; de ahí el trastorno. La energía cohesiva del yo-cuerpo provenía de una desexualización del Eros, de una indiferenciación de la energía; esta es otra marca del trastorno introducido por el ser humano en la naturaleza, pues hasta ese momento de la evolución la marcha hacia adelante se producía por diferenciación. Pero si no toda moral es masoquista, se traza la perspectiva futura de una reconciliación entre la serie real y la serie ideal. Parece el pensamiento implícito en Moisés y la religión monoteísta, donde las formas de la conciencia religiosa parecen serlo de una conciencia desdichada. El esclavo, en sí, ha pasado a ser el amo de sí mismo (el niño ha incorporado al padre dentro de sí), pero aún no ha devenido padre. De ahí la consigna psicoanalítica: Donde Ello era, Yo debo devenir. En ella se resume todo este movimiento. El «debo» señala el imperativo categórico, retoño de la represión del complejo de Edipo. Pero, en esta fórmula, el imperativo categórico ordena devenir él mismo. Es el yo quien introduce el tiempo en el aparato anímico. Si en la prótasis se dice que «Ello era», es que se lo considera desde la persona total, incluido ese yo que fue su producto de diferenciación y que ahora lo de diferencia deviniendo en sentido inverso.

En Esquema del psicoanálisis (GW, 17, pág. 138), leemos que el mundo exterior (la serie real) es el poder del presente, subrogado por el yo; el ello es el pasado orgánico y el superyó el pasado cultural. Pero en la institución del superyó tenemos el ejemplo de cómo el presente se traspone en pasado. «Yo debo devenir donde ello era» implicaría, pues, seguir el rastro del superyó, hacerse uno con él.

En el último Schelling, los modos de conocer, referidos a las tres edades del mundo, son: el pasado se cuenta como algo devenido-familiar, consabido (es el mito; mythen es contar, referir); el presente se conoce, se discierne, y se figura en un lenguaje de imágenes; el futuro se vislumbra. Acaso sea esta la justificación -última del mito Freudiano de las pulsiones primordiales, que se retorna en El yo y el ello y lleva el modo potencial como marca estilística. En esa obra, el yo de Freud, convertido en el yo humano por intermedio del nosotros de la ciencia, deviene el ello, deviene hacia el pasado. El devenir-futuro de la especie humana coincidiría con un devenir-pasado, en lo cual tendría cumplimiento lo prefigurado en la analogía con el doble trastorno del homúnculo del encéfalo.

Debemos interrumpir en este punto nuestra lectura. Sólo hemos querido problematizar los textos, mostrar horizontes de comprensión posibles, y ello de manera meramente indicativa. Resta justificar nuestra versión «sepultamiento» del complejo de Edipo, y nuestro uso de la noción schellinguiana de «serie». Es lo que ahora haremos.

Ya señalamos que hay una notable coherencia en el empleo que hace Freud de untergeben, asociado con zugrunde gehen. Ambas expresiones aparecen en el período de la correspondencia con Fliess. En el caso del «Hombre de las Ratas» Freud explica al enfermo, a raíz de lo olvidado del alma, que Pompeya no «se fue al fundamento» (zugrunde gehen) hasta que no fue desenterrada. Por el contexto se entiende que la expresión denota una segunda muerte: una muerte interiorizante en los valores de la cultura. No es un mero morir, pues, sino un morir fundante, como en el mito de Dioniso. La expresión reaparece en Más allá del principio de placer y en El yo y el ello a propósito del complejo de Edipo. Es expuesta con detalle en «El sepultamiento del complejo de Edipo». Ahí leemos que el complejo de Edipo es un fenómeno central del período sexual de la primera infancia. Después se sepulta, sucumbe a la represión; sigue el período de latencia. Y se pregunta: ¿En razón de qué se va al fundamento? Respuesta: 1) por su imposibilidad real, 2) tiene que caer (fallen) porque ha llegado el tiempo de su disolución; en efecto, de acuerdo con el «programa hereditario» tiene que perecer, corromperse (vergehen), cuando se inicia la fase siguiente. La fase fálica se hunde y es relevada por el período de latencia. Es el complejo de castración, el terror de la castración lo que hace irse al fundamento toda la organización fálica. El yo del niño se extraña del complejo de Edipo en razón de su interés narcisista por el pene. Y Freud no deniega a ese extrañamiento del yo respecto del complejo de Edipo el nombre de una represión, Pero es más que una represión; cuando se cumple idealmente equivale a una destrucción y cancelación del complejo.

Los términos en cuestión designan, pues, un cambio de fase. Pero, según sabemos por El yo y el ello, un cambio tal que sirve de base o fundamento a todo el desarrollo posterior. Y se trata de un fenecimiento interiorizante y fecundante, tal como hemos visto en el uso que le da Freud a la expresión «irse al fundamento» en el «Hombre de las Ratas».

En Schelling hallamos una noción semejante. En el proceso de la Creación, Dios deviene, de Idea, Ideal; recuérdese que en la tradición kantiana el «ideal» es una totalidad existente, no meramente pensada. Dios «se contrae» en el sentido antes indicado; por tanto, deviene fundamento real. La idea de Dios «sucumbe», se va al fundamento. Leemos en Investigaciones filosóficas sobre la esencia de la libertad humana: «Las cosas tienen su fundamento en aquello que, dentro de Dios mismo, no es El mismo, vale decir, en lo que es fundamento de su existencia. Y podemos decir, en una aproximación humana a esta esencia, que eso es la añoranza que lo Uno eterno siente de parirse a sí mismo. La añoranza { … } es también voluntad, pero una voluntad en la que no hay entendimiento, y por eso no es una voluntad autónoma y completa, puesto que el entendimiento es genuinamente la voluntad dentro del querer. Es ( . . . } añoranza y apetito de entendimiento; no una voluntad consciente … ». Y más adelante: «Esta es, en las cosas, la base inasible de la realidad, el resto que nunca se abre, aquello que no se deja resolver en el entendimiento ni con el máximo esfuerzo, sino que eternamente permanece en el fundamento». En esta otra cita creemos discernir un motivo Freudiano: «Sin esta oscuridad precedente, no hay realidad alguna de la creatura». «Todo nacimiento lo es de la oscuridad a la luz; la semilla tiene que ser hundida en la tierra y morir en la tiniebla para que la más hermosa forma luminosa se yerga y se despliegue frente a los rayos solares. El ser humano es formado en el seno materno, y sólo desde la oscuridad de lo carente de entendimiento (del sentimiento, de la añoranza, esa madre señorial del conocimiento) crecen los pensamientos luminosos». Esa añoranza es algo imperativo, algo que mueve, como un mar que se encrespara en su oleaje, semejante a la materia de Platón. Es esforzarte, imperiosa. A raíz de la añoranza, se produce dentro de Dios mismo una representación interior, reflexiva: es la Palabra de aquella añoranza; « … y el espíritu eterno, que siente la palabra en sí y, al mismo tiempo, la añoranza infinita, movido por el amor, que él mismo es, pronuncia la palabra; así, el entendimiento, reunido con la añoranza, deviene voluntad libremente creadora y omnipotente, y en la naturaleza inicialmente sin regla, como en su elemento, forma instrumentos de su revelación».

La añoranza de Schelling, como la pulsión de muerte en Freud, no «dice» nada. El amor, Eros, es quien pronuncia la Palabra. Y téngase en cuenta que «palabra» tiene otras resonancias en alemán que en castellano. «En el principio era el Verbo… », también se dice Wort. Hay un abismo, en cierto sentido, entre Schelling y el pensamiento Freudiano. Pero hemos creído discernir en los escritos de Freud ciertos juegos conceptuales de aquel. En El yo y el ello leemos que «la separación del superyó respecto ¿el yo no es algo contingente: subroga los rasgos más significativos del desarrollo del individuo y de la especie y, más aún, en la medida en que procura expresión duradera al influjo parental, eterniza la existencia (Existenz} de los factores a que debe su origen» (GW, 13, pág. 263). El superyó, como fruto del sepultamiento del complejo de Edipo, es «existencia», es acto, es presencia real; y en el desarrollo individual, la existencia precede a la esencia, ese núcleo existente deviene ideal del yo en tanto también es «idea», esencia (aún no realizada). Notable paralelismo con Schelling. Tampoco echamos de menos la añoranza en Freud. El ideal del yo, «como formación sustitutiva de la añoranza del padre, contiene el germen a partir del cual se formaron todas las religiones». La expresión «añoranza del padre» aparecía ya en Psicología de las masas y análisis del YO. Tras el parricidio, uno de los miembros de la -hermandad sentía la añoranza del padre; ella lo movía a articular la Palabra en el Epos. Y articulaba la palabra porque los amaba a todos. Que la palabra es un retoño de Eros, nos lo dice el nuevo nombre que reciben atracción y repulsión, Eros y pulsión de muerte, en El porvenir de una ilusión: Logos y Ananké.

Ahora las series: «Uno tiene la impresión de que el complejo de Edipo simple no es { … } el más frecuente { … }. Una indagación más a fondo pone en descubierto, las más de las veces, el complejo de Edipo más completo, que es uno duplicado, positivo y negativo, dependiente de la bisexualidad originaria del niño». Por ejemplo, el varoncito se comporta como tal y como una niña, y entonces realiza dos identificaciones y dos investiduras de objeto (GW, 13, pág. 261).

Ensayemos un gráfico, de acuerdo con la noción de «series complementarias », ya presentada en un capítulo anterior:

Al comienzo de la serie ideal, hay una identificación inmediata, no mediada por el yo, como especular, con el padre. El yo es padre, como la estatua de Condillac, al comienzo de su proceso de animación, era toda ella olor a rosa. En la constitución, hay una bisexualidad preexistente. De la identificación primordial se pasa a la relación triangular: identificación con uno de los progenitores, lazo libidinoso con el otro. La bisexualidad devuelve la triangularidad convertida en dos identificaciones y dos elecciones de objeto, vale decir, cuatro términos. «Yo opino que se hará bien en suponer en general, y muy particularmente en el caso de los neuróticos, la existencia del complejo de Edipo completo. En efecto, la experiencia analítica muestra que en una cantidad de casos uno u otro de los componentes (le aquel desaparece hasta dejar apenas una huella registrable, de suerte que se obtiene una serie en uno de cuyos extremos se sitúa el complejo de Edipo normal, positivo, y en el otro el inverso, negativo, mientras que los eslabones intermedios exhiben la forma completa con participación desigual de ambos componentes» (GW, 13, pág. 262). En la rama superior de nuestro gráfico, hacía la izquierda crece la proporción de la identificación-padre respecto de la identificación -madre; y lo inverso hacia la derecha. Otro tanto ocurre con los objetos.

El rastro del principio de placer

Cerraremos nuestra exposición con algunas observaciones sobre el estilo de El yo y el ello, pero que es característico de toda la obra de Freud. Así salimos al paso de la extrañeza que pueda provocar, aquí y allí, nuestra versión.

«En una generalización súbita, nos gustaría conjeturar que la esencia de una regresión libidinal (p. ej., de la fase genital a la sádico-anal) estriba en una desmezcla de pulsiones … » (GW, 13, pág. 270).

Estamos en la cuarta sección, que introduce las pulsiones primordiales en el análisis estructural del alma. Ya se entiende que todo acontecer psíquico ha de reunirlas de algún modo. Y estamos alterados: al final de la segunda sección, el nosotros de la valoración introdujo, como marca de estilo, el concepto de superyó. Aquí nos topamos con «una generalización súbita» ( ¿la marca de Eros, que lo reúne todo?); «nos gustaría»: ¿estará anticipando, en el estilo, la introducción en el discurso del principio de placer? Ya antes, al final de la tercera sección’ Freud había señalado una preferencia por huir ( ¿una represión al servicio del principio de placer?, ¿la marca del displacer como señal que sirve de norte al proceso de pensamiento?) frente a los problemas que suscitaba la mención de la filogénesis. Era la primera vez que aparecía en el discurso una expresión así. Pero es que era lícito, en ese punto, su surgimiento: tras la primera fusión con el yo objeto («Lo vemos partir… »), tras la segunda génesis del yo en la relación con el prójimo (también desde una superficie, la identificación inmediata, hacia un «fundamento», producido por el sepultamiento del complejo de Edipo), el alma se construyó ante nuestros ojos; y con la mención de la añoranza del padre, el yo objeto, devenido el mismo que el yo discurso, se erigió, como lo era el poeta épico, en el que articula la Palabra y los ama a todos, Síntesis de materia y forma, causa eficiente y causa final, ahora puede obedecer a sus propias leyes, el principio de placer y el de realidad. Y en efecto, pocas líneas después de la frase citada, aparece el principio de placer mencionado por su nombre. En cuanto a la desmezcla, es fácil hallar un representante de Eros; y «nos contenta mucho que podamos pesquisar en la pulsión de destrucción { … } un subrogado de la pulsión de muerte … » (GW, 13, pág. 271). Contentar, zufrieden: podría traducirse «nos apacigua»; ¿nos llama a reposo, desde aquella pulsión que tiene reposo? Tenemos, pues, la oposición de amor y odio en la vida anímica; la experiencia psicoanalítica enseña que muchas veces el paso de aquel a este acontece mediante un desplazamiento de la investidura: se sustrae energía a la moción erótica y se aporta energía a la moción hostil. Pero así hemos interpolado un conmutador, como si hubiera una energía desplazable, en sí indiferente. «El único problema es averiguar de dónde viene, a quién pertenece y cuál es su intencionalidad {Bedeutung}».

«El problema de la cualidad de las mociones pulsionales, y de la conservación de esa cualidad en los diferentes destinos de pulsión, es todavía muy oscuro y, por ahora, apenas se lo ha acometido» (GW, 13, pág. 273). Un problema oscuro: de lo oscuro nace la luz del conocimiento. Dos cosas llaman la atención en la frase: «por ahora» (derzeít), como cuando se dice que algo es inconsciente «por ahora» o «por el momento», señala a lo preconsciente. Y sí el yo y el ello no son conceptos que deban mantenerse rígidamente separados, según el texto mismo nos lo advierte, el superyó es potencia de mediación entre ambos; también proviene de lo «oído», del orden cultural, puesto que es heredero del complejo de Edipo (la amenaza de castración fue primero «palabra», una palabra que se evidenció por el otro sentido, el de la vista, cuando se «vio» la diferencia de los sexos); se compone, por tanto, como el preconciente, de conceptos y relaciones, de representaciones-palabra, pero ellas sólo pueden ser activadas, investidas, sólo pueden trasmitir mensajes, desde las fuentes pulsionales del ello. ¿No apuntará el «por ahora» a esa posibilidad de conocimiento? Sería Eros, sin duda, quien pronunciaría la palabra, pues las pulsiones de muerte son mudas. Extremada sospecha la nuestra, pero sugerida por un texto sorprendente. «Apenas se lo ha acometido» (in Angriff genommen); podríamos traducir, simplemente, «apenas se lo ha abordado», si no fuera porque poco más adelante, tras considerar una serie de comprobaciones acerca de la plasticidad de Eros, dice que estos hechos son tales que «a uno por fuerza le entra el coraje de aventurar supuestos de cierto tipo». Acometer, coraje: ¿las señales de la voluntad consciente, retoño de la pulsión? Recordemos que el discurso, en este punto, se propone demostrar el nexo del principio de placer con la energía libidinal diferenciada. Y tal vez el movimiento del discurso se pliegue y adapte al de la cosa misma. Podría ser que Eros hablara y, esforzando a salir fuera a la pulsión de muerte, la obligara a apoderarse de la cosa para el pensamiento. El pensar es desexualización en acto. Es lo que nos dice Freud enseguida. Atiéndase al juego de los pronombres. «Yo» tengo para ofrecer sólo un supuesto. Es el yo que aparece sólo después que el yo se constituyó, en la sección anterior, en el yo-objeto de la ciencia. Paso al «nosotros» de la cultura, del conocimiento: « … las pulsiones eróticas nos parecen { … } más plásticas { … } que las pulsiones de destrucción» (GW, 13, pág. 273). Y ahora la generalización a los otros «yo» que pueden acompañar el discurso y reconstruir en sí mismos el movimiento de la cosa: «Y desde ahí uno puede continuar diciendo, sin compulsión {ohne Zwang}, que esta libido desplazable trabaja al servicio del principio de placer… » «Puede continuar diciendo»: puede alucinar la palabra, que viene de Eros; pero cada vez que Eros interviene en la vida anímica, la pulsión de muerte se apresura a facilitarle la descarga a fin de reducir la tensión y tender a la nada. ¿Será esto último lo que señala la expresión «sin compulsión»? La compulsión aparecía como el límite de la pulsión; y lo otro, la cosa ahí fuera, o lo otro del mundo interior, surgían a raíz de una resistencia que era una compulsión en el sentido fichteano ya apuntado. El displacer es esforzante, compulsivo. Acaso aquí no se siente compulsión para decir que la libido desplazable trabaja al servicio del principio de placer porque el discurso mismo se desliza hacia abajo, por la pendiente que marca el principio de placer. Es la pendiente de la muerte, pero al mismo tiempo de Eros, puesto que el logos es unitivo. El yo se «apodera» de la libido para desexualizarla. «Apoderar» es, en los textos, señal de una pulsión sádica; por tanto, pulsión de muerte. Pero, ¿será casual que en el párrafo siguiente Freud proponga llamar sublimada a esa energía desplazable, puesto que persevera en el propósito principal de Eros, el de unir y ligar, en la medida en que sirve a la producción de aquella unicidad por la cual el yo se distingue? No hay nada en el alma que no sea fruto de la cooperación o la acción contraria de las pulsiones primordiales. En este nivel evolutivo superior, el de Logos y Ananké, como en el proceso del sfairos de Empédocles, no habría pensamiento sin ese ritmo de fragmentación en el concepto y unión en el discurso. También el yo se multiplica en el juego de espejos de la realidad (son las identificaciones) y se reúne como síntesis y organización.

En el mismo momento en que Eros, derrotado por el principio de placer en tanto es manejado por la pulsión -le muerte, es convertido en energía de-diferenciada, pasa a ser, como base del yo, el promotor de una unidad de orden superior. Y ahora la conclusión: «Si incluimos los procesos de pensamiento en sentido lato entre esos desplazamientos, entonces el trabajo del pensar -este también- es sufragado por una sublimación de fuerza pulsional erótica: ( … so zvird eben auch die Denkarbeit… ). Eben auch: el trabajo del pensar también, justamente el trabajo del pensar, «este también»; vale decir, el de Freud, ese que acaba de desplegar ante nosotros (GW, 13, pág. 274).

Hemos asistido a una sorprendente fusión de los dos discursos, propiciada por la recomendación de Schiller a su amigo crítico, la de dejar que algo piense en nosotros, no desestimar (siguiendo la línea, para Freud, de las represiones) las ocurrencias que se van agolpando, y sólo después atajarlas y articularlas en un discurso. El ser humano es el lugar de la máxima fragmentación y el de la máxima síntesis. Por eso lleva a la crisis las fuerzas que mueven la materia.