Duelo, muerte y desaparición

El Psicoanálisis se ha planteado desde sus inicios la cuestión de la muerte como un problema vivencial y de conocimiento. Considerando que resulta esencial para comprender la vida humana. Pensar en términos psicológicos la cuestión de la muerte, su inevitabilidad, ha sido sin lugar a dudas una de las fue ntes de interrogantes esenciales del ser humano. Nos ha permitido especialmente trabajar sin reducir la problemática a una cuestión filosófica. Además de constituir un posible paradigma del límite en tanto inevitable, es también, una de las formas posibles de pensar una articulación que nos interesa partic ularmente. Comprendemos el Mito Originario de la Muerte del Padre como estructurante a la vez del sujeto y de la cultura; muerte simbólica, cuya inscripción como culpabilidad inconsciente es el fondo sobre el que la Ley opera. Este padre muerto se vuelve más poderoso, que en vida, por efecto de la obediencia retroactiva. Por la culpa y la deuda (el don). Esto además porque era un padre también amado. Relacionaríamos el pensamiento freudiano como universalista y el relativismo cultural, en las significaciones de la muerte para l os diferentes pueblos y culturas. Consideraríamos además lo singular, no solamente en que cada uno es mortal sino que también cada uno tiene su propia forma de morir. Participamos, de manera más o menos inconsciente, en el camino que nos conduce a nuestra propia muerte. La tendencia a sufrir accidentes, muchas veces relacionados con diversos tipos de actos fallidos, seria una forma bastante expresiva, aunque sencilla, de decir lo mismo. Articular duelo, muerte y desaparición es algo problemático. Podemos tomar diversos ejes ordenadores, pero trataremos de articular algunas relaciones con el proceso o los momentos lógicos fundantes de la constitución subjetiva. La idea de límite al pensamiento mágico o místico (omnipotente), nos sostiene en el aserto psicoanalítico: nunca nada es para siempre. Esto quiere decir que trabajamos en el campo en donde lo más significativo no es ciertamente la estabilidad y la certidumbre. Cualquiera de las adquisiciones que hacemos en nuestro desarrollo pueden trastocarse, perderse, variar, etcétera. Los castigos míticos de exilio, locura y muerte; la potencialidad humana a la locura como potencialidad del ser, la locura de amor, de odio, de ignorancia, de dolor y soledad, son los ámbitos que nutren nuestra vida como preparación para la muerte. Cada uno debería poder elegir su muerte. Elegir es psicoan alíticamente hablando, lo inconsciente que conduce, creando una cierta aceptación para la muerte se transforma en algo «natural»; la vida que deja lugar a la nueva vida. Pero lo traumático acecha, con la muerte de los hijos, las desapariciones, las catástrofes sociales que exacerban, a diferencia de las catástrofes naturales, el narcisismo de las pequeñas diferencias. Lo pequeño ocupa la dimensión de lo trágico y los fundamentalismos religiosos, étnicos e ideológicos cobran sus víctimas sometiéndolas al poder, la fuerza y el terror. Retomando la cuestión de la muerte, si bien no existe la representación inconsciente de la propia mue rte, esto no quiere decir que no existan deseos y fantasías de muerte. ¿Quién no quisiera, por ejemplo, un lugar ideal, paradisiaco, con una tranquilidad absoluta como la del nirvana?. Esta idea del «descansa en paz» (R.I.P.), es incluso útil para los supérstites. Lo que se nos aparece como conflictivo, paradójicamente, es la vida. Es la fuente de disturbios y conflictos. El lugar de la muerte es el que soporta la estructuración del sujeto en el orden simbólico. Freud decía que la carta era la palabra del ausente. Cuando nombramos una cosa, la palabra es ya la muerte de la cosa. Al nombrar la cosa, valga la redundancia, la cosa es otra cosa. Es algo con un nombre. Nunca hay una relación unívoca entre la cosa y lo representado, entre la cosa y la palabra. Lo que no podemos nombrar en las cosas es lo que llamamos traumático. Es el silencio, el secreto, el «saber no sabido» que se reconoce como propio solamente por la interpretación o la construcción. Por eso trabajamos con palabras. Lo que no se puede nombrar es el trauma. Siempre estamos a una cierta distancia de las cosas, hay siempre un cierto sentimiento de exilio. El momento en que nombramos, nominamos, no es nunca el momento en que percibimos. Nuestras palabras llegan siempre, con posterioridad, a nuestras sensaci ones. El principio del Estadio del Espejo, en relación con el narcisismo en su especularidad, consiste justamente en que nuestra percepción es antropomórfica, pero a diferencia con la Psicología, para nos otros, no existe una forma afuera, preexistente, es siempre nuestra propia forma la que se busca afuera. La percepción trabaja también bajo el retorno de lo reprimido. Nos involucramos en nuestras percepci ones, transferimos. Por esto consideramos fundamental señalar el lugar de la verdad, que no es la supuesta «percepción objetiva», sino un atravesamiento de la subjetividad y una construcción / ficción teórica que produce realidades que implican siempre una interpretación. No nos referimos a la hermenéutica, en donde se sacaría algo supuestamente profundo de algún lugar. Se trata de una antihermenéu tica en donde interpretación es producción de sentido, de un sentido que es nuevo y solamente verdadero para alguien en un determinado momento. Es siempre nuestra propia forma lo que buscamos afuera. Por esto es imprescindible introducir aquí la cuestión del narcisismo (amarse a uno mismo, a la propia imagen) y diferenciarla del lugar de la verdad como a producir. Si hablamos de lugares y agentes nos colocamos en una concepción esencialmente diferente a la de la comunicación. Lugares y agentes que los ocupan configuran modalidades discursivas. Además del lugar de la verdad está el lugar del otro, la relación al otro. Es a través de las identific aciones narcisísticas como se constituye el sujeto en la alienación y comienza la separación. El Yo como siendo otro. Con otro cuya imagen me constituye. El deseo es «el deseo del otro» (Otro-otro-otros), o mnipotente primigenio, todopoderoso. La cuestión de la imagen es esencial puesto que no es un reflejo. Por ejemplo: madres con relaciones muy violentas y hostiles con sus hijos generan en los niños lazos muy intensos amorosos. Cuanto más violenta sea la madre, más fuerte el lazo amoroso con ella y por consiguiente mayor dificultad para la posibilidad de desvincularse de ese lazo. Lo mismo ocurre en el ámbito de las parejas. Este tipo de relaciones suele romperse de manera violenta, sumamente impuls iva. La fantasía de quién se separa es que dando un portazo los problemas quedan detrás de la puerta. No es así. Los problemas los llevan también con ellos. Insistiendo, imagen no es reflejo. Es de interés considerar como proceso de construcción la constitución de la subjetividad humana. Si se dan ciertas condiciones puede instaurarse una regulación de la vida pulsional que nos brinde la posibilidad de desear y fantasear. Esto implica inevitablemente el atravesamiento de los tabúes (prohibiciones) básicos universales: canibalísticos, parricidas e incestuosos. Si hay un otro adulto deseante que se constituye en primer lugar como función materna será posible la construcción de un narcisismo o amor a sí mismo. Esto es imprescindible para la constitución de ese «nuevo acto psíquico», del cual surge un Yo humano definido como lugar de conocimiento y de descon ocimiento. Ese nuevo acto psíquico es el Estadio del Espejo. Este otro materno, como dice Wilfred Bion, debe tener capacidad de «rëverie», que consiste en volver asimilables algunas de las experiencias displacenteras del infante. Esto quiere decir que estas experie ncias, al retornar de una madre «un poco buena» como la llama Winnicot, posibilitará las inscripcionesrepresentaciones psíquicas. Es importante este concepto porque no transforma a la madre en una figura idealizada, sino que considera que además del amor también el odio tiene existencia. Ex – iste. En la cotidianeidad podemos observar cuando las madres, especialmente si se trata de niños muy pequeños, no pueden arrullar, calmar al niño. Esto es frecuente en el trabajo con la violencia familiar. Es notable la dificultad de «calmar», «tranquilizar» a los niños de parte de los miembros de una familia violenta. La diferencia esencial pasa por la compulsión de repetición, ya no solo la ex- xistencia sino también la in -sistencia: el ciclo de la Violencia. La Psicopatología de la Vida Cotidiana, como la violencia familiar, nos revela, como nos lo enseña Freud, de una manera muy clara lo que ocurre también en la psicología de todos los seres humanos. Todos podemos pasar por momentos de descontrol sin considerarlo un problema de violencia familiar. En la violencia el otro es un semejante, fundamentalmente especularizado, con imagen sin sostén en los ideales. Las cosas son como dice el Otro, omnisciente, todopoderoso. No hay posibilidad de bascular del otro al otro y poder preguntarse qué quiere, que es aquello por lo que somos reclamados por nuestro ser. El núcleo verdadero de nuestro ser: lo Inconsciente. El deseo. Se desea alienadamente el deseo del otro, sin poder registrar para quién se es. Para qué y quién hacemos lo que hacemos. Por esto la ate nción a las demandas de amor de las víctimas, con la actitud de dama de caridad o de inmiscuirse morbosamente en la intimidad de las personas, sin que quede planteada la pregunta ¿Quién me quiere?, ¿Para qué me quiere?, es una burla alienante que reduplica la dependencia y conducirá a repeticiones compulsivas del : «él dice «él quiere , «él no quiere , etc. Poder preguntarse sobre lo que la persona quiere para sí misma y los demás es el camino que debemos transitar. Del mismo modo el asitencialismo demagógico es una falta de respeto a la Víctimas, puesto que la cantidad excluye inexorablemente la calidad, estableciéndose un programa pedagógico de sustitución de dependencias que resulta perve rso, con resultados a corto plazo y sin investigaciones que las avalen. Si a esto agregamos la enorme dificultad del trabajo interdisciplinario se establecen hegemonías judicializantes, priquiatrizantes, socializantes o psicologizantes. Todo esto lleva a la necesidad imprescindible de replantear el montaje de los Dispositivos Institucionales para atender problemáticas, no de Víctimas de delitos, sino de diferentes formas de padecer o sobrevivir a la violencia. La pérdida de la singularidad del caso, según el método freudiano es una forma de masificación, de imaginarización que obstaculiza los cambios que la persona esté preparada, requiera y considere necesarios. En este sentido el tratamiento de los problemas de violencia se impregnan de violencia, aún actuada o de «buena fe» o de buena voluntad», como militancia de fundamentalismos religiosos, al mismo tiempo que autoritarios. Por otro lado la curiosidad morbosa de personas no preparadas para este tipo e trabajo, valoran el sufrimiento por el centimetraje cúbico de lágrimas sin poder evaluar los verdaderos riesgos. Estos siempre aparecen en relación con el trauma, es decir al silencio. Aquí se juega esencialmente una concepción de lazos sociales, los modos de establ ecimiento. Las concepciones judicativas se hacen desde una chismografía caritativa, con ánimo de hacer el bien. Retomando la problemática de las experiencias del niño, hay siempre experiencias que no se inscriben, que no se registran. Esto es lo que le vuelve al niño cuando no puede ser calmado. A esto lo llamamos la «cosa en sí», lo que siempre queda como «resto», como «inasimilable», lo «no representable». El silencio del trauma. Nos humanizamos entonces como seres escindidos, divididos, es decir nuestra conducta estará siempre sobredeterminada, al mismo tiempo que producto de loo aleatorio y de azar. Los productos psíquicos serán una formación de compromiso entre instancias o sistemas psíquicos. El amor parental, modo de encarnación del Mito de Narciso, es una de las facetas en las que los juegos imaginarios del amor pueden llevarnos al ocultamiento de la dimensión de muerte del narcisismo. Ninguna obra clásica literaria sobre el amor ha perdurado si no termina en la muerte. Las otras son de Hollywood. El Psicologismo Norteamericano, tan frecuente en las películas en que se resuelven las situaciones con algún tipo de interpretación, estereotipada, da un giro a la situación planteada, a partir de lo cual se configuran los modos de conclusión de las historias. Pensamos entonces que es posible un amor a muerte por la fascinación que puede producir la imagen en su omnipotencia que puede ser feroz. Veremos esto en relación con el autoritarismo. Nos constituimos como Yo a partir de la imagen que nos devuelven los otros. Este alias o alienación a la que llamamos Yo tiene sin embargo un soporte simbólico. Es el pasaje a través de esta primera alien ación en la constitución del yo humano, que puede surgir la posibilidad de ruptura de este lazo narcisista con la madre. Este Yo que a su vez es otro posibilita esa doble vertiente de desconocimiento/no saber y la posibilidad también de un Yo de conocimiento/saber. En las relaciones de violencia, consideramos entonces, el lugar de la muerte, la relación al otro y agr egamos la adhesión que el poder solicita y obtiene. Esta adhesión tiene su fuente en la misma estructur ación del sujeto, del deseo humano. Corresponderá a una identificación al superyó como ideal, feroz, obsceno, omnipotente. Este es uno de los aparentes beneficios de la adhesión, del consenso. Pero es al mismo tiempo lo que posibilidades de puesta en cuestión del discurso, con citas, enigmas, posibilidad de plantearse interrogantes: Sin estas condiciones no hay tratamiento victimológico que no sea una psic ología espuria adaptativa, ejercida esencialmente con gente sin entrenamiento psicoterapeutico. Es comprensible que haya gente que se interese por la Psicología, pero esto no es Interdisciplina. No es ab ocarse a un problema concreto y plantear la diversidad de alternativas que surjan de cada caso, que es «Uno», único e irrepetible. Esto que llamamos otro o alias es el constituirnos sobre la base de la imagen que recibimos de nosotros por parte de los otros. Como somos «vistos». La cuestión simbólica aquí es para ser vistos por quienes hacemos lo que hacemos. esto es ,sin duda una vuelta de tuerca. El poder toma su soporte, su eficacia de la aceptación de que es objeto. No se trata de un problema cognitivo, sino constructivo, de actos inconscientes, de los fundamentos de los cuales depende su eficacia. Este otro, la madre toma o no en cuenta al padre. Si el padre es alguien significativo para la madre, el niño vivirá la experiencia de no ser todo para esa mamá. Si la madre desea al padre este puede constituirse en función y darle su nombre al niño. El niño llevará, entonces, el Nombre del Padre. Vemos que lo que se juega en la función materna, en este primer momento. Función materna es una concepción que se toma en cuenta si consideramos los aportes de la Escuela inglesa de Psicoanálisis. En una línea freudiana hablaríamos de lo pre-edípico, pero esencialmente del complejo paterno. Con Lacan, mas allá del Edipo, hablaríamos del deseo de la mujer y del Nombre del Padre. Esto otorga una significación, un significado al niño. Hay una producción de sentido, se trata por lo tanto de una metáfora. Estamos ya en el nivel de la identificación simbólica, al ideal parental. Al producirse la sustitución del deseo de la madre por el Nombre del padre se funda la posibilidad sustitutiva que posibilita el desplazamiento de las cad enas asociativas, produce como posibilidad el lenguaje. Esta metáfora es fundante, fundadora en tanto posibilita la desligazón posible del niño con su madre. Hemos visto que es mucho más dificultosa de llevar a cabo en las relaciones violentas. Habiéndose constituido el primer momento de narcisisación-alienación será posible que sobre él se produzca un corte en el camino hacia la individuación, es decir, lo que el Psicoanálisis tradicionalmente conceptualiza como castración, que desde una reformulación lógica podríamos definir en términos de límite, de «no todo». Un límite a la omnipotencia de lo de vida y muerte del narcisismo. A la desmesura del todo o nada. Esta es la posibilidad de límite al poder y especialmente al poder absoluto. Para esto es necesario que el niño sea «no todo» para la madre y le dé lugar al padre. Luego el padre será «no todo» para el niño y dará lugar a la cultura. ¡Irás a la escuela porque los niños de tu edad van a la escuela!. El Otro padre dirá: ¡Vas a la Escuela porque Yo lo digo! Para la subjetivación de este límite hay una condición previa, que está relacionada con los ideales parentales. En esto quisiera ser muy preciso puesto que aquí Freud se refiere a lo «parental» y no solamente al padre o a la madre. Este ideal del que el infans se apropia, constituye el modelo o soporte sobre la base de la cual se constituirán las series de las llamadas identificaciones secundarias. Si le llamamos a la captura por la imagen identificación primaria narcisista, la apropiación de un ideal se constituirá en la identificación primaria simbólica. Dará significación y posibilitará la filiación del niño como parte de una familia. Esta identificación es simbólica en tanto da una filiación, un lugar en una familia humana. Sostiene, además, la imagen y permite su modulación en las oscilaciones pasionales narcisísticas. Aquí primero no quiere decir secuencia cronológica sino importancia como momento fundante, momento de resignificaciones, siempre «a-posteriori» en la constitución del psiquismo del niño. Se trata de lógicas cronológicas y de otros modos lógicos de pensamiento. Recapitulando podríamos decir que para que se establezca un corte o límite tiene que haberse consolidado suficientemente, una previa relación narcisista. De este modo este segundo momento al que llamamos separación puede ser vivido como una pérdida, como un duelo y no como una catástrofe. La catástrofe psíquica que se produce en las víctimas de violación, por ejemplo. Allí se juega la sexualidad y también el deseo, el poder y la muerte. Por esto la tortura va tan estrechamente relacionada a la muerte y la desaparición. Para que haya un corte tiene que haber algo que presente la suficiente consistencia, un rechazo o resistencia a ser cortado. Tiene que haber un narcisismo constituido. Solo duele, es decir hay duelo, cuando perdemos algo que es valorado, valioso para cada uno de nosotros. Aquí también como en el caso de la muerte, el duelo es un concepto generalizable que forma parte del pensamiento universalista freudiano así como del máximo relativismo cultural o singularidad en la que cada uno de nosotros vive algo como pérdida según el valor personal que le otorguemos a lo perdido. Como vemos lo universal se articula con el relativismo cultural y da relevancia a la singularidad de la experiencia. Podemos considerar entonces el duelo como un modo de nombrar la pérdida, que siempre tendrá que ver con el miedo a la pérdida del amor, de anhelos, de deseos; la pérdida de lo que llamamos en general «objetos». Objetos en el lugar de la causa de la constitución de un psiquismo humano sexuado. El Trabajo de duelo consiste en desanudar «una a una » las expectativas que había, que se tenía con respecto al objeto. La otra parte del trabajo es la intensificación de los recuerdos. Esto hace imposible la elaboración del duelo en la desaparició n, puesto que las expectativas quedan abiertas. Esto ocurre también en los desaparecidos a causa de desastres «naturales». La diferencia radica en que a partir de los fenómenos naturales se desencadenan acciones de solidaridad, que posibilita, a modo de rëverie, el trabajo del duelo. Las catástrofes terroríficas socio-polícas obstaculizan las dos vertientes de elaboración. Del lado de las expectativas acrecienta las expectativas en el derivar de un a búsqueda y anula la posibilidad de la intensificación de los recuerdos por la descalificación de la valoración social que aceptan la desaparición. Esta aceptación, o «por algo será» nos impide valorar lo realmente ocurrido. Por otra parte la desaparición produce un trauma, que en sentido estricto se corresponde a una ruptura de las cadenas o conexiones asociativas, se expresa, se pone en acto por lo tanto, en el silencio. Por esto es que los a ctos rituales «en memoria de los desaparecidos cumplen un papel fundamental en la respuesta social a esta pérdida. El caminar en círculos, en demarcar tiempos y espacios. Esta es una diferencia esencial con el trabajo del duelo. El tercer tiempo sería entonces el del paso de la separación a la diferencia de los sexos. En este momento se hace posible el cuidar del otro. Se han atravesado los «modos previos de la elección de objeto», en donde predomina el odio del amor a muerte del apoderamiento y otras formas destructivas del amor. Los celos y las reacciones violentas frente al establecimiento de la pareja, la paternidad y maternidad y el trabajo. Desencadenantes que en nuestro medio debemos agregar el alcoholismo como pr oblema de salud y social completamente descuidado puesto que no rinde el beneficio económico de dedicarse al problema de las drogas, en las que se hacen significativas inversiones. Negocio este como el de las armas imprescindiblemente protegido por las más altas esferas de poder para que sea posible su multiplicación. Veremos que siguiendo el esquema que planteamos podemos considerar que las situaciones violentas se ponen en juego cuando se dan separaciones (de las familias de origen), convivencia que pone en juego la identidad sexual de cada uno y embarazo que pone en juego la cuestión de la paternidad y la maternidad. El trabajo, como el desempleo o sub-empleo cuestiona muy fuertemente el narcisismo y los roles establecidos socialmente para el hombre y la mujer. Recordemos que la etimología de la palabra Crisis deriva de términos latinos que se refieren a separación y diferencia. Constituido entonces el narcisismo se genera la posibilidad de valoraciones de lo bueno, lo valioso, lo malo y lo feo. Ética y estética articuladas en los orígenes. Es, entonces, la pérdida de algo valioso, que puede registrarse como perdido y no como catástrofe, a partir de la constitución del objeto del narcisismo, como otro, ya no-solo semejante sino también diferente. Otro al que llamamos prójimo. La pérdida del objeto de la experiencia de satisfacción que pone en movimiento al deseo, alucinación, sueño y fantasía. Se fundará de este modo la posibilidad de «encuentros» con el objeto. Todo encuentro será para Freud un reencuentro con el objeto perdido. Pérdida del objeto de la pulsión, pérdida del obj eto del deseo y en tercer lugar, aunque siempre a posteriori, la pérdida del amor materno que resignificará las pérdidas fundando un espacio diferenciado, al que llamaremos con Lacan éxtimo. Esto es un inte rior- exterior, es decir el Es, el Eso, el Ello o como lo llamaba Freud «el núcleo verdadero de nuestro ser». Se ha abundado excesivamente, en la importancia de la pérdida. Se ha reflexionado menos acerca de lo qué se ha perdido. Esto ha producido una tendencia melancolizante en el Psicoanálisis contemporáneo. En términos de Octave Mannoni se ha resaltado solamente la especularidad de ese Yo que se funda en el Estadio del Espejo, reduciendo el imaginario a lo especular. El juego de las pasiones humanas, el amor, el odio, la ignorancia, tienen consistencia. Estos producen efectos y son como todo producto ps íquico formaciones de compromiso entre instancias o sistemas. La ignorancia, que todos compartimos, nos remite a un «no querer saber nada», que no por ello resulta menos significativo. El término pasiones es muy interesante, lo suficiente como para preguntarnos que se juegan en ellas y como gobiernan nuestras vidas. Pienso que él término pasión no puede reducirse a ser definido sol amente como un afecto. Recordemos que a partir de la experiencia de satisfacción, a partir de sus huellas, de sus marcas, en sus inscripciones, transitará un movimiento al que llamamos deseo. El deseo va a actuar por una sumatoria de estímulos. Huella es en Freud representación también y por lo tanto puede ser reprimida. Los afectos no se reprimen. Están relacionados con la experiencia de dolor. Esto tiene que ver en su posibilidad de expresión en el elogio de la locura, que hacemos como posibilidad humana de enloquecer de dolor, de amor, de soledad. Esto quiere decir que nuestro psiquismo tiende inevitablemente a deshacerse de los afectos. En relación al amor surge entonces una articulación con la atracción, con el deseo, con lo buscado en tanto que perdido. El afecto no puede reprimirse, derivará de diversas maneras siendo una fuente inevitable de producción de equívocos. Si hay leyes a las que llamamos proceso primario, estas regirán para las representaciones inconscientes, no así para los afectos. Por esto se pone tanto énfasis en el trabajo con la palabra, la importancia de la literalidad y de su valor fónico en el tratamiento. Esto se ha traducido también en un escepticismo desvalorizativo de lo afectivo, olvidando que la representación palabra del sistema preconsciente-consciente brinda la posibilidad de la ligadura de las palabras a los afectos que les corresponden. Pero hay situaciones en las que no se habla, cosas, hechos, que se prefieren ignorar. Ideas, posiciones que se defienden apasionadamente o se rechazan profundamente. Uno de estos temas, de vigencia actual en nuestro país, es el de la tortura y desaparición sistemática de personas. Hemos perdido casi una generación de nuestros ciudadanos más valiosos por la tortura y el exterminio sistemático llevado a cabo por el terrorismo de estado. ¿Cómo relacionamos lo que aparentemente serían dos cuestiones de ámbitos muy diferentes?. Comparto con Rob ert Castel que una de las deudas más importantes del Psicoanálisis es el estudio de las relaciones entre la constitución de la subjetividad y el poder. Esto se expresa en la práctica en la ineficiencia gubernamental de caminar en la proposición tanto de políticas como de Dispositivos Institucionales diferenciados para los problemas, que no se agoten en una caracterización jurídica. Esto afecta la eficacia y la eficiencia en la aplicación de los escasos recursos disponibles. Retomando el contexto y objetivo general de la exposición decimos que se ha vivido en una situación de terror, puesto que esto va mas allá del miedo. El terror o pánico es a lo que no podemos ponerle nombre. Lo que denominábamos trauma o traumático. Es un miedo sin nombre, primordial. Es la situación en las que trabajamos con frecuencia en los sobrevivientes de la violencia. Pero en este caso, el terror impuesto frente a la posibilidad de ser «desaparecido», de la desaparición, de estar más allá de la vida y la muerte involucra lo social de un modo diferente. Se trata de una catástrofe social. Existen puntos de relación entre ambas problemáticas, puesto que cada una puede arrojar algo de luz sobre la otra. Ambas deben ser pensadas desde Dispositivos y marcos Institucionales diferenci ados. Estos marcos no han sido definidos y mucho menos puesto en acción. Las tácticas y estrategias relacionadas con lo asistencial no son las mismas, aunque tengan, también, puntos en común con otras modalidades de sobrevivencia. Es comprensible que, la dictadura de terror, en nuestro país esto haya producido efectos notables. Aún persistentes. Mencionamos al pasar, la destrucción sistemática de la Universidad Argentina que se inició en 1966 y que continua hasta nuestros días. Algunos efectos han consistido en la proliferación de grupos con posiciones teoricistas que comparten códigos herméticos. Al no plantearse el problema de las contrastaciones empíricas, es decir, no partir de los problemas sino de imposiciones teóricas, resultan inevitablemente dogmáticos. Esto quiere decir que se imponen como verdades absolutas e indiscutibles. Debemos también considerar la exclusión de los ámbitos institucionales en los que se desempeñaban a quienes en esos años llamábamos Trabajadores de la Salud Mental. Era sin lugar a dudas una época de aperturas al trabajo interdisciplinario, que se correspondía a importantes movimientos intelectuales y sociales en otros países. En relación con el tema que nos ocupa se planteó un interrogante y se llevó a cabo una puesta en cuestión de los efectos del poder, desde distintas perspectivas con relación a la subjetividad, tal vez en el aspecto menos estudiado, el de la adhesión. En este breve esquema de desarrollo que tratamos de sistematizar, debemos considerar que existe una situación de desamparo inicial en donde el otro se constituye como alguien de quien depende la vida o la muerte del cachorro humano, me refiero al otro (Otro), es decir a una socialidad que es primordial, esencial en la constitución del psiquismo humano. Esta dependen cia tan particular constituye para Freud la condición del surgimiento, de la fuente de los motivos morales. Ese otro puede ser un otro omnipotente, constituyendo una extimidad que al no poder limitarse, reprimirse, censurarse, no puede poner límites. Aquí es, paradójicamente, donde surge la exigencia de que alguien ponga orden. Donde se expresa la necesidad de una mano dura. Si hablábamos de un narcisismo de vida y un narcisismo de muerte esto tiene articulaciones con deseos de vida y de muerte del otro. La desaparición de personas, sea como hecho aislado o sistemático como en nuestro país, tiene que ver con un deseo de muerte omnipotente que se expresa en «matar la muerte». Esta es, a nuestro entender, una acertada hipótesis de trabajo propuesta en el texto con ese título por la Dra. Gilou García Reynoso. Se expresaría así la omnipotencia de un poder, sobre la vida y la muerte. Este poder que mata y que pretende además estar más allá de la muerte. Nos encontraríamos aquí con un saber y un no saber, que coexisten. La gente sabía y no sabía lo que estaba ocurriendo. A esto Freud lo llamó escisión del Yo, tema que trabajó en sus textos sobre el Fetichismo y en la 31º Conferencia sobre la descomposición de la personalidad psíquica así como en El Yo y el Ello. Existe una fetichización del poder, un valor absoluto en sí del mismo. En estos textos queda claramente expuesto que la idea del Ich freudiano no es la traducción inglesa de la psicología adaptativa del yo (Ego), que tiene gran peso en Estados Unidos e Inglaterra. Preguntarnos ¿Qué decimos? cuando decimos Yo no resulta para nada obvio. Esto constituye una delimitación esencial en la diferenciación de los diversos modos de las lecturas de Freud y por lo tanto de los desarrollos posfreudianos. Modos esencialmente diferentes de pensar y trabajar en la clínica. Hemos hablado de la constitución del yo a partir de una imagen especular de otro adulto sexuado deseante, que resultará inevitablemente enigmática para el infante. Que se constituye como alienado en la imagen y el deseo del otro. Hemos visto que era necesario poner en cuestión la concepción del tiempo como cronológico rescata ndo el «a-posteriori». Es conveniente complejizar e interrogarse sobre los diversos modos lógicos, no solamente del tiempo sino tambi én del espacio. Por eso hablábamos de extimidad, un exterior que es a la vez un interior, el Ello freudiano. Cuando nos referimos a la socialidad como primordial pensábamos que el considerar la cuestión del otro en la constitución de la subjetividad nos llevaría no solamente a plantearnos acerca de quien ejerce el abuso de poder, sino también los diversos modos de respuesta soci ales. Le llamábamos los modos de adhesión. Esta cuestión hace que este problema nos concierna a todos. Los lazos con el poder del terror pueden establecerse desde el silencio, parálisis por terror hasta el consenso más abierto. No se trata del absurdo de que todos somos culpables, puesto que la respons abilidad es proporcional al poder y esto incluye la fuerza bruta de las armas. Debemos considerar que es extremadamente difícil de reconocer, en uno mismo, estas situaciones en las que tenemos vergüenza, aún horror. Decíamos que la percepción es narcisista y antropomórfica. ¿Las alternativas son terror o adhesión ciega?. Pero por otra parte surge el término, valioso: alternativas. No podemos ser tan ingenuos en pensar que solamente fueron víctimas los afectados de manera directa. Es importante también preguntarnos por el conjunto de la población. Pienso que aún no está claro el precio que todos hemos tenido que pagar por el terrorismo de estado. La tesis que trabaja García Reynoso se refiere a que el procedimiento de la desaparición de personas es una amenaza de «des-estructuración» subjetiva. El que «adhiere» al poder, quién de alguna manera acepta el procedimiento de la desaparición, es víctima él también del poder absoluto. Es alcanzado en el núcleo mismo de su constitución, forjándose de esta manera la ilusión de un yo autónomo: Yo todo lo puedo. El precio que pagamos es el empobrecimiento en nuestro ser y en nuestra creatividad. En relación con este poder abusivo no solamente hay terror y miedo. Hay exilios internos y externos y también se producen muchos fenómenos sobre los cuales nos hemos interrogado muy poco. Una pr egunta delicada es si puede haber una dictadura de esa modalidad sin consenso social. Pienso que esto no es posible y que se abre aquí uno de los aspectos a investigar más interesantes e ignorados de este proceso. A los profesionales que trabajamos con la violencia familiar nos resulta «familiar», «siniestro», reconocer el poder de fascinación identificatoria que ejercen las personas autoritarias, brutales, crueles, violentas. Este otro que no tiene límites tampoco puede poner límites. La persona puede pensar entonces soy como él, soy todopoderoso, para mí tampoco hay límites. Esta es una hipótesis posible siguiendo la línea de la identificación con el agresor abierta por Ferenczi. La «plata dulce» conduce a una línea interesante de interrogantes acerca de una contabilidad psíquica, de un mercantilismo en donde los objetos de consumo sustituyen hedonísticamente los enigmas que nos plantean los objetos en su relación con el deseo humano. ¡¡Deme dos!!. Consumo como un modo de no saber, con pasión, acerca de nuestros deseos. Aquí la demanda toma el lugar del deseo. Demanda que es siempre de amor. Esto funda la creencia de cada uno en el absolutismo del poder. Es en esta creencia que este tipo de poder se sostiene. Siempre además demandando amor. Aquí radica la eficacia mayor del poder. Poder imaginario, sostenido como poder real y absoluto por el consenso explícito o implícito que se le otorgue. Esto abriría alguna líneas de cuestionamiento interesantes en nuestra rel ación con este tipo de poder. La creencia en él lo crea tambi én. «Matar la muerte», hacer desaparecer la existencia humana. Esta es una tentativa siniestra de suprimir los límites, que son condición de la propia vida. Es a partir del reconocimiento mutuo que se instituye la culpabilidad inconsciente y la deuda (simbólica, imposible de saldar). Los derechos del hombre, como imperativos de una ética, no pueden ser una moral de ocultamiento. Implican el derecho a la vida y su correlato el derecho a la muerte en tanto propia, intrínseca a la vida misma. Freud, en Temas de Actualidad de Guerra y Muerte nos dice: «si tu quieres soportar la vida prepárate para la muerte». E. Erikson nos describe los diversos modos de relación con nuestra propia muerte en los distintos momentos por el que transcurre nuestra vida. La aceptación de la muerte es necesaria para que haya vida. Cada ves que nace un hijo muere un hijo y nace un padre (Pierre Legendre). Aquí uno de los desencadenantes de violencia mencionados. Esto es estar del lado de la vida. Estamos comentando brevemente lo que podríamos denominar una línea de trabajo centrada en cuestiones de tiempo y espacio que actualmente denominamos lazo social que toman diferentes modalid ades discursivas. Esto es fundamental, como comentábamos anteriormente en tanto permite la circul ación de agentes y lugares en los juegos de las disparidades intersubjetivas. Lugares de madres, de padres e hijos, que se van correspondiendo con distintas «personas» en distintos momentos. Ruptura esencial con la concepción biologista de la sexuación y la filiación. En la ingenuidad comercial de D.S.M.IV, de un conductismo farmacológico. Lo que se centra en la «tipicidad , no en la singularidad. No podemos pensar estos problemas en términos simplistas y confundir personas con lugares y funci ones, ni en un dualismo ingenuo bueno/malo. Es en este sentido el concepto de discurso en los que se interrelacionan lugares y agentes sin confundir uno con el otro. El trabajo de duelo implica la pérdida de algo valorado sin que esto excluya la ambivalencia. Este trabajo supone una presencia que Freud destacó en sus dimensiones experiencial y mítica del hombre frente al muerto y a la muerte. Vicisitud singular, la muerte resulta paradigma de todo límite posible. Es lo único a lo que sin dudas todos nos vamos a enfrentar. Todas las culturas que conocemos han elaborado rituales que se expresan en prácticas socialmente reguladas de los mitos predominantes en esa Culturas. Esos rituales con sus correlatos míticos son esenciales para el trabajo de la elaboración del duelo. Esta ela boración consistiría en poder deshacer cada uno de los lazos libidinales que nos unían a «nuestros muertos», como una complicada red o mad eja a partir de la cual la libido puede ligarse posteriormente a otros objetos. La desaparición implica la incertidumbre entre la vida y la muerte. Esto es utilizado con frecuencia ficcionalmente en las obras de terror. Es un obstáculo irreparable en la elaboración del duelo. Debe recurrir a otros mecanismos. Las circunstancias históricas e ideológicas, que limitan la solidaridad tuvieron el efecto de potenciar el agr upamiento, de una manera defensiva y elaborativa. El riesgo es el encerramiento. Como Dispositivo Institucional ha sido importante el apoyo del grupo de pares, la denuncia de la verdad, la organización, la lucha ideológica y aún política. Esto ha sido lo única que se ha revelado eficaz en este problema, como modalidad particular elaborativa del duelo. Por este motivo el trabajo de duelo con relación a los desaparecidos debe transcurrir con un modo de elaboración como el que iniciaron las Madres de Plaza de Mayo. Presencia, cortes en el tiempo, los jueves. . Frente a la incertidumbre y el dolor, el caminar en círculos con un pañuelo blanco en la cabeza fue generando un espacio simbólico. Implicó cortes y significaciones sociales profundos. Se trataba del deseo, no pura demanda. Las llamaban «las locas», eran las únicas que podían mostrar algo que tenia que ver con la verdad. La verdad de la tortura, el terror y la desaparición. No es la única verdad, pero es lo esencial de la verdad. Es la posibilidad de no olvidar, de recuperar la historia, asumiendo el dolor, el horror y la responsabilidad. Este es el único modo posible de enfrentarse a un duelo caracterizado por la pérdida de la realidad de la muerte. Un duelo frente a la locura que se produjo intencionalmente con el método de la desaparición sistemática de personas y con el robo de niños que rompe la filiación de nuestra civilización occidental. Un ataque a la esencia de la Ley de la paternidad y la maternidad. Los Derechos «son humanos» o no los son Entonces, primero, hay un trabajo de simbolización. La violencia siempre se origina, se causa y determina desde el poder y la fuerza. Madres. . abuelas. . hijos. , la Historia no ha muerto, la historia continua. . Dedicado al sacerdote y entrañable amigo Jose Nasser (r.i.p.), que pese a las armas y al mitrado cordobés participó en la defensa de los derechos humanos. perdió la catedra universitaria, su docencia en el seminario y su parroquia por sus creencias.