EL CASO DEL SEÑOR A.

EL CASO DEL SEÑOR A.
    Del análisis de un enfermo homosexual de 35 años, A., que padecía de una neurosis obsesiva grave con rasgos paranoicos e hipocondríacos y un fuerte trastorno de su potencia, resultó que los sentimientos de desconfianza y rechazo, que dominaban por lo general sus relaciones con mujeres, provenían, en el fondo, de una sola fantasía. Esta consistía en la idea de que su madre estaba siempre realizando el coito con su padre, cuando él no la veía. Suponía que el interior de su cuerpo estaba repleto con los penes paternos peligrosos . Se pudo observar en la situación transferencial que su odio y temor de la madre, que a menudo también encubrían sus sentimientos de culpa hacia ella, siempre estaban íntimamente ligados a la situación de coito de los padres . Con una mirada furtiva dirigida sobre mí que, cuando él estaba angustiado, siempre le corroboró que yo tenía un aspecto enfermizo, o que no estaba bien arreglada o que algo no andaba bien (es decir, que yo estaba interiormente envenenada y destruida), repetía la mirada escrutadora y angustiada con la cual recibía de niño de mañana a su madre, para averiguar si ella había sido envenenada o destruida por el coito con el padre. Cada mañana esperaba encontrar a su madre muerta . En este estado de ánimo era natural que interpretara cualquier detalle nimio de la salud de su madre o de su conducta, cualquier discusión insignificante entre sus padres y también cualquier cambio de la conducta de su madre frente a él, es decir, todo lo que pasaba a su alrededor, como la afirmación de que la catástrofe, continuamente esperada por él, se había realizado. Sus fantasías masturbatorias, que eran de carácter optativo y en las cuales los padres se destruían mutuamente en el coito, se transformaban en una fuente de múltiples preocupaciones, temores y sentimientos de culpa . Estos sentimientos le llevaban a una continua observación de su ambiente y a un desarrollo obsesivo de su instinto epistemofílico. Su continuo deseo, que absorbía todas las energías de su yo, de observar a sus padres en el coito y enterarse de sus secretos sexuales, fue también reforzado por el afán de impedir cl coito de los padres, para amparar a su madre y evitar los daños que le podría causar el peligroso pene paterno .
En la situación transferencial estas tendencias dirigidas hacia el coito de los padres se manifiestan, entre otras cosas, en el interés que A. evidenciaba por mi fumar. Por ejemplo, cuando notaba que en el cenicero había quedado un resto de cigarrillo de la sesión anterior, o percibía humo en la habitación, hacía cantidad de preguntas: si yo solía fumar mucho o silo hacia antes del desayuno o si mis cigarrillos eran de una marca buena, etc. Estas preguntas y los afectos correspondientes provenían de su temor por su madre. Eran determinados por el deseo de saber si y en qué forma sus padres habían copulado esa noche y qué consecuencias había tenido ello para su madre. Los sentimientos provenientes de la escena primaria, como odio, frustración y celos se exteriorizaban en los afectos con los cuales A. a veces reaccionaba cuando, por ejemplo, encendía un cigarrillo en un momento que le parecía inoportuno. Se enojaba y me reprochaba falta de interés; que el fumar me era todo y la molestia que le podía causar no me importaba, etc. O me aconsejaba dejar totalmente de fumar. A veces esperaba con impaciencia que yo encendiera el cigarrillo y me rogaba hacerlo, por no poder esperar por más tiempo el ruido que hace el fósforo al ser encendido, y además insistía que yo no lo debía hacer inesperadamente y sin avisarle. Se puso de manifiesto que este estado de tensión era una repetición de lo que él había sentido de niño cuando, de noche, esperaba atentamente los ruidos que podrían provenir de las camas de sus padres. Deseaba percibir los primeros indicios del coito (el encender del fósforo) para saber que todo el acto terminaría pronto. Pero a veces existía realmente el deseo de que yo fumara. Provino del temor sentido de niño, cuando imaginaba que sus padres habían muerto y esperaba los ruidos del coito ansiosamente como indicio de que seguían con vida. En una etapa posterior del análisis, cuando su temor a las consecuencias del coito ya había sido atenuada, el deseo de que yo fumara demostraba esta determinación. Reviviendo las tendencias de un estadío posterior de su desarrollo deseaba el coito de los padres, porque éste significaba una reconciliación de ellos, un acto pacífico y curativo. Además, quiso verse libre de la culpa de haber obligado a sus padres a la abstinencia.
    El señor A. mismo solía dejar de fumar temporariamente porque esperaba de esta medida una curación de sus trastornos hipocondríacos. Pero nunca persistía durante mucho tiempo en esta actitud, y en parte porque el fumar significaba también una defensa contra sus trastornos hipocondríacos.
    Con los cigarrillos, que también significaban el pene «malo» del padre, intentaba destruir los objetos malos internalizados . Pero cuando los cigarrillos simbolizaban al pene «bueno» paterno, servían para la restitución del interior de su cuerpo y de los objetos internalizados.
    Los síntomas obsesivos del señor A. tenían una relación íntima con los múltiples contenidos de su angustia. Habían surgido por el conocido mecanismo de desplazamiento de «magia y contramagia» . Servían para la afirmación o negación de determinadas preguntas: ¿Sus padres estaban realizando ahora el coito, o iban a ocurrir ciertos acontecimientos peligrosos y en relación con el coito estos daños podrían ser curados, etc.? Pues el fundamento de su neurosis obsesiva era la creencia en una omnipotencia destructiva y constructiva que había surgido en relación con los padres unidos en el coito y había sido continuada y ampliada en relación con todo su ambiente.
    También la actividad sexual de A. servía para afirmaciones y negaciones. Esta actividad tenía un carácter francamente obsesivo y estaba dominada por graves trastornos. El temor exagerado al pene del padre no había perturbado únicamente la conservación de su posición heterosexual, sino también la afirmación de la posición homosexual.
    Como consecuencia de su fuerte identificación con la madre y de la fantasía predominante de haberse incorporado los padres en copulación, A. refería todos los peligros que amenazaban a su madre por la incorporación del pene también al interior de su propio cuerpo. En la situación transferencial los trastornos hipocondríacos de A. se intensificaron a menudo simultáneamente con un aumento de la transferencia negativa . Cuando, sea por razones externas o internas, aumentaban las fantasías de que la madre se hallaba expuesta al coito peligroso con el padre o de que ya se había incorporado el pene peligroso del padre como consecuencia del coito, se intensificaba también el odio de A. contra mí y su temor al interior de mi cuerpo. Todo lo que indicaba el desarrollo de una catástrofe dentro de su madre, significaba por su identificación con ella también un indicio de la destrucción del interior de su propio cuerpo. Y él odiaba tanto a su madre que se unía al padre porque ella no se exponía únicamente a sí misma sino que también lo exponía indirectamente a él, en quien, según su fantasía, copulaban los padres internalizados.
    Además, la madre unida al padre significaba siempre para él una enemiga. Por ejemplo, su animadversión contra mi voz y mis palabras, que a veces era muy intensa, no provenía únicamente de una equiparación de mis palabras con excrementos envenenadores y peligrosos, sino también de la fantasía de que el padre o, mejor dicho, su pene estaba dentro de mí y hablando a través de mi. Este pene influía sin duda en mis palabras y actos en forma enemistosa contra él (igualmente como el padre dentro de él le empujaba hacia malas acciones contra su madre). Además temía que el pene paterno pudiera atacarle saliendo de mi boca, mientras yo hablaba. Pues mis palabras y mi voz eran equiparadas al pene paterno.
    Si la madre era destruida, ya no existía una madre «buena» y amparadora. Las fantasías de haber mordido y destrozado el pecho materno, de haberlo envenenado por medio de la orina y las heces, le llevaron muy tempranamente a la introyección de una imago materna peligrosa y envenenadora, que impedía el desarrollo de la imago materna «buena». Este proceso también había favorecido el desarrollo de rasgos paranoides, especialmente de ideas de envenenamiento y persecución. Tanto en el mundo exterior (primitivamente el seno materno) como en su propio cuerpo el enfermo no pudo encontrar un apoyo bastante fuerte contra la persecución del pene paterno y los trozos de excrementos. Pero así no solamente se intensificaba su angustia de su madre y su temor a la castración, sino que sufría también su fe en el contenido «bueno» de su propio cuerpo y en la «bondad» de su propio pene. Eso era en gran parte responsable de las graves perturbaciones de su desarrollo sexual. El temor de perjudicar a la mujer con su pene «malo» y de no poder restituirla por medio del coito formaba el fundamento de su trastorno de potencia, junto con su temor al cuerpo materno peligroso.
    La debilidad de su fe en una madre «buena» había influido también en forma decisiva en el desencadenamiento de su enfermedad. El señor A. había resistido durante la guerra con bastante facilidad todos los peligros y molestias, luchando durante cierto tiempo en las primeras líneas del frente. Pero su colapso ocurrió algún tiempo más tarde, durante un viaje. Se había enfermado de disentería en un pueblito. Como se vio más tarde en su análisis, los síntomas de esta enfermedad habían reactivado la antigua situación de peligro, que era la base de sus temores hipocondríacos: el temor del pene «malo», internalizado, de los excrementos envenenadores. Pero fue la conducta de la dueña de la pensión, que le atendía en su enfermedad lo que desencadenó la crisis. Esta mujer lo atendía mal y sin ningún cariño y no le daba bastante leche ni otros alimentos. Esta vivencia reactivó el trauma del destete y los efectos de odio y angustia ligados a éste. Además, inconscientemente, A. interpretaba la conducta de la dueña de la pensión como plena afirmación de su angustia, de que ya no existía ninguna madre buena y de que era abandonado sin posibilidad de salvación a la destrucción interna y a los enemigos externos. La fe en la madre «buena», que nunca había sido bastante firme, no podía vencer la actualización simultánea y excesiva de todas las situaciones de angustia. Esta falta de una imago buena materna que ampara y defiende contra la angustia era el factor último y decisivo de su colapso.
    Como quise demostrar con el ejemplo de A., el desplazamiento del odio y del temor del pene paterno a la madre, tiene como consecuencia una intensificación exagerada de los temores relacionados con el cuerpo femenino, mientras que las fuentes de la atracción heterosexual sufren una disminución grande. Junto con este desplazamiento de todo lo que causa angustia y es siniestro sobre el interior invisible del cuerpo femenino, se efectúa a menudo otro proceso más, que parece ser una condición de la plena afirmación de la posición homosexual.